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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Moisés Morales Pérez | ENP Plantel 9
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Moises Morales

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Soy Moises Morales, alumno de prepa 9 y me gustaria llevar a todxs lxs estudiantes de la unam la historia del movimeinto zaptista asi como la realidad en la que viven y su propuesta de un mundo donde quepan muchos mundos

Entre las montañas

Número 13 / ABRIL - JUNIO 2024

El zapatismo y su huella en la memoria política y poética de México

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Moises Morales

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Entre las montañas más escondidas de México nací, un caballo humilde. No entiendo por qué la gente muere, comenzó hace algún tiempo a mi alrededor. Una época sólo me dediqué al campo, a llevar a los jefes de aquí para allá. A veces tocaba comer; otras aguantar. A veces teníamos mucho trabajo, pero cuando el sol quemaba y el agua faltaba, no podíamos hacer mucho. Los más viejos decían que desde que el patrón de los patrones cambió, las cosas se habían puesto peor. Yo apenas he vivido una década y no sabría qué decir. Pero algo sí tengo seguro: desde hace un rato veo a muchos patrones que van y vienen de la sierra. Se van con armas y regresan sin nada, a lo mejor porque se les perdieron.

Un día de estos, llegaron a platicar con mi patrón los señores de las montañas. Le dijeron que se iban a levantar, que ya estaba bueno de tanta opresión contra el indio, de tanta pelea y de tanto robo, que se fuera con ellos para ayudarles. Yo no entendía mucho de lo que decían, algo sobre “opresión, capitalismo y racismo”. Esas palabras no las conocía, pero las escuchaba mucho. Resultó que mi patrón, al día siguiente, me levantó antes de que cantara el gallo y me llevó para allá, entre las montañas de la selva. Esas densas y de verdoso resplandeciente que te hacen perder en ellas, hasta que no hay otro lugar que encontrar, más que a uno mismo. O algo así me dijo un compañero caballo. Fuimos a ver a unos señores con máscaras negras, quienes dejaban ver sus ojos y una parte de su nariz, yo creo que era para no dar miedo, para que viéramos que eran como los demás y no se les vieran los ojos cansados y sus almas tristes. Me sentía muy confundido y, en cuanto vi a otro compañero equino, le pregunté si eran “luchadores”. Soltó una risa y me dijo que sí.

–¿Son rudos o técnicos? –le dije.

–Sociales –me respondió.

Varios días el patrón me llevaba y traía a visitar a los luchadores. Los otros caballos les decían los zapatistas que por un señor con mucho bigote y muy popular. Yo creo que su caballo también era muy popular. Yo quisiera ser así de importante. Fui platicando con los otros compañeros y me decían que esto nos iba a cambiar la vida. Estaban contentos, pero también muy enojados. Ya no querían seguir pasando hambre y sed.

Yo, la verdad, no entendía por qué tanto coraje, toda mi vida la había pasado muy normal, unos días mejores que otros. Había compañeros que se dedicaban a muchas cosas. Había unos de milpa, otros de caña, de aguacate y unos vaqueros por allí. Yo soy cafetalero. Solo somos 3 en la plantación, pero casi no hay trabajo. Aunque cuando es temporada tenemos mucho que cargar. La verdad no me molesta, y cuando hay que ir a vender el grano, me gusta mucho ir por los caminos de tierra, me da mucho tiempo de pensar y veo a mucha gente nueva.

En uno de esos meses ocupados terminando de cosechar el grano, mi patrón me subió unos costales y agarramos camino para la ciudad con uno de sus compadres. No me gusta ser chismoso, pero en el camino me dio mucha duda de por qué íbamos a vender si todavía faltaba grano que cosechar.

–Oiga, compadre, ¿y cree que con lo que nos den de los costales alcance para la medicina?

–Pues tiene que alcanzar. Ahora ya no tenemos ganado que vender, se nos fue todo el año antepasado con la enfermedad de la niña.

–Pobre Benita. Que Dios la tenga en su santa gloria.

–Canija enfermedad, no perdona. Por eso ando preocupado por mi señora.

–Usted no se apure, que le van a dar buen dinero y se la va a poder llevar para la clínica.

Ya no me acordaba de la niña Benita. Hace dos años nuevos que se nos adelantó. El patrón dijo que por un aire, y desde entonces la patrona ya no sale mucho. Yo creo que algo se le fue con su Benita que tanto quería. En el camino para con el coyote nos pararon unos policías. Me revisaron los costales y dijeron que no podíamos pasar por allí. Pues si ese camino casi que lo hicimos nosotros de tanto viaje, pensé. El compadre de mi patrón le susurró que ya le diera la mordida para irnos, que se nos hacía tarde. A mí me dijeron que andar mordiendo era de mal educados, pero al parecer esos policías andan muerde y muerde a las gentes que pasan por allí. Yo creo que nadie les dijo que eso no se hace, o su patrón no los castiga.

El camino con el coyote siempre es largo y cansado. Ya de noche, con el canto de los grillos y los mosquitos que bailan en las sombras, llegamos a la casa de venta. Bajamos los costales y los pesaron. El coyote era un señor muy robusto con cara de toro molesto y que compraba el café para después venderlo otra vez. Checó el grano y le dijo al patrón que nada más le iba a pagar 200 pesos.

–Oiga, pero si eso no es ni la mitad –dijo el patrón.

–No pues ahora con ese café que mandan de los gringos, la gente ya no compra. Además, está malo este grano. Da gracias que te lo estoy comprando.

El patrón se llevó el dinero bien molesto y nos regresamos para la casa. Dos noches nos tardamos en llegar porque se nos cayó el cielo y tuvimos que irnos por otro lado. A mí me cuesta caminar en el lodo, me hundo y luego me jala las patas como si me pidiera que no me fuera. Para cuando llegamos a la casa, ni me dio tiempo de descansar, luego luego el patrón subió a su mujer y nos fuimos rápido para la clínica.

Dicen que allí curan a la gente que se les van las fuerzas. Dos noches nos tardamos en llegar y medio día en atendernos. Cuando pasaron, el patrón estaba bien apenado, apenas sabía algo de castilla y no muy bien. Los ladinos de la clínica nada más lo veían bien feo, como si no fuera patrón, como si fuera caballo que relincha. Cuando ya le entendieron, checaron a su señora. Le dijeron que se curaba fácil con pastillas, pero que ellos ya no tenían y faltaba mucho para que les llegaran.

Otra vez el patrón andaba molesto, pero no como con el coyote. Se le quebraba la voz y le temblaban las manos. Solo abrazaba a su mujer y le lloraba. En eso unos señores de las montañas pasaron y lo saludaron. Le dijeron que se fuera con los zapatistas, que allí tenían quien le ayudara. Nos fuimos bien rápido y llegamos a unas chozas muy bonitas que tenían. Pasaron a la patrona a que la revisaran. Ahora sí el patrón estaba contento. Le entendieron todo y rápido le dieron sus pastillas. Muy apenado les dio los 100 pesos que le quedaban después de tanto viaje. Le dijeron que le regalaban las pastillas, que mejor se fuera pa’ la junta de buen gobierno que ya iba a empezar.

Allí se nos acercó un luchador que se llamaba Rafael. Me confundió mucho porque era güerito, así como los que hablan castilla y son tan groseros con uno. Pero él no, él hablaba tzotzil y nos preguntó si nos íbamos a enlistar porque ya faltaba poquito y teníamos que ponernos a hacer ejercicio. El patrón estaba tan agradecido y tan contento que accedió. Igual ya estaba cansado de andar aguantando tanta mordida, tanto regateo y tanta enfermedad.

Al cabo de unos meses, me pusieron a hacer ejercicio. Me traían corre y corre, siempre haciendo las mismas maniobras con mi patrón. Me aprendí los comandos y no quería decepcionar a los luchadores que tan buenos habían sido con nosotros. Le enseñaron al patrón a usar sus armas, de esas que sueltan un ruido como si estuviera tronando. A mí no me gustan esas cosas, me espantan, pero los compañeros dicen que es la única forma de que nos volteen a ver. Que los de arriba no bajan a ver dónde se apoyan hasta que algo suena. Dicen que hay que mover algo, tirar una barda, pintar una cerca, marchar todos juntos hasta que el sonido de nuestros pasos de rebeldía les llegue hasta arriba. Pero para eso tiene que sonar fuerte lo suficiente para que resuene entre los muros de la desigualdad, tan gruesos que pueden ignorar un millón de gritos de agonía. Entonces me aguanto el miedo, con tal de que nos escuchen.

En la noche del año nuevo 94, entre muchos cuetes y mucho festejo, nosotros estábamos con los luchadores. Nos dieron las indicaciones y nuestras armas y nuestras máscaras. Yo estaba muy contento porque al siguiente día íbamos al centro, a San Cristóbal. Yo no iba desde hace mucho tiempo. Toda la noche agarramos camino para llegar por la mañana. Todos los patrones y todos los luchadores venían marchando con nosotros. Unos se fueron para Altamirano, otros para Las Margaritas y otros para Ocosingo. Nosotros hicimos reconocimiento y nos tocó vigilar los caminos para San Cristóbal. Querían que nadie pasara, y si venían, que avisáramos.

Después de hacer nuestras tareas, nos fuimos para San Cristóbal. Los luchadores se habían metido a la casa del patrón de patrones y andaban sacando papeles y muchas cosas. Alomejor lo estaban ayudando a mudarse. Para cuando el sol se estaba poniendo, llegaron unos luchadores, pero sin máscara. Llevaban cascos y andaban de verde. Esos luchadores no me agradaban, les pegaban a los patrones y no eran amables como los zapatistas. En todos lados hablaban bien y mal de los zapatistas. Que son extranjeros, que son terroristas, que son criminales. Pero la verdad es que yo no los veía muy extranjeros. Eran como mi patrón, hablaban como mi patrón en tzotzil y en maya. ¿Terroristas? Pues mucho miedo no daban, más miedo me daban los luchadores de cascos. Y pregunté qué significaba criminales. Me dijeron que eran los injustos, que robaban y mataban sin razón. Eso sonaba más adecuado para los luchadores verdes que, por cierto, les dicen soldados.

Llegaron unas máquinas grandotas que escuché se llamaban helicópteros. Los soldados nos empezaron a disparar, y en una de esas agarraron a mi patrón. Ya le estaban dando de golpes hasta que los luchadores llegaron a defenderlo. Hubo muchos golpes y muchos truenos. Espero que con ese ruido los de arriba ahora sí nos escuchen. Yo ya no quiero seguir disparando. Aprendí que cuando el disparo le llega al corazón de alguien, se nos va lejos rápido y se hace uno con la tierra. Muchos luchadores se hicieron tierra por culpa de los soldados. Ay, nuestros muertos, tan muertos, tan asesinados por los de arriba que no entienden que solo queremos que nos escuchen. Y tan ayudados por estos luchadores que no son sociales. Que porque son verdes y no negro y rojo piensan que ya están del otro lado. Tan parecidos a uno, pero tan traidores con su gente. Por eso los caballos no son soldados. No somos así de traidores.

Cual sea el caso, ya hace mucho de la mañana del año 94. Ahora tengo mucho trabajo con los luchadores. Todos los días hay que ir al campo para recoger la comida, que ve a patrullar, que ve para la nueva escuela, que ve a la junta de buen gobierno. Aunque es mucho trabajo, yo estoy contento. Mi patrón y todos los patrones se ven más felices, todos comemos a diario, los más chiquitos me preguntan por la mañana del 94 y todos concordamos que es el día que ganamos nuestra libertad, nuestra autonomía, se dice que esa mañana hicimos tanto ruido que nos voltearon a ver de todas partes, ahora si el indio les respondió, en su lengua y con sus formas que nada tienen que ver con poder o con violencia, por eso se enojaron, nos quisieron quitar las máscaras para ahora sí verles la cara a los patrones, cuánto tiempo sin hacerles caso, tanta traición y tanta violencia nos quitaron las ganas de seguir peleando, mejor nos quedamos aquí, a ver si así aprenden como los chiquitos que hay que ponerles el ejemplo, nosotros les vamos a poner el ejemplo de que otro mundo es posible y que ya existe aquí entre las montañas escondidas de México.