Escuela Nacional Preparatoria Plantel 3 Justo Sierra
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El ambiente estruendoso hacía temblar los suelos cubiertos de fuego, el calor era simplemente insoportable y asfixiante, existía demasiado bullicio en aquellos pasadizos, y los pasos desesperados de una armada hacían eco en las paredes de la fortaleza.
—Mierda…
Era evidente que este lugar de brasas incandescentes no se trataba del mundo Terrenal, ni mucho menos del reino Celestial. Aquel caballero de armadura oscura y máscara demoníaca corría y desaparecía entre los laberintos para evitar ser capturado por esos demonios de rango medio.
— ¡No dejen que escape con el Amuleto Ensangrentado!
Gritó el capitán del escuadrón. Los demás asintieron en un unísono grito de guerra y se dividieron para encontrar al demonio desterrado y dejarlo sin escapatoria.
«Ni crean que lo lograrán».
Los soldados dispararon hacia el pelirrojo repetidas veces para detenerlo, pero aquel joven era más veloz que ellos y lograba repeler cualquier ataque lanzado. Kitay, buscando eliminarlos en un solo movimiento, disminuyó su velocidad y captó la atención de sus perseguidores en seguida. Utilizando esto a su favor, giró hacia el Pasillo del Este, guiándolos directamente a su juego de ilusiones.
—Se dirige a la Cámara Central. Bloqueen las salidas, ¡rápido!
Se comunicó el capitán con sus subordinados a través de los Lazos de Pensamiento. Su falta de experiencia como líder y estratega sería aquello que lo llevaría al final de su historia.
Cuando llegaron a la Cámara Central, inmediatamente bloquearon todas las entradas con los Sellos del Caos y, además, se colocaron Armaduras de Fuego para evitar cualquier golpe fatal de su único enemigo presente.
— ¡Sabemos que estás aquí, inmundo animal! Entréganos el Amuleto, y tal vez tu tortura no sea tan perecedera.
—Eres demasiado débil como para mostrar tal confianza en tus palabras.
Se escuchó firmemente la voz del de ojos carmín resonar por toda la habitación, sin algún lugar de procedencia explícito, como si el susurro de un fantasma sobre hielos perpetuos se tratase.
— ¡¿Pero qué-?!
Los demonios empezaron a alarmarse por lo que sucedió entonces. No sabían cómo ni en qué momento pudo ocurrir, pero sus organismos empezaron a petrificarse y sus fuerzas iban cayendo lentamente. Un dolor como el de ser devorado vivo empezó a carcomerlos por dentro.
— ¿Q-qué fue l-lo que hizo…?
Mencionó uno de los soldados cerca de desfallecer; pareciera como si sus cuerpos fueran arrancados parte por parte por las bestias del Inframundo.
En un parpadeo, el chico apareció frente a aquella armada, con las manos tras su espalda y caminando a paso lento hacia ellos.
—Es una verdadera lástima. ¿Soy yo o los demonios ya están perdiendo su poder? En fin, su existencia termina aquí y ahora. Que sus almas sean consumidas por el karma.
—T-tú… ¿¡C-cómo es que…!?
Finalmente, los cuerpos de esos demonios se convirtieron en roca sólida, y de un chasquido el pelirrojo las destruyó por completo, convirtiéndolas en polvo que
ascendía al universo. Debido a su inminente muerte, los Sellos del Caos se
disiparon sin problema alguno, dándole paso al joven demonio para que siguiera su camino.
«Supongo que fue entretenido».
Más tranquilo y sereno, salió calmadamente de la fortaleza sin llamar la atención de nadie, utilizando la Ilusión de las Sombras para camuflarse entre aquel mundo caótico y despiadado. Cruzó el Valle de la Muerte sin mucho problema, con la mirada perdida y caminando casi en automático. No era la primera ni sería la última vez que el joven descendería al Reino de las Sombras con cautela y rapidez, pues se veía obligado a hacerlo periódicamente si quería mantener su fuerza y su poder. En su camino, se había encontrado con uno que otro demonio de rango invisible, demonios perdidos y sin lugar fijo en el infierno que lo único que buscaban era asesinar a sangre fría a cualquiera que se aventurase por esas zonas olvidadas. Pero el pelirrojo ni siquiera tuvo la decencia de dirigirles la mirada, pues esas criaturas apenas se acercaban al asiático eran decapitados por Línghún Huîmiè, dos espadas preciosas de hojas ligeras y sangrientas, las cuales fueron forjadas en el Volcán de los Lamentos.
Después de un tiempo indefinido caminando por las Penumbras, Kitay ya se encontraba demasiado cerca de una de las salidas del Inframundo. No faltaba mucho para que esa pesadilla agobiante se acabase, unos pasos más y podía regresar al Mundo Terrenal.
—Dios y Lucifer… solo tiranos que buscan el control absoluto.
— ¿O es que acaso tú no buscas lo mismo?
Una voz gruesa y tenebrosa habló desde la oscuridad. El joven rápidamente se volteó para ponerse en guardia, pero de inmediato aquel demonio lanzó un ataque preciso contra el pelirrojo, lanzándolo varios metros hacia atrás. Kitay por poco logró contener ese golpe crítico. Tomando firmemente ambas espadas se abalanzó contra ese ser misterioso para atacarlo, pero todos sus golpes eran esquivados hábilmente. No cabía duda, ambos poseían el mismo poder, pues por más que intentaran destruir a su oponente, el otro no perdía la vista de sus ataques. La situación entonces se convirtió en un revés para el errante, siendo acorralado por el demonio y tratando de evitar que el arma del contrario cortase su cuello.
— ¿Q-quién eres?
—Ya deberías de saberlo, xiăo wángzî.
Kitay entonces comenzó a utilizar parte de su poder, envolviendo ambas espadas en un fuego arrasador. Golpeó a su contrincante con brutalidad y se alejó de éste para seguidamente trepar una alta estructura vieja y tomar impulso. Todo sucedió en un minúsculo segundo, el pelirrojo lanzándose con fuerza y rapidez hacia el demonio oscuro. Dìyù Huô fue la técnica que utilizó, quitándole la máscara a su oponente y creándole dos largas y ardientes cortadas cerca de su hombro izquierdo. Aquel demonio soltó un alarido de dolor y maldijo al joven en un lenguaje casi incomprensible para la mayoría de los demonios. Kitay lo lanzó fuertemente contra el suelo y retrocedió un poco para divisar la identidad de aquella criatura.
—Astaroth…
—Tsk, tu fuerza ha aumentado, Zizuan. ¡Pero aún no eres rival para mí!
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