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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Credito: Cuartoscuro
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Erick Quezada Godínez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Alumno de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública. Aficionado a la cultura grecorromana, la geopolítica, política internacional, debate, historia, música, videojuegos y las artes. Soy percusionista y baterista, de pelo chino por definición.

Embustes, hechizos y conjuros

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

¿Qué sabes sobre las maldiciones y los encantamientos en la antigüedad?

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Erick Quezada Godínez

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Todos estamos de alguna manera conscientes con los actos mágicos, encantos, rituales clandestinos que se hacen tanto para curar como para hacer daño. Sabemos de la existencia de Catemaco y del Mercado Sonora, de los rumores de vecindad y de las tenebrosas anécdotas familiares. 

Pero curiosamente solemos ignorar el tamaño del bagaje cultural que muchas veces se halla detrás de dichos actos que, causados por el deseo de posesión amorosa, ardua competencia o venganza por injurias, llevan a encantar o maldecir a alguien o algo, acudiendo a expertos en las artes místicas para ordenar a entidades suprahumanas en la consecución de este fin. 

Y como muestra de este peso cultural y sincrético, el estudio de la historia entra para dar luz no solo a rostros de las sociedades del pasado que muchos desean ignorar, sino también de la sumamente rica tensión entre la perenne constante que es la naturaleza humana y las cambiantes que son las creencias, los ritos, las sociedades y las costumbres a lo largo de la historia.  

Por ende, este humilde texto, describiré algunas de las formas de maldecir y encantar en las culturas de la antigüedad clásica, para ilustrar un ejemplo de esta dualidad de cambio-permanencia dentro de estos actos.  

Y es que el impulso de vengarse de alguien por una injuria o acto malvado son tan antiguos como la humanidad misma, así como también lo es el uso para este fin de la magia y hechicería. Dos términos en realidad son muy cambiantes, suelen interrelacionarse o usarse por separado y todavía son bastante discutidos teóricamente, como partida, es necesario señalar muy superficialmente su definición: 

En general, la magia y hechicería engloba una serie de prácticas— usos, rituales, ceremonias— y formas de pensar que parten de la necesidad de entender, proyectar e influir sobre el mundo y las fuerzas que lo mueven. Por extensión también abarcan fenómenos inexplicables y actos temidos o deseados, así como componentes de charlatanería e ilusionismo.

Es por tanto que cuando se acude a medios mágicos o místicos, se busca ejercer influencia sobre la realidad desde un ámbito simbólico, imaginario y sobrenatural, mediante el control a voluntad de fuerzas sobrehumanas para que obedezcan un mandato privado. Estas necesidades definieron la necesidad de crear rituales para buscar la protección y la venganza de enemigos reales o imaginarios, tanto en el ambiente público como el privado. 

En el caso de las civilizaciones del Oriente Próximo y antiguo Egipto, se emplearon varias formas de atar y maldecir a alguien, así como protegerse de maldiciones hostiles de otros. Por ejemplo: se han encontrado fragmentos de figuritas de barro egipcias del siglo XIX y XVIII a.C. inscritas con nombres de odiados extranjeros. La idea era romper esas figuras de barro simbólicas a modo de romper el poder de los enemigos o rivales. 

Otro caso: se ha hallado un ritual Hitita, seguramente usado por un profesional—otra constante de todos los siglos, el empleo y pago de “magi” profesionales y dedicados al arte del encanto—  para contrarrestar hechizos usando una fórmula de maldición que se repite muchísimo en la antigüedad y cuya forma es sencilla: 

“Justo como X es de tal forma, así sea X también de la misma forma”. Este tipo de rezos son muy comunes, acá un ejemplo genérico, resumido de numerosos ejemplares hallados por la arqueología a lo largo de la antigüedad clásica: “Así como el plomo es frío y miserable. ¡Así Pánfilo sea también frío y miserable!”.

En el caso Hitita descrito anteriormente, este se transcribe como: “Justo como yo he quemado estos hilos y ellos no volverán, ¡Así también que las palabras del hechicero se quemen!”. 

Con los griegos y romanos tenemos los katadesmoi o defixiones. Términos que nombran el empleo de un conjuro de dudosa reputación para un fin también… no muy agraciado. Su práctica concreta se supone empezó en el siglo VI y V a.C., para difundirse gradualmente por todo el mediterráneo en un periodo enorme que duró aproximadamente hasta el s. VIII de nuestra era. 

¿Y qué práctica es entonces? Pues el empleo de pequeñas láminas, principalmente hechas de plomo, llamadas por los romanos tabellae defixionum, tablillas de execración o maldición. Estas debían tener escritos para sus fines, digamos, algunos datos de “destinatario”, de “mensajero” (que deidad hará la maldad) y a veces de “emisor”, para que tuvieran el efecto deseado, mismas que se fueron complejizando al paso de los siglos. 

En sus orígenes solo se escribía el nombre de la víctima, la petición, y el dios, “daimon” o espíritu del inframundo encomendado, para luego enterrarse— junto a rituales, oraciones orales y ceremonias— en lugares específicamente recomendados para que surtan efecto, como estanques o cuerpos de agua sagrados, murallas o cementerios.

Estos últimos particularmente debían ser entierros de gente que murió joven o de forma violenta o repentina, como en la guerra. Se pensaba que sus espíritus estaban intranquilos y deambulaban todavía por la tierra hasta que cumpliesen su ciclo de vida intencionado, así se les prometía paz a cambio de la dudosa encomienda. 

Las tablillas debían ser enterradas de noche, para que no atendieran los dioses del día, sino los del inframundo. La tablilla se enrollaba y se atravesaba con clavos—de ahí su nombre latino que proviene del verbo defigere o atravesar— con la idea de atar mágicamente la víctima al hechizo.  

La finalidad era provocar tormentos, dolores, enfermedades o infortunios— algunos hasta la muerte— por alguna injuria. También por otras finalidades como protección, fortuna o bien también la posesión de una pobre víctima por causa de amor “tóxico”.

Destaca mucho la injuria del robo (furtum) pues este mal era imposible muchas veces de reparar apelando simplemente a la justicia humana. Aquí un breve fragmento de una defixio escrita por alguien que seguramente no se molestó demasiado al ser hurtado: “…Si alguien hubiera robado el anillo o fuera cómplice de ello, que le brote sangre de los ojos y de todos sus miembros, y tenga también todos su intestinos carcomidos por completo”. 

Conviene decir que, en este tipo de maldiciones para ladrones, se llegaba a veces a colocar en lugares públicos para causar miedo al perpetrador. Sobra decir que su efecto se esperaba fuera efectivo.

En general, estas prácticas eran consideradas actos clandestinos, ilegales, e impuros, del mundo de la “superstitio” y la inmoralidad para las leyes religiosas y civiles, por lo que eran prácticas secretas.

La causa es evidente: contrario a una petición religiosa, las defixiones siempre buscan más que pedir, ordenar a las fuerzas sobrenaturales para fines privados. Aparte no respetan las formas humanas y tradicionales de poder y control, lo que las hacía peligrosas. Pero en realidad eran conocidas por todos y sumamente usadas, y tal como hoy, las actitudes hacia ellas radicaban desde el escepticismo puro e incluso burlón, hasta el temor y la reverencia.  

Como se dijo antes, las inscripciones en estas tablillas tuvieron una evolución bastante curiosa y alcanzaron una complejidad notoria. Ya avanzado el periodo romano, las defixiones contenían también en su interior “voces mysticae”: Palabras ininteligibles, mágicas o extranjeras (que en realidad eran deformaciones o alteraciones de palabras de origen hebreo, egipcio, copto, persa, entre otros). 

Con su uso, se pensaba que eran invocaciones a la entidad en su idioma, dado que el idioma humano era considerado demasiado impuro y era más efectivo hacer la petición o maldición en un idioma que entendieran y atendieran los seres altos o infernales.

Por ejemplo, Abracadabra es en origen una de estas palabras ininteligibles que sobreviven desde la antigüedad, aunque muy deformadas. Otro ejemplo son las famosas palabras efesias que se pensaba tenían un inmenso poder en ellas, para bien o para mal: Askion, Kataskion, Lix, por mencionar algunas, no vaya a ser que por poner todas algo les pase a los queridos lectores. Se supone que las “voces mysticae” sólo las conocían en significado los verdaderos profesionales.

Asimismo, estas tablillas también acabaron conteniendo palíndromos y series geométricas de letras vocales que se pensaban tenían enormes poderes de invocación, como también dibujos de criaturas animales o antropomorfas. Y, por último, también los enigmáticos “charakteres”: Una serie de símbolos que representan la correspondencia entre fuerzas celestiales, más que nada signos del zodiaco

Algo importante destacar es que, así como en nuestra cultura mística de hoy, que tiene influencias europeas indígenas, afrocaribeñas, yorubas, etc. Las defixiones romanas también llegaron a alcanzar un grado de sincretismo sumamente interesante.

Por ejemplo, en las prácticas se llegaron a apelar más frecuentemente a dioses egipcios— particularmente Toth, Seth y Osiris— o bien empleaban términos que finalizaban en “-el” o “-oth” que hablaban de rituales de origen hebreo, y luego, ya difundido el cristianismo, también a apelar a entidades como ángeles, arcángeles o las siglas IAO, que significan el Dios de Israel. En fin, muchas palabras que mejor omito, porque si no me empieza a dar miedo. 

Ahora bien, las defixiones iban dirigidas a gente e incluso a animales. De esto último, no solo al ganado de un enemigo, sino por ejemplo también solía embrujarse frecuentemente a caballos de las famosas carreras de cuadrigas, por fines que imaginarán en un “deporte” que despertaba tantas pasiones e intereses económicos como los actuales. 

Y obviamente también existían los rituales eróticos o aquellos para atar a alguien por razones amorosas, ya que son otra constante en toda la humanidad. Pues, para dolores físicos, siempre uno puede apelar al doctor, curandero o aquel que aplique la medicina empíricamente, ¿Pero a quien acude quien sufre males de amor –sin saber lidiar con ellos responsablemente— más que acudir al “magus” para hacer encantos?

Estos embrujos eróticos implicaban, junto a la tablilla de plomo, enterrar también pelos de la víctima o pedazos de su ropa a modo de “dirección de destinatario”.  Muy usado también eran figurillas o muñecas de materiales como barro, terracota, plomo o bronce llamadas en griego “Kolossoi”.

Estas Kolossoi podían ser de ambos géneros, pero solían tener la forma de alguien atado de manos y piernas y tener en partes de cuerpo muy específicas clavos con las invocaciones de amarre o de encanto con dolores y maldades enviados hasta que la víctima ame al perpetrador (Si les recuerda un poco esto al Vodoo, entonces están muy acertados, las similitudes son llamativas). 

Por último, avanzada la edad media la práctica de las defixiones se consideró paganismo y su práctica fue eliminada, pero la necesidad de encantar o defenderse de encantos, no. Por ende, lo largo del medioevo el personaje del hechicero o hechicera fue recibiendo inevitablemente el componente de tener un pacto con el diablo. 

Esto volvió dualista la religiosidad popular europea donde sólo hay el bien o el mal, y cualquier acontecimiento que no tenga explicación racional se considera producto del maligno (Deus an Diabolus). De esto es testimonio los golpes a las prácticas paganas y hechiceras con las bulas papales Super Illius Specula de 1326 o el Summis Desiderantes Affectibus de 1484

El medioevo y modernidad es un tema totalmente aparte y complejo por sí mismo, pero el interesado puede descubrir cambios y permanencias en los modos de fastidiar al prójimo mediante materiales como archivos de denuncias al Santo Oficio. 

Incluso dentro de los mismos manuales inquisitoriales como el Best Seller de los aficionados al ocultismo: El Malleus Malleficarum, de los dominicos Heinrich Kramer y Jocobus Sprenger en 1486, o el Manual de Inquisidores de Nicolau Eimeric en 1307. Y ni crean que el mundo americano se escapa, cuando tenemos al temido Tlatlatecólotl, quien nombraba particularmente a aquellos que empleaba las artes místicas para el maleficio o prejuicio de los demás. 

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