Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Le dejé un papel en su pupitre para verla al salir de clases. Es tan bonita ella, ligera, muy ligera, me gusta desde que entramos a la preparatoria. Nunca me he atrevido a hablarle en verdad, nada más allá de un par de balbuceos. Recuerdo la clase de música, ella –tan linda– quería tocar “Für Elise” de Bethoveen y sus dedos tropezaban sin poder terminar ni el segundo compás. Decidido, me acerqué para poder ayudarle (“Así por fin me notará y hablaremos”, pensé) y al estar a dos pasos del piano donde estaba sentada, justo en el momento en que, por alguna razón que solo se le puede atribuir a una conjunción astral o maldición de gitanos errantes o yo que sé, todo el salón –si un salón de música de preparatoria completo o quizá toda la escuela, la vida es muy cómica en estas situaciones- se encontró en silencio, tropecé con una guitarra acústica y el resonar de su caída junto con la mía se oyó por todos los rincones del edificio. Sí, en ese momento capté su atención, pero no solo de ella, todo el salón volteó y estalló en carcajadas y burlas. Debo ser honesto, me encontraba tan, pero tan avergonzado que no escuché nada fuera de un zumbido mientras veía las mudas caras de todos y escapaba hacía el pasillo. Ni siquiera me atreví a voltear a verla.
Esta vez será diferente.
En otra ocasión a la hora de deportes justo al empezar el entrenamiento de fútbol, el profesor me pidió ir por los conos que se encontraban en la piscina, al entrar al edificio observé que los dichosos conos se hallaban al fondo, atravesé el lugar y poco antes de alcanzarlos se abrió la puerta del vestidor de chicas. Salieron de ahí sin percatarse de mi presencia y ella, si ella tenía que ser, al ir distraída con sus amigas casi choca conmigo, pero alcanzó a rectificar su trayectoria –en realidad no sé qué hubiera sido mejor-, en cambio rozó su rodilla con mi pierna. Solo un rozón y un segundo de ver sus ojos verdes y mi entrepierna estaba más activa que el ejército de Alejandro Magno en la batalla de Gaugamela; bueno bueno, no sé si tan activa lo que sí es que estaba tan firme como un peñón y mi short de soccer no era capaz de ocultar el reflejo. Los conos no eran opción, se encontraban ya rodeados por nuestras compañeras y la puerta lo era aún menos, porque estaba todavía más lejana y atajada por otras compañeras –nunca sabré cómo un lugar tan vacío parecía festividad de santo patrono de pueblo en tan solo un par de segundos- así que recurrí a toda mi astucia y me arrojé a la alberca antes de que cualquiera se diera cuenta de que sucedía. Todos podrían pensar que con el agua fría el problema quedaría solucionado, pero no, ¡válgame el cielo que no! Es una de las desventajas de tener 16 años y estar enamorado. El soldado se mantuvo firme y evidente por varios minutos, muchos o pocos no lo sé en realidad, los suficientes como que mandarán buscarme del campo de fútbol y trajeran al prefecto para que me sacara del agua, acción a la que todavía resistí por todo el tiempo que me pudo dar mi capacidad de debate acuático, disciplina que al parecer no existía de manera formal antes de ese evento.
Esta vez será diferente.
Mis manos sudan, puedo escuchar el palpitar de mi corazón en mis oídos. Ella ya debe de estar en el lugar, espero. El pasillo se me hace eterno, juro que llevo horas recorriéndolo y el muy desgraciado encuentra la manera de estirarse y volverse a estirar. Mi respiración se acelera, ¿siempre ha sido así de pesado el aire o así de estrechas estas paredes? Las voces del corredor se perciben lejanas, graves y con un exceso de eco, casi en cámara lenta, todo es muy irreal y siento como la inseguridad hormiguea en mis pies y manos. ¿Y si no se presenta? Bueno, mi mamá apreciará las flores y así no se sentirán ignoradas, morir ignorada es lo peor que le puede pasar a una flor. Ya casi termina este camino que parece interminable y sí, ¡sí se encuentra ella ahí!
Está ahí, acomodándose su rubio cabello en el reflejo de la ventana, hace poco lo cortó, siempre lo usó largo hasta hace unos días. Que bien se ve en ese vestido amarillo con cuello blanco, ligero, muy ligero, tiene una caída que favorece a su figura. Hace muchos gestos mientras juega con su cabello, me gustan todos, cuando frunce el ceño, cuando saca y aprieta los labios como si fuera a dar un beso, mira ahora saca un poco la lengua. Ya voltea y se da cuenta que estoy aquí y, no lo puedo creer, ¡me sonríe!, ¡sabe que soy yo el que la citó!
Pero algo pasa, un ruido estridente y poco común llena el lugar, y todos entran en pánico. Se repite el sonido y cae un cuerpo y luego otro. Se escucha un grito que dice ”¡¡Francotirador!!” y luego, volteo a verla. Ella tiene la mirada congelada en otra dirección y claramente llega su voz a mis oídos cuando exclama: “Es él…” Quiero alcanzarla y protegerla, pero siento una mordida ardiente en mi pierna y me desplomo. Vuelvo la vista hacía donde ella estaba parada y ya no se encuentra allí. Solo me rodea el caos y ese aroma a hierro con pólvora y un instante después, todo es una muda noche.
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3 Responses
Leer este breve pero enigmático cuento a primeras horas del día permite que tu mente viaje a un mundo en donde nunca esperaste que ibas a llegar, principalmente por el tremendo e inesperado final. Excelente trabajo tu forma de redactar y plasmar esta historia hizo que me atrapara desde la primer oración.
Excelente cuento, te atrapa de principio a fin, qué bien escrito está.
Sobrio, inesperado y de calidad.
Ojalá tenga mucho alcance.
Maravilloso relato, conmovedor y con un trágico final inesperado. Me encanta!!! Muchas gracias, por compartirlo 😊