Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan
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—¿Qué color será ahora? —, me pregunta la estilista.
He usado demasiados colores en mi cabello. Desde los más brillantes hasta los más oscuros. Solo este mes cambié mi cabello catorce veces, y voy a cambiarlo una más. No podía decidir por el nuevo color, tal vez un azul oscuro. No, ese lo usé el mes pasado.
Mejor un rosa brillante. Error, lo usé hace tres semanas. Una mejor idea sería cortarlo muy corto, bueno, ya hice eso hace tres meses y fue una mala idea. Pintarlo de rojo, un pelirrojo oscuro. Pésima idea, lo use la semana pasada. Morado, sí el color morado es una buena opción. No, de hecho no, lo use después del pelirrojo, justo dos días después. Cambiaré mi cabello lacio a chino, tal vez el cabello ondulado se vea bien. Mejor no, quemé esa idea hace tres meses. Pasé demasiado tiempo con ese estilo, tan solo recordarlo hace que me falte el aire. De verdad es muy difícil elegir, siempre me ha costado tomar decisiones, tengo que pensar en un cambio de apariencia con un mes de antelación. Siempre quiero cambiar, quiero copiar el estilo de un personaje, de un actor o solo dejar mi pasado atrás. Tantas opciones me asfixian, pero mi cabello pide a gritos un nuevo color, para dejar lo que viví en el pasado con este color verde azulado.
Todos en la estética conocían mi nombre porque hago citas muy seguido. La semana que más tuve citas fue hace dos meses, en una sola semana vine cinco veces para cambiar mi estilo. Aunque ahora solo vengo dos veces. Claro, si todo en mi vida fluye de manera normal o si pasa algo que cambie mi vida rutinaria, de todos modos tendré que venir. El cambio de apariencia me resulta como una terapia, puede hacer que olvide lo que pasé fuera de esas cuatro paredes. Las sillas eran cómodas, pero no cómodas para dormir en ese lugar por horas. Simplemente podías soportar estar sentado y eso era todo. Aunque el material del que estaban hechas era fresco, al sentarse podías sentir el frío que habían guardado. Su relleno era suave, no era como estar sentado en una piedra. No eran sillas maravillosas ni la octava maravilla del mundo. De hecho, al ya conocerme, siempre me asignaban la misma silla. Eso me encantaba. Siempre me ha gustado que nada cambie en la peluquería, que todo se quede igual. Cuando algo cambia en mi vida, me veo en la necesidad, mejor dicho, en la obligación de cambiar mi apariencia. Así que, al siempre estar en el mismo lugar, era demasiado placentero sentarse en un espacio que conoces cada centímetro de la pared y la cantidad exacta de ladrillos visibles. La silla ya tenía dibujada la silueta, desde mi espalda, hasta mis muslos.
—Sí, ya lo decidí. Creo. De hecho, aún no lo decido. No, sí ya lo decidí. Quiero un gris, uno perlado—.
Creo que es un color perfecto. Debe tener algún significado. Tal vez, pureza o superación. Sin duda cada color tiene un significado, pero no quiero averiguar los, no quiero decepcionarme con lo que realmente representen.
Primero me lavaron el cabello. El agua caía con el mismo flujo, es un masaje en tu cráneo. La espuma del jabón tenía un olor totalmente reconocible. Era vainilla, colo el de los helados. Ese aroma dulce me provocaba sueño. Podrá llevarme a mis más placenteros sueños. Después pasamos a la mejor parte, el tinte. Pude ver el tono de gris, un gris que parecía ser el de una perla de un collar de joyas muy costosas. La brocha pasaba por mi cabello, eliminando por completo el verde azulado anterior.
Mi cabello estaba acostumbrado a tener múltiples capas de colores. Ya lo han tenido que decolorar en incontables ocasiones, pero esta vez no fue necesario. Que hermoso tono de gris. Al estar fresco el tinte, podía brillar con la iluminación de las lámparas. Lentamente mi pasado se olvidaba, lo que viví se borraba al igual que el tinte verde azulado.
Cuando pude salir de la estética fui directamente a una tienda de ropa. También necesitaba cambiar mi estilo de ropa. Tenía demasiadas perforaciones en mis orejas, cada una era para un estilo de aretes diferentes. A veces usaba todos, otras veces solo un par. Aunque también frecuentaba la opción de piercings falsos para la nariz o los labios. La última vez que cambié mi estilo al vestir; fue cuando tuve el tinte morado en mi cabello. Ahora con el gris me veo obligado a vestirme diferente, para remarcar que dejé lo que viví atrás, resaltar mi nuevo yo.
Justo al día siguiente, cuando tenía que entrar a la escuela, ese edificio parece ser una cárcel en donde te dan cadena perpetua. Pero conocía cada parte de esa construcción. Sabía los pasos exactos que tendría que dar para llegar a los salones y los que doy para el final del día. Memoricé la posición de la cadena del edificio en dónde podría llegar a estar cada amistad que tengo. Literalmente tenía todo medido para mis días. Lo que haría en cada hora, lo que vería en cada minuto y lo que escucharía en cada segundo. Me encanta tener todo registrado y medido en mi vida. Aborrezco cuando algo cambia el orden de mi registro. Desde una hora en el que no tenía que hacer lo que ya tenía en mente, hasta un comentario que podría parecer una broma, pero realmente te podría afectar. Prefiero no tener sorpresas y tener todo lo que puede pasar en el día. Es mejor no esperar nada, así no te decepcionaras. Al llegar a la escuela, siempre puedo ver a las mismas personas. Entre ellos a mi grupo de amigos y a los compañeros de clase. Mi grupo era algo reducido, pero lo prefiero así, para no tener tantas conversaciones al mismo tiempo. Un grupo con cinco personas era perfecto, esa cantidad, creo que no necesitábamos a nadie más. Pero en el grupo entero de alumnos en la clase, éramos cerca de cuarenta y nueve, no ha cambiado ese número desde que entramos.
“De verdad, te ves diferente”, “Pareces otra persona” o “Ni siquiera te reconocí la primera vez”. Esas oraciones con aproximadamente cinco palabras eran las que más me hacían sentir bien. Eran las que me demostraban que mi nuevo cambio de estilo fue efectivo. Ahora con el tiente gris, desde lejos podría ser otra persona. Con la nueva ropa, que era completamente negra, pero un negro mate, que no reflejaba para nada la luz del Sol, de espaldas, podría ser irreconocible por la primera vez. Con los piercings falsos en la nariz, que se hacían juego con el del labio, con los de la oreja, que poseían una cadena que los unía en dos secciones, podría verme diferente de cerca. Cada uno de mi grupo de amistades tenía un estilo muy marcado. Sabía y memorizaba sus estilos. Mientras que ellos se fueron acostumbrado a tener que verme diferente muy seguido. Desde solo un cambio en el tinte, hasta un cambio radical de apariencia. Podían verme con tres, o cuatro apariencias cada una muy diferente a la anterior en una misma semana. Ese mismo día, se informó que incluirían a alguien más a la clase. Con tan pocas palabras derrumbaron todo mi registro, todo lo que conocía tendría que cambiarse por ese informe.
“Hola, pareces que eres muy amigable, ¿Cómo te llamas?” Esas fueron las primeras palabras que escuché de la nueva adición de nuestro grupo. Para ser sinceros era una voz muy normal, nada maravilloso. Pero a pesar de eso, me pareció una voz muy linda. Seguía sin conocer la nueva adición, no sabía su nombre, su estilo no era tan marcado como el de los otros. Me sentía atacado por la incertidumbre de esa persona. Como un niño que dejan solo en un lugar que no conoce, con miedo. Era demasiado pronto para un cambio de estilo, esto no estaba en mi registro de cosas de la escuela. No lograba entender la necesidad de agregar más personas a la clase, para mi estaba perfecto como estaba. Cuarenta y nueve, era el número que había visto en las listas por todos estos meses, que se han convertido en un par de años. Era demasiado tarde para agregar a alguien más, ya no tenía tiempo para acostumbrarme para ver una cara más, ver un lugar más ocupado. No me sentía capaz de sobrellevar este cambio. Pero tenía que contestar su pregunta. Aunque no entendía porque justamente tenía que ser yo. “Hola, me llamo…”
Espera, ¿Cuál es mi nombre? De pronto eso fue lo menos borroso. No lograba recordar mi nombre, como si justamente hubieran borrado ese dato en mi mente. Ni mis nombres, tampoco mis apellidos, a pesar de escucharlos en la toma de asistencia hace no más de quince minutos. No, no podía expresar mi nombre, no lograba recordarlo. Pero ¿Por qué? Lo escuché hace muy poco. Tal vez era por la rutina de siempre contestar. Ya era un reflejo involuntario, como lo puede ser respirar. Todo se tornaba negro, sin alguna luz, estaba sin compañía en esa oscuridad. Me veía a mí, pero como veía antes de todos mis cambios de apariencia. Distinguía a la perfección mi primer estilo de ropa, algo que nunca he vuelto a usar desde mi primer tinte. Pero mi cara estaba borrosa, no tenía rostro, lo borraron. No lograba recordar nada de mí. Me sentía asfixiado, mis pulmones estaban siendo apretados, impidiendo que pudiera respirar. Veía cómo mi cabello se estaba cayendo, esos mechones grises perlados. Los piercings cayendo con gotas de sangre, sentía como escurría por toda mi cara. Ya no recordaba lo que era yo. Realmente, ¿quién soy?
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