Facultad de Estudios (FES) Cuautitlán
Facultad de Estudios (FES) Cuautitlán
En la entrada de la Escuela Nacional Preparatoria No. 5, ese lugar que acompañó mis estudios durante tres años, hay un árbol de jacaranda, sus raíces llevan asentándose por más años de los que un ser humano podría notar. Además, es un emblema que representa la primavera y la despedida de los alumnos. Jamás noté su esplendor hasta que un día encontré en mi corazón un amargo sentimiento de nostalgia, me percaté de cuánto me gustaba ser preparatoriano.
La preparatoria fue un momento complicado, lleno de demonios, hormonas, y vivencias que cada quién acarrea sin darse cuenta. Para mí fue ese lugar donde acudía en el clarecer del día, para posteriormente llegar a mi casa con la poca energía que me quedaba. Siempre juzgué esos momentos, sin saber que era un lugar donde mi alma realmente se reconfortaba, aunque a veces parecía todo lo contrario. Solía cuestionarme y desear no estar ahí. Ahora veo la preparatoria distinta, para los retraídos sociales es un espacio donde se pueden permitir ser, expresarse y descolonizar esa identidad que han forzado en sus casas, esa fue mi realidad. Recuerdo la preparatoria como el amanecer de ayer. En mis evocaciones es todo tan fresco y al mismo tiempo borroso. Desde que entré a la universidad en línea tengo que fingir no querer recordar por estar viviendo una vida que no logra superar el deseo que tenía al entrar en la preparatoria y que no logré cumplir cuando la terminé.
Cuando la melancolía aborda mi mente puedo ver los salones en los que estudié. Tuve la suerte, o la maldición, de siempre moverme por el mismo edificio, el A. Los salones eran de poca luz, los cubría el mismo árbol, que por alguna razón siempre supe de su existencia, pero nunca logré ver su figura completa. Rara vez, cuando se colaba un reflejo del sol en las ventanas de nuestros pequeños salones, se creaba un destello matutino sobre mi carpeta y me hacían sentir esperanza.
Mientras esperaba a mi maestro de ética, que solía llegar tarde, o mi clase de literatura, donde te ponen esas lecturas, que por alguna razón, a pesar de ser tortuosas, había una magia en compartir puntos de vista y desentrañar la lectura tomando las partes más ocurrentes, me sentía con el nivel de comprensión de un universitario que está a punto de titularse, o que algún día mis ideas serían publicadas en un periódico.
Recuerdo que para mí los tabúes más grandes eran el alcohol y las drogas, aunque mi existencia consistía en sobrevivir a quinto año y las clases de historia y de literatura, que por más que amara, tenía que balancear con biología, química y matemáticas. Cuando entre a sexto, fueron las artes y las humanidades las que llenaron mi sed de misterio. El mundo era absurdo y nihilista, lleno de placeres y vivencias, romances en fiestas, interacciones en redes sociales, bebidas adúlteras, vasos escondidos de unicel llenos de líquido azul y salidas a parques controlados por gente dueñas de sustancias que te hacían creer que despersonalizarse era adecuado para tu cabeza.
Las vivencias obtenidas son como un elixir al que vagamente se puede acceder, a pesar de ser un adicto a escribir memorias en un diario, debes de tener la motivación para poder abrir ese cuaderno y leer las páginas donde escribías cada momento de tu clase aburrida de doctrinas filosóficas, o tu clase con la peor maestra de física, mientras intentas balancear un episodio depresivo, que llegó al punto de considerar entrar a una ingeniería para hacer mucho dinero y pagarme la casa rodeada de flores y libros; todo escrito durante diversas clases, que por más que intentaba poner atención, los dramas y alteraciones sociales no me permitían concentrarme en Sócrates o Platón. Si existiera la posibilidad de encontrar la forma de regresar al pasado, volvería a leer esas lecturas de literatura e intentaría consolidar mi relación con Sócrates en la clase de ética.
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