Facultad de Ciencias
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El sexting como práctica es polémico. Hay personas que están de acuerdo con explorar su sexualidad a través de la pantalla de su celular, pero también están aquellos que no lo hacen por miedo a ser expuestos en internet. Lamentablemente creo que gran parte de la comunidad universitaria ha llegado a sentirse identificada con el segundo grupo. ¿Cómo no tenerle miedo al sexting si en el pasado alguien te amenazó con difundir tus fotos más íntimas?
Desde que comencé a usar apps de citas, noté que varias de las cuentas registradas no le pertenecen a personas reales y dichos perfiles son propiedad de vendedores de contenido erótico. Es común toparse con distribuidores disfrazados de usuarios, lo cual significa que no puedes darte el lujo de confiar tan fácilmente en las personas registradas en alguna de esas aplicaciones. Se puede decir que los vendedores resultan molestos e invasivos, pero podemos verlos como un problema menor en estos espacios. No puedo decir lo mismo de un extorsionador.
La necesidad de afecto no atendida puede puede ser una de las cuasante que nos llevan a situaciones de riesgo, ya que podemos estar pasando por un momento de mucha vulnerabilidad e ignoramos los focos rojos cuando entablamos conversaciones por internet.
Hablar con alguien que eventualmente te hará daño, se parece en cierta medida a estar con un lobo disfrazado de oveja. Cuando inicias la conversación todo es ameno, conforme la plática se va tornando más adulta el abusador te pide que le compartas fotografías íntimas y aunque en un inicio llegas a dudar de su palabra, decides darle un voto de confianza. Es aquí donde las cosas dan un giro muy retorcido.
De pronto ese ambiente de diversión y picardía es reemplazado por uno hostil. Te das cuenta que has cometido un error ya que no solo están traicionando tu confianza, sino que ahora te están amenazando con difundir esas fotos con tus amigos y familia. Todo en tu cabeza da vueltas y decides cumplir las demandas que se te imponen. Lo más deprimente del asunto es que a pesar de pagar lo más que puedes, el extorsionador te pide aún más. No importa qué hagas, esa persona está disfrutando verte sufrir. Y lo único que puedes hacer es escapar.
Es evidente que se busca lucrar con el miedo de la víctima a ser expuesta y humillada por su entorno. Durante todo el proceso de chantaje, aquel que violó tu confianza aprovecha para llenarte de insultos y agresiones verbales. Sientes que no tienes salvación y no quieres pedir ayuda porque eso sería asumir el error cometido y mostrarte vulnerable ante otra persona.
Aquellas y aquellos que han pasado por una situación similar, se habrán sentido culpables de haber sido víctimas de extorsión. Te sientes asqueado por haber ignorado las señales y sólo deseas que esa persona nunca se vuelva a acercar.
La extorsión sexual es la otra cara del sexting. No existe la diversión, la excitación o tan siquiera un poco de paz. Te encuentras en completa soledad dentro de tu cuarto recibiendo las órdenes de alguien que necesita poseer tu cuerpo desnudo para sentirse poderoso. Te sientes usado, aún así tienes tanto miedo que le pides perdón a tu agresor por no poder darle más dinero.
Después de lo vivido, irónicamente deseas no volver a desear. Tienes sentimientos encontrados, por un lado buscas justicia y por el otro deseas venganza. Tienes que lidiar con la posibilidad de que no exista ni una ni la otra. Aunque tu vida sigue siendo prácticamente igual a cuando todo esto empezó, ahora alguien tiene en sus manos una foto que podría arruinarte y ese sentimiento de miedo es algo que se quedará en tu mente para toda la vida.
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