En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Yoseline Angélica Fernández Cerón / Facultad de Filosofía y Letras
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Alexis Fernando Oliveroz Osorio

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Estudio antropología con especialización en arqueología. He publicado en revistas como Yuyarcunni, Arkeomagazine y Voces Disonantes. He sido profesor titular de Historia Universal y de México en el Colegio Nacional de Matemáticas, Plantel Coyoacán. He colaborado como profesor adjunto en la FCPyS-UNAM en materias como Teoría de la Cultura, Antropología Mexicana, Teoría Arqueológica, Mesoamérica y Norte de México I y Mesoamérica y Norte de México II. Me gusta explorar sitios arqueológicos y leer en mis tiempos libres.

La música como detonadora del alma

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

Cultura y naturaleza están más unidas de lo que pensamos

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Alexis Fernando Oliveroz Osorio

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

En antropología aprendí que lo natural no tiene por qué estar dividido de lo cultural. Las personas, los animales, las plantas, las montañas, ríos y cosas somos seres sentipensantes, como diría el antropólogo colombiano Arturo Escobar. Somos agentes sociales. Eso quiere decir que participamos todos en el mismo escenario. Particularmente desde Occidente se ha concebido que la música es música sólo realizada cuando cumple con ciertos cánones (ritmo, melodía y armonía) de etiqueta. No obstante, recordemos que, por ejemplo, en Papúa-Nueva Guinea los tambores que usan los pobladores kaluli remiten al sonido del corazón de un perro del bosque y llevan así el pulso de un latido. Los chinantecos de Oaxaca, por su parte, agradecen por los alimentos con eructos largos. El teponaztli de los tlahuicas del suroriente del Estado de México, tiene forma de animales y su música puede limpiar las transgresiones de los humanos. Los tepanecas del Cerro del Judío, en la Ciudad de México tenían un silbato de la muerte con el que anunciaban eventos bélicos. En algunas localidades mayenses próximas a Chichén Itzá, según mi profesor, el Dr. Jaime Delgado, se volteaban al revés a los tambores para proclamar su sonido. Asimismo, se sabe que los caracoles sirvieron como instrumentos musicales en el México prehispánico. En el actual Museo Casa del Mendrugo, en Puebla, se resguardan algunos materiales malacológicos (o hechos con conchas) con esgrafiados de personajes ricamente ataviados; aunque estos instrumentos suenan muy similarmente al resto de conchas, las que tuvieron esa iconografía, probablemente, tuvieron más impacto entre la gente. En Oaxtepec, Morelos hicimos prospección arqueológica en verano del 2019, en aquel predio encontré una figurilla zoomorfa. Se trataba de un silbato con forma de cánido. No soporté la tentación y me precipité a silbar. Mi sorpresa fue grata: ¡era un aullido! Podría mencionar más y más ejemplos, pero mi propósito es reiterar que en todos estos casos los objetos tenían alma. Considero, que en estas situaciones no sólo hay que abordar debidamente la cuestión acústica o las propiedades materiales de las cosas. Más bien, hay que apostar a la vida social de las cosas, como expone elocuentemente el antropólogo indio, Arjun Appadurai. En otras palabras, hay que imaginar qué quería decir esa música o aquellos sonidos emitidos. ¿Qué sentían las personas? ¿Qué sentían las cosas? ¿Cuándo y cómo se produjo ese artefacto? ¿Cuándo se dejó de usar? ¿Se reutilizó? Eso sólo lo sabremos cuando entendamos que la emoción y la razón no están separadas. 

Dejemos a un lado los estigmas de la ciencia positivista decimonónica. Esa ranciedad intelectual nada más nublará el sonido de nuestro corazón.

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