Facultad de Filosofía y Letras
Facultad de Filosofía y Letras
El primer mundo, como lo conocíamos, ahora parece distinto. Lo que la propaganda puede ocultar tiene un límite y ha sido alcanzado. El velo cae y descubrimos que, durante mucho tiempo, sólo nos mostraron una fracción: la de arriba, esa que con sus rascacielos y supuesto progreso se pinta a sí misma como una torre de Babel. No obstante, abajo está el panorama que ellos, decían, era propio del tercer mundo: la angustia humana, las drogas y una decadencia atroz. Un espectáculo contradictorio. Un cuerpo que se vendió como hermoso, cuya podredumbre comienza a devorarlo. Las pústulas explotan, el aroma a muerte infecta el aire. Ya no pueden ocultarlo.
Esta es la realidad del leviatán del norte. Estados Unidos presenta ahora una decadencia como nunca antes. Su gente sufre. Si no es por un sistema de salud mediocre y elitista, es por su capitalismo voraz, el sueño del aspiracionismo iluso, la desilusión de darse cuenta de que les han mentido, lo que los somete a un nihilismo asesino. El pueblo estadounidense, durante años, vivió en una burbuja que ahora se rompe. Poco a poco se dan cuenta de que ser la nación más grande del mundo y de que su presidente es el hombre más poderoso, es solo un placebo. Estos últimos días se ha hecho visible de muchas formas, ninguna tan grande como las nuevas políticas del presidente Trump en su primer día de mandato, el 20 de enero de este año.
Quiero enfocarme en una de ellas en particular: la designación como terroristas a los grupos delictivos del narcotráfico mexicano. En los últimos años, el pueblo estadounidense ha sufrido lo que llaman la crisis del fentanilo. Esta droga es conocida por su enorme efecto sedante. Así, sus calles se llenan con los cuerpos de los más necesitados, que experimentan una muerte en vida: retorciéndose en el suelo, con los ojos perdidos y la mente ausente. Un destino, en todo sentido, lamentable.
Por supuesto, el narcotráfico es un agente en esta tragedia. Sin embargo, culparlos del problema es una propuesta simplista e ignorante ante una realidad generacional y multifactorial. Pero, por un momento, juguemos el juego. Pensemos que las cosas son así de sencillas.
Bien, designemos a los narcotraficantes como terroristas. ¿Cuál es el plan? ¿Algo similar a lo que sucedió en Medio Oriente? ¿Acaso atacarán un hospital con 500 civiles por la oportunidad de matar a un “terrorista”? ¿Cuántos mexicanos morirán en el fuego cruzado de su guerra contra las drogas? Y uno pensaba que Reagan ya había perdido esa guerra en los 70. De alguna forma, no creo que estas preguntas les importen. Está claro que su propósito es un desesperado intento de recuperar la confianza perdida de su pueblo y la reputación insostenible ante el resto del mundo. Ya que Estados Unidos ha perdido el implacable avance económico y social ante sus enemigos, lo único que le queda es ese paternalismo violento, habilidad que han afilado desde sus inicios y que en el resto de América conocemos bien: a través de golpes de Estado e intrusiones extraoficiales.
Así atacan los síntomas, pero no la fuente. El de los cárteles es un negocio redondo.
Si Estados Unidos verdaderamente quiere salvar a su nación, por lo menos del fentanilo y de paso librar a México de sus criminales, la respuesta siempre estuvo frente a ellos. Como sucede a menudo, lo obvio suele ser lo correcto.
Cierren la llave, así de sencillo. Que este nuevo gobierno estadounidense dirija esa energía a dejar a la bestia sin dientes. No olvidemos que las armas con las que los cárteles matan provienen del norte. Tampoco olvidemos la operación “Rápido y Furioso”, donde la administración de Obama introdujo 2000 armas a México. Por supuesto, aquello sólo explotó con la muerte del agente de patrulla fronteriza Brian Terry por uno de esos rifles, pero ¿cuántos mexicanos murieron con estas armas? ¿Acaso esa cifra no importa?
Otra idea: ¿qué tal si mejor se enfocan en su gente? El consumo de fentanilo no es casualidad. Está ligado a la triste realidad del pueblo estadounidense. Viven en un mundo donde estudiar una carrera universitaria es sinónimo de deuda eterna. Los esfuerzos por pagarla requieren un total sacrificio de la vida adulta. Quizá también ayude si se interesan en que el cuidado de la salud no sea una elección entre morir ahora o dentro de unos meses, cuando estén arruinados.
Entendiendo esto, comprendo por qué el fentanilo. El modelo social y económico los somete a un dolor y una angustia perpetuos de los que simplemente no tienen forma de escapar. Los días pasarán, los intereses crecerán y la deuda será imposible de pagar. La comida será incosteable e inevitablemente terminarán en la calle. El dolor no desaparecerá y, en esa realidad, el fentanilo es un dulce alivio. Es un suicidio sensorial. No quiero romantizarlo, ni decir que el sedante es un dulce escape. Es, más bien, el triste desenlace donde el dolor trasciende a la autopreservación.
Entonces, quizá si el gobierno de Trump dejara de intentar tapar el sol con un dedo, designando a los narcotraficantes como terroristas, podría destinar sus recursos a darle a su gente una razón para vivir y un medio real para subsistir. Así, tal vez las drogas dejen de ser para ellos una salida a su horrible realidad.
Por José Gerónimo
¿Qué lecciones nos deja lo ocurrido en el AXE Ceremonia?
Por José Gerónimo
La controversia sobre las imágenes creadas con Chat GPT al “estilo” Studio Ghibli
Por Valeria López Estévez
Ven y conoce la grata experiencia culinaria que ofrece Sofitel
Por Kathy García Reyes
Celebremos este arte conociendo un poco de su historia y evolución
Por José Gerónimo
No vamos a caminar con quienes nos metieron en este infierno