Escuela Nacional Preparatoria Plantel 3 Justo Sierra
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El cielo sangra un tono púrpura profundo que sólo pueden apreciar aquellos que se levantan demasiado temprano de sus literas o los que no hemos podido cerrar un sólo ojo en toda la noche. 4:37 de la madrugada. El viento que sopla por fuera es apenas lo suficientemente frío para traer alivio al que pareciera ser el infierno en la tierra, disfrutado por nadie más que las desiertas calles y solitarias plantas que han nacido necias de una raíz de cemento y tierra muerta. 4:40 de la madrugada.
Mi cama hace mucho que dejó de ser un lugar de refugio amable para convertirse en una tabla fría e inhumana donde parece ser que un cirujano cruel y sádico intenta arrancarme el corazón del pecho; no puede existir otra explicación más racional que esta. Intento respirar con toda la fuerza que me permiten los pulmones pero es imposible. Tan imposible. Una helada dama me ha tomado por el pecho cerniendo sus fríos dedos alrededor de mi garganta atrapando todo mi aliento y aprieta tan fuerte que sus uñas se encajan en mis cuerdas vocales, quisiera gritar pero sus garras me lo impiden.
Mis últimas gotas de auto conservación y sanidad son llevadas todas a mis manos, a mis dedos, a impedir que lleguen hasta mi rostro y arañen y desgarren la piel con tal de parar aquel suplicio, con gusto me arrancaría yo misma el corazón del pecho para parar de una vez y para siempre los desbocados latidos que puedo sentir palpitar hasta mis oídos. O quizá los ojos para que dejaran de llorar y de arder de pura y cruda desesperación; con gusto yo misma clavaría mis uñas ahora demasiado largas y los despojaría de mi cráneo si eso me garantizara que este tormento acabe.
Quiero gritar, pero ella no me deja, quiero respirar, pero ella no me deja, quiero arrancarme la piel y tirarme el cabello, pero yo no me dejo.
Me duele ahora el pecho del llanto furioso que esa frígida mujer ha comandado en mis córneas, me duelen las piernas, los brazos, los dientes, el cuello, los oídos, la cabeza.
“Te ves muy a gusto”, dice ella mientras estrangula más fuerte, arrasa más fuerte y yo le grito, le lloro desde hace horas.
¡No!
No. Yo tengo frío.
Y quisiera que se fuera para siempre y quisiera que esa dama existiera para que pudiera ver yo misma con mis propios ojos cómo me arranco de sus brazos y su asfixiante agarre pero no es así porque ella vive dentro. Porque ella no es una extraña. Ella vive en mi cabeza y es parte de mí, no me agrada, la detesto.
Como siempre, de la misma forma que ha llegado se ha ido cuando ha querido y me ha dejado vulnerable, débil, nada más que impotente, es un milagro que aún pueda moverme. Quisiera morirme. 4:42 de la madrugada.
Es trágico realmente porque no hay nadie que quiera vivir más que yo, no hay nadie que desee amar con más fuerza que yo, que se aferre y pelee por ello más que yo, y aun así considero la idea de la muerte, aun así considero el morir como la solución perfecta y sin defectos a todo lo que a mi mente atormenta; a esa dama que no es una dama que vive gratis dentro de mi cabeza y de mis entrañas. No voy a matarme, pero si abrir esa puerta me llevara a la muerte no lo dudaría antes de cruzarla en este momento.
Una inhalación, una exhalación. De una en una vuelve a mí el poder y control total de mis pulmones y mi respiración. Inhala, exhala. El pulso regulándose latido a latido. Inhala, exhala. Los ojos vidriosos pueden volver a enfocar aunque aún todo se vea como si estuviera cubierto por una fina tela blanca, casi gris, que distorsiona las figuras. Inhala, exhala. Mis manos dejan de aferrarse a las sábanas sabiendo que ha pasado el peligro, que vuelven a ser mías.
Y en esta soledad absoluta, este silencio sordo que presiona en los oídos, esta noche que se desangra sobre las ventanas empiezo a reír. Y no puedo controlarla, una risa débil y ronca, pero honesta, pero risa. Y sí, me hace toser varias veces, y sí, puedo sentir que me presiona las costillas maltratadas pero podría volver a llorar de pura alegría por escucharla.
Porque una noche más le he ganado, una noche más he vencido, hoy no hay heridas, ni rasguños, no hay marcas violetas o verdosas decorándome la piel como acuarelas ni hay rastro de seco escarlata bajo mis uñas. Hoy sigo viva. Hoy le he ganado. Como lo he hecho siempre, como lo seguiré haciendo.
4:44 de la madrugada y veo mis manos temblorosas pero mías, mis piernas débiles pero mías, mi corazón, mis pulmones, mis lágrimas, todas mías. Y veo a esa dama, esa cirujana, con su veneno y su miedo y su cinismo que son todos míos porque también ella es mía. Y la veo a los ojos. Y quizá me arrepentiré en la mañana y quizá no me importa. Pronuncio su nombre. Le escupo una amenaza. Hazlo, me oigo decirle.
Ven a mí todas las veces que quieras, arrasa tanto como te dé la gana, hazlo. Te ganaré otra vez, y una siguiente y reconstruiré todo de nuevo, todo lo que destroces lo armaré de vuelta, más grande, más fuerte. Llegará el día en que ya no puedas volver a romperlo.
4:44 de la madrugada. Entre risas rotas y lágrimas cansadas le declaro la guerra, y quizá me arrepentiré en la mañana pero quiero seguir, seguir dibujando, amando, viviendo y ella no me lo va a impedir, no la voy a dejar. Ansiedad, llamo su nombre, mi ansiedad que vive gratis en mi cabeza y mis entrañas, te condeno a la muerte, te declaro la guerra.
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