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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Equipo ¡Goooya!
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Abraham Moisés Segundo Nava

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Soy Abraham Moisés Segundo Nava, me gusta leer, escribir y escuchar a todas las personas que tengan algo bueno qué decir. Mis intereses son muchos y están enfocados en la crónica y testimonio escrito de personajes clave en las movilizaciones sociales: los manifestantes, los vendedores de periódicos, los medios corruptos, los grandes oradores y todo aquel que se atraviese en el cambio.

Crónica de Zona Maco –y una cita–

Número 8 / ENERO - MARZO 2023

El corresponsal de ¡Goooya! en Zona Maco nos cuenta su experiencia en la feria de arte más importante de América Latina: qué vio, a quién conoció y… ¿cómo le fue en su cita?

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Abraham Moisés Segundo Nava

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Un día conocí a alguien de quien me enamoré, una mujer preciosa hasta el último de sus huesos… pero ah, mis queridos lectores, no sería escritor si el amor tomará alojo en mi corazón: por su puesto, algo habría de salir mal. ¿Qué hacer de las pasiones asintóticas? Mientras ella es una apasionada de las artes y todas sus expresiones, yo me dedico al estudio exhaustivo de los dibujos animados. Confieso que esta es la razón por la cual me interesé en cubrir Zona Maco, aun sin saber bien de qué se trataba, comprendía que era la cita perfecta para conocer del arte y, por supuesto, de ella.

De la feria conocía el nombre, lo cual no me dice mucho. Preliminarmente les puedo contar que es una de las grandes ferias de arte contemporáneo de toda América –en su sitio de internet versa: “abriendo el mercado”, que es lo mismo que decir “progresando”–. Desde el 2002, Zona Maco reúne a grandes galerías de todo el mundo que, año tras año, por espacio de unos días, llegan al poniente de la Ciudad de México.

¿Me puede explicar la obra?

Días antes de que comenzara Zona Maco, empecé a leer un poco sobre el arte, sus expresiones. Me obsesioné cuando vi a los viejos muralistas posrevolucionarios y su discurso nacionalista que da peso al papel del hombre en el desarrollo histórico y me creí experto, en mi cabeza tenía un gran discurso apenas si soñado para apantallar e, inflado de soberbia, invité a mi amada a mi cobertura. Me sentí un viejo lobo, acechaba a mi presa desde la montaña más alta del saber revolucionario, con ímpetu jovial me abalancé sobre la aventura, pero, apenas llegué al Centro Citibanamex, mis aullidos de omega se atenuaron a los de un pobre ladrido de cachorro. Y es que uno entra y lo primero que ve son cuadrados pintados de colores cálidos sobre otros cuadros, una falda pegada a una mesa, una reina de ajedrez de textura marina que destruye el tablero simulando el final, gente borracha intentando hablar inglés y, en medio de todo eso, yo, un joven administrador público, rezando a un dios en el cual no cree para no ser abandonado por su cita.

En el salón del evento, de extremo a extremo, hay por lo menos unos 10 pasillos que se extienden a lo largo de por lo menos cincuenta metros, en cada pasillo se suceden varias galerías de México y el mundo con cuadros y esculturas terriblemente confusas para mi ojo no entrenado que recorría con miedo de no tocar por temor a confundir una obra con un objeto común (cosa que sucedió). En cambio, mi cita caminaba sin prisas por cada exposición mientras yo me dedicaba a entrevistar a diestra y siniestra a cada hablante del español que me encontraba. Entrevisté a expositores, asistentes, a otros periodistas y también al personal de limpieza y apoyo que estaban ahí. Por supuesto que para entender mejor la obra me centré en los expositores, ellos me decían a rasgos muy generales de qué se trataba cada pieza, alguno me dio un consejo sobre no buscar un solo significado, sino centrarme en las sensaciones que me provocaba cada obra aun si éstas no tenían un concepto claro. Así, por ejemplo, me detuve a observar un cubo de lo que parecía piedra amontonada, una sobre otra, “las texturas en cada obra dan un nuevo significado a la estética de la escultura”, me dijo aquel expositor con finta de monje franciscano y un marcado acento español. Había también  una esfera dorada con una infinitud propia de su forma a la que le atribuí el sentido de la esfera de Pascal y la representación de dios, que es infinito según sus autores.

“¿Qué opinas de esto?”, me preguntó mi cita mientras veíamos un ropero con algunas fotografías y recuerdos que me hacían recordar a la casa de mi abuela. No supe qué responder e intenté contestar con un chiste, algo sobre las copas del brindis de XV de su mamá… después de ese desafortunado comentario un hombre fino, blanco como la leche, alto como la Torre de Babel, con un humor de pocos amigos, me corrigió en el acto. Era un hombre cubano que había ido a vivir a Estados Unidos y se presentó ante nosotros como un historiador del arte. Aproveché su experiencia para preguntarle:

–¿Usted cree que este tipo de arte pueda volverse popular?

Y, arrinconado contra una pared blanca cubierta por un lazo con nudos, me dio una respuesta que me dejó atónito:

–El arte siempre ha sido única y exclusivamente de las personas que tienen dinero, así fue, así es y así será. Esto es un mercado. Es infantil pensar que algo pueda cambiar o que podamos dar arte a las personas que no tienen la posibilidad de entenderlo.

De todo lo demás que me dijo aquel caballero recuerdo poco, al final el arte fue lo que golpeó mis ojos toda la tarde.

Arte y el populacho

Esta respuesta no fue la única que mantenía ese discurso, como esa, recibí 10 iguales, solo que con diferentes matices, pero todos respondían lo que yo ya sabía: todo se lo debes al poderoso caballero Don Dinero. Por supuesto que hay que dejar en claro que no todos decían lo mismo, algunos combinaban sus respuestas con un aire bohemio de artista del hambre, de un artista por el arte y en favor de él; del personal de limpieza que allí laboraba me encontré con indiferencia, con respuestas vagas, con extrañas expresiones que no dicen nada: “pues, está padre…” Después de un rato dejé de hacer entrevistas y para cierto punto de la tarde me dediqué única y exclusivamente a recorrer los pasillos con un vaso de tequila en la mano (cortesía de los ahorros de mi vida) y completamente solo: mi cita, ante las bochornosas situaciones, había optado por separarse de mí.

Por los pasillos me encontré muchas pinturas que enaltecían a las comunidades afrodescendientes o fotografías de las zonas rurales del tercer mundo, y me pareció terrible que esos protagonistas no estuvieran ahí. Las voces que inundaban el ambiente proclamaban la belleza de los que ignoran día con día.

Una vez recorrida la mayor parte de la feria, los humores del alcohol me habían transformado en alguien que recorría con gusto de patineta etílica la violencia disruptiva de lo que nunca entendí. Pero me atreví a disfrutar las piezas que se torcían, la compañía y plática de algunos estadunidenses (especial saludo a la compañera Yunko, seria politóloga conocedora de la realidad de clase) que disfrutaban su trabajo y por los que alzo mi copa, pues me enseñaron que, de ser posible, con un vestigio de ardor infantil, la voz quemará las paredes para la posteridad a través de las figuras que cambian la historia.

De esta feria lo más deslumbrante es la diversidad de sus obras, la genuina novedad estética que se tatúa en la pupila, el centralismo del pensamiento artístico. ¿Cuándo será el día, querido lector, en que el arte complete verdaderamente su diversidad haciéndola accesible a los iletrados? Hasta que ese día llegue, a nosotros, los desterrados hijos de Eva, nos toca quedarnos con la obra como momento fugaz de exhausta parsimonia.

Así, queridos lectores, termino con el inconfundible deseo de invitarles a Zona Maco, que volverá el próximo año con más obras para ustedes, valientes, que se avienten a conocer algo nuevo, a desenterrar sus ideas en favor de los encuentros.

Hasta luego, mis desterrados hijos de (HU)EVA.

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