Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Muchas generaciones de mujeres han sufrido una violencia invisibilizada en las relaciones amorosas. Sexo sin consentimiento forzado por las parejas, infidelidades, abortos y enfermedades sexuales producto de lo mismo, de la idea en la que los hombres pueden disponer de las mujeres en cualquier momento para su placer; una sexualidad heteronormada y monógama que no a muchas les hace felices. Por lo que la sexualidad también es una cuestión de derechos humanos que debe ser garantizado, así como el acceso a la información sexual. Muestra de ello es una reciente nota de Forbes que señala:
“La idea de que tener una relación estable es una medida de protección frente a infecciones de transmisión sexual es peligrosa, pues 90% de las mujeres que contraen el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) son contagiadas por su pareja, de acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México, Censida y AHF México” (2021).
En México, según datos de la Secretaría General del Consejo Nacional de Población, en su informe sobre “Situación de los derechos sexuales y reproductivos” de 2018, el 60.4% de las mujeres entre 25 a 34 años tuvieron su primera relación sexual a los 17 años. En 2021, según el Instituto Nacional de las Mujeres, señala que el “23% de las y los adolescentes inician su vida sexual entre los 12 y los 19 años” (Inmujeres, 2021).
El gobierno mexicano ha tratado de dar respuesta desde la prevención de embarazos y enfermedades sexuales desde 1965 (Conapo, 2018). En 2015 dio inicio a la campaña, Estratégia Nacional para la Prevención de Embarazos Adolescentes (ENAPIA). Sin embargo, poco ha dado frutos cada una de estás estrategias, ya que, aunque un 60% de las adolescentes de 15 a 19 años (INEGI, 2021) emplean algún método anticonceptivo. En el mismo comunicado se señala que, actualmente, México ocupa el primer lugar en embarazos adolescentes.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Latinoamérica, a consecuencia de la situación de la pandemia iniciada en 2019, las mujeres tienen menos acceso a anticonceptivos que derivó a 1,4 millones de embarazos no deseados en 2021 (Adn40, 20 marzo de 2022). Otro de los fenómeno que se hizo más visible durante la pandemia es la creciente violencia contra las mujeres. A finales de 2020 se reportaron, “3,874 homicidios de mujeres, más de 8 mil mujeres y niñas desaparecidas y 700 mil llamadas de auxilio por violencia en el hogar” (.Chrístel Rosales, 2021) Los datos anteriores son muestra de que algo falta contemplar para contrarrestar este fenómeno que afecta la calidad de vida de muchas mujeres.
Gabriela Bard Wigdor y Paola Bonavitta en su artículo, “Justicia erótica: una cuestión de derechos humanos” (2019), señalan que por medio de la cultura aprendemos, entre otras muchas cosas, en qué género nos localizamos a partir del sexo, como primera identidad asignada socialmente, que determina, en menor o mayor medida, la manera en la que nos desenvolvemos sexualmente y la posición que tomamos dentro de la estructura social con base a otras intersecciones culturales como lo son la clase, la raza/etnia, edad, valores culturales entre otras.
Desde esa primera clasificación se enseña e impone una manera de hablar, de vestir, caminar, la orientación de los deseos, con quienes y cómo se pueden desarrollar sexo-afectivamente y hasta la manera en la que se conceptualiza el amor. La masculinidad y la feminidad se construyen a partir del rechazo del otro, en dicotómicas. Mientras que a los hombres se les instruye la fortaleza y la virilidad a las mujeres se les inculca la belleza y el cuidado, como describe y ejemplifica Carol Herrera en su libro,”Hombres que ya no hacen sufrir por amor“ (2019).
El sexo, la identidad y orientación sexual es algo de lo que hasta hace unos años o décadas no se podía hablar públicamente por la censura que imponen los discursos judeo-cristianos, que aún siguen determinado con más fuerza en determinados contextos pero sus pilares fundamentales siguen permeando en la sociedad. Ahora, con el neoliberalismo, el internet, la globalización y los smartphone, muchas de estás barreras éticas son borradas y las infancias que tengan acceso de forma libre a internet, aprenden la sexualidad a partir de la pornográfia. De hecho, son las corporaciones pornográficas las que estandarizan la forma en la que se desarrolla y culturaliza la vida sexual, reforzando los parámetros heteropatriarcales, y una mirada hipersexualizada de los cuerpos asumidos como no-masculinos.
Las generaciones de principios del siglo XX fueron las primeras en recibir educación sexual. Gabriela Bard Wigbor y Paola Bonavitta (2019) hacen una importante señalización en su estudio en la Ciudad de Córdoba, Argentina. Aunque hayan recibido información sexual, está únicamente se limitaba a la prevención de enfermedades de transmisión sexual y no sé otorgaba información de cómo es que se desarrolla las relaciones sexuales, ni sobre placer. Los primeros acercamientos sexuales de las mujeres son, en su mayoría, orientados por los hombres que imponen una sexualidad centrada en su falo, ya que los hombres hablan y tienen noción del sexo a temprana edad. Por lo que aprendemos a partir de las experiencias, con poca información y mucha presión en el proceso. No sólo el que genera la pareja. Además, la posición en la que te coloca la sociedad a partir de tu desarrollo sexual, en que las más penadas y castigadas son las mujeres por llevar una sexualidad libre. Por ello, poco se le ha dado prioridad al placer femenino.
A nivel internacional la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde 1974 contempla en la formación de la educación sexual no sólo el acceso y la difusión de información sexual, prevención de enfermedades sexuales y embarazo. También el placer y el desarrollo de las relaciones sexo-afectivas. El Estado mexicano lo contempla en la Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de México. Sin embargo, como también concluyen Ana Lis Heredia Espinosa y Adriana Rodríguez Barraza en su texto, “La educación sexual escolar… ¿Funciona?” (2021), la eduación sexual que se imparte actualmente el país, y podria decirse en general en América Latina, sigue basando al mero acto del coito, en la prevención de las enfermedades y embarazos a temprana edad, responsabilizando principalmente a las mujeres, en vez de cuestionar y replantear cómo es que se organización y construyen las relaciones sexuales.
Con la reivindicación del movimiento feminista, en el que, uno de sus principales discursos es este enfoque sobre una sexualidad libre de la imposición de los parámetros culturales patriarcales. Se ha generado un debate público sobre la forma en la que se quiere pensar, sentir, vivir las relaciones sexo-afectivas. Sobreponiendo el derecho al placer corporal feminino, reivindicando la zona erógena más sensible del cuerpo de las mujeres, pero a la vez la más censurada y castigada en la historia, que es el clítoris. Exigiendo una sexualidad libre sin mandato de género y cuestiones morales. Dando énfasis al cuidado que va de la mano de la responsabilidad afectiva y la protección de nuestros cuerpos. Es importante empezar a normalizar y exigir a las parejas sexuales y sentimentales generar prácticas de cuidado mutuo.
Laura Hernández, estudiante de nutriología nos compartió su experiencia al exigirle a su pareja sentimental una prueba de ETS. Lo que la motivó a hacerlo fue “más que nada por salud”, ya que anteriormente fue diagnosticada por Virus del Papiloma Humano (VPH) que le fue transmitida por su anterior pareja. Muchas de las enfermedades sexuales no son visibles a primera vista por lo que no se dio cuenta hasta que asistió con un especialista. Señala que, en un primer momento su pareja actual reaccionó raro pero que al final lo aceptó, y que esto le ha permitido sentirse más segura, y a su vez, el checo constante y el de su pareja le permite vivir tranquila.
Fuentes:
Por Armando Arteaga
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