Facultad de Derecho
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He leído y escuchado cientos de historias de quienes se ven invadidos por la nostalgia y el anhelo de regresar a su niñez, miran su corto camino con afecto, risas y emoción; otros estamos plantados en el presente y mirar atrás es acariciar cicatrices que en ocasiones parecen estar más abiertas que nunca.
La herida sangró un poco y regresó la angustia que me invadía unos años atrás, vi a mi perpetrador de la adolescencia, observé de cerca a mi bully. Otra vez disfrazado, siendo Anónimo y en ocasiones apodándose canon, moda o tendencia. Preferí dejar de mirar y apreté mis manos contra mi pecho: no sabía que aun dolía, no sabía que volvería el temor; de pronto miré a mi hija, y en la frente decía “ya tengo once”- la edad donde mi martirio empezó. Sentí miedo, furia y unas ganas tremendas de explotar en redes con todo y contra todos los que le estaban aplaudiendo a mi agresor; no pude, en cambio estoy aquí dispuesta a contarte un poco, deseando que más de uno se pueda abrazar a sí mismo sabiendo que ¡todo estará bien!, que quienes amamos no tienen que pasar por lo mismo.
Cuando inició la pubertad alguien vino a mi puerta, no de golpe, no fue inesperado; más bien llegó poco a poquito en la voz de mi familia, mis compañeros y de los educadores incógnitos que se colaban todos los días en mi televisor, en las revistas y un poco más tarde en la web. Aun no recuerdo a ciencia cierta cómo me convenció, solo sé que vino a etiquetar mi frente a escondidas y que más tarde me bautizó: ahora me llamaba “Mía”
Me visitaba de forma constante, pero una vez bautizada se instaló en lo más profundo de mí ser, me hacía compañía y me enseño lo que socialmente se me exigía ser, me explico sus conceptos de “bonita”, de “ideal” y fui entendiendo el método para cumplir las reglas que no tenía que romper. Entre ellas apoyarme con mi manada, integrada por quienes ya se habían cambiado el nombre, nos dividíamos en dos: El primer grupo: de nombre “Ana”, en el segundo: éramos “Mía”. Es curioso que al inicio quise pertenecer al primer grupo, pero “no tuve la fuerza suficiente” sentenciaban mis compañeros. La estancia fue corta, dirán muchos; pero cada día era un martirio diría yo. Tenía 14 años cuando acepte la realidad de mi nuevo grupo de amigos, fue cuando me canse de la heridas de mi psique, se me estampo la realidad- Era bulímica.
Empezó la travesía de querer escapar, buscar ayuda, alzar la voz; sin embargo ha sido difícil. Socialmente nos imponen un canon de belleza que difícilmente omitimos o buscamos esquivar; queremos pertenecer, ser aceptadas y vernos bien.
Los 2000 fue el año de las ombligueras, el pantalón de tiro bajo, abdomen plano, plataformas, mostrar la cadera y presumir las frágiles clavículas sosteniendo unos brazos bellos por su ligereza. Con referentes de las gemelas Olsen, Paris Hilton, Lindsay Lohan y Anahí. –Todas ellas pertenecían a uno o ambos grupos: Algunas eran Ana (Anorexia) y otras Mía (Bulimia)
Los TCA (Trastornos de Conducta Alimentaria) no excluyen por edad, sexo, género o preferencia sexual; sin embargo fue utilizado el pronombre femenino debido a que sistemáticamente es a la mujer a quien principalmente se le exige cumplir con los cánones de belleza. Según la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB) las mujeres son más propensas, en un 90% de los casos.
No es novedad debido a que el agresor proviene del sistema, está cultivado en él y está educado de tal manera que se cree con el derecho de opinar, agredir, exigir o decidir sobre el cuerpo de la mujeres. Los trastornos de la conducta alimentaria solo son una de las consecuencias de vivir en un sistema hegemónico, que está empeñado en exigir parámetros de belleza casi inhumanos, difundiendo prototipos de belleza arbitrarios y muchas veces inalcanzables; aun ahora que nos atrevemos a hablar de gordofobia, de racismo, de clasismo; se siguen dando espacios a discursos violentos.La moda es cíclica, por lo que tiende a regresar en ocasiones con más fuerza; tras 23 años de colarse disimuladamente en los hogares de muchas. Los medios, la moda y las figuras públicas decidieron que era tiempo de volver a darle voz al perpetrador: Ese canon inhumano que nos es exigido consciente o inconscientemente, ese canon que casi se cobra con mi vida y que se ha cobrado con la vida de muchas, ese canon que navega con bandera de inocente, pero que quienes lo conocemos, nos hace temblar: quizá ya no por nosotras, pero sí por las que poco a poco empiezan a ser llamadas Ana´s o Mia´s.
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