Ayer, al caminar, me di cuenta que ayer no era ayer, y hoy me doy cuenta que hoy no es hoy; vivo atento de algún suceso extraordinario, pero desde hace un siglo llevo esperando.

Estoy cansado de ver caras, oír eternas charlas y disimular no ver al duende trepado a mis espaldas.

Qué tengo que hacer para morir y volver a este momento, o mejor vivir otra vida para morir y volver a buenos momentos.

Miro el débil zurcido en el flujo de nuestras miradas y no puedo más que volverme a ver la artificial belleza de la naturaleza y los bellos artificios del hombre.

Las lindas abejas escapan de sus cielos y se arrastran a la humanidad buscando consuelo.

Mañana me daré cuenta que la realidad discurre agonizante a arder en eterno fuego; la realidad merece ir al infierno y morir lentamente entre llamas multicolores.

Y de nuevo estoy aquí, parado en incierto sendero, te devuelvo un par de lustrosas esferas, esferas que lloran y sangran. Me alegra que ya no puedas mirarlas, solo veo tu sacramental cuerpo e inclino mi cabeza ante la cruz y tu nombre.

Moriré y aquel duende morirá conmigo, morirá mi voz y mi mente, morirá mi inexistente virtud y mi ignominiosa poesía; y no me daré cuenta, me resignaré y mi naciente ser volverá al cuerpo y a cada instante, pero no me daré cuenta…