Como es bien sabido, todo surgió en la ciudad de Whan, en China, a principios de diciembre del año pasado, después de unos meses se activaron las alertas en el mundo, más de 100 naciones se habían visto afectadas por el COVID-19 o mejor conocido por “coronavirus”. Su dispersión no ha terminado.
Nuestro país recibió a este mortal enemigo a finales de febrero, en Sinaloa: un hombre de 35 años -que viajó a Italia- fue quien tuvo la mala suerte de “importarlo”. Ante esta situación, el mes de marzo traería un panorama poco alentador bajo el brazo, la fragilidad de nuestra rutina se quebrantó…
Desde ese momento el miedo pretendió imponerse sobre a la esperanza; el egoísmo frente a solidaridad; y la confrontación delante de la fraternidad. Ante tal escenario, pareciera aventurado echar palomas al vuelo, pero no, estoy plenamente seguro que la apuesta es por la vida, por la humanidad y por los miles de personas que combaten, desde su trinchera, contra el COVID-19. Vamos a ganar, no hay duda.
En esos días todo dejó de ser igual, los abrazos y los besos se tuvieron que guardar, pero eso no suprimió el cariño por los nuestros; las calles lucen vacías, pero nuestros corazones llenos; los rostros se ven tristes, pero nuestra esperanza acecha el momento de salir. En redes sociales un bohemio perdido en el anonimato reflexionó: “en Disney se apagó la magia, a Paris no llega el amor, Nueva York y Las Vegas, ahora sí duermen y ningún camino quiere conducir a Roma”, tiene razón.
Desde los primeros días de la contingencia en tierras aztecas algunos quisieron hacer pasar a las víctimas como culpables, mientras observaban y juzgaban -en la comodidad de su privilegio- a quienes no tenían la opción de quedarse en casa, los veían con desprecio y cerrazón. Se olvidaron que la desigualdad es peor que cualquier pandemia y nos acecha constantemente.
Otros, hasta el día de hoy, quieren confundirnos con noticias falsas, desinformación y miedo para saciar sus pretensiones políticas, pero la razón, la buena información y la ciencia se impone contra los ficticios escenarios apocalípticos que fantasean quienes ansían ver al país en llamas para autoproclamarse bomberos.
Al paso de los días el miedo quiere ganar terreno y la muerte manifestarse, mientras que los medios nos bombardean con desesperanza, pero la fuerza de la sociedad civil se ha pronunciado, la fórmula es clara: el coronavirus no resiste al amor de una familia unida en casa ni a la solidaridad de sus miembros, tampoco es inmune a la voluntad y la responsabilidad ciudadana de quienes se toman en serio la contingencia.
A pesar de lo anterior, “los buitres” esperan y se regocijan ante la desgracia, cuentan gustosos a las víctimas y esperan la debacle económica para hacer lo suyo. El virus, su mejor aliado. Afortunadamente, la fuerza moral de la ciudadanía sigue ahuyentándolos porque, para su mala suerte, está más viva que nunca…
Claro está que esta crónica aún no está terminada, pero su desenlace sí: el “coronavirus” fue superado por la grandeza del Pueblo. Faltan batallas por ganar, luchas por disputar y enemigos que derrotar, pero, tergiversando un poco a Antoine de Saint.Exupéry, estamos cabalmente convencidos de que, lo esencial es invisible para el “coronavirus”, por ello, saldremos triunfantes. Al tiempo.