FES Acatlán, UNAM
FES Acatlán, UNAM
—Señora, ¿me compra unos bombones? ¿Unos chocolates? —la niñita me miraba con lástima.
—Ay niña, para la otra. No traigo dinero —mentía.
—Por favor, señora. No he vendido nada en todo el día. Usted es mi última esperanza.
—¿Esperanza de qué? —no quería ser grosera con la niña, pero lo fui, ya eran las dos de la tarde y lo que más quería era llegar a mi casa a comer.
—Es que tengo tres perros: Pipí, Popó y Papa. Tengo siete hermanos. La comida para los perros es cara—lo dijo como si una señora de cincuenta años se estuviera quejando de los precios en el mercado—. Necesito dinero para comprarles comida.
Mientras ella platicaba, fingía buscar algo en mi bolso. De repente me hice la que encontraba unas monedas por sorpresa y le pregunté cuánto costaban los bombones.
—Los bombones están a diez y los chocolates, a quince —señalaba los productos al decir los precios. Sus manitas estaban sucias, y parecía que se mordía las uñas.
—Dame unos bombones, por favor.
En eso, una familia iba pasando con sus dos niñitas bien vestidas manejando un patín cada una. Los ojos de la niñita se desviaban a ver los patines. Su rostro reflejó el anhelo que sentía por andar en uno.
—¿Has andado en patín? —pregunté para seguir conociéndola. Me interesaba saber de ella.
—Sólo una vez. Y cuando anduve me caí —se rio—. Popó se cruzó cuando estaba andando.
La mamá de las niñitas se percató que la niñita miraba atentamente a sus hijas. Posiblemente la mujer tenía corazón de pollo porque le pidió a una de las niñas que le prestara el patín y se dirigió hasta nosotras para ofrecerle un ratito el juguete a la vendedora de bombones y chocolates. Tomé su caja de mercancía para que aceptara el patín y se divirtiera un ratito. Nunca olvidaré ese momento; patinaba por la banqueta, pero no expresaba nada. No sonreía ni se emocionaba. Miraba detenidamente la calle. Su semblante no era de niña, me percaté de que su semblante era como el de una adulta.
Devolvió el patín y me pidió su mercancía. Le pregunté si venía con alguien o si iba a otra parte.
—Ya me voy, mi mamá me espera.
—¡Qué te vaya bien, niña! —me despedí mientras se marchaba—. ¡Espera! ¿Cómo te llamas?
—¡Joseline!
Cruzó la calle y una señora la recibió. No me había dado cuenta de que esa misma señora estuvo todo el tiempo sentada en una banca de cemento del otro lado de la calle. Eso me desconcertó. Joseline parecía ser una niña de cuatro a seis años, ¿cómo es posible que su mamá la ponga a vender y ella solamente observe? En fin, espero que con los diez pesos que le di y las demás ventas que hizo pueda comprar croquetas para Pipí, Popó y Papa. ¿Será que la niña inventó los nombres y que tenía perros para hacerse la pobrecita? ¡No! No debo de juzgar. Lo único que espero es que Joseline deje de trabajar. ¡Qué injusta es la vida! Cuando ella se preocupa por ganar dinero, otras chamaquitas lloran porque no les compran juguetes.
A ver si Joseline vuelve a aparecer en mi camino. Si la vuelvo a ver, le regalaré el dinero, no le aceptaré bombones o chocolates. Pero… Bueno… En lo que llego a mi casa comeré los bombones.
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3 Responses
Muy bien Sarita. Me encantaron los nombres de los perritos. Una historia triste, pero real. Un fuerte abrazo.?
Muy bonito cuento.
Me conmovió