Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Alguna vez hemos estado sin el poder de gobernarnos, de mostrar entereza y decir algo para la persona que está pasando por un momento difícil, en especial uno del que seremos parte: el duelo. No nos alcanzan las palabras, el mundo deja de moverse y no sabemos qué pensar. Entonces… ¿cómo hacer? Quizás la respuesta surge a partir de la propia confusión del momento, es decir, allí donde no hay mucho que hacer no necesitamos un plan, necesitamos sentirnos en compañía, desbordados. Por ello un abrazo es político, potencia nuestro ser-con-lxs-demás (los guiones son esos pliegues que nos desbordan).
Este texto no podría ser definido como una crónica, sin embargo, me parece que hay algo que hace especial a la crónica: cuenta historias que te hacen sentir que estás allí, quizás pequeñas historias y detalles… pero estoy seguro que cada una de ellas por más fugaces que sean nos dan la oportunidad de admirar el desborde de este mundo, de estos sentires. Y, en esta ocasión, Hüzün, una puesta en escena, da la maravillosa oportunidad de seguir contando una historia sobre la vida que no tiene inicio o fin, solo es.
Sábado por la tarde. En el corazón de la Ciudad de México, la de los grises edificios, de los ires y venires de las más de 9 millones de personas que habitan esta urbe… de las más de 9 millones de vidas, de historias, tan particulares, pero a la vez tan conectadas la una a la otra. Detrás de los ya pocos colores verdes sobre Reforma y Avenida Hidalgo, suena esporádicamente (como si fuese el sonido de las manecillas de los relojes y su recuerdo del tiempo que avanza) una bocina que anuncia la llegada del clásico transporte público capitalino. Allí es posible teletransportarse al océano, aunque en esta ocasión está sobre sí, somos observadxs por ese gigante mar azul rodeado de sus infinitas figuras a imaginar y sentir: sus nubes. Estar sobre las calles de la ciudad es un viaje en el tiempo, pero, así como esta vida retratada, la fugacidad caracteriza el momento, fugacidad que cambia su destino a otras calles, a otras vidas, a otros tiempos…
Se dice que hay un ciclo de la vida y, pese al tiempo, existe algo que lo hace único: seguir adelante. La idea de un progreso, donde cierta cantidad de dinero hace digna a la vida de ser vivida, donde tener un título nos jerarquiza frente a quienes no lo tienen; la idea de ser un individuo, un “yo” que deba de solucionar los problemas que enfrenta sin ayuda de nadie y bajo su propio esfuerzo… de sufrir solx. Hay tantas emociones e historias que son imposibles de cuantificar e individualizar, de hecho, deberían ser incuantificables por mandato.
Finalmente la tarde llega a su destino: el Teatro del Pueblo. Son media para las cinco, aún no duerme la ciudad, su gente se prepara para vivir bajo la oscuridad al auspicio de la electricidad, la naturaleza hecha artificial. La manecilla, conforme el viento sigue soplando, está más cerca de la noche, más cerca del destino… ¿Pero que no acaso la noche, lo oscuro, tiene su propio mundo? Y lo evitamos asumiendo que lo podemos sobrellevar.
Hay un gran portón, unas escaleras altas y un piso amplio. Al fondo, me encuentro con la personas más increíble, Frida, mi mejor amiga. En su tarde debe de retratar la realidad de la muerte y el duelo, de la empatía que nace de Hüzün, pues siempre hay algo que preguntarse donde pareciera que ya no tenemos que hacerlo. Es esa una característica del periodismo: la insistencia para nunca dejar de preguntar, pues nunca dejamos de conocer. Ya son las cinco, inicia la obra.
Por primera vez estaba en una obra, y la palabra “estaba” no es fortuita. Nada es fortuito. Conforme comienza y avanza la obra, el estar, ser, sentir y vivir, aquellos verbos que son sujetos, también hacen acto de presencia. Hüzün es una puesta en escena sobre la muerte y vida, el duelo y el ritual… sobre ser. Cuatro chicas bailan, gritan, caminan y, como acto de unión, son acompañadas entre sí, ellas viven estando allí juntas. Aquí la reflexión.
Nos hemos convencido de matizar el negro o el blanco, el ser o no ser, lo malo o lo bueno, lo bonito o lo feo. Vaya, todo. Pero… tomémonos un momento, un respiro… ¿Y lo gris? Si hay más colores que el negro y el blanco, hay más formas de vida. Nos hemos adaptado a una vida privada, homogénea, rutinaria, seria y casi sin devenires, advenimientos y sentires.
Extraño ser yo cuando estabas tú, no precisamente por mí, sino porque sin ti yo no soy, porque creo en las personas, porque postergar el fin del mundo es desbordarnos en nuestro sentir, en nuestro abrazar, en nuestro llorar y sonreír… en nuestra memoria que es un devenir de la física cuántica: el pasado es futuro. Y, aunque San Agustín dice (y muy bien) que el tiempo nunca se repite y vivimos en instantes llamados ahora (de allí la importancia del aquí y ahora) es en la memoria que dimana del devenir permanente que sea cuántica, filosofía.
El duelo es político porque sin ti no soy yo, nunca vuelvo a ser yo… porque somos, no soy. Somos signos que desbordamos, que sentimos juntxs. La muerte crea redes de horizontalidad que hacen de su sentir, empatía. Judith Butler dice: “Enfrentémoslo. Lxs otrxs nos desintegran. Y, si no fuera así, algo nos falta […] En tales condiciones somos algo más que ‘autónomos’ […] El reconocimiento tiene el poder de reconstruir la vulnerabilidad”.
En esta vida debemos de matizar los grises. Somos colores, somos sentires, somos lágrimas, somos sonrisas, somos abrazos, somos escucha, somos momentos, somos con todxs. Porque si yo me pierdo, tú te pierdes, porque si yo estoy, tú estás. Eso es Hüzün, saber que no estamos solxs, porque la muerte ha estado en algún momento, somos seres que caminamos para morir. Pero, si nos detenemos en ese fin del caminar, dejamos de sentir el camino. No hay camino, no hay guía, no hay receta. Caminante hace el camino al caminar. Vivamos. Así como Frida, tan sonriente como siempre, entrevistó y sintió. Porque contar una historia y porque amar es una forma de postergar el fin del mundo.
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