Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Ave María, madre de Dios…
Sálvanos, madre.
Si es acaso voluntad tuya, que nos volvamos unas cifras más vueltas mártires, hazlo. Solo acuérdate que somos buenas cristianas y que nuestro pecado fue buscar. Tampoco sé cuántas están a mi lado, tengo los ojos vendados y nada te podría yo afirmar. Los sollozos me hacen pensar en tres mujeres y dos niños. Madre, sálvanos y perdona a los que están como verdugos, a esa pobre gente que ha perdido tu cariño.
No logro entender cómo ellos, oyendo a las madres calmar a sus hijos, pueden seguir con estos actos. Se cortan cartuchos, oigo una puerta, gritos y gemidos de dolor y desesperación, y los niños que piden a sus madres con sus voces a través de los disparos. Ellos son callados por los golpes y las balas. Si de algo estoy muy segura, madre, es que vamos a morir. Sí, así va a ser. Y yo que no me despedí bien de mis otros muchachos. No me preocupa, no faltará quién les arrime un taco. Cuídame, pero cuídalos más a ellos.
Ruega señora, por nosotros los pecadores…
En mi casa, aunque hay hambre siempre fuimos honestos y usted lo debe de saber bien. De mis tres hijos, ninguno se quedó sin estudio, de hecho, el más grande ya estaba en la universidad. Era muy lindo el muchacho (tal vez, él también esté muerto. Ya tú sabrás eso. Pero si es cierto, eso me reconforta, pues me iré con él y mi marido. Nada más que pienso en los chiquitos que se van a quedar solos, esperándome como esperaban a su padre el día de su entierro, solo que ahora nadie los va a abrazar), siempre me ayudaba en la casa y con el gasto y en sus ratos libres, andaba con sus amigos, disque apoyando a la comunidad estudiantil. Se lo subieron como a mí: a la mala y en una patrulla, junto a sus compañeros.
Acúseme, madre de buscar justicia, ¡de buscar a mi hijo!
Llevaba varios meses buscándolo. Ese día anduve con otras señoras y sus hijos en el mitin del gobernador. Solo llegamos a interrumpir su discurso. “Buscamos y atacamos la delincuencia”, “andamos en pro de las familias más humildes”, andaba dice y dice el viejo ese, y nosotras aguerridas por nuestros hijos. ¿Dónde está Martín? ¿Y dónde está Beatriz? ¿Y Alberto? ¿María? Les gritábamos todas juntas, según muy enojadas; sinceramente, madre, más que enojadas estamos tristes. Ya no van a volver… Tampoco nosotras, a nuestras voces la policía contestó a palos. Después, ya de regreso, caminando por la carretera todas en bola, nos pararon y a todas nos subieron a las patrullas. Nos vendaron los ojos, para que no viéramos a dónde íbamos, y se la pasaban diciendo que nos iban a matar y a violar y nos tocaban, nos besaban el cuello y nos olían, buscando a la más fresca.
Nuestro reporte, indica lo siguiente: a las 19 horas, hombres armados, subieron y privaron de su libertad a un grupo de manifestantes, que protestaban por la desaparición de sus hijos. Las condujeron por unos kilómetros, hacia un campamento fuera del pueblo, donde fueron amarradas y posteriormente asesinadas con lujo de violencia. El lote, de 30 por 10, era utilizado como bodega; en su interior, no contaba con ninguna ventana, pero sí con un pequeño cuarto, donde ocurrieron las ejecuciones. El señor Gobernador, asegura que siguen las investigaciones para dar con los responsables.
Ahora y en la hora de nuestra muerte…
He escuchado tres veces abrirse y cerrarse esa puerta, donde se llevan a todas a rastras y una que otra inconsciente. Según yo, antes de subir, íbamos tres mujeres y unos niños, eso quiere decir, que los niños aún pueden estar vivos pero aquí el único sonido es un llanto de mujer que se extiende muy lejos, no sé a dónde pero se va. Ahora me toca a mí, estoy segura. Supongo que me has abandonado o que me esperas con muchas ansias. Da igual. Esa fue tu voluntad y qué derecho tenemos nosotras de pelear y exigir protección a los que toman nombre de dioses. Somos juguetes en su universo. Nos dicen que nos aman, nos protegen, y que, si actúan así, es porque ustedes saben qué hacer y qué dejar de hacer. Pero nos abandonan, se juntan con los demonios, conviven y apuestan. Somos Job, nos usan como ficha de intercambios de fe y al final, aquí quedamos, hasta abajo, cubiertas de tierra, con los cuerpos de otras personas sobre los nuestros, perdidas en el desierto o en algún monte, donde si nos encuentran, no somos mártires ni víctimas: somos números y un silencio más.
Para cuando mi rezo sea escuchado, estoy segura que ya no seré yo. Volveré a ser huesos y tierra, frío y olvido, una nube que atraviesa mi casa, los ojos de mis niños, los pedazos de milpa que había sembrado, un pixel en la televisión, un rumor entre las gentes que aún recuerdan y aún buscan. Para cuando mi rezo sea escuchado, ya no seré nadie más que el silencio de la tierra que amordaza y un pedazo de acero revoloteará en mi cráneo.
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