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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Daniela Mical Ortíz Santiago

Facultad de Medicina

Soy estudiante de Medicina en Ciudad Universitaria, disfruto mucho escribir en mis tiempos libres, se ha convertido en un medio para plasmar mis emociones, así como un escape de la realidad.

Mi primavera ha tardado en llegar

Número 7 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2022

Confesiones de una mente en el encierro

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Daniela Mical Ortíz Santiago

Facultad de Medicina

Al contemplar el paisaje que se extiende más allá de mi ventana, me siento libre, el sol ilumina mi piel y el viento que choca con mi rostro, revolviendo mi cabello, inunda mis pulmones de aire fresco. Casi siento que la vida es un tanto normal desde aquel día en el que todo cambió. Si me preguntan por el confinamiento diré que fue el viaje entre perderme a mí misma y recuperarme; esto no lo imaginaba al leer aquel comunicado que enviaba a todos a casa por un par de semanas en las que se buscaría controlar la propagación de un virus que comenzaba a invadir el mundo entero; sonaba irreal, de película de terror o ciencia ficción, aquéllas en las que los protagonistas deben luchar contra zombies por su sobrevivencia. Bueno, fue algo parecido, aunque la lucha fue contra nosotros mismos.

Aquellos primeros días, que ahora siento tan lejanos y borrosos, fueron maravillosos. La vida parecía sonreírme, una pausa ante la cansada rutina, quedarme en casa era una fantasía, pasé horas en pijama mirando películas. Me sentía tan tremendamente dichosa que no imaginaba lo que vendría después, es la calma antes de la tormenta, la que no sabemos apreciar hasta que ha pasado, hasta que se ha convertido en un recuerdo fugaz. Lo mismo sucedió con los momentos de mi vida antes de todo, la verdad es que transcurría la mejor etapa, luego de haber cursado mis tres años de secundaria sintiendo que no encajaba en ningún lugar, el bachillerato me ofrecía un nuevo mundo de posibilidades, las personas que conocí allí se convirtieron en una familia para mí, todo era perfecto, lo sabía. Así que cuando pasó el tiempo y vislumbré que no sería un proceso rápido sino que se extendería, la angustia me consumió, me sentí sola hasta las entrañas. ¿Qué pasaría ahora? Con los contagios aumentando y las muertes a la orden del día, el panorama no era alentador. Para este punto, aún conservaba una vaga esperanza de que las cosas mejorarían, pero no sería así.

La escuela tomó la decisión de que era fundamental continuar con las actividades de manera que pudieran evaluarnos para concluir el periodo escolar, me presioné al máximo para terminar todo a tiempo, pasé varias horas consecutivas frente a la pantalla de mi computadora tratando de ser lo más productiva posible. Mis calificaciones fueron dignas de celebrarse, sin embargo, me encontraba muy cansada y todo lo que deseaba era descansar y relajar mi rutina.

La siguiente fase de mi vida en confinamiento fue tratar de arreglar mi estado de ánimo limpiando mi casa. Hice limpieza en cada rincón, todo quedó perfectamente desinfectado, compré en línea varios objetos para cambiar mi hogar, pinté las paredes, cociné postres, jugué online con mis amigos, me divertí grabando videos… cuando todo eso terminó, la pandemia seguía.

El desánimo se hizo presente, dejé de lado mis redes sociales, con ello perdí varios amigos, dedicaba horas enteras a pensar en el pasado y en el futuro, al final de cuentas, no había nada más que hacer. Quizá no fue nada favorable porque después me sentía aún más abrumada.

Cada vez pasaba más tiempo en mi cama, fui perdiendo el interés de limpiar mis espacios, nadie lo veía excepto yo, no tenía caso de hacerlo cada mañana. Por las noches, la angustia me consumía, aquellas lindas paredes parecían contraerse encerrándome en una burbuja de la cual no tenía salida, me aplastaban, me quitaban el aire, me oprimían el pecho, quería llorar, me embargaba la idea de que moriría en ese mismo instante, completamente sola. La oscuridad me aterraba, pero el miedo al futuro era aún mayor, la cabeza me daba muchas vueltas, me sentía confundida, mi corazón latía desenfrenadamente y sólo quería que alguien me abrazara y me dijera que todo estaría bien. Lo necesitaba demasiado, ojalá hubiera tenido la fuerza para pedir ayuda.

La soledad se adueñó de mí, todo se encontraba desordenado, sentía el ambiente frío, era como si el invierno hubiera llegado prematuramente a mi casa y no quisiera abandonarme. Invierno, vete ya, mi primavera ha tardado en llegar. Seguía esperando aquel día en el que pudiera volver a ser feliz. Vi cómo mi vida iba decayendo cada vez más, sólo me sentía espectadora, como si no pudiera hacer nada para cambiarlo.

Con el tiempo, mirarme en el espejo me causaba gran conflicto pues no veía a la chica orgullosa de sí, valiente, con ese brillo en su mirada; ahora sólo veía unas ojeras que opacaban todo rastro de alegría, veía unos labios mordidos y sangrados por el miedo, mi cabello desordenado. Al contemplar viejas fotografías sentía que mi vida se estaba apagando… bueno, realmente así era.

Una de esas noches en las que la soledad me atormentaba y sentía el molesto latido de mi corazón cuya intención parecía hacerme caer en la locura, no pude más, tomé el frasco que se hallaba junto a mi cama con una determinación que creía perdida, su contenido haría que todo terminara… Por fin dejaría de llorar, encontraría mi mañana, mi mundo feliz, donde pudiera volver a ser yo de nuevo. Cerré los ojos, suspiré y caí en un profundo sueño donde se mezclaban cientos de recuerdos a la vez, aquellos instantes en los que fui feliz, la sensación de libertad, ecos de risas, mi propia risa al verme bailar frente al espejo, la música que adoraba, el cálido abrazo de mis amigos y las caricias de mi madre… toda mi vida se ahogaba debajo de esas sábanas, creí que todo había acabado. De repente escuché una voz que llegó a mis oídos repitiendo: un intento más, no quiero rendirme. No sabía a quién pertenecía aquella voz, pero había logrado quebrarme, tras visualizar todos aquellos recuerdos pensé que quizá no era tan infeliz, tenía personas a las cuales amaba y sueños por cumplir, sentí cómo mis mejillas se humedecieron con lágrimas que no podía controlar, un nudo en la garganta me imposibilitaba la respiración, grité para liberar mi alma del peso de la tristeza que estaba sintiendo. Necesitaba volver y luchar por mí, la pandemia me quitó la oportunidad de salir pero la libertad me la quité yo misma. Si estaba en mis manos la decisión de seguir adelante, lo haría.

De pronto, desperté sobresaltada, una gran bocanada de aire me devolvió a la realidad, no podía creer que estuviera ilesa, pero estaba agradecida por ello, un impulso me hizo levantarme de la cama, me apresuré a abrir las cortinas, a través de la ventana entró un rayo de sol que reposó sobre mi piel y el aire fresco me hizo sonreír, volvía a vivir.

Ese día fue un cambio en mi vida, decidí que haría que cada segundo valiera la pena, no podía seguir esperando a que llegara un día mejor. Comencé a limpiar mi casa, me cansé tanto que al fin pude dormir toda la noche. Al día siguiente me levanté, tomé un baño, luego me miré al espejo: bañada y con ropa limpia lucía diferente, aún era yo. Mi ánimo se encontraba mejor.

Reconecté mis redes sociales, enseguida mis amigos organizaron un plan para visitarme, fue una tarde fantástica. Me sentía querida, como si hubiera despertado de un largo sueño.

La verdad es que hay instantes de la vida que olvidamos, cada día vivimos cientos y miles de segundos, pero al finalizar la jornada recordamos sólo lo más esencial, algunas experiencias quedan enterradas y se olvidan tan fácil como si el viento se las llevara. En cambio, hay otras que se quedan muy presentes en nuestros pensamientos, esos instantes que deseamos recordar por siempre, los que se repiten vez tras vez en nuestra cabeza y dejan huella en nuestra historia.

Los días que siguieron comencé a buscar ideas para focalizar mis emociones y no permitirme volver al inicio; probé escribir cartas a una persona desconocida para explicarle mis experiencias, qué razones volaban en mi mente al intentar terminar con todo. Tras un mes desde ese acontecimiento del que nadie se enteró por fin sentía que volvía a ser yo. Mi mundo comenzaba a recuperarse.

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