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Crédito a la imagen: Fotógrafo especial Cuartoscuro.com
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Ricardo Sánchez Hernández

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Soy estudiante de periodismo y estoy haciendo una segunda carrera en psicología por las tardes. Además, soy guanajuatense de nacimiento. Vine a la Ciudad de México a estudiar por el prestigio que se ha forjado la UNAM a lo largo de su existencia. Me gusta escribir y procuro ser crítico cuando lo hago, especialmente en política. Aunque me decanto más a los cuentos y textos de ficción. Políticamente apartidista y posicionado ideológicamente en la izquierda.

El oráculo de la 52

Número 13 / ABRIL - JUNIO 2024

El día que cayó el sol, quemó la tierra

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Ricardo Sánchez Hernández

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Hubo un día en que se cayó el sol. Ocurrió cuando manejaba por la carretera más limpia del país. La única sin baches; sin animales arrollados porque el equipo especial de desechos los arrojaba a la fosa común en cuanto los detectaban, mismo lugar que servía como almacén para los estudiantes de veterinaria de la universidad de la nación; también era la única carretera sin bolsas de basura en forma de cadáver ensuciando las orillas o los acotamientos. Es la ruta más importante porque une el puerto y la capital. Es decir, la mayor fuente de riqueza y el lugar donde viven los políticos, y los jueces, y los congresistas, y el magistrado, y el presidente, y los académicos, y los artistas, y todo aquel hombre (a veces mujer, a veces lo que sobra) altamente necesario e ilustrado.

Yo estuve, de hecho, presente en el proceso de embellecimiento. Después de seguir los pasos de manifestantes enardecidos por la violencia en los caminos, terminé profundamente enterado del asunto. El líder del grupo perdió a su hermana y cuñado luego de que fueron asaltados y brutalmente asesinados. Les cortaron los dedos para cobrar su rescate, esperando engañar a la familia y hacerla pagar por un cadáver que ya se encontraba embolsado y ensuciando el acotamiento. Don Gustavo recibió el anular de su hermana, aún portaba su anillo de boda. No se lo quitaron por dos razones: probar que el dedo le pertenecía a la joven Alejandra y porque no era de oro.

A la semana tomaron la caseta de cobro. Primero la familia, luego todo el pueblo de San Fernando. Ahí se hubiera quedado el plantón. Como siempre llegaría la Guardia Nacional, unos cuantos cachazos y ¡zaz!, carpetazo y vámonos a almorzar. Pero entonces llegó Fernandito, hijo de doña Leti, un joven apuesto que estudiaba en la capital. Al momento pidió hablarle a Gustavo. Este nunca lo vio con buenos ojos porque se hizo a la idea que era homosexual, se le hacía raro que vistiera de colores neón y se pintara las greñas. En la reunión, con la sabiduría que estudiar dos semestres de Ciencia Política en la máxima casa de estudios le dio, Fer le habló de política de masas y el contrato social, mencionó a Giovanni Sartori, algo sobre mecanismos de presión y lo convenció de mover la lucha a la capital. Don Gustavo solo le hizo caso porque entendió lo más importante del discurso: si no le tiramos el café a los de traje, nadie nos va a hacer caso más que para mentarnos la madre.

Fueron apoyados por María y su familia, una señora que se fue a vivir a la capital porque se casó con un cualquier de por allá. Le dio alojamiento a Gustavo y Fernandito, quien se rehusó a quedarse con su mamá a pesar de recién haber llegado por sus vacaciones, en lo que compraban los insumos para un plantón en el Zócalo que, tenían previsto, duraría varios meses. El financiamiento de tan ardua empresa estaría cubierto por la próspera aguacatera y ganado de don Gus.

En menos de 72 horas ya estaba listo y todo San Fernando se agenció la plaza principal de la ciudad, del país. Carpas enormes de lona cubrían del sol a la gente ya morena por trabajar en el campo. Fernandito buscó aportar a la causa pidiendo insumos a sus compañeros de carrera. No le fue muy bien porque el activismo político también se había ido de vacaciones gracias al periodo intersemestral. A lo más, recibía menciones de apoyo en las redes sociales de los futuros politólogos, quienes mandaban ánimo desde la comodidad de su casa.

No obstante, sí recibió un momentáneo apoyo de Xóchitl Coatlicue Margolis Helú, amiga de Fernandito e hija del reconocido empresario de telecomunicaciones y defensor de los derechos indígenas. Todos los días llegaba al plantón con decenas de miles de pesos en forma de víveres y se disculpaba por contribuir con tan poco. La presencia de la joven mermó luego de que, a causa de su veganismo, entrara en conflicto con don Gus cuando se enteró de que tenía cien cabezas de ganado. 

—¿Tú me las vas a pagar? —Le dijo Gustavo a Xochitl luego de que esta le gritara varias veces “asesino” en la cara, insulto que le ofendía particularmente porque era el único ser humano de todo ese plantón que se acordaba de que la lucha era contra, efectivamente, los asesinos de su hermana y su cuñado.

Durante toda la semana exigieron diálogo con el presidente y todos los días salía a posponer la reunión el doctor Barrera, asesor de relaciones públicas del titular del ejecutivo y profesor de la materia Partidos Políticos que cursaba Fernandito. Ante la constante negativa del ejecutivo un grupo de manifestantes interrumpieron la entrada principal del Senado. Estaban encabezados por Fernandito y Priscila, la hija de don Gus que, de hecho, sí era homosexual.

La gente de la ciudad veía con desprecio a los manifestantes. Les incomodaba su color de piel, las consignas que gritaban, la incipiente música de banda que escuchaban y el constante señalamiento que hacían los provincianos hacia su persona. Si no eran “putos”, eran “chilangos”. Aunque algunos tuvieron que tragarse el odio. Para la segunda semana, el plantón se llenó de un montón de personas blancas que grababan historias de apoyo con sus IPhone. El movimiento ya era viral cuando llegamos los periodistas, tarde como siempre.

Hasta ese momento el presidente se dignó a mediar palabra… con los medios. Anunció en la conferencia mañanera a la que le prohibieron el paso a don Gustavo que el gabinete estaba tomando medidas. El Senado, que era dominado por la oposición, decidió adjudicarse la resolución e invitó a los manifestantes al Congreso antes de que se concretara la cita con los representantes de Palacio Nacional. Solo fue Fernandito, dos de sus amigos de la carrera (que no sabían ni dónde quedaba San Fernando) y Priscila.

Ahí el senador Maldonado, presidente del Senado y aspirante a candidato presidencial, les ofreció minutos en el pódium y luego los recibió en su oficina. Les prometió vehementemente que solucionaría el problema a la brevedad. Los jóvenes, enajenados por ver a un hombre así de alto, así de gordo y así de viejo, accedieron a cambio de dar declaraciones públicas donde alababan el poder conciliador del senador.

A raíz de eso, el movimiento se fragmentó. Don Gustavo salió en el noticiero estelar diciendo que lo único que hacían esos “chamacos” era ensuciar el nombre de su difunta hermana. Unos años después, Priscila, que se volvió mi amiga más íntima, me confesó con vergüenza que para ese momento ya no se acordaba de la muerte de su tía. Yo le respondí que no se preocupara. Un efecto que tiene la ciudad es hacerte un poco más narcisista y un poco menos inhibido.  

Al mes del plantón se concretó la reunión con el presidente. Fue transmitida en vivo y solamente así todo el país se olvidó del senador Maldonado. Durante las dos horas que duró el diálogo, Gustavo solamente habló cuatro minutos. El resto fueron acaparados por el presidente, el secretario de gobierno, el presidente de San Fernando y el titular de la Secretaría de Comunicaciones. Presentaron en ese momento un programa para el saneamiento de los caminos que empezaría mañana mismo y concluiría en cinco años. Esto lograría que no solo la ruta de San Fernando fuera más segura, sino todas las carreteras del país.

Al día siguiente, el plantón fue levantado pacíficamente por los granaderos y todos regresaron a sus hogares. También volvió don Gustavo que hasta ese momento recordó que nunca enterró a su hermana y por eso la casa ya estaba oliendo feo. 

Nadie fue a la inauguración de la obra. Solo yo y los medios de comunicación. Todo el mundo vio cómo el presidente daba por iniciado el saneamiento de la ruta 12, que va al puerto. Nadie se acordaba que San Fernando quedaba en la 52, la que va al norte. De hecho, a los pocos días levantaron a María en la carretera cuando regresaba de visitar a su mamá. La señora, ya muy anciana y sin saber leer, sí pagó por los dedos de su hija los 40 mil pesos que tenía ahorrados.

El día en que se cayó el sol iba yo a la boda de Fernandito y Xóchitl en la capital. Cayó como un globo aerostático desde las alturas, quemó la Tierra y, de no haber sido porque los acotamientos estaban limpios, seguramente me hubiera estrellado.

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