Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
I
Nos enseñaron a creer
que el amor era un lazo eterno,
un fuego que ardía sin final,
una promesa de eternidad
pintada en lienzos de ilusiones.
Desde niña me dijeron:
“Ámalo sin reservas,
quédate sin cuestionar,
porque en el sacrificio se esconde la verdad.”
Más en ese fervor incesante
olvidé que amar también es mirarse en el espejo
y reconocer la luz propia.
II
En la fragua del primer amor
nació una tormenta dulce y cruel.
Te amé con el ímpetu de un huracán,
dejé que mi alma se fundiera
con la tuya, en un abrazo de quimeras.
Fui refugio y consuelo,
una llama que se entregaba sin medida,
mientras tú, perdido en tu propio abismo,
apenas esbozabas un susurro de reciprocidad.
La intensidad de mis besos
se tornó en una caricia ausente,
y mi voz se apagó en el eco de un “te necesito”
que se desvanecía en la penumbra.
III
Con el paso del tiempo, la herida se hizo verbo
y comprendí que la atención fría
no es testimonio de amor,
sino un velo de indiferencia que oculta el desdén.
Me enseñaron que el dolor era prueba,
que si amar dolía, valía la pena.
Pero, ¿acaso el amor es soportar
el peso de un desdén injusto?,
¿o es danzar con la libertad
de elegir ser valorada en cada latido?
IV
Caminé por senderos en los que la risa
era un refugio esquivo,
donde el alma se rehusaba a encerrar
sus propios sueños en jaulas de promesas rotas.
Cada paisaje se transformaba
en un espejo que reflejaba la ausencia,
cada canción, en un lamento
de aquellos “Labios Rotos” que dejaban
una huella imborrable en mi memoria.
Entre versos de Caifanes y susurros
de Luis Miguel, hallé mi verdad:
la atención negativa no es interés,
y el amor no es salvar a quien
no desea ser salvado.
V
Me deshice de ataduras invisibles,
de aquella doctrina que dictaba
que la entrega total era la medida
de un amor genuino.
Con cada lágrima derramada,
con cada grito ahogado en el silencio,
descubrí que el acto más valiente
era soltar la mano que no sostenía
con la misma firmeza.
Porque al final, mi herida
no debía ser el altar
donde se celebrara el sacrificio ajeno,
si no el templo sagrado
de mi propio resurgir.
VI
He aprendido a leer en el rostro del adiós
las señales que el alma manda:
el rechazo, la indiferencia, el desdén
no son caricias encubiertas,
son recordatorios de que merezco
más que un amor que me roba el aliento.
Me elegí, sin miedo, sin titubeos,
con la certeza de que mi luz interior
no debe apagarse por el eco de otro.
No es debilidad reconocer la propia fragilidad,
es fortaleza de saber
que en cada despedida
se esconde la semilla de un renacer.
VII
Hoy, en cada verso de este lienzo inacabado,
vibra la historia de una mujer que aprendió
a amarse con la misma intensidad
con la que amó a otro.
Porque el verdadero amor
nunca exige perderse en la sombra
de un “te quiero” incompleto.
Es la risa que se torna refugio,
el alma libre que se niega
a ser cautiva de promesas vacías.
El amor propio es un grito de libertad,
una melodía de valentía
que desafía al tiempo y a la ausencia.
VIII
Y en la memoria, entre acordes de canciones
que alguna vez quemaron mis esperanzas,
resuena el eco de mi decisión:
no me quedaré en la penumbra
de un querer que no me eleva.
Pinté mi amor en un lienzo
donde cada trazo es una afirmación
de mi derecho a ser entera,
de mi derecho a brillar sin depender
de la luz de otro.
Porque, al fin y al cabo,
me amé, me solté, me encontré.
Y hoy, en cada amanecer,
elijo amarme más,
sin reservas, sin excusas,
con la certeza de que el respeto propio
es el primer acto de un amor verdadero.
Att: Ana Valeria García
Pd: El amor propio es, y siempre será, el regalo más precioso.
Por: Edgar Serrano Oyorzabal
Buscar para encontrar, el libro que me acompaña
Por: Citlali Núñez Téllez
Oda a las cartas en un mundo efímero y digital