Facultad de Ciencias
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Al notar la blanca luz colarse por las cortinas semiabiertas, sintió una chispa de emoción recorrerlo de pies a cabeza.
Se dirigió rápidamente a la puerta y avanzó por las escaleras mirando al cielo, hasta llegar a la superficie de tabique carmesí a la que tantas veces había acudido en aquellos momentos de infancia en compañía de su familia para admirar el mismo espectáculo que tenía sobre su cabeza.
El brillo en sus ojos era opacado por la Vía Láctea que yacía sobre el firmamento, Júpiter y Marte se asomaban. Las estrellas, que tantas veces confundió con los dos cuerpos anteriores, mostraban pedazos de constelaciones que se había aprendido de memoria y los tonos rojizos con amarillo se fundían con el negro del espacio en medio del blanco de la luna que estaba al lado.
“Mucho tiempo para imaginar tenían los griegos”, pensó al recordar las explicaciones que le daba su padre sobre cada elemento que se encontraba en el cielo esa noche.
Bajó la mirada y observó la silueta formada por las montañas a lo lejos, al parecer, volver a la casa de sus tíos no había sido tan mala idea, pues en la ciudad jamás habría podido volver a ver ese paisaje sin una fotografía.
Pero no todo era lo mismo, estaba en silencio.
Y entonces recordó: en las faldas de aquellas montañas no había más que tierra y tenía años que no veía nada más que el cielo gris.
—Qué bueno que has regresado, allá todos están locos. Imagino que es por tanta cosa que hay en el aire, ni ellos han de saber qué respiran –le dijo una de sus vecinas al encontrarlo sobre el redondel mientras recordaba, ahí alguna vez hubo un gran árbol bajo el cual entre primos vivían aventuras distintas todas las tardes durante los veranos, hasta que los tiempos entre idas a casa de los abuelos comenzó a volverse más largo y cuando finalmente se reencontraron solo intercambiaron saludos apáticos, como si aquellos momentos de alegría jamás hubieran existido.
Tal vez ella tenía razón, jamás pudo entender cómo aquellas personas ajetreadas ponían su trabajo encima de cualquier otra cosa y antes de que pudieran disfrutar de sus ganancias, menores al empleo que tenían, por cierto, nuevos gastos surgían y aun cuando esto no era así, ¿qué otra cosa podían hacer además de gastar su fortuna en cosas inservibles? Cuando hay contingencias ambientales cada dos o tres semanas y los lugares sólo son maravillosos en imágenes ya no vale la pena viajar, pero tal vez la mayoría de ellos no notaba eso, con la mirada en las pantallas estaban acostumbrados a casi no salir de casa, y luego de que las personas descubrieran que podían realizar una gran cantidad de actividades en su hogar debido a una pandemia ocurrida hace tiempo, pocos fueron los que se preocuparon cuando nuevamente les pidieron dejar de acudir al trabajo, esta vez debido a la contaminación en el aire. ¿Acaso no se daban cuenta?
Pensándolo bien, tal vez no había demasiada diferencia entre los habitantes de ambas locaciones. Todos están en lo suyo mientras critican lo que hacen otros, como sea, los dos enferman, unos más rápido que otros, pero eso ya no les importa, ahora es algo común.
El silencio se volvía cada vez más desolador que nostálgico, sentía su corazón acelerarse y las ganas de gritar y correr aparecieron. Pensar en la destrucción de todo aquello le dolía, pensar que el fin se acercaba y no podía hacer nada para evitarlo era abrumador, el calor sofocante al que se había acostumbrado en su adolescencia fue solo el inicio de una serie de tragedias que había ignorado, pero ahora entendía que no eran casualidad.
Los huracanes no eran normales, pero él se había divertido haciendo barcos de papel en la lluvia. Las personas que bloqueaban las carreteras porque no tenían agua eran solo las primeras en hacerlo, pero él se había molestado por las protestas y había insultado a más de uno. Habían ocurrido sequías en lugares donde antes había enormes ríos y lagos, mientras él daba conciertos en la ducha.
Pero no podía ser su culpa, los responsables eran las compañías de bebidas que él tomaba, de marcas que él usaba, de los gobiernos por los que él votaba, pero no, la suya no era. Él no podía hacer nada, nadie podía hacer nada, nada más que quejarse y seguir con su vida. Él solo no podía cambiar nada, así que no hizo nada, y millones en el mundo tuvieron el mismo pensamiento.
¿O acaso pudo…?
La primera gota de lluvia cayó sobre su cabeza, salió de su trance cuando vio al suelo cambiar de tono, las nubes grises ocultaron el brillo del espacio y lo hicieron encender la linterna de su celular para poder ver las escaleras.
No debía quedarse más tiempo afuera, en todos lados saben que la lluvia ácida es nociva para la salud, lo mejor era entrar.
—Ni siquiera noté cuando los grillos dejaron de cantar –susurró a la lluvia antes de cerrar.
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