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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
crédito: Andres Ayrton
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María Alejandra Ayala Mercado

Facultad de Economía

Soy futura economista, con un increíble amor por relatar mi vida cotidiana. Amo trabajar, estudiar y sobre todo conocer a muchas personas. Vivo en constante cambio, esa es mi clave para la felicidad.

Próxima parada: Salud Mental

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

En ese momento entendí que la terapia no es cosa de locos, sino que es de valientes…

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María Alejandra Ayala Mercado

Facultad de Economía

Si nos remontamos a pensar en la vida de todos antes de la pandemia, no se veía la salud mental como una opción, no había por qué pensar en ir con un psicólogo o tomar cualquier tipo de terapia. Por mi parte, me ponía mil excusas: que las terapias son caras, no hay tiempo para ir, o la típica, ¿por qué iría a terapia si no estoy loca? Grave error, el no haberme atendido antes del encierro sólo detonó los problemas que llevaba acarreando años. La pandemia sólo fue el empuje que necesitaba para buscar tomar terapia.

Los primeros meses de pandemia fueron complejos, existía esa necesidad de comer todo el tiempo, la ansiedad de pensar en qué pasará hoy o dentro de 15 años, y el sentimiento de soledad acompañado de melancolía que todos los días me recorría entre las cuatro paredes de mi cuarto. Comencé a cuestionarme si lo que estaba sintiendo en mi cuerpo era normal.

Así fueron largos meses, pero, al comunicarme con todos mis amigos, me decían que sentían exactamente lo mismo, todo lo relacionaban a la falta de interacción social. Al ver a todos de la misma manera volví a ignorar el problema, sabría que eso acabaría cuando el COVID cesara y pudiéramos volver a la vida “normal”.

Pese a que la pandemia no me permitió hacer mucho, puedo decir que intenté superarme en distintos aspectos, el más importante fue el profesional. Ya que durante esos meses de encierro decidí postularme para el empleo de mis sueños, lo obtuve, lo viví nueve meses y se acabó. Aquí fue donde todo explotó. Al ya no estar más en ese lugar, comencé a buscar otro trabajo con desesperación, una desesperación que me llevó al lugar equivocado, pero que me enseñó que una buena salud mental es fundamental en esta vida.

Comencé en enero trabajando en este nuevo lugar y todo apuntaba a que sería una experiencia gratificante llena de retos, pero al pasar las semanas sólo había llantos diarios al no entender qué estaba haciendo con mi vida. No me gustaba nada lo que hacía dentro de este trabajo, pero los estereotipos de éxito profesional estaban tan presentes que no me permitían pensar en otra opción que no fuera más que soportar.

Tanto pensar en cómo me vería la gente, a los 23 años, con un trabajo como analista de un gran corporativo, o incluso plantearme la idea de que dentro de poco ya podría aspirar a un puesto de mayor rango, me mantuvo con vida; pero sé que la situación acarreó problemas más complejos como lidiar con el duelo de la muerte de un padre, ver a todos mis amigos graduarse, ver a conocidos en sus trabajos soñados, y yo, sólo fingiendo una vida que odiaba llevar con tal de recibir el reconocimiento de los demás.

Cansada de la pésima situación que vivía, decidí renunciar. Allí fue cuando algo dentro de mí respiró y dio pie a la intrépida búsqueda de terapia. En ese momento entendí que la terapia no es cosa de locos, sino que es de valientes.

Considero que, desde pequeños, nos ponen esa marcada línea al expresar nuestros sentimientos. En mi caso soy una niña con TDAH que al no entender mi efusivo carácter, mis papás solo me reprimieron entre medicamentos y terapias semanales, para entender por qué no era como los demás. Desde allí, me prometí no volver a contarle a nadie lo que sentía, porque sabía que sólo tendría más problemas.

Sin embargo, la situación me hizo recurrir a un psicólogo.

No puedo explicar el sinfín de recuerdos que me trajo tomar terapia, así que decidí abandonarla y recurrí a lo que más me gusta hacer, escribir. Diario escribía cualquier cosa, al final de la semana las leía y sin saberlo yo misma fui avanzando.

A la par, ví en redes sociales cómo todos hablaban de la salud mental y buscaban que todos se detuvieran a meditar sobre lo necesaria que es.

Pero caigo en cuenta que siempre habrá personas que piensen en que es algo irrelevante y seguirán ignorando la situación, es válido. Yo soy parte de la generación del cambio, de los que renuncian a ser infelices, los que decidimos hacer las cosas diferentes todos los días y queremos un cambio en beneficio de todos.

Mi experiencia al tocar fondo me hará pelear por buscar una buena salud mental para los que me rodean. Para lograr el objetivo hay ciertos puntos que debemos comenzar a replantearnos:

  • Rompamos los estereotipos. Esa vida donde a los 23 terminas una carrera, encuentras un buen trabajo y años más tarde te casas con el amor de tu vida, NO EXISTE. ¿Por qué no permitirnos vivir a nuestro paso? Bajo mi perspectiva es un tema de ego, por querer la aprobación constante, sin pensar ni plantearnos si vale la pena seguir perdiendo días por querer ser alguien de quien todo mundo hable. Es mejor ser genuinamente feliz, que tener mil títulos encima.
  • No todos estamos hechos para el psicólogo. El psicólogo es muy benéfico para unos, para otros nos funciona más alguna actividad, pero, ¿por qué idealizar que la solución vendrá de un ser divino denominado psicólogo? Debemos poner de nuestra parte, hay que cambiar la rutina, dejar de frecuentar a las mismas personas, en resumen, hacer las cosas diferentes a diario.
  • Dejar de pensar que la salud mental es un tema de debilidad. El hecho de sentirnos melancólicos, tristes, solos o cualquier sinónimo, no significa que somos de mentalidad débil, más bien, que somos seres que pueden vivir todas las emociones y poder tener un control sobre ellas. Si algo aprendí es a no guardarme nada, si hay que llorar, gritar, abrazar o cualquier cosa que te ayude a salir de esa emoción que no es gratificante, es totalmente válido.

Hoy, a mis 24 años, puedo decir que estoy plena, por fin. Renuncié a ese trabajo que tanto odiaba y hoy estoy muy feliz en otro lado aprendiendo mil cosas nuevas, estoy a un semestre de graduarme de mi carrera y mis relaciones han cambiado mucho en el tema de la empatía y el respeto.

Tal vez me estoy graduando dos años más tarde o no he encontrado la persona con quien compartir mi vida, sin embargo, hoy vivo el ahora y estoy feliz preocupándome qué voy a comer, en vez de en qué momento compraré la casa de mis sueños. Cabe recalcar que no estoy dejando de lado mis planes a mediano y largo plazo, solo que vivo la vida a mi ritmo y no al que la gente piensa que debo hacerlo.

La salud mental se ve como un tema de moda del que debemos todos hablar, pero más allá de practicarlo debemos crear conciencia, porque el entenderlo me salvó y se que así como yo, hay personas a punto de tocar fondo que necesitan ese empujón para salir de esos momentos de soledad e incertidumbre.

Este texto lo hago pensando en la Ale de varios años atrás que vivía reprimida, solo puedo concluir que hoy más que nunca sé que vivir feliz, es vivir la mejor versión de nuestras vida.

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