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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Foto de Kamaji Ogino / Pexels
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Víctor Jesús García Carrasco

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Amante de las películas de terror, la música pop, el frío y los gatos.

Lady Gaga frente al espejo

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

La filosofía narcisista del disco ARTPOP

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Víctor Jesús García Carrasco

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Sus fans lo aman. Ella lo menosprecia. El crítico Robert Christgau, de The Barnes & Noble Review, lo consideró en su momento el «álbum más subestimado del [año] 2013». Desde entonces, el cuarto álbum de estudio de la cantante y compositora estadounidense Lady Gaga, Artpop (estilizado como ARTPOP), ha recibido reseñas favorables y negativas a partes iguales. 

No hay un consenso general acerca de la calidad, profundidad, maestría, alma y cuerpo de este proyecto discográfico. Algunos little monsters prefieren pensar que su Madre Monstruo, incomprendida, estaba adelantada a su tiempo. Otros, más razonables, pueden decir que se equivocó, pero sólo después de haber aceptado que si bien es talentosa, la Gaga también es humana. ¿Y el resto del mundo? Bueno, el resto del mundo tal vez ni siquiera piensa en ello. 

ARTPOP ha estado en mi cabeza durante muchos años, con todo su glamour y su crueldad, con todo su subtexto y su fantasía; como un chicle pegado al paladar, con un retrogusto imposible de evitar. 

En efecto, ARTPOP sigue sonando fuerte para nosotros, sus admiradores; el ritmo pegadizo de los coros que Gaga está acostumbrada a regalarnos no debe solaparse jamás. Pero, conforme pasa el tiempo, he notado que ese sentimiento que, al principio, acompañaba la euforia de millones de fanáticos en el mundo, ha ido disminuyendo. De repente, el arte no soy yo y la fama está demasiado lejos de mí para que se convierta en la intravenosa deseada. 

No fallan los ritmos. La melodía es enfermiza y la instrumentación, singular. Entonces, ¿cuál es mi problema con ARTPOP? Mi yo de 2023 responde, sin miramientos, a una distancia considerable de su lanzamiento: «Es como un chicle que, a fuerza de mascar por mucho tiempo, ha perdido su sabor original». 

Pues bien, quiero leer la envoltura para saber de qué estaba hecho ese chicle. 

 

  1. Los buenos, los malos y la rara

 

Mitad humana, mitad moto. Así anunciaba la portada de Born This Way, allá por el año 2011, el propósito convenientemente difundido por su creadora: la reivindicación fantástica de un colectivo estigmatizado (LGBTQI+, negros, geeks, nerds y el resto de los bad kids del mundo), con miras a cumplir de sus sueños aquello que la realidad le negaba. De ahí que Lady Gaga, apropiándose del mito hasta la metamorfosis, hubiera decidido identificarse con un centauro motorizado. 

Pero Gaga siempre había sido sugerente. Incluso aunque pudiéramos ponerle nombre a su trabajo, el carácter ambiguo de éste dejaba suficiente espacio a la imaginación. Tal vez por eso, dentro de la serie de fotografías que Nick Knight incluyó en el booklet del álbum, podamos destacar aquellas que, por su carácter enigmático, no merecen (o hacen imposible) nuestro reconocimiento a través de las palabras. Tan sólo hay admiración.

Desde hacía mucho, Lady Gaga era una especie de estandarte de lo grotesco, lo raro o lo exótico. «Bad Romance», el primer sencillo de su segundo álbum de estudio, anunciaba ya unos principios y valores muy diferentes a los que nos tenían acostumbrados otras figuras del pop convencional; nunca hubiéramos escuchado de boca de las rubias Madonna, Christina Aguilera o Gwen Stefani sentencias como: «I want your ugly, I want your disease», sencillamente porque sus propios halos de rebeldía discurrían por otros cauces. En cambio, Lady Gaga se sometía constantemente a una autocrítica severa (ya de por sí soliviantada por el trabajo insidioso de la prensa) y consideraba que, dentro del mundillo hollywoodense, ella era singularmente fea.

Algo de esta autocrítica encarnaría más tarde su personaje de Ally en la pantalla grande (A Star Is Born, 2018), con uno que otro guiño al tamaño de su nariz; pero también su actuación en los GRAMMYs de 2011 puede considerarse un acto de sinceridad público. Allí, frente al espejo del tocador, mientras interrumpía la melodía de su nuevo sencillo para tocar al piano el famoso fragmento de la Toccata and Fuge in D Minor de Bach ─asociada de antaño con las escenas de horror en las películas─, se mostraba abiertamente vulnerable respecto de su aspecto físico. Ella había encontrado, no obstante, la manera de expresar un mensaje de autoaceptación: «Ooh, there ain’t no other way, baby, I was born this way». 

Sirenas, unicornios, un ave fénix. Las referencias fantásticas durante la era Born This Way son indiscutibles; una era donde la fantasía y la realidad se confundían notablemente. En una entrevista con la revista Metro, Lady Gaga comentaba acerca del álbum: «El tema fundamental del disco soy yo tratando de entender cómo hacer para vivir así, como vivo yo, como alguien que vive a medio camino entre la fantasía y la realidad todo el tiempo».

Un año más tarde, con la finalidad de promocionar su último proyecto discográfico, la neoyorquina se embarcaba en su segunda gira musical por Europa, acompañada de una estructura escénica que semejaba un castillo medieval de estilo gótico, diseñado por su equipo creativo de la Haus of Gaga. La sinopsis del concierto seguía a la cantante como miembro de una raza alienígena, capturada por un gobierno espacial corrupto, que conseguía escapar de sus garras a fin de rebelarse. «Se me ocurrió crear esta fortaleza como metáfora para la fuerza, para el espíritu revolucionario», explicaría ella para Showbiz. ¡Y vaya que su mensaje sonaba fuerte! 

Excéntrica, exuberante, rara. Lady Gaga tenía un pene entre las piernas, vellos verdes en las axilas y cantaba al «mal romance»; ese romance lleno de estigmas, pero que prometía quererlo todo de una persona, incluidas la enfermedad y la venganza. ¿Lo decía en serio? Nadie podía leer su cara de póker.

 

  1. El glow up del patito feo

 

Un día, Lady Gaga acudió a una de las exposiciones de Jeff Koons en Nueva York. En una galería de paredes blancas, limbo satinado y resplandeciente en medio del caos citadino, el artista plástico del kitsch descubría para su público un deslumbrante espectáculo visual: habitaciones llenas de inmensas esculturas grecorromanas, cada una de las cuales sostenía una esfera reflectante de color azul eléctrico. Numerosas personas, incluida la Madre Monstruo, se veían reflejadas en la pulidez de esos espejos.

A propósito de su Balloon Dog (una de sus esculturas más famosas), Koons ha comentado: «Yo trabajo a menudo con un material reflector y que espejea, porque robustece automáticamente al observador en la confianza que tiene en sí mismo». Para ello, durante la exposición de sus Gazing Balls, era necesario que Koons situara a los asistentes en habitaciones totalmente iluminadas, desnudas, transparentes, libres de cualquier vulneración, grieta u oscuridad (en una habitación oscura, esa hipertrofia del yo nunca habría tenido lugar). Tan sólo la limpidez de las superficies reflectantes podía anular la distancia entre el sujeto que contempla y el objeto contemplado.  

«One second, I’m a Koons, then suddenly the Koons is me». De tanto mirarse en el espejo, Lady Gaga logró asimilar el arte de Jeff Koons al suyo propio. Primero la cultura era un arte, después el arte era ella; ese movimiento de afuera hacia adentro supuso el encuentro de Gaga consigo misma. Pero para lograrlo tuvo que anular el arte-pop como un fenómeno distinto de su persona, en una consecuente negación de la alteridad y mediante un exceso de reivindicación de sí misma: «El arte soy yo».

De repente, era obvio que la cantante neoyorquina había roto el espejo del tocador de su madre y buscaba desesperada su reflejo en otra superficie. Le habían dicho fea, el público especulaba en torno a su sexualidad, los medios opinaban sobre su cuerpo. Tal vez entonces los brazos de Jeff Koons le parecieron especialmente acogedores; un cosmic lover que le prometía querer en toda su amplitud a la persona detrás del velo, detrás del aura… Al fin y al cabo, como ha escrito Byung-Chul Han en su ensayo sobre La salvación de lo bello (2015): «El arte de Jeff Koons ostenta una dimensión soteriológica. Promete una redención. El mundo de lo pulido es un mundo de hedonismo, un mundo de pura positividad en el que no hay ningún dolor, ninguna herida, ninguna culpa». 

La cantante le dio la espalda a Satanás e hizo un pacto consigo misma. Voilà! La filosofía de ARTPOP nació de la negación del arte como un producto bien diferenciado de su autora intelectual.

Fue así como, finalmente, Lady Gaga decidió incluir en su siguiente trabajo discográfico una manera de pensar el mundo ajena al mal, la enfermedad, el dolor, la extrañeza o la fealdad, aspectos todos que ella no fue capaz de conciliar en su persona: durante el video musical de «Applause» la vemos reivindicarse a sí misma como un patito feo que ha descubierto, por fin, su condición de cisne.

Gaga emergió de las profundidades, desde la oscuridad de un pasado abisal, como una diosa griega, la diosa Venus (y emergió pidiendo aplausos, nada menos). No es la primera vez en la historia que, frente a las circunstancias que la embisten, como las olas a las rocas, una mujer termina identificándose con una deidad antigua. Sus motivos recuerdan a los de Diana de Poitiers, amante de Enrique II de Francia, que ya había apuntado Benedetta Craveri en Amantes y reinas. El poder de las mujeres (2005): «Lo que impulsó a la gran senescala a identificarse con una divinidad pagana [en este caso, la Diana cazadora] […] fueron tanto las exigencias de autolegitimación de las representantes del sexo débil como la progresiva afirmación de una cultura femenina que trataba de reivindicar una tradición de mujeres ejemplares inspirada en la mitología». De manera que Afrodita, la diosa del amor, vino a sustituir al centauro motorizado de Born This Way, símbolo olvidado de una revolución colectiva identitaria. Si ya había muchas reinas del pop en el mundo, esta vez Gaga se autoproclamaba D-I-O-S-A. 

Pero no era cualquier diosa, no. Era una diosa griega y, después de todo, quizá podamos perdonarle que ella misma interviniera en los asuntos mundanos de una forma igualmente mundana; así es como suceden las cosas en las epopeyas homéricas. De Koons, padre Urano, heredó el excesivo uso de blancos en sus espectáculos, el afán de transparencia y el interés por exponer al público su sexualidad; fue en esta etapa de su vida cuando hizo su primer desnudo integral para la revista Candy (ahora todos podían «leer» en ella lo que antes había ocultado tan bien en su juego de la ruleta rusa), y, en fin, nadie podía bajarla del Olimpo en el que personalmente se había colocado a fuerza de inflar el ego.

ARTPOP resultó ser así, por mucho, el proyecto más narcisista y ambicioso de la Madre Monstruo, pues allí donde Gaga cambiaba de tamaño a voluntad (como, de hecho, también podemos observar en el video musical de «Applause»), el escenario le quedaba chico cuando adquiría las dimensiones de un titán: «Asegúrate de que al escribir sobre mi nuevo disco/proyecto, ARTPOP, el título esté en MAYÚSCULAS ─escribió la cantante en su cuenta de Twitter el 5 de agosto de 2012─. Todo está en los detalles». 

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