Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Portada de libro “Yo se lo dije al presidente” de Roberto López Moreno
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Edgar Serrano Oyorzabal

Facultad de Filosofía y Letras

Soy estudiante del sexto semestre de la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Me gusta leer poesía, algo de historiografía y ensayo literario.

Notas de mis días con Yo se lo dije al presidente

Número 17 / ABRIL - JUNIO 2025

Buscar para encontrar, el libro que me acompaña

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Edgar Serrano Oyorzabal

Facultad de Filosofía y Letras

Comencé este texto como un ejercicio de escritura para reseñar el libro Yo se lo dije al presidente. Rápidamente me di cuenta de que no podía decir otra cosa que no fuera lo que provocó en mí esa lectura.

Si es que vale la pena contar algo acerca de mi vida en ese momento, es que yo era un recién mudado al tránsito continuo que significa vivir en la Ciudad de México. El tema con eso no era el cambio, ni la relación decadente con mi padre, a quien comenzaba a llamar por su nombre, sino la posibilidad de dar vueltas alrededor de los puestos de libros y conocer la literatura que me ofrecía estar en esa ciudad. 

Había leído, con más confusión que placer, algunas cosas importantes. Iba delineando un mapa literario, trazado apenas por unos versos de Sabines, enmarañados con veinte páginas de Pedro Páramo y otras cosas que ya no recuerdo. Andar por los tendederos de libros viejos, hallar un libro, abrirlo y esperar que la página elegida contenga el deseo por querer terminar la lectura que se ha iniciado. Y a pesar de que en muchas ocasiones escogí libros que aún, cinco años después, no he leído, es cierto que si algo se busca, se encuentra. 

Afuera de la estación de metro Centro Médico hallé una edición vieja del Fondo de Cultura Económica con un título simple, debajo un grabado hermoso: cadáveres avecindados que sonríen, como una fotografía antes de que estas fuesen a color. Me quedé suspendido viéndola. –Agárrelo, con confianza, dice cincuenta, pero se lo dejo en treinta–. La portada y el precio eran suficientes para llevármelo, pero como último criterio de compra quise ver el interior y lo abrí exactamente en el final del primer cuento. Aquel era un libro, de un autor entonces anónimo, que hablaba sobre la desesperación por dejar la vida que vulnera cuerpo y alma, y sobre la sensibilidad que provoca el deseo por seguir vivo, como sea. Hablaba de alguien que quiere ser otra persona, dejar de vivir su presente y regresar a su niñez donde pudo ser todo lo que entonces deseó. Cuando se lee algo como eso no hay otra cosa más qué hacer. Me llevé el libro. 

 

Hay varias cosas que apuntar y no sé por dónde empezar

Las plegarias son oraciones que se pronuncian con dureza, quien las dice tiene una voluntad muy firme para hacerlo, espera algo, quiere algo. En uno de los cuentos una mujer suelta una plegaria para sí misma, o tal vez para que alguien más la escuche, en medio de la noche y de la nada. La imagen literaria me provocó la sensación de que cuando algo desagradable es registrado visualmente, produce confusión y mareo. A veces imagino que esa súplica guarda en sí el aspecto de ese sedimento urbano que se escurre en las calles con puestos de comida grasosa y parece pudrirlas lentamente. “Ya no quiero ser puta, quiero ser agua”. Y se hizo líquido, derramado en la corriente de la lluvia bajo el puente de Nonoalco. Me dolió. Pensé en la frase, en la plegaria, pensé en él y en mí: yo ya no quería ser hijo de Ricardo, no, y tampoco ser agua. No quería sentir el miedo de ella y soltar una plegaria que me transformara en un ser sin presente y sin pasado. Tampoco sabía si algún anhelo era posible.

Hay ciertas partes en los textos que parecen ser el punto a partir del cual el autor pensó en escribirlo, afirmando ciertas cosas por medio de sus personajes. Eso que luego se dice de la literatura de María Luisa Puga o de José Revueltas –a quien Roberto López Moreno le dedicó el libro–. Cada cuento parece ser una semilla hecha de experiencias humanas que crecen hasta fructificar en una crónica del dolor en la vida pública. ¿Desde qué otro lugar es posible hablar sino desde la propia experiencia acumulada? Cuando ella siente la mirada de un hombre deslizándose hacia ella en el cuarto de hotel, yo percibo el abandono del que no habla; cuando en medio de la pelea de box él recuerda los golpes de su padre, yo veo el camino que esa memoria tuvo que crecer para que él se desplomara fatalmente en esa pelea. Pienso en un lugar común: eso me gusta porque dice algo de mí.

Estoy de pie, caminando por uno de los viejos pasillos de la casa de El castillo de la pureza, la película que mi amiga Enn solo mira para volver a odiar a Beatriz. Enn aparece pronto y rápidamente se oculta en la oscuridad de una habitación de la que otras personas que no conozco salen lentamente. Se dirigen hacia el centro de la casa, a la reunión donde todos los lamentos y suspiros de sus vidas son comprados por un hombre en una carretilla. Ellos, sin tener nada más, venden sus vidas a cambio de unas monedas. Despierto, solo llego a entender que eso era un mal sueño en clave del cuento Las tentaciones del trueque. Un texto se vuelve material con las imágenes que crean los dormidos.

No quiero desviarme, pero lo haré. Quisiera que aquí estuvieran mis conclusiones,  por ahora solo tengo preguntas: ¿por qué hago esa lectura del autor?, ¿por qué me interesa verme en el dolor que expresan los personajes?, ¿por qué hablo de mi vida, de las de otras personas? Aún no he dicho que tuve que dejar su lectura por un rato, leerlo me requería de mucha energía; o que cuando lo terminé procuré volver a cada página siempre que lo recordaba; sentí su frío casi metálico una noche del 2021; me hice muy cercano a su olor, a su delgadez de 141 páginas y a sus tapas rotas; que lo he mudado cada vez que me cambio de casa; que ahora que escribo esto quisiera olvidarme de lo que sé de él y leerlo con todo el asombro que pueda. Que Yo se lo dije al presidente ha estado conmigo, tomo nota de mis días con él.

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