Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala
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Hablar del amor siempre parece complicado, como si necesitáramos mil definiciones para un concepto que, al final, todos entendemos a nuestra manera. Y es que el amor no es solo el cliché romántico de las películas o el drama que inunda las telenovelas. A veces, el amor es incómodo, confuso y contradictorio. A veces, no es lo que esperamos, sino lo que necesitamos.
Eso es lo que el videojuego Life is Strange de anime me enseñó: que el amor no siempre es fácil, pero siempre deja marcas. No hablo solo del romance entre Max y Chloe, sino del amor en todas sus formas. El amor por un amigo, un hogar, una idea, o incluso una versión idealizada de ti mismo. Este juego no trata sobre salvar el mundo; trata sobre salvarte a ti, o a quienes amas, de las consecuencias de tus decisiones. En Life is Strange, el amor aparece como un concepto profundamente humano, lleno de matices. Desde el reencuentro de Max y Chloe hasta las últimas decisiones, se nos muestra que amar no es solo sentir algo por alguien; es estar dispuesto a enfrentarte a ti mismo por esa conexión. Chloe, a pesar de su rebeldía y su caos interno, ama profundamente a Rachel, a Max, e incluso al recuerdo de su padre fallecido. Es ese amor el que la impulsa, pero también el que la destruye.
Chloe no es un personaje fácil de amar, pero eso la hace más real. Es impulsiva, impredecible, y lleva consigo una carga de dolor que no sabe cómo procesar. Su amor por Rachel, aunque hermoso, también está teñido de tragedia y dependencia, de una necesidad desesperada de encontrar en alguien más el sentido que ha perdido. Y Max, al regresar a su vida, se convierte en el eje de esa búsqueda. Pero aquí es donde entra el verdadero conflicto del amor: ¿hasta qué punto somos responsables de las heridas y esperanzas de quienes amamos?
Max, por su parte, tiene el poder de retroceder en el tiempo, un don que cualquiera consideraría una bendición. Pero mientras avanza la historia, te das cuenta de que, en su esencia, su poder está impulsado por el amor. Max quiere proteger a Chloe, quiere corregir los errores del pasado y asegurarse de que las cosas sean “mejores”. Pero este deseo no siempre es altruista. El amor de Max está cargado de culpa: por haber abandonado a Chloe años atrás, por no estar presente cuando más la necesitaba, y, en última instancia, por querer aferrarse a una versión idealizada de su relación.
El amor en Life is Strange no es perfecto, y esa es precisamente su mayor enseñanza. Nos muestra que amar no siempre significa ser la mejor versión de nosotros mismos; a veces, significa ser terriblemente humanos. El juego te obliga a confrontar esto en sus decisiones más difíciles. Cuando llega el momento de elegir entre salvar a Chloe o a Arcadia Bay, no estás solo decidiendo entre una persona y una ciudad. Estás eligiendo qué significa el amor para ti. Salvar a Chloe es un acto de amor profundo, pero también de egoísmo. Es decir: “Te elijo a ti, a pesar de las consecuencias, a pesar del caos que pueda desatarse”. Pero dejarla ir, permitir que su vida termine para salvar a otros, también es amor, aunque sea un tipo de amor que duele más de lo que consuela. Más allá de las tragedias, Life is Strange también aborda el amor como una fuerza transformadora. Nos enseña que amar no es solo sentir algo por alguien; es enfrentarte a tus propias contradicciones, a tus miedos y a tus límites. Es aceptar que no siempre puedes arreglar las cosas, que a veces el amor no basta para salvar a alguien, y que eso no significa que no valió la pena amar.
En mi vida, he pensado mucho en el tipo de amor que quiero dar y recibir. Al igual que Max, a veces he intentado corregir errores, arreglar relaciones que sentía rotas. Y como Chloe, también he tenido momentos en los que el amor se ha convertido en una mezcla de dependencia y temor a la pérdida. Life is Strange me mostró que el amor no siempre se trata de salvar o ser salvado. A veces, el amor se encuentra en los pequeños gestos: en una broma compartida, en un atardecer visto juntos, o en el simple hecho de estar ahí, a pesar de todo.
El amor, al igual que las decisiones de Max, no es perfecto ni siempre racional. Hay momentos en que el amor nos lleva a actuar de maneras que nunca imaginamos, impulsados por el miedo, la esperanza o incluso la culpa. Y aunque queremos creer que el amor es la fuerza que todo lo puede, Life is Strange nos recuerda que no siempre es suficiente para cambiar el destino. Un ejemplo profundo de esto es cómo Max y Chloe, a pesar de su conexión innegable, están atrapadas en un ciclo de tragedia y redención. Su amor no se trata sólo de momentos felices; también incluye errores, recriminaciones y pérdidas. Sin embargo, en medio de ese caos, encuentran algo hermoso: la oportunidad de comprenderse y aceptarse tal como son.
Al reflexionar sobre esto, me di cuenta de que el amor no se mide solo por lo que somos capaces de hacer por alguien más, sino también por lo que somos capaces de dejar ir. Max, al enfrentar la decisión final, aprende que amar a Chloe no significa aferrarse a ella a toda costa. A veces, el acto más amoroso es dejar que alguien siga su camino, incluso si eso significa despedirse.
Y aunque la narrativa de Life is Strange parece envuelta en melancolía, no es una historia sin esperanza. Más bien, es una oda a la imperfección del amor, a la forma en que nos transforma y nos define, incluso en los momentos más oscuros. Nos recuerda que amar no es un destino, sino un viaje: lleno de bifurcaciones, errores y, sí, muchas decisiones difíciles. De igual forma, Life is Strange me hizo pensar que el amor no es una sola cosa. Es la risa compartida entre amigos, como la relación de Max y Warren. Es la lealtad incondicional, como la de Chloe hacia Rachel. Es incluso el acto de enfrentarte a tus propios demonios, como Max hace al aceptar el precio de su poder.
Y tal vez, esa sea la gran lección del amor: no se trata de ser perfecto, ni de encontrar la persona ideal. Se trata de estar presente, de intentar una y otra vez, de cometer errores y aprender de ellos. Porque, como el juego nos enseña, la vida es extraña, pero el amor lo es aún más. Y en esa extrañeza, en esos momentos aparentemente desconectados, es donde encontramos lo que realmente importa. Así que, al igual que Max con Chloe, quizás todos debemos aprender a amar sin miedo al error, sin intentar controlar el resultado, y con la certeza de que, pase lo que pase, el amor, por muy imperfecto que sea, siempre vale la pena.
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