Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala
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“Sólo hubo un cristiano, y este murió en la cruz”.
Friedrich Nietzsche
Un hombre cuya humildad lo convirtió en un falso rey, profeta de sus propias desgracias, mesías por obligación, carpintero y artesano por profesión, heredero de un pueblo derrotado, el hijo más rebelde que Dios ha tenido, al igual que el más incomprendido; aquel que abrazaba a los leprosos y amaba a las prostitutas, perdonó a sus detractores y murió orando por su salvación.
¿Tienes un minuto para hablar sobre Jesús?
Puede que no haya habido un ser más completo que aquel que nació en un pesebre, escaso de ayuda y buscado por un tal Herodes para arrebatarle lo poco que tenía: su vida. Hijo de un carpintero, de una mujer devota y, si se quiere, también de una paloma conocida como “Espíritu Santo”. A lo largo de su niñez fue aprendiz de su pueblo y también maestro; creció en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres. Leyó el Antiguo Testamento en búsqueda de entendimiento. Durante 40 días pasó por un proceso de individuación e introspección en la vastedad del desierto de Judea: una lucha más por la comprensión de su ser que por la supervivencia, una batalla contra su propio infierno y tentaciones. Regresó como un Iluminado; invitó a sus amigos, cercanos y allegados a su enseñanza, para esparcir la palabra del máximo predicador del amor. A donde fuese, ayudaba a los desamparados y necesitados, hacía comunas, cada tanto iba a Jerusalén de vacaciones, profesaba mensajes de perdón y pedía que se amasen los unos a los otros tal como él los había amado.
Y, sin embargo, el amor, el perdón y todos sus ideales valieron lo mismo que 30 monedas de plata, simbolizando de la manera más sádica la expiación de los pecados de la humanidad, donde un soldado, ignorante de sus actos, sólo escuchaba: “Perdónalos, Dios, que no saben lo que hacen”. Un hombre, que se entregó a su fe y a sus prójimos, yacía colgado de una cruz, ensangrentado y humillado; el momento donde hasta el así llamado hijo del Todopoderoso, por un instante, miró al cielo y dudó de su existencia: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
A lo largo del tiempo y la institucionalización de la figura de Jesús, se ha ido cambiando la imagen del mismo. Su discurso ha pasado por incontables manos, desde sus apóstoles hasta los actuales sacerdotes, y cada uno lo ha modificado y tergiversado a sus intereses y conveniencias. Pero si comparamos estas versiones tan diferentes de Jesús, podremos hallar algo esencial de él como persona que debe permanecer en la actualidad: su guía. Él nos dice que el pueblo elegido no existe, el reino perfecto es una mentira, el mesías es quien quiera serlo, no todo tiene una explicación y que, claramente, no vino a fundar una nueva religión.
Y menos una donde se le dio un valor monetario a la culpa, donde para hablar con Dios era a través de sus “elegidos”, sólo podías hallarlo en un templo –obvio, dejando tu aportación voluntariamente obligada– y para entender su mensaje de compasión y amor se debía ejercer la fuerza. Para entender de mejor manera esta filosofía y adoctrinamiento es necesario cambiar un poco la frase “In God we trust” y agregarle una “l” entre la “o” y la “d”: “In Gold we trust”. ¡Oh, el nuevo Dios de estos tiempos! El poderoso dólar. Y es que hasta el día de hoy se usa la imagen de la religiosidad y la fe para generar un sentimiento de culpa entre los más pobres, para que se sientan mal de no dar lo poco que tienen a los más pudientes. La lucha no es contra la carne ni la sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad. Hay que continuar con ese bello dogma donde la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza.
Pero esta idea e imagen no se pudo vender tan exitosamente sin un sustento que lo alabara, ya que, ¿quién no creería en el hombre que resucitó al tercer día? Se impulsó la creencia de que Cristo era Dios hecho carne, pero es un título que, si analizamos bajo sus enseñanzas, él mismo rechazaría. Mejor dicho, él es la carne que se supo Dios. Se le puede ver como un hombre que se conquistó a sí mismo, libre de timidez, auténtico, que nos incitaba a amar a todos por igual, incluso a nuestros enemigos. Un ser humano terminantemente; al fin y al cabo, todos somos hijos de Dios. Y fue cuando razonó: si él está en todas partes, también está en mí. Entonces soy. ¿Pero si yo soy? Entonces también tú. Entonces todos. Somos. Yo soy tú en esta vida y tú eres yo, pero en otra. El prójimo, que le llaman.
Nos dio esa igualdad ante el Todopoderoso. Mediante el sentimiento oceánico pudimos desarrollar el “yo” y pasamos a formar parte de ese proceso orgánico. Todos somos hijos de Dios, su reino reside dentro de cada uno de nosotros, podemos creer en aquello que nos hace uno y pensar por nuestra propia cuenta. Esto es más un mensaje de amor propio y no de ensimismamiento: aquel que ve más allá de sí mismo. Todos tenemos el valor de resolver los problemas ajenos e ignorar nuestros pecados. Tenemos que ser valientes y arrojarnos a la moledora de carne para enfrentarnos a la existencia. El que se ama a sí mismo puede mover el mundo, cambiar su entorno, se puede mostrar una alternativa de vida a los atormentados y afligidos, oyendo sus miedos y angustias, donde se predica el amor, se ayuda al necesitado y se reconoce al olvidado.
A Jesús se le podría considerar un personaje que es un cúmulo de muchos cientos de figuras y simbolismos que existieron antes de su arribo. Es una ilusión necesaria, o tal vez un mito. Que es un salvador o un cobarde depende de a quién le preguntes, y habrá grandes cantidades de seguidores y creyentes (en los que me incluyo) que, de manera firme, dirán: “Jesús sí, Iglesia no”.
Un charlatán o un visionario. Nos enseñó que la verdadera felicidad y dicha reside dentro de nosotros; él y el Buda, Siddharta Gautama, hubiesen sido muy buenos amigos. Nos mostró lo que es ser humano y la verdadera importancia de perdonar 70 veces 7. Donde tenemos que encontrar lo que amamos y dejar que nos mate. Un hombre que vivió de manera virtuosa y de acuerdo a sus principios, que motivó y sigue motivando a muchas personas a ser mejores cada día, por lo que no se puede negar que hubo un antes y un después de su vida y su muerte. No por nada existe el a. C. y d. C. Murió como vivió y pensó, y su sacrificio no fue para rescatarnos, sino para enseñarnos cómo vivir, ya que, al final: yo soy tú y tú eres yo, y no hay nadie más para salvarnos.
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