En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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The Substance (2024) Coralie Fargeat
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Isaac Arturo Urrutia Alfaro

Facultad de Ciencias

Soy Isaac, estudiante y amante de las ciencias y las artes (en especial el dibujo y la escritura). Pienso e imagino más de lo que hablo, y sí que es mucho.

Carrie y The Substance: sangre, vestidos y odio

Número 16 / ENERO - MARZO 2025

La sangre como metáfora del odio en estos filmes

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Isaac Arturo Urrutia Alfaro

Facultad de Ciencias

La sangre es uno de los símbolos más poderosos en el cine de terror y ciencia ficción, pues encarna la violencia, el dolor y la muerte, resonando a nivel físico, emocional e incluso espiritual. Sin embargo, en películas como Carrie (1976) de Brian De Palma y The Substance (2024) de Coralie Fargeat, la sangre adquiere un matiz más profundo, convirtiéndose en una metáfora de cómo el odio, tanto ajeno como autoinfligido, puede consumir, transformar y destruir.

Ambas obras presentan personajes atormentadas, donde la sangre tiñe de rojo las escenas, esto, no sólo como resultado de heridas físicas, sino, como la manifestación del odio, un odio que no solo proviene de fuentes externas, un odio inculcado que busca controlar y limitar su identidad, un odio que se siembra y evoluciona dentro de las protagonistas.

Aunque estos filmes están separados por décadas y contextos socioculturales distintos, comparten una obsesión con el poder destructivo del odio, mostrándolo como una fuerza corrosiva que arrasa y consume el cuerpo, mente y espíritu de sus protagonistas, al mismo tiempo que critican los estándares sociales que perpetúan ambas tragedias.

En Carrie, por un lado la sangre se plantea desde el principio como un símbolo de vergüenza y maldición. La escena inicial, donde la protagonista experimenta su primera menstruación en las duchas de la escuela se presenta como una obscenidad que gira en torno a la sangre, una marca que la separa y condena a las burlas de sus compañeras que la acosan lanzándole tampones, lo cual, consolida la sangre como elemento central del rechazo. Este acontecimiento, lejos de ser el evento biológico normal que debería ser, introduce el tema central de la película: el odio como una fuerza que se internaliza hasta convertirse en un motor de destrucción. La sangre que debería ser un símbolo de fertilidad y vida, aquí se convierte en la representación del dolor infligido.

Conforme avanza la película, la sangre reaparece como una metáfora del odio acumulado. La madre de Carrie, una fanática religiosa, refuerza la idea de que la sangre es “impura” y que el cuerpo de su hija es pecaminoso. Estas palabras envenenan la percepción de Carrie sobre sí misma, empujándola a reprimir sus deseos y emociones. Sin embargo, este odio no permanece enterrado. 

El odio acumulado y autoinfligido de Carrie se convierte en una fuerza imparable y destructiva. En el clímax de la película, cuando un balde de sangre de cerdo cae sobre Carrie durante el baile de graduación, la humillación pública desata sus poderes telequinéticos. La sangre aquí se convierte en un catalizador: el símbolo del odio ajeno que ahora se transforma en una fuerza destructiva. Carrie, que había sido objeto de burlas y abusos durante toda su vida, canaliza y proyecta su dolor su dolor hacia afuera, convirtiéndose en un agente de destrucción.  

La imagen de Carrie bañada en sangre, destruyendo todo a su paso, es tan poderosa porque trae consigo la tragedia de una joven cuya humanidad ha sido anulada por el desprecio de los demás. En este sentido, el odio de Carrie literalmente consume a los demás, aquí el odio se externaliza, pasando de ser una carga interna de dolor a una catástrofe tangible que arrasa con todos los que alguna vez la lastimaron,  culminando en un gran arrepentimiento que la lleva a tomar su propia vida como una forma de escapar de su dolor y destrucción.

Por otro lado, The Substance presenta una visión moderna del mismo tema, pero desde una óptica diferente. Aquí, la sangre actúa como recordatorio de la lucha desesperada por mantener una identidad en un mundo que despoja a las personas de su valor conforme envejecen. Elisabeth, la protagonista, es una actriz cuya carrera está en declive debido a su edad, y su conflicto interno es un reflejo de la presión social por permanecer “relevante” y “atractiva”. Al tomar la sustancia que da título a la película, Elisabeth crea a Sue, una versión más joven y “perfecta” de sí misma. Sin embargo, esta transformación no es liberadora; en cambio, desata un ciclo de autodestrucción que culmina en la creación y muerte de “Elisasue”, una monstruosidad que representa la fusión de ambas mujeres y la culminación de su odio compartido.   

La sangre en The Substance no es solo un indicador de daño físico, sino una manifestación de la descomposición interna. Los sangrados de nariz de Sue y las suturas de Elisabeth simbolizan la lucha por existir en un mundo que las rechaza social e internamente. Sue, creada para ser la encarnación de la perfección, no puede escapar del odio de Elisabeth, que la ve como un recordatorio de lo que perdió. Elisabeth, a su vez, no puede aceptar a Sue porque refleja su propia inseguridad y vacío. En este caso, la sangre no solo fluye por heridas físicas, sino como un recordatorio constante de la incompatibilidad de su identidad, una identidad disuelta entre seres que personifican una pelea interna.

Un punto clave de The Substance, donde Elisabeth y Sue se enfrentan, es particularmente impactante porque pone de manifiesto el costo del odio hacia sí mismo. Elisabeth, que intenta destruir a Sue, se detiene en un momento crucial, “Te necesito porque me odio a mí misma”, expresa. Esta línea, cargada de desesperación, encapsula la paradoja del odio: es una fuerza que consume, pero también define. En última instancia, Elisabeth y Sue no pueden coexistir, y su conflicto culmina en la creación de “Elisasue”, una figura grotesca que representa no sólo su odio mutuo, sino la imposibilidad de reconciliar sus identidades, que termina por pactar su muerte.

Las figuras centrales de las obras, además, comparten momentos tan fuertes como la realidad misma: los hermosos vestidos con los que son convertidas en abominaciones, y sí, las convirtieron, simplemente eran personas buscando su felicidad, que fueron sometidas al criterio de personas insensibles. Ambas películas, aunque narradas en contextos muy distintos, abordan temas universales sobre la identidad, la autoaceptación y el impacto del odio socialmente impuesto. En ambas historias, la sangre funciona como una metáfora poderosa que trasciende su función literal para convertirse en un símbolo de sufrimiento y transformación.  

La falta de autoaceptación que se externaliza con vómito verbal en forma de comentarios en críticas audiovisuales o escritas, es un veneno que a pesar de haberse escrito tanto en torno a él, no ha podido ser abolido, simplemente las personas no pueden salir del ciclo vicioso y consumen cada vez más para poder saciar ese vacío que los drena y como única manera de sentirse menos miserables atacan a las personas. La escena de la preparación de Elisabeth para su cita y su posterior frustración consigo misma y su apariencia que terminan por decidir quedarse en casa la hemos vivido muchísimas personas y aún así, la misma cantidad de individuos es la que hace caso omiso a eso que debería ser una señal de alarma de la falta de cariño que nos tenemos y que seguiremos replicando si no nos detenemos.

Naturalmente nos preguntaremos por qué necesitamos tener una persona a la que odiar, no obstante, ese objeto de repulsión puede estar en el reflejo del espejo, y aun así, lo evadimos sin detenernos a cuestionarnos si es que esa aversión es realmente nuestra y no el peso de las personas sobre nosotros mismos.

La sangre, como elemento visual y narrativo, une estas historias, recordándonos que el odio, en cualquier presentación, tiene consecuencias devastadoras. Es un símbolo de sufrimiento, transformación y, en última instancia, liberación. Tanto Carrie como The Substance nos confrontan con preguntas incómodas sobre nuestra propia relación con el odio, la identidad y la autoaceptación. ¿Por qué necesitamos un objeto de odio? ¿Es posible liberarnos de las expectativas que nos impone la sociedad? Y, lo más importante, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por hacerlo?  

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