El aire sacudía las cortinas al entrar por la ventana. Era tarde, no tan tarde como para ir a dormir, pero tarde. Cada habitación lucía diferente dependiendo cuál miraras, de qué lado miraras. En algunas habitaciones había dos camas, pintura blanca y niños durmiendo; en otras había solo mantas en el piso y alguien cubriéndose del frío; en otras una pequeña cama con una pareja que platicaba, o peleaba, o se ignoraban, había telas tiradas, ropa doblada, velas prendidas, agua derramada, perfumes en el tocador, polvo en los estantes.

Dependiendo de dónde miraras, o cual miraras,  podías ver a todo tipo de personas, ancianos con arrugas en sus frentes y el pasado en sus hombros, con una sonrisa porque su vida fue buena o con la mirada perdida; había adolescentes trasnochando, sus padres gritando, trabajadores adoloridos con su espalda descansando. Personas con una vida, con un pasado, con un futuro, con un empleo, con problemas y recompensas, cansados y esperanzados, cansados y sólo agotados.

Había ellas, ellos, elles, en multitud, en parejas o solos, con el corazón roto, con miedo de salir, de despertar, con maquillaje que quitar, bebidas que tomar, regalos que empacar, tarea que realizar, dientes que lavar; había un sinfín de puertas a las que entrar, habitaciones que mirar, vidas que añorar, que reparar o apreciar, dependiendo de dónde miraras o cual miraras había una historia que contar.

Podías ver a muchas personas, como si fueran fotografías, como si fueran películas, todas diferentes: podías  ver sus características, algunos tenían el ceño fruncido de pensar en el mañana, la espalda gruesa por levantar pesas, los hombros firmes ante la tormenta, negras manchas debajo de sus ojos por los problemas, podías ver y ver diferencias, podías ver y ver particularidades, podías ver y ver a las personas a punto de ir a dormir.

Dependiendo de dónde miraras, o cual miraras, podías ver la esperanza, la lucha por su piel, por su tierra, por su sexo, su género, su posición, sus gustos, su vida; podías ver ese amor por un día más, el deseo de ver a esa persona, a esa mujer, a ese hombre, a su familia, a sus amigos, a su arte, a sus libros, a su gente vibrar. ¡Oh!, el amor, que grato es, que despertamos por él, ¡Oh!, el amor, fácil para algunos, difícil para todos. ¡Oh!, el amor que hace llorar a esta gente sobre sus mantas, que las hace gritar maldiciendo, que las hace desear y luchar. ¡Oh!, amor, ¿por qué no eres suficiente para que deje de esconderme?

La ventana se cierra, las cortinas están quietas, el aire ya no entra, es hora de dormir, las personas se cobijan, las velas se apagan, las puertas se cierran, besos, buenas noches, silencio. Se recuestan con sus mantas, cierran los ojos, agradecen por un día más, maldicen por un día mas, no dicen nada, abrazan si no están solos, lloran si quieren dejar de estarlo, ríen por su día o con lágrimas en sus mejillas cierran los ojos; algunos se duermen al instante, algunos duermen y solo descansan, otros sueñan, o despiertos, piensan en un mundo en donde no se crucifique al amor.