En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Crédito: Angelica Kiimi Santiago Mosco / Facultad de Filosofía y Letras
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Esperanza Brito García

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Soy estudiante de primer semestre, interesada en el ámbito de las luchas sociales, así como las causas populares. Una de las caracteristicas que me definen es mi gusto por la investigación y la Academia. Asimismo, puedo decir que disfruto de cuestiones artísticas y literarias, tales como la pintura, la serigrafía, el dibujo; así como la lectura de poesía, novelas y cuentos. Además, me gusta pasar tiempo con mis gatas y con mi novio Ángel, ambas cosas que complementan mi felicidad.

De cómo nos fallaron

Número 15 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2024

Me vi cara a cara con el llamado “terrorismo académico”

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Esperanza Brito García

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

En enero de este año sufrí uno de los eventos más difíciles de mi vida: a razón de que en tercer semestre obtuve un promedio una décima menor al establecido, el honorable Colegio de México decidió darme de baja del programa de licenciatura. Tristemente no fui la única, ni de la generación, ni del centro de estudios, ni de la institución, ni mucho menos del sistema de educación superior. Mi salida ocurrió sin pena ni gloria, un número más, consecuencia lógica de un reglamento que acepté sin protestar, de un sistema preexistente, inamovible. 

Tras una reflexión de lo sucedido me percaté que fue la crónica de una muerte anunciada: desde el principio sabía que había una mayor probabilidad de que me sacaran que de titularme, o incluso que de salir por voluntad propia. Y es que, desde antes de ingresar, pero sobre todo durante mi estancia, me vi cara a cara con el llamado “terrorismo académico”. Esto refiere a prácticas donde la enseñanza pasa a segundo plano, el objetivo es hacerle sentir al estudiante que ni sabe nada ni es nadie, cualquier opinión que tenga es irrelevante, sus sentires exagerados, y agradecido debería de estar de que el profesor esté dispuesto a “iluminarlo”. 

Al verme obligada a reflexionar sobre estas características, mi sorpresa fue darme cuenta de que he sido partícipe en ellas, quizá no ejerciendo, pero sí callando ante evidentes abusos en pos de pertenecer, de no causar problemas, de algún día pasar de ser una mortal estudiante a una todopoderosa académica. Con vergüenza admito que he agachado la cabeza, que he volteado para otro lado, y que he evadido a quienes tuvieron el valor de alzar la voz. Por eso es que, ahora que las llamas del incendio que ignoré finalmente me alcanzaron, no me siento con el derecho de percibirme traicionada por quienes antes que yo hicieron lo mismo. 

Como cualquier otro sistema, el de la educación actúa igual en todos sus niveles. Desde los primeros años de nuestra vida nos enfrentamos a abusos por quienes ostentan los mayores niveles dentro de la jerarquía escolar: los profesores. Si bien el poder “real” no es tanto, es suficiente para cambiar la vida de los alumnos, pues me pregunto: ¿cuántas y cuántos de nosotros encontramos nuestra pasión gracias a un buen maestro en secundaria o preparatoria?, ¿cuántas y cuántos agradecemos a un maestro un aprendizaje que nos acompaña dulcemente todos los días de nuestras vidas? Y a la par, pero en otro sentido, ¿cuántas y cuántos llevamos a cuestas eventos traumáticos propiciados por los profesores?, ¿cuánto aprendimos a odiar una materia o a la escuela misma por quienes debían enseñarnos? 

Según las investigadoras Elba Abril Valdez, Rosario Román Pérez, María José Cubillas Rodríguez e Icela Moreno Celaya, en su publicación “¿Deserción o autoexclusión? Un análisis de las causas de abandono escolar en estudiantes de educación media superior en Sonora, México”, entre las principales causas de deserción escolar en los adolescentes se encuentran haber reprobado materias y la falta de motivación, causas directamente relacionadas con la interacción con los profesores. Igualmente, como mencionan Jorge Rodríguez Arce y Héctor Manel Morales Fajardo en el artículo “Ansiedad y estrés: los enemigos invisibles de los estudiantes”, al menos el 20% de los estudiantes de educación superior sufren episodios de estrés y ansiedad que reducen significativamente su rendimiento académico. Se forma así un ciclo en el cual los estudiantes son sometidos a grandes presiones que les generan problemas psicológicos, esto les provoca un mal rendimiento, su motivación disminuye hasta que muchos optan por abandonar completamente la educación, porque consideran que “no es para ellos”.

Para muchas instituciones es un orgullo que este terrible círculo se mantenga, dado que por alguna oscura razón esto les da cierto prestigio. Es habitual escuchar con delirios de grandeza frases como “En esa escuela es más difícil salir que entrar”; o pensemos en los llamados profesores “filtro” quienes también se regocijan en datos como “Apenas el 10% de mis alumnos aprueban la materia”. Quedan repercusiones entonces tanto para quien se queda atorado en las múltiples trabas del sistema (a quien le ocurre es señalado de flojo, incompetente, desobligado, entre otros adjetivos) como para quien sortea los obstáculos (que finalmente agradece a quienes le causaron noches de insomnio y llanto). 

El conocimiento es algo precioso y motivo de múltiples luchas a lo largo de la historia: mujeres, personas racializadas y muchas otras disidencias han dado sus vidas para que las nuevas generaciones tengamos acceso a él. La etapa escolar además es por muchos considerada la más bella de toda la vida, las amistades, los aprendizajes, e incluso el esfuerzo que hay que dar, es parte de lo que nos forma y nos hace humanos. ¿Entonces por qué normalizar el abuso, el odio y el rechazo?, ¿por qué es mayor causa de indignación recibir ayuda que ser perjudicado por este sistema?

Lo que me ocurrió me llena de rabia, especialmente al saber que mi historia no fue una irregularidad en el sistema, sino la forma normal de operar. La educación es un derecho que nos es negado diariamente, que nos es arrebatado, y peor aún es que se nos culpa de este arrebato. Yo tuve la oportunidad de iniciar de nuevo, encontré también la fuerza requerida, pero millones de jóvenes jamás lo logran. Si alguna vez nos culpé (a las víctimas), hoy me excuso profusamente, porque nosotros no fuimos quienes fallamos, a nosotros nos fallaron  y mientras no alcemos la voz, mientras sea más normal sobrevivir que vivir, mientras exista gente que nos niegue el futuro y decida por nosotros, mientras permitamos los abusos, nunca podremos aspirar a una verdadera igualdad. 

Es crucial que rompamos el silencio, que luchemos por un cambio real y que nos unamos en la demanda de un sistema educativo que sea inclusivo, justo y accesible para todos. Sólo así podremos aspirar a un futuro donde cada individuo tenga la oportunidad de crecer, aprender y contribuir plenamente a la sociedad.

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