En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Andrea Castro Lotzin / Escuela Nacional Preparatoria Plantel 1
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Mariana Villalbazo Juárez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Soy Mari, estudio Relaciones Internacionales en Polakas, soy sensible, neurodivergente, cinéfila y fan de las quesadillas.

La ropa como herramienta

Número 14 / JULIO - SEPTIEMBRE 2024

Una reflexión sobre la expresión de la identidad a través de la vestimenta

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Mariana Villalbazo Juárez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Durante mi infancia, de vez en cuando salía con mis papás a dar la vuelta por el Centro Histórico, donde siempre veía a ciertos personajes que, desde el primer momento que los vi, llamaron mi atención. Algunos con abrigos de terciopelo, otros con botas de plataforma y aire vampírico desfilaban por Bellas Artes y uno en específico se detenía a vender periódicos (seguramente algunos ya saben de quién hablo). Las miradas de desaprobación sobre estos personajes eran evidentes, pero a mi “yo chiquita” le parecían lo más cool del mundo.

Aunque desde pequeña me han gustado las cosas “oscuras”, conforme fui creciendo vi que todo esto que tanto me gustaba tenía una subcultura propia. Si bien crecí algo limitada en cuanto a poder explayar mi estilo, eso no impedía que yo misma modificara o estilizara algunas prendas para que quedaran a mi gusto, de igual forma, la primera vez que visité el Tianguis Cultural del Chopo, con 15 años, me di la oportunidad de comprar la ropa que tanto deseaba, aunque tenía algo de miedo de que mis papás la rechazaran. 

Los comentarios, los apodos y el rechazo evidentemente no se hicieron esperar, lo más hiriente es que muchos de estos venían de algunos miembros de la familia, pero lejos de juzgarlos o de ser cruel con ellos, entendí que crecieron bajo un contexto muy diferente al mío, el cual no les permitió explorar con su identidad por los prejuicios de su tiempo, por lo que no tuvieron más remedio que conservar y replicar dichos prejuicios debido a la hostilidad y a la educación del momento. 

Además, existe un rechazo histórico hacia el color negro, ya que desde mucho tiempo atrás se le atribuye un aspecto (entre muchísimas comillas) “negativo”, por ende, se han creado prejuicios y estereotipos muy arraigados con este color, de hecho, en más de una vez recuerdo ver a una doñita hablando entre dientes al verme pasar, pero así como recuerdo esto, también recuerdo las muchas ocasiones en las que otras señoras me han dicho cumplidos, así como niñas diciendo que parezco Monster High.

El poder vestirte como te dé la gana, sea del color que sea y con los accesorios que quieras, para una sociedad donde la norma es cumplir con un estándar bajo el pensamiento de “como te ven te tratan”, es un acto revolucionario que requiere mucho valor y más si conlleva una subcultura de por medio, muy a pesar de que pueda ser reducido únicamente a la vestimenta, romper con el estándar siendo gótico, punk, lolita, cholo, bellaco, coquette, vestirte como hace 20 o 30 años es un acto disruptivo que aunque muchos pertenezcamos a un grupo de personas con algunos detalles en común, cada uno es distinto, y el hecho de darle un detalle único e intervenir la ropa, también es un acto de individualidad que nos aleja de consumir lo que las grandes empresas quieren que justamente compremos para calzar con la imagen que el mismo sistema económico y la sociedad cada vez más uniformada e influenciada por micro tendencias quiere.

Aunque este punto suena bastante aparatoso, hemos llegado a un momento en el que la publicidad nos ha ido empujando poco a poco a ser más parecidos entre nosotros, cada vez vemos más rostros similares entre las figuras públicas y tendencias meticulosamente fabricadas para que nosotros, los consumidores, las repliquemos, dejando de lado la creatividad y la individualidad. Por eso mismo, creo que el poder vestirnos y en general ser disidente, es un acto de valor, no solo por disidir, sino porque incluso en nuestro día a día nos podemos ver expuestos a unas de las muchas consecuencias que conlleva el no seguir la hegemonía y que, si realmente cada uno se vistiera como quisiera, tendríamos una sociedad más feliz y menos reprimida. Además, como sociedad, tenemos la tarea de darnos cuenta de que la calidad humana no se encuentra en cómo nos vemos, sino en nuestras acciones y valores.

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