Facultad de Filosofía y Letras
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Fue en su funeral donde descubrí por qué Lulú estaba tan obsesionada con hacer amigos. Se suicidó cortándose la garganta en la primavera del último año de su adolescencia, y quiso someterse a lo que se conoce como un funeral por trasplante, en el que su cuerpo se divide y se implanta en alguien cercano a ella.
—Ese había sido su sueño desde que era una niña— nos dijo su madre, llorando. Detrás de ella, los imponentes restos de Lulú sobresalían, estaba sonriendo, rodeada de flores. Cuando mis ojos rodaron hasta esa sonrisa sentí que mi corazón se iba a detener. Era una chica angelical. Era brillante, dinámica, olía a limón y, cuando reía, su voz ondulaba el aire como el impacto con un cristal.
—¿Alguno de sus amigos estaría dispuesto a ayudar en el entierro por trasplante de mi hija?
—Me encantaría.
Yo fui el primero en postularse. Los otros compañeros siguieron, uno tras otro, levantando sus manos, siguiendo mi ejemplo.
Así, el cuerpo de Lulú iba a ser repartido entre 111 de sus amigos más queridos. Me dieron el derecho a elegir primero. Después de muchas dudas, escogí el dedo meñique de la mano derecha. Es pequeño, pero no estorba cuando me pongo la ropa y siempre lo veo. Mi mano derecha tiene ahora seis dedos. Su dedo, que fue colocado del lado de mi meñique, es delgado y recto; se mueve cuando menos lo espero, lo cual me encanta. Esta es la pequeña lápida de Lulú, yo soy su tumba.
Todos nos convertimos en su tumba y salimos del hospital con la cara llena de realización.
—Seguro que por eso quería ser trasplantada, murmuró Elena a mi lado. También era su amiga. Los globos oculares de Lulú, incrustados en sus mejillas y protegidos por los párpados de piel de Elena, se movían lentamente.
—Sí, es probable.
—Y ahora también está con mi hermana. Creo que estará contenta, dijo Elena y me mostró la otra oreja que tenía implantada detrás de la suya. En su espalda hay, al parecer, una palma de su bisabuela, que heredó de su abuela. Ella no es sólo la tumba de Lulú, sino también la de su hermana y la de su bisabuela.
Puede que alguien más utilice como tumba a Elena en el futuro. No es para tanto, pero probablemente yo no trasplante a nadie más. Quiero ser la única tumba de Lulú.
Desafortunadamente sus cuerdas vocales fueron cortadas. Si hubieran sobrevivido definitivamente habría elegido eso. Pero Lulú se llevó esa voz al cielo. Me sentí muy triste por eso.
Era una tarde soleada. Mientras volvía a casa, se me pasó el efecto de la anestesia y me empezó a doler la mano. La sujeté y deseé poder recordar este dolor durante mucho tiempo, porque un día desaparecerá.
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Una respuesta
Excelente cuento, me encantó: aún escucho la voz de Lulú que ondula el aire para llegar al cielo. ¡Gran imagen!