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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Luis Antonio Rodriguez Jimenez
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Mateo Negrete

Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Morelia (ENES Morelia)

Soy un alumno de nuevo ingreso a la carrera de Materiales Sustentables en la ENES Morelia. Algo que me define y que también me ha ayudado durante estos años de pandemia ha sido estar en constante contacto con mis sentimientos, hablándome a través de la escritura y escuchándome a través de la lectura. Más allá de la poesía que suponen estas comparaciones, las considero un proceso que a la vez es terapéutico, artístico y que disfruto mucho. Mis pensamientos están plagados de discursos ambientales, introspección personal y existencialismo de bolsillo, así como, por una extraña razón, fijaciones momentáneas y casi obsesivas por la física. Espero que resuenen con lo que escribo y que sepan que es normal a veces sentirse sobreestimulado por tu propia mente y tener esta ruminación mental que puede llegar a ser bastante abrumadora.

Claustrofobia eufórica

Número 7 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2022

Está a punto de llover y yo quiero ser la tormenta

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Mateo Negrete

Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Morelia (ENES Morelia)

Es agobiante lo estrecha que eres. Te mido diario, al menos dos veces, para cerciorarme que no me he enloquecido: tres metros doce centímetros de largo y ni siquiera lograste tener los dos metros de ancho. Son unos enclaustrados 197 centímetros verificados por mi regla. Diario tengo la misma esperanza, seguida por la traicionera decepción de que tu inanimada estructura llegue al número par. Cinco pasitos pa’delante, tres pasitos arrastrados y la mitad de otro a la derecha.

El espacio es tan chico que en minutos me asfixio y rasguño los muros. Respiro profundo y soy consciente del aire que me queda, impregnado con mi propio olor, reciclado y recirculado, como un simbionte de mis esencias forzadas a convivir juntas; sofocado dentro de un bloque de concreto.

Y mientras el oxígeno se agota, la fricción de mi suela contra el piso calienta la temperatura de este infierno otros cuatro grados más, son martillazos en la cabeza que me dejan zumbados los oídos. Una gota escurre por mi ceño fruncido y se pasea entre sus grietas, clara evidencia del derretimiento de mi cara. El roce entre mis pliegues arde, es una pesadilla.

Trato de recargar mi cuello en las paredes que antes eran frías, pero parecen haber cobrado vida; son abrazos de mezcla caliente que recubren y embarran mientras escurren. Siento el pulso y el vaho húmedo de estas abominaciones mucosas, me cuezo a fuego lento dentro de estas cuatro paredes, ya sea en olla express o hasta que me reviente la cabeza y se me cocinen los órganos.

Cierro los ojos y abrazo la taza de café que ayer me salvó de la fatiga y empujó la deserción escolar otros tres días. Anocheció con frío y me cierro a una posición fetal para ahorrar espacio y tormentos.

¡Ayuda! El letargo no abandona la prisión de mi cabeza y a mi boca no viaja ni la más mínima vibración. Estoy atrapado, ya no quiero estar aquí.  Susurro con la guitarra a ver si me impregna de valentía, pero ni la sinfonía de una orquesta movería a este necio de sedentario espíritu.

Me asomo por la ventana y calculo que unos cinco milímetros de vidrio separan mi compactada jaula del infinito aire del exterior, del ambicioso y violento éter, ese que trepa por las paredes y se apodera de todo lo que toca, levanta y transforma, mixtura que sube en repentinos remolinos y baja en suaves brisas que peinan los carrizos.

Desde mi cuadradito de observación veo un cachito del cerro desbordándose por los costados de la miscelánea, son doce minutos y medio de brusca carrera que me obstaculizan de ser rasguñado por tus espinas y oler tus potentes hierbas. Estoy harto de pensar hacia fuera y encogerme de hombros esperando que todo mejore. Te juro que estoy a cinco controversias de largarme definitivamente y correr gritando mi nombre a todo pulmón, para llegar a sembrarme en tu tierra enraizado al mundo y achicharrar mi piel morena. Ardo con plegaria al sol, con grandes llamas alimentadas con todo el oxígeno de tu bosque. La tarde se nubla. Está a punto de llover y yo quiero ser la tormenta.

Cierro la ventana porque ya es tarde y no es tiempo de pensar en tonterías. Mañana hay clases y no me aguantan ni una falta más para expulsarme de la carrera. Apoyado en la viga de metal más cercana, pesada, perenne, eterna e inamovible, coloco mis ideas más rebeldes y las entierro con palita de vergüenza; meto en una bolsa todos esos gritos eufóricos que hubiesen sido y los acuso con  lágrimas gordas de decepción.

Cada gota que cae es más conformista que la anterior, y por mas que sigan cayendo, ruiselando en mi cara, haciendo charco en el piso, el corazón no me lo llenan, mi duelo, mi fuerza, se fue contigo, mamá. Te recuerdo a diario. Me pongo tus ojos y con ternura aquí y amor allá. El mercado ya no lo hago arrullado entre tus manos y ya no me premian por acompañar a nadie. Incondicional, eterno y atemporal te prometí cuidarme.

Recupero mi postura y vuelvo a mirar por la ventana, en medio de esa delgada atmósfera que se hace antes de llover, como instinto natural, despierta el alma con un trago de agua fría, desgarró el silencio y rompió la ventana. Ahí siento cada nervio, cada pelo, cada cicatriz detrás de cada trauma. Me trago el garrafón entero de agua, huí en camisa de fuerza de aquel purgatorio y entre doce sollozos y media jícara de lágrimas me fugo al campo. Ahí, en plena terracería, me desnudo de los pies y conecto la planta con la tierra fresca, helechos y plantas.

Despedazo el silencio de un alarido largo, y a ocho pulmones, respiro hondo y trueno. Caigo en gotas transparentes entre flores, resbalo entre sus hojas y chillo, pues la ciudad me domesticó, me adoctrinó creyendo en un título exitoso por encima de la risa de los impulsos, la felicidad orgánica de los placeres.  Ahora me doy cuenta que por cada capa de celofán que me pusieron, la cascada me extrañaba más, que entre susurros me silencié y ahora no viviré adormecido. Ahora únicamente dormiré por la noche, mecido por el aire, alimentado por la tierra y cobijado por los platanales.

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Claustrofobia eufórica

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