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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
crédito: Adil Ahnaf
Picture of Janeth Ramírez Pérez

Janeth Ramírez Pérez

Facultad de Filosofía y Letras

Mi nombre es Janeth, actualmente estudio la carrera de pedagogía, me encanta escribir, he realizado para otros proyectos tanto de investigación como de divulgación textos, algunos están en proceso de publicación. He encontrado una pasión en la escritura e investigación, es un placer poder conocer este espacio.

Volando una vez más hacia mí libertad

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

La mejor compañía es uno mismo, pero a veces también podemos ser nuestros propios enemigos

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Janeth Ramírez Pérez

Facultad de Filosofía y Letras

Una vez más…

He estado tantas veces en esta situación que ha dejado de ser un déjà vu: a distancia escucho voces que opinan sobre mí –que me atormentan–, y de nuevo volveré a fijar con atención el jarrón blanco que adorna la mesa de centro. No es la primera vez, lo  he visto en repetidas ocasiones, tantas que ya me ha comenzado a gustar sus desordenadas y caóticas líneas– todas color pastel que se entrelazan una con otra sin formas específicas–; me gusta tanto ese jarrón, tal vez porque refleja mis pensamientos, esos que me hacen saltar de un lugar a otro.

Pasó de pensar “¿Quién soy yo?”, a inventarme todos los escenarios futuros, discusiones ganadas, también las que dejan un mal sabor de boca, logros, fracasos, incluso lloro por adelantado; recuerdo el pasado, analizó el presente, y sigo creando… Pero todo ello solamente es imaginario; aun así, componer algo constantemente me provoca que cada noche no pueda descansar, afecta mis estados de ánimo. Experimento un sube y baja de emociones –como si se tratara de una montaña rusa–, si sumamos todas estas piedras, y agregamos más, comienza a pesar con el paso de los días y años esta mochila –que cargo en este viaje llamado vida–. Ahora comprendo por qué hay días en los que no puedo levantarme, se siente como si la gravedad estuviera en mi contra, me jala hacia abajo, me pesa, y finalmente cuando gano la batalla cada mañana, resulta que era la primera de muchas, la segunda me presenta a un rival llamado: mi mente–aunque creo que a estas alturas ella me va ganando–.

Regreso a lo que ahora es parte de mis hábitos, divagar, porque aunque mi cuerpo está presente, mi mente es la ausente. Recuerdo que estoy viendo ese jarrón porque quiero silenciar las voces de mis familiares que, como en cada reunión, se centran en criticarme –como si no bastará lo que llevo ya en esta mochila llena de problemas, tengo que agregar más–; decido parpadear y regresar para poner atención a lo que vomitan de boca para fuera las multitudes, unas dicen sobre mi peso, otras que debería de estudiar otra carrera, si tan sólo fuera esto, y lo otro, si no fuera tan distraído, si pusiera atención, que me falta “entender la vida”–como si ellos tuvieran la fórmula mágica–, unas voces más–de las escasas que saben mi diagnóstico– a propósito buscan con sus lenguas largas y filosas herirme; los últimos murmullos son los que pintan en mi rostro una sonrisa sarcastica, son aquellas personas que no saben qué decir, pero tienen que decirme algo, y deciden escoger: “échale ganas”, el echaganismo otra vez es su solución, “piensa positivo”, “come y duerme bien”, todas ellas hacen efervescer mi estómago, ojalá fuera tan sencillo; no obstante no los culpo, tampoco los justifico, venimos de generaciones donde la salud mental se asociaba con la locura

Decir “Voy ir al psicólogo” es sinónimo de pecado, piensan que necesitas ser echado en un cuarto acolchonado, amarrado de brazos y piernas, donde te la pasarás dibujando en las paredes con un crayón en la boca, así de absurdo suena los consejos “bien intencionados”, pero mal informados, esos que generan nudos en la garganta, los que pasan de la faringe al estómago como alambres llenos de púas, esos que tragamos junto con nuestros sentimientos. A veces somos víctimas de estos prejuicios, y muchas otras somos culpables de replicarlas, posiblemente porque no somos conscientes de lo que decimos–es como si escupiéramos al aire, sin mirar las consecuencias–, no nos hacemos responsables de lo que decimos, aunque eso tal vez haya matado a alguien.

La vida abruma, cansa, en ocasiones sofoca, no se limita a puro blanco y/o negro, tiene más matices, pero se complica cuando tu mente toma el control y por más que quieres quitarle el volante, parece que ella sigue siendo el conductor de tus pensamientos, fuerzas, temperamento, carácter, etc, no es una cuestión de “tomar ánimo”, es una lucha constante donde por momentos ganas y en otros pierdes.

Pero todo esto al parecer la gente de esta sala –que dice ser “familia”–, no lo comprende, porque la sala está habitada, más no acompañada; al principio anhelaba que alguien me escuchara y recostara en sus cálidas piernas mientras me tocaba la cabeza, ahora veo que pedía mucho, con el paso de estos años he aprendido a callar, a sanar, a desconectar la mente mientras otros tiran su veneno. La mansedumbre y el silencio son las mejores armas que tengo, porque incomoda, así que después de dejarles a los demás ser conscientes de lo que han dicho, me pongo de pie, tranquilamente abandonó la sala, camino con la espalda derecha, hombros relajados, y adoptó una postura llena de seguridad–esa que tanto me ha costado construir–, porque sólo yo sé por lo que estoy luchando, no puedo controlar lo externo–no ganaría nada con gritarles–, pero puedo controlar por ahora lo que soy por dentro.

Con esa tranquilidad llego a la puerta que esconde en su interior algo más que mi habitación, este lugar me ha visto afligido, en plena catarsis, en constante metamorfosis, acá he crecido, aquí puedo ser libre, sin embargo, también es en este lugar donde se desate una lucha. Pasando esta puerta todas las voces se han ido, todo se apaga, aquí tengo tranquilidad, y aunque no hay nadie, me siento acompañado, deseo y trato día con día de llevarme este lugar a todos lados; he llegado a imaginar mi vida de esta forma, sin ruido, es mi anhelo replicar esta paz, silenciar todas las voces, en este lugar he encontrado respuestas a muchas preguntas–y hecho otras–.

Me he dado cuenta que la mejor compañía es uno mismo, pero a veces también podemos ser nuestros propios enemigos. Sigo caminando hasta la orilla, decido acercarme a la puerta de cristal que separa mi cuarto del balcón, al  abrirla de forma rápida pasa por mi cara un aire fresco que mueve con suavidad mi pelo, cierro por un momento mis ojos, inhalo, y exhalo lentamente, al abrir mis ojos con suavidad noto la resplandeciente e imponente luna roja que adorna este inmenso cielo despejado. ¡Eso es!, esta experiencia me ha dado en qué pensar, parece que mi mente es una cárcel, una jaula donde soy un pájaro que habita, en la que hay mucho murmullo que me impide volar, pero como buen reo que soy, seguiré en la búsqueda por mi libertad…

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Volando una vez más hacia mí libertad

3 respuestas

  1. Más que la verdad pienso k solo alguien que lo esta viviendo entiende, mucha suerte y espero que no sea lo único que escribas .

  2. Excelente reflexión, estamos viviendo una soledad enmedio de mucha gente. Hemos confundido la libertad, independencia, no me corresponde, no hacen caso, no te metas en problemas, etc. Q ya no distinguimos cuando el otro necesita compañía, escucha, apapacho, ayuda, calidad humana y calidez, solidaridad y ……

  3. Creo que muchas personas, se dejaron de sentir solas o incomprendidas con esto, el saber que no estas solo y que más personas lo están viviendo es aterrador y reconfortante al mismo tiempo, malo por que nadie quiere que alguien más pase por esas experiencias, pero reconfortante al saber que tal vez, si más personas leyeran cosas como estas, abriría su mente a una frase más que “échale ganas”, comprender un poco la situación que vives y ser más empatico. Espero sigas dándole voz a personas que la tienen secuestrada y consuelo como el abrazo que tanto hace falta.

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