Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creativdad.
Foto de Vidal Balielo Jr. de Pexels
Picture of Ricardo Ortega

Ricardo Ortega

Facultad de Psicología

Me gustan las ciencias conductuales y la literatura. En mis textos me gusta hablar sobre temas cotidianos, pues siento que lo extraordinario de la vida de cada uno son aquellos momentos donde hay una pequeña sonrisa, un encuentro casual o una tristeza y un pequeño llanto.

En espera de un parto

Número 16 / ENERO - MARZO 2025

La paternidad puede ser motivo de angustia

Picture of Ricardo Ortega

Ricardo Ortega

Facultad de Psicología

El señor N… guarda en una bolsa las últimas pertenencias que considera necesario llevarse.

Desde hace una semana su esposa, la mujer N…, se encuentra en casa de su madre. Se avecina el nacimiento del primer hijo del matrimonio y la esposa, fiel a las tradiciones familiares, se encaprichó con que el marido la llavera a la morada de la madre, ya que, según sus propias palabras:

–Debo tener a mi hija en la clínica donde mi madre me tuvo a mí y mi abuela a mi madre y a todos los demás. Es de buena suerte. Las médicas y las enfermeras de ahí son excepcionales y si hemos nacido sanos, es gracias a ellas.

El señor N… al principio se notó disgustado con las ideas de su esposa. No alcanzaba a comprender qué diferencia hacía la clínica que estaba a hora y media con la que quedaba a veinte minutos de distancia ni qué relación tenía con la salud del bebé. Y aunque intentó razonar con su esposa, tuvo al final que ceder con el coraje atorado en la garganta. 

En los inicios del matrimonio, se podría decir que el señor N… se encontraba feliz de tener a su lado a la mujer N…, pero desde que había llegado la noticia del embarazo, sucedió que de pronto una sensación de extrema incomodidad trastocó la mente y la conducta del señor N… La alegría del pasado se tornó en repulsión al notar la hinchazón progresiva del vientre mes con mes: “¿Estaré realmente preparado para tener un hijo? ¿Mi sueldo como almacenista será suficiente? ¿Y si no me queda dinero para mí? Los pañales están cada vez más caros y no se diga de la leche, ni de las papillas. Luego el pediatra y la escuela, la universidad…” 

El señor N… aceleraba el carro, las manos se le resbalaban del volante, el mundo daba vueltas y el oxígeno que respiraba le era insuficiente. Adiós a las noches de amigos, a los sueños profundos, a la preocupación por uno mismo, no viendo más allá de la persona con la que vivía; adiós a la tranquilidad de una vida relativamente estable, aunque sin demasiados lujos; bienvenida la responsabilidad de otro ser, uno indefenso, al que habría que socorrer sin importar la hora ni la gravedad del asunto. Una vez que el niño emitiera su primer llanto, el Señor N… sabía que el centro de su mundo dejaría de ser él mismo. 

En casa se mostraba taciturno. Parecía que tenía la mandíbula sujetada con los más complicados nudos marineros, impidiéndole articular palabra alguna. Y durante las noches parecía que esos mismos nudos le sujetaban los párpados, dejándole en vela, solo permitiendo a su mente y cuerpo descansar unas pocas horas antes de que el despertador sonara.

En el almacén, un poco más de lo mismo. Dubitaba la mayor parte de la jornada y cuando no, acomodaba cajas y mercancía. Los días de inventario, odiados por la pereza que causaba recorrer los pasillos censando cada una de las cosas que entre los anaqueles se encontraban, perdieron toda aversión y el Señor N… se encontraba en paz, leyendo las etiquetas, contando y anotando en la libreta. 

A todo esto, la mujer N… no le tomaba mucha importancia. Pensaba que la indiferencia de su marido ante la emoción de ella luego de sentir las patadas del bebé en el vientre o las respuestas monosilábicas, cuando no se producía el silencio, eran normales e incluso llegó a sentir alguna culpa. “Debe ser difícil lidiar conmigo en estos momentos. Las náuseas, los antojos, las consultas… Ya se le pasará. Cuando nazca Catalina, volverá a ser el de antes”. 

En una de aquellas consultas, el médico les reveló que pronto nacería su bebé. Quizá en tres semanas. La mujer N… saltó de emoción. Dijo que esperaba con ansias el día, que ojalá no fuera necesario practicarle la cesárea. Quería que su hija naciera por parto natural, tal como ella lo había hecho: “Hasta donde sé, ninguna mujer de la familia ha necesitado cesárea”. El señor N…, por su lado, apuntó la mirada hacia el bloc de recetas del médico, inexpresivo. 

–Si lo que le preocupa es la salud de la niña, no debe preocuparse por eso. Está perfectamente sana. No hay señal alguna de malformaciones. Tendrá una hija normal.

El señor N… salió de su embotamiento y le devolvió al médico una sonrisa de cortesía.

La mujer N…, encantada por el buen pronóstico, le recordó a su esposo el deseo de trasladarse temporalmente a la casa de la madre. El señor N… asintió automáticamente, abnegado. Esa misma noche, la mujer N… se puso a preparar las maletas llenándolas de ropa y otros enseres. Para disimular la turbación que le apresaba, el señor N… ayudó a transportar el equipaje hasta la puerta. A la tarde siguiente el deseo de la mujer N… fue cumplido. 

–Me parece que ya te había dicho que me sería complicado ir a verte, puesto que la casa de tu madre queda a poco más de una hora. 

–Por eso no te preocupes. Con que vayas una o dos veces a la semana, yo estoy contenta. Mi madre me cuidará como si tuviera tres años. Acuérdate de avisar en el almacén que pronto nacerá nuestra Catalina, para que puedas salir en cuanto llegue el día. 

En el trayecto de regreso, el señor N… se sentía frustrado, ¿cómo era posible que aceptara tal disparate? Tener que visitar a su esposa en un lugar a más de una hora de distancia. Si ya dormía poco, ahora dormiría menos y “Qué peligroso es manejar cansado. La visitaré solo un día”. Sin embargo, conforme más repasaba la situación en la que se encontraba, más claras se le iban haciendo las ideas. Se dio cuenta de que la decisión de su esposa no había hecho más que facilitar aquello que él ideó meses atrás, con gran temor de llevarlo a cabo, y que tendría que hacerlo ahora, pues postergarlo pondría en riesgo el éxito del plan.

Entonces contrató una mudanza. Cargó sin descanso todos los muebles que, a su juicio, le serían más útiles y tenía el mayor derecho de poseer. Empacó platos, cubiertos, vasos…

Así, ahora el señor N… guarda en una bolsa las últimas pertenencias que considera necesario llevarse: fotos, recuerditos y otras tantas bagatelas. Finalizada la tarea, baja las escaleras con las piernas temblorosas y el eco de los tacones al golpear el piso rebota entre las paredes de la casa solitaria. Sale a la calle y deposita la bolsa en la cajuela. Antes de subirse al carro, echa una mirada atenta a la casa, a la calle, a los faroles y a la silueta negra del cerro delineada por el crepúsculo.

–Ojalá Carolina tenga un buen padre –dijo.

Encendió el carro. Aceleró y jamás nadie volvió a saber de él. 

 

Más sobre Ventana Interior

Memorable y mágico amor

Memorable y mágico amor

Por: Mariana Shanti González Almaguer
Los libros son amores para la eternidad

Leer
Taxicinema

Taxicinema

Por: Christian Villalobos
Una conversación más que peculiar a bordo de un taxi

Leer
Recetas de Lili

Recetas de Lili

Por: Miroslava Ortiz
Tres poemas para autoobservarnos y reconocernos

Leer
Las lecciones en Whiplash

Las lecciones en Whiplash

Por: Adair Palacios Portilla
El dolor de cumplir los sueños

Leer
El monstruo

El monstruo

Por: Melisa Areli Mancines
Me aterra pisar sobre la piedra y que el mundo vea mis pies sangrar

Leer
El sendero llegado a atravesar

El sendero llegado a atravesar

Por: Nezahualcóyotl Enrique Estrella Flores
Algunas pistas sobre el sentido del “yo” a partir de la literatura

Leer

Deja tus comentarios sobre el artículo

 En espera de un parto

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

seventeen − 9 =