ISSN : 2992-7099

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Revista Tlatelolco, PUEDJS, UNAM
Vol. 1. Núm. 1, julio-diciembre 2022

Tlatelolco: identidad y despliegue cultural

Tlatelolco: identity and cultural display

Juan Manuel Contreras Colín

RECIBIDO: 15 de febrero de 2022 | APROBADO: 25 de mayo de 2022

* Profesor investigador de tiempo completo en la Academia de Filosofía e Historia de las Ideas de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y docente del Programa de Posgrado en Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Resumen

Una simple pregunta sobre Tlatelolco, como, por ejemplo: ¿por qué se llama así? o ¿por qué está situado en ese lugar?, es el pretexto que necesitamos para indagar y desplegar nuestra capacidad de asombro al conocer las razones que nos satisfacen como respuesta. Buscaremos responder a ellas y a otras preguntas fundamentales sobre el devenir histórico de Tlatelolco durante el transcurso del tiempo que va desde su origen hasta el periodo de la dominación colonial eurocristiana.

Palabras clave:

TlatelolcoaltépetlmercadoTonantzincolegio.

Abstract

A simple question about Tlatelolco, such as: why is it called that? or why is it located in that place? It is the pretext we need to investigate and display our capacity for amazement by knowing the reasons that satisfy us as an answer. We will seek to answer some fundamental questions about the historical evolution of Tlatelolco during the course of time from its origin to the period of Euro-Christian colonial domination.

Keywords:

TlatelolcoaltépetlmarketTonantzincollege.

Sumario:

1. Introducción

Siempre que se habla de Tlatelolco, generalmente nos asalta y desborda la memoria. Entre otras cosas, por su simbólica identidad histórico-cultural originaria que, a pesar de haber sido herida de muerte en la conclusión del proceso de guerra de invasión, conquista y dominación que operaron los ejércitos aliados enemigos, uno de ellos el eurocristiano, logró sobreponerse y abrirse paso hasta llegar a ser en el período histórico denominado colonial, el centro de formación y producción intelectual indígena-cristiano más importante de todo el continente. También nos asalta el reclamo de la memoria de Tlatelolco por la exigencia de justicia que no acaba de llegar, para que no sean solo públicamente señalados, sino también jurídicamente juzgados quienes idearon, orquestaron y ejecutaron la masacre del 2 octubre del 68, la matanza de aquellas juventudes que encarnaron los mejores anhelos de justicia, libertad y democracia del México contemporáneo. Nos desborda la memoria  por el dolor colectivo que padecimos como país a causa de quienes murieron en el lacerante e inolvidable terremoto del 85.

Ahora bien, ¿cuáles fueron los orígenes de Tlatelolco? ¿Cómo afirmó su identidad y desplegó su autonomía cultural? ¿Por qué varios altépetl de la cuenca lacustre, particularmente Tenochtitlan, estuvieron profundamente vinculados a su historia? ¿Qué peculiaridad tuvo y le distinguió de los demás altépetl contemporáneos? ¿Por qué fue conquistado y subsumido por Tenochtitlan? ¿Qué papel desempeñó durante la guerra de invasión y conquista indígena y eurocristiana? ¿Por qué durante el período de dominación colonial fue el centro cultural más importante de todo el continente?

El presente texto tiene como propósito responder de manera general, a estas interrogantes con el fin de aproximarnos al conocimiento de dicho altépetl mexica y valorar su relevancia histórico-cultural. Para lograr dicho objetivo, procederemos de la siguiente manera, a saber: en primer lugar, haremos un breve recorrido histórico de la constitución de su génesis, identidad y autonomía como altépetl originario y, en segundo lugar, expondremos el papel que desempeñó como centro cultural, educativo e intelectual durante un importante período de tiempo en el transcurso de la dominación colonial eurocristiana.

2. La pluralidad de fuentes, tradiciones e interpretaciones

Antes de pasar a la exposición de los contenidos arriba propuestos es necesario tener en cuenta algunos elementos fundamentales de la hermenéutica o teoría de la interpretación pues tienen que ver con las fuentes y los autores que vamos a traer a colación en nuestra descripción narrativa sobre Tlatelolco. En primer lugar, diremos que todas las personas tenemos la ineludible condición humana de interpretar. No podemos no interpretar. Ser humano equivale a ser intérprete. Sin embargo, a pesar de que tenemos esa condición existencial, jamás accedemos de manera inmediata a la realidad o a los hechos. Siempre lo hacemos de manera mediata y desde un determinado lugar que condiciona nuestra mirada y nuestras interpretaciones. A ese lugar hermenéutico se le ha denominado filosóficamente locus enuntiationis o lugar de enunciación.

El locus enuntiationis desde el cual enunciamos, anunciamos o denunciamos nuestras representaciones de las personas, las cosas y los acontecimientos, está constituido, entre otras variables, por nuestra identidad cultural, nuestro contexto histórico y socioeconómico, nuestras creencias religiosas, nuestra formación educativa, nuestra preferencia sexual, nuestra militancia política, nuestras convicciones éticas, etcétera. Y por si eso fuera poco, hay que añadir que dichas condiciones están complejamente interrelacionadas y atravesadas por relaciones de poder, el cual tradicionalmente es entendido como nexos o vínculos de dominación.

En segundo lugar, la persona intérprete debe considerar que cuando interpreta cualquier tipo de texto (histórico, jurídico, literario, filosófico, teológico, etc.) es necesario no sólo tomar en cuenta el contexto histórico en el que fue concebido y redactado dicho texto, sino también el pretexto de este, es decir, la intención que tuvo o los intereses que perseguía la persona o comunidad que lo redactó. Además, deberá distinguir claramente entre el contexto y pretexto del texto que estudia, y el contexto y pretexto propios.

Y, en tercer lugar, hay que considerar que no existe un proceso simple, lineal y progresivo entre: a) Los hechos y dichos históricos (si es que los hubo porque también pueden ser mítico-simbólicos), b) La tradición oral (dicen que hicieron y dijeron) y c) La tradición escrita (pluralidad de versiones), sino un complejo proceso de recreación hermenéutica (transformación, continuidad, discontinuidad, ruptura, oposición, encubrimiento, negación, descalificación, ensalzamiento, sacralización, justificación, etcétera) de los hechos y dichos con base en los intereses (su locus enuntiationis) de la persona o agrupación redactora.

Traemos a colación este problema hermenéutico por varias razones que enuncia Federico Navarrete en su obra titulada Los orígenes de los pueblos indígenas del Valle de México. Los altépetl y sus historias (2011, p. 15) y que tienen que ver con nuestro tema, a saber: 1) No se cuenta, hasta el momento, con fuentes originales indígenas previas al arribo de los eurocristianos conquistadores que contengan la narrativa histórica del altépetl mexica, tanto tlatelolca como tenochca; 2) Las llamadas fuentes históricas que se han usado e interpretado para exponer la historia de dicho altépetl, alrededor de 26 documentos, fueron puestas por escrito en el transcurso de los siglos XVI y XVII, aunque hacen referencia a acontecimientos que se remontan hasta el siglo XII; 3) Casi todas las obras escritas sobre el altépetl mexica se centran en Tenochtitlan y no en Tlatelolco porque tienen como referencia a tradiciones históricas que se elaboraron una vez que el primero se posicionó como el más poderoso de la cuenca volcánico-lacustre, sometiendo y subsumiendo al segundo; 4) La versión tenochca de la historia presenta a este altépetl como un grupo excepcional desde su origen y que no tiene paralelo entre sus vecinos por su constante progreso, el cual es producto de la bendición de su divinidad tutelar y de su propio y continuo esfuerzo cultural; 5) Los eurocristianos invasores hicieron eco a la versión tenochca de la historia y la reprodujeron porque les permitía justificar, como un proceso de continuidad y transformación, la dominación y explotación colonial que ahora ellos operaban sobre el altépetl conquistado y sus antiguos dominios.

Si los mexicas hubieran observado el patrón tradicional de la narrativa histórica de su tiempo, nos dice Federico Navarrete (2011, p. 172), hubieran sostenido que “su migración terminó mucho antes y que una vez establecidos en su territorio definitivo pasaron por un periodo prolongado de conformación étnica y consolidación política de su altépetl, que culminó con su fundación formal y el reconocimiento por parte de sus vecinos como altépetl independiente, con todas las credenciales políticas y religiosas requeridas”. Pero no fue así, sino que reelaboraron de manera extraordinaria su narrativa histórica revistiendo los acontecimientos (dichos y hechos) con una concepción mítico-teológica y teleológica que les permitió delinear su perfil identitario y fundamentar y justificar su status como el altépetl hegemónico de la cuenca volcánico-lacustre del Altiplano Central. Tomando en cuenta, pues, que la versión hegemónica de la historia mexica es la tenochca y que la versión tlatelolca fue minimizada y en algunos casos subsumida, esto no quiere decir que no se pueda diferenciar e identificar su particularidad y relevancia histórico-cultural.

3. El lugar de origen y el lugar de destino

No son pocos los testimonios ni las referencias históricas que se tienen sobre el origen y despliegue histórico-cultural de lo que hoy se suele identificar como Tlatelolco. De acuerdo al Códice Boturini o Tira de la Peregrinación, las personas que en el futuro llegarían a ser denominadas como mexicas-tlatelolcas eran, al igual que las también posteriormente llamadas mexicas-tenochcas, oriundas de la mítica isla de Aztlan, “Lugar de las garzas”. Por mandato de su Dios Huitzilopochtli, “Colibrí izquierdo”, emprendieron en el transcurso del siglo XII y desde un lugar denominado Chicomóztoc, “Lugar de las siete cuevas”, una migración que tuvo varias paradas provisionales, unas muy breves y otras más estables, la cual concluyó con su asentamiento definitivo en el islote más grande de la cuenca volcánico-lacustre del Altiplano Central, donde fundaron, en el año 2-Casa, es decir, en el 1325, el altépetl de Mexico-Tenochtitlan, previo avistamiento de la señal que les había dado su deidad tutelar Huitzilopochtli para establecerse.

 

Imágenes: De la isla de Aztlán a la isla de Tenochtitlan (Uviarco, 2020).

En el transcurso de ese viaje, el grupo de migrantes experimentó diversos tipos de problemas y divisiones que se fueron acentuando a tal punto que varias parcialidades o calpullis del contigente originario se escinden y toman otra ruta o simplemente abandonan la marcha y permanecen en el lugar donde aconteció la fractura. Otros más se enfrascaron en una violenta confrontación interna que dejaría como saldo resentimientos y fragmentación profunda en el grupo. Esto no era otra cosa que los efectos o síntomas de una problemática mayor, a saber: la lucha por el poder y el control interno entre los distintos grupos de dirigentes (Matos, 2021).

Sin embargo, también hubo parcialidades o calpullis que se les unieron en su peregrinar y vigorizaron la fuerza del grupo que, como ya hemos visto, no era homogéneo y jamás había logrado constituir una unidad monolítica (Navarrete, 2011). A pesar de esos problemas y fracturas internas, la realidad geopolítica de animadversión, de violento acecho e incluso de agresiones directas que les manifestaban y hacían, por su condición de migrantes recién llegados, algunos de los poderosos altépetl establecidos previamente en la cuenca volcánico-lacustre, debido a que los veían como una potencial amenaza, les obliga a cerrar filas y generar acuerdos fundamentales como grupo para poder sobrevivir y tener algo de estabilidad.

Gracias a una efectiva y estratégica política de alianzas, de acuerdos de colaboración bélico-comercial y de su sometimiento tributario al hegemónico altépetl tepaneca de Azcaputzalco, “En el montículo de hormigas” o “En el hormiguero”, logran los recién llegados, no sin muchas dificultades y con muy altos costos para su autonomía, establecerse en un islote que pertenecía a los tepanecas y fundar su propio altépetl, el cual diseñaron y construyeron, poco a poco pero de forma constante, de acuerdo a la cosmopercepción mesoamericana, a saber: una plaza central a partir de la cual se desprendían cuatro grandes parcialidades.

4. La división y la ruptura

Conforme se adquiere estabilidad, cierto desarrollo y bienestar en el altépetl, ya para entonces llamado Mexico-Tenochtitlan, las inconformidades y rivalidades entre los grupos dirigentes vuelven a aparecer y se radicalizan a tal grado que, una vez más, vuelve a tener lugar una división que termina en ruptura y separación, la cual aconteció, según varias fuentes, hacia el año 1-Casa, es decir, en el 1337 a tan solo 13 años de haber fundado el altépetl de Mexico-Tenochtitlan y aún bajo el dominio del poderoso señorío tepaneca de Azcaputzalco. Efectivamente, un sector mexica, entre los que sobresalía un grupo de opulentos comerciantes (Siméon, 2006), inconforme por el modo en que el sector gobernante administraba, juzgaba y distribuía la tierra, el poder y la riqueza se insubordinó y determinó ir a buscar un nuevo lugar donde establecerse (Durán, 1951).

5. La búsqueda y la fundación

El franciscano fray Juan de Torquemada, en su obra Veintiún Libros Rituales de la Monarquía Indiana, es quien, sin lugar a duda, mejor describe, aunque de forma muy breve, los detalles del proceso de búsqueda que emprendió el sector mexica disidente:

Se dirigieron hacia el norte donde, como si se tratara de una señal representativa de una necesidad o un acontecimiento, notaron un viento o aire a manera de remolino cuya punta superior parecía llegar al cielo y la punta inferior permanecía fija en medio de unas cañas y de un tular. Queriendo saber de qué se trataba, fueron a ver el lugar donde el remolino nacía y hallaron un montecillo de arena que hacía una explanada afuera del agua, seca y muy dispuesta para poder edificar en ella. Ahí mismo encontraron también una culebra enroscada, un pequeño escudo redondo y una flecha, lo cual les causó mucha admiración y cuidado. (Matos, 2021, p. 51)

Ahí comenzaron a construir sus jacales, a edificar sus templos, a tener su gobierno, es decir, a levantar su propio altépetl que llamaron Xaltilolco.

Detalles de la fundación de Xaltilolco en la Ordenanza del Señor Cuauhtémoc (Tulane University Digital Library, 1520).

El pueblo mexica, que era uno, se desdoblaba en dos altépetl: el tenochca y el xaltilolca. Parecía como si el destino los moviera a reproducir, histórica y geopolíticamente, la estructura ontológica del Principio Absoluto de la tradición de pensamiento filosófico-teológico nahua, denominado Ometeotl, “Dos Divino”, quien tenía dos epifanías o rostros distintos pero al mismo tiempo complementarios (León-Portilla, 2017): Omecíhuatl, “Señora Dos”, y Ometecuhtli, “Señor Dos”, también invocados como Tonantzin, “Nuestra mamacita”, y Totatzin, “Nuestro papacito”. Un solo pueblo -el mexica- con dos epifanías urbanas -Tenochtitlan y Xaltilolco- necesariamente vinculadas y religadas entre sí, es decir, complementarias. Dos centros urbanos de un mismo pueblo que se diferenciarán y, sin embargo, compartirán no solo el origen, como ya hemos visto, sino también el destino, con sus encuentros y desencuentros, sus luces y sus sombras, sus glorias y desgracias.

6. El nombre

La denominación original de lo que hoy conocemos como Tlatelolco fue, como ya vimos, Xaltilolco, palabra o voz de origen nahua compuesta por los sustantivos xalli, que quiere decir “arena”, y tlatelli, “montículo, elevación o montón”, más la partícula prepositiva co, que significa “en”. La construcción aglutinante Xaltilolco significa, “En el montículo, la loma o el montón de arena”. La escritura semasiográfica que empleban muchos de los pueblos mesoamericanos, entre ellos los nahuas, lo dice textualmente:

Xaltilolco en escritura semasiográfica (Tetlalcolluli, s.f)

No está por demás recordar que fueron dos los sistemas de escritura pictográfica que se originaron en el área mesoamericana, a saber: el maya y el mixteco-puebla (Escalante, 1997). El primero se desplegó principalmente en la actual península de Yucatán y la zona selvática de Chiapas, Guatemala y Belice. El segundo se difundió por diferentes regiones del corredor que va de las costas oaxaqueñas del Pacífico sur, pasando por el Altiplano Central, hasta las costas centrales del Golfo de México y fue acogido, entre muchos otros, por señoríos de lengua náhuatl, otomí, totonaca, cuicateca, chocholteca, mixteca, zapoteca y tlapaneca, cuyos amoxtin o códices compartían muchas características de estilo gráfico (Boone, 2010).

Haciendo una recepción creativa de la escritura semasiográfica del modelo estilístico denominado mixteco-puebla (Escalante, 2010), el cual se había originado en la antigua tradición pictórica de Teotihuacan, de Monte Albán y de las técnicas decorativas de la cerámica maya (Escalante, 1999), tanto las y los tlamatinimeh, personas “sabias y filósofas” nahuas, como las y los tlahcuilohqueh, personas “pintoras-escritoras”, del altépetl de Mexico-Xaltilolco, la emplearon para redactar-pintar sus amoxmeh. 

En esos amoxtin o escritos pintados, los tlatelolcas llevaban, al igual que el resto de los relevantes señoríos mesoamericanos, el registro de su memoria histórica (origen y precedentes) como pueblo; de sus creencias sagradas, mitos, ritos y fiestas religiosas; de la organización del tiempo en calendarios que marcaban los ciclos litúrgicos y agrícolas; de los conocimientos y logros culturales, teóricos y prácticos, alcanzados; de la organización, distribución y límites territoriales dentro de los cuales se asentaba su altépetl; de la administración socio-económica y política de su centro urbano y sus dominios; de la genealogía y legitimación de sus dirigentes y gobernantes, etcétera, es decir, el contenido de esos documentos pictográficos versaba sobre “las cosas divinas, humanas y naturales” (León-Portilla, 2013).

7. La identidad y la vocación

Todas las culturas poseen estructuras intencionales que se encuentran perfectamente organizadas y estructuradas en mitos, ritos, creencias, tradiciones, narrativas e instituciones del más variado tipo. A ese conjunto de estructuras, el Prof. Jean Paul Ricœur le denominó el núcleo ético-mítico, el cual se puede definir como el complejo orgánico de posturas concretas de un grupo humano ante la existencia. Dos son los aspectos que lo engloban: a) una visión teórica del mundo -die Weltanschauung- y b) una postura existencial concreta, un modo de ser, de comportarse y relacionarse en comunidad -das Ethos- (Círculo de Reflexión Buzón Ciudadano, A. C., 2021).

Quizá sea el mito, por el conjunto de creencias e imágenes simbólicas y metafórico-conceptuales que se congregan o estructuran entorno a un personaje o acontecimiento que hacen que devenga en prototipo, modelo o paradigma colectivo, el que mejor expone la identidad y la vocación de un pueblo o una comunidad.

Siguiendo otra de las narrativas mitológicas de origen (claramente pro-tenochca), expuesta en la historia cartográfica de la migración mexica del Mapa de Sigüenza, se nos cuenta que la fundación de los dos altépetl mexicas fue simultánea: estando provisionalmente en Chapultepec, se congregan los migrantes, discuten y acuerdan formar dos grupos. En ese momento se aparece Hitzilopochtli, su Dios tutelar, para deja caer frente a ellos dos tlaquimilolli, “envoltorios o bultos sagrados” y luego desaparecer. Al abrir el primero de ellos, encuentran los migrantes mexicas una verdosa piedra de jade, una piedra muy preciosa llamada chalchihuitl. Buscando apropiarse de ella, se pelean los dos grupos. Nuevamente se aparece Hitzilopochtli y les pregunta que por qué pelean si aún no han abierto el otro envoltorio sagrado. Le dan la razón y el Dios mexica desaparece. Van a abrir el segundo tlaquimilolli y sólo encuentran dos palitos y regresan a pelear por la verde piedra valiosa. Por tercera vez se aparece Hitzilopochtli y, buscando poner orden, da una instrucción al primer grupo: “tomen el chalchihuitl, el gran jade, la piedra verde y vayan a fundar Xaltilolco”. Al segundo grupo le dice: “quédense ustedes con los palitos porque es lo más importante”. Con ellos les enseña a hacer el fuego nuevo, es decir, les otorgaba el vértice sagrado de su cosmograma. Ese segundo grupo fundaría Tenochtitlan.

Por voluntad divina se define, pues, el lugar de la fundación de la ciudad respectiva y, por el signo entregado, la vocación que deberá desplegar cada uno de esos grupos a lo largo de su historia: uno comerciante y el otro guerrero. Las diferentes crónicas y testimonios, a pesar del pretexto o intención de los redactores, sean estos indígenas o eurocristianos, son unánimes en señalar que el origen de los altépetl de Mexico-Tenochtitlan y Mexico-Xaltilolco es el mismo y que Huitzilopochtli es el Dios tutelar de los dos grupos. Con base en eso se entiende perfectamente por qué compartían muchas de las tradiciones identitarias, de las estructuras de organización social y del festivo calendario litúrgico-ritual.

8. El altépetl de Mexico-Xaltilolco

Continuando con la línea histórico-discursiva tradicional (Matos, 2008), diremos que Xaltilolco fue entonces el último altépetl relevante en edificarse en la cuenca volcánico-lacustre del Altiplano Central mesoamericano. La planeación urbanística y el despliegue arquitectónico que emprendieron los mexicas-tlatelolcas en su islote fue, en términos históricos, muy rápido, monumental y por lo mismo extraordinario. En muy poco tiempo se ponen a la altura de su vecina del sur, con apenas 3 kilómetros de distancia una de la otra, lo que generará una creciente rivalidad y una vecindad conflictiva.

No es de extrañar que la disposición arquitectónica de Mexico-Xaltilolco fuera muy similar a la de Mexico-Tenochtitlan. La explicación radica en que ambas metrópolis observaban el patrón simbólico-arquitectónico mesoamericano de los grandes centros culturales. Como si se tratara de ciudades gemelas, las dos tenían su recinto ceremonial más importante en el centro del altépetl y a partir de ahí se distribuían los diferentes Calpolmeh, “barrios”, que las conformaban. El huey teocalli o “templo mayor” de cada ciudad estaba orientado hacia el poniente y contaban con una doble escalinata que permitía acceder a la cúspide donde se encontraban dos santuarios, uno dedicado a Tlaloc y otro a Hitzilopochtli (Matos, 2008).

Por no contar con tierras para el cultivo a gran escala, pues se encontraban rodeados de agua en un islote mucho menor que el que ocupaba Mexico-Tenochtitlan, los mexicas-tlatelolcas centraron sus energías en conseguir lo que el lago les proporciona (peces, aves acuáticas, anfibios comestibles y serpientes), en el comercio y en la guerra. Empleando diversos y complejos sistemas de construcción e hidráulicos, lograron no solo edificar templos, conjuntos habitacionales, centros educativos, explanadas, acueductos, canales y drenajes, sino también ganarle territorio al lago para expandir la ciudad y comunicarla con tierra firme a través de calzadas. Desde otra perspectiva y buscando “una comprensión más íntegra de la historia mexica”, tanto tenochca como tlatelolca, Federico Navarrete (2011) demuestra que dicho altépetl no tuvo en su origen ningún carácter excepcional, sino que se creó, incluso simultámeamente, igual que otros altépetl de grupos migrantes que también habían arribado de manera coincidente a la misma cuenca volcánico-lacustre y con quienes compartió y desplegó el mismo patrón de fundación de un altépetl (Cuauhtitlan, Tetzcoco y Chalco). Dicho modelo o patrón implicaba la posesión de cinco elementos: una identidad étnica, un centro urbano, un territorio, una dinastía legítima y una autonomía respetada y reconocida.

Con el fin de ser reconocido como altépetl libre y autónomo, pues, el grupo mexica cumplió de manera exhaustiva con la observancia de cada uno de los patrones culturales exigidos y compartidos por los altépetl previamente establecidos. En esa misma línea discursiva de desmitificación de la exclusividad mexica y centrándose en los mexicas-tlatelolcas, Isabel Bueno sostiene, sin más, que éstos “cansados de vagar, pusieron el punto final a su peregrinar en el Valle de México, donde se asentaron como tributarios de los poderosos tepaneca, por entonces la potencia más importante del centro de México” (Bueno, 2005, p. 134).

En el transcurso de 1376, los tepanecas otorgaron a sus tributarios tlatelolcas, por diferentes motivos políticos y a conveniencia, el estatuto político-jurisdiccional de tlatocayotl, lo cual les permitía elegir a su primer tlatoani, quien sería además de linaje tepaneca. Esto, sin lugar a duda, ponía a los mexicas-tlatelolcas en una situación de privilegio y supremacía frente a los demás tributarios de Azcaputzalco entre los que se encontraban los mexicas-tenochcas (Bueno, 2005).

9. El linaje y gobierno de Mexico-Xaltilolco

Dentro del núcleo ético-mítico mesoamericano, del cual formaban parte los pueblos nahuas, el origen y la genealogía del linaje eran elementos imprescindibles para justificar la legitimidad y autoridad de sus dirigentes y gobernantes. Sabiendo los mexicas, tanto tlatelolcas como tenochcas, que carecían de eso y que los pueblos contiguos lo sabían, los primeros recurren estratégicamente, como ya vimos, al hegemónico altépetl tepaneca de Azcaputzalco, del que eran tributarios al igual que los tenochcas, para solicitar a su hueitlatoani Tezozomoc que designe a alguien de su estirpe para que gobierne al naciente altépetl de Mexico-Xaltilolco. El poderoso Tezozomoc accede a la petición y nombra a su hijo Cuacuapitzahuac como tlatoani del nuevo señorío. Iniciando de este modo el linaje tlatelolca. Los tenochcas, por su parte, acudieron al sureño señorío de Colhuacan para hacer la misma petición a su hueitlatoani, ya que consideraban que eran herederos de la antigua y sabia estirpe tolteca. El señor de Colhuacan atiende favorablemente la solicitud y nombra a su nieto Acamaplichtli como tlatoani de Mexico-Tenochtitlan.

Los linajes tan distintos de los dirigentes de estos dos altépetl hermanos vendrán a profundizar aún más sus diferencias ya existentes, a polarizar sus no óptimas relaciones y a generar nuevas pugnas entre ellos, entre otras cosas, por la forma de ejercer el gobierno, por el tipo de alianzas que hicieron y por el despliegue de sus expansiones territoriales. Veamos, siguiendo los aportes de Matos (2021) y de Bueno (2005), muy brevemente la cronología del linaje y las acciones de gobierno que se desplegaron desde el altépetl nahua de Mexico-Xaltilolco.

9.1 Cuacuapitzahuac, “Cuerno delgado”

Ya dijimos que fue hijo de Tezozomoc, hueitlatoani de Azcaputzalco. Su entronización como tlatoani de Mexico-Xaltilolco tuvo lugar entre 1375 y 1376 y murió en 1418. Gobernó a los mexicas-tlatelolcas por 43 largos años. Durante su largo señorío, el tlatoani tlatelolca Cuacuapitzahuac, fue contemporáneo de Acamapichtli y Huitzilihuitl, primer y segundo tlatoani tenochca.

Cuacuapitzahuac (Pueblos Originarios de Ámerica, s.f)

Entre sus acciones de gobierno destaca el fortalecimiento de la identidad del altépetl; la planeación y traza de su urbanización; la construcción de las etapas I y II del Templo Mayor; las directrices y el inicio de la rica actividad comercial característica de Xaltilolco y la conformación de un ejército bien capacitado y equipado. Gracias a este último aspecto, y como parte de los tepanecas de Azcaputzalco, los tlatelolcas conquistaron varios pueblos de la cuenca volcánico-lacustre entre los que destacó el pueblo de Cuitlahuac, el cual habitaba en un islote del sureño Lago de Chalco. Debido a su destacado papel guerrero, el hueitlatoani Tezozomoc, a quien estaban sometidos, les permitió cobrar tributo a los pueblos vencidos.

9.2 Tlacateotl: “Hombre sol”

Fue hijo de Cuacuapitzahuac, a quien sucedió en el señorío del altépetl. Gobernó del 1418 al 1427, es decir, tan solo 9 años. Fue contempráneo del tlatoani mexica Chimalpopoca.

Tlacateotl (Pueblos Originarios de América, s.f)

Entre las acciones más relevantes que desplegó durante su gobierno están las siguientes: se continuó con el fortalecimiento del comercio interno y externo; se aumentó significativamente la variedad de productos en el tianguis de Xaltilolco; se construyó la etapa III del Templo Mayor; se buscó embellecer los edificios de la ciudad con esculturas traídas desde la Tula abandonada. Desplegó una impresionante política de alianzas encaminadas a fortalecer el poder económico del altépetl a través de matrimonios de estado pues no sólo casó a tres de sus hermanas con los dirigentes de Quechólac y Totomihuacan, que eran enclaves comerciales de gran importancia, sino que él mismo, a través de sendas bodas, reforzó su relación con Coatlichan y el propio Azcapotzalco y continuó con los despliegues bélicos expansionistas. Esto último no era nada extraño a Tlacateotl, pues antes de ser entronizado como tlatoani, había sido el jefe militar que había guiado al ejército tlatelolca contra Chalco y también contra Tetzcoco en el conflicto que tenía este último contra Azcaputzalco. Ya como tlatoani, el ejército tlatelolca sometió, entre otros señoríos, a Cuauhtinchan, Acolman, Toltitlan, Acolhuacan y Tollantzinco. Fue asesinado, al igual que el tlatoani tenochca Chimalpopoca, por el recién entronizado señor de Azcaputzalco, Maxtla, hijo del difunto hueitlatoani Tezozomoc. Asesinatos que desatan una guerra, la cual concluirá con la muerte de Maxtla y el triunfo de la llamada Triple Alianza, la cual estaba conformada por Mexico-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan.

9.3 Cuauhtlatoa: “Águila que habla”

Era nieto de Tlacateotl y fue el tlatoani de Mexico-Xaltilolco que más tiempo duró en el poder, de 1427 a 1467, es decir, 40 años. Fue contemporáneo de los gobernantes tenochcas Itzcoatl, quien encabezó junto con los señoríos de Tetzcoco y Tlacopan la rebelión contra sus adversarios de Azcaputzalco, y Moctezuma Ilhuicamina, gran conquistador que acrecentó considerablemente el señorío de Mexico-Tenochtitlan.

Cuauhtlatoa

Su gobierno es el periodo de mayor crecimiento y esplendor del altépetl Mexico-Xaltilolco: los gremios de comerciantes tlatelolcas, llamados pochtecas, se fortalecen pues fungen también como espías e informantes del tlatoani; las rutas comerciales se expanden considerablemente porque son también itinerarios que permitirán nuevas conquistas; el de por sí ya famoso tianguis tlatelolca alcanza su máximo crecimiento y despliegue económico pues se comercializan gran variedad de productos, tanto locales como los traídos de regiones sumamente lejanas; se construyen las etapas IV y V del Templo Mayor tlatelolca; se expanden de manera significativa las campañas y los triunfos militares hasta Puebla y la costa del Golfo y se participa en una alianza con Mexico-Tenochtitlan y Tetzcoco para derrotar a la confederación de Chalco. La derrama de riqueza por la vía de la guerra (los tributos) y del comercio se dejó percibir en la estabilidad social que alcanzó el altépetl, en el refinamiento arquitectónico que se desplegó y en el fortalecimiento de los sectores dirigentes, tanto de los gobernantes como de los comerciantes.

9.4 Moquihuix: “Rostro ensanchado”

Fue sobrino de Cuauhtlatoa, a quien sucedió en el poder como último tlatoani del altépetl Mexico-Xaltilolco. Gobernó de 1467 a 1473, es decir, tan solo 6 años. Durante su gobierno, en Mexico-Tenochtitlan regía el poderoso Axayacatl. No hay duda de que fue un gran guerrero, pero también distintas fuentes lo describen como una persona envalentonada, orgullosa y arrogante (Bueno, 2005) que deseaba conquistar de alguna u otra forma a los tenochcas.

Moquihuix (Pueblos Originarios de Ámerica, s.f)

Su gobierno estuvo marcado por la continuidad y el despliegue de los logros obtenidos por sus antecesores: en medio de una fiebre por la construcción, se levantan muchos edificios en el centro de la ciudad, destacando principalmente la etapa VI del Templo Mayor, para este entonces su mercado ya es el centro comercial más grande e importante de todo el mundo mesoamericano. El altépetl de Mexico-Xaltilolco se perfila de manera imparable como el próximo centro hegemónico de la cuenca volcánico-lacustre del Altiplano Central.

10. La guerra fratricida

Varias son las lecturas e interpretaciones que se han hecho sobre las causas de la guerra entre los altépetl de Mexico-Xaltilolco y Mexico-Tenochtitlan. Algunas van desde problemas de violencia intrafamiliar (recordemos que Moquihuix estaba casado con Chalchiuhnenetzin, la hermana menor del gobernante tenochca Axayacatl); otras por la violencia sexual hacia unas mujeres tlatelolcas por parte de jóvenes tenochcas (Matos, 2021); otras más por la afrenta intencional que hizo Moquihuix a los tenochcas al construir un Templo Mayor mucho más hermoso que el de Tenochtitlan provocando así una gran envidia; unas más, y quizá las más determinantes e importantes: por la fuerte influencia política que tenía Xaltilolco en los señoríos sometidos, por el imparable poder militar que había alcanzado y, sobre todo, por la creciente riqueza que obtenía de su organización mercantil y el control exclusivo que tenía de las principales rutas de comercio a gran escala, aspectos estos últimos que Tenochtitlan estaba ávida por apropiarse y controlar (Bueno, 2005).

Todo eso, en mayor o menor medida, vino a sumarse a la de por sí complicada y conflictiva relación de vecindad, de señalamientos, descalificaciones, desencuentros y conflictos no menores. A todo esto, hay que añadir la falta de pericia político-diplomática del militarista Moquihuix, quien, en lugar de evitar la guerra, alentó a los señoríos enemigos de los tenochcas para que se revelaran y lucharan contra ellos (Matos, 2021). Estrategia en la que fracasó de manera contundente.

El inevitable choque de estas fuerzas antagónicas inició en la madrugada y concluyó en la noche del día 30 de julio de 1473, es decir, del año 5 quiahuitl (5-lluvia). El ejército tenochca, que numéricamente superaba con mucho al tlatelolca, arrinconó en el recinto del Templo Mayor a la valiente resistencia encabezada por Moquihuix y ahí le dieron muerte. Sabiéndose vencedores, los tenochcas saquearon el mercado y todas las casas del altépetl vencido. Con particular saña y odio sacrílego destruyeron y profanaron el recinto sagrado de los tlatelolcas: el Templo Mayor (Matos, 2021).

Muerte de Moquihuix y destrucción del Recinto Sagrado (Mexicolore, s.f.)

A partir de ese momento, el altépetl de Mexico-Xaltilolco perdía su autonomía y pasaba a ser tributario del triunfante y hegemónico señorío de Mexico-Tenochtitlan. Durante más de 40 años, los tlatelolcas no tuvieron gobernante propio pues su altépetl había sido degradado a cuauhtlatocayotl (Bueno, 2005), entidad político-jurisdiccional de rango menor que no tenía derecho a un tlatoani, sino a un administrador llamado cuauhtlatoani. No será sino hasta el 1515 que los señores de Tenochtitlan nombraron al joven guerrero Cuauhtemoc, “Águila que desciende”, como hueitlatoani de Mexico-Xaltilolco y cuyo gobierno durará hasta el 21 de agosto de 1521, día en que cae de la resistencia mexica tlatelolca-tenochca ante una alianza multitudinaria de ejércitos enemigos, uno de los cuales y el más pequeño será el eurocristiano.

11. La guerra de invasión, conquista y dominación

Desde los preparativos de la tercera expedición cubana hacia la tierra continental mesoamericana, al frente de los cuales estaba el capitán general Hernando Cortés Monroy Pizarro Altamirano, comúnmente conocido como Hernán Cortés, se habían preparado y equipado una armada como ninguna en toda la isla, pues sabían, por los informes de las dos anteriores expediciones, que “en las dichas islas e tierras hay oro, sabréis de donde y cuando lo hay e si lo hubiere de minas y en parte que vos las podáis haber, trabajar de lo catar e verlo” .

Desde los primeros avances bélicos en territorio mesoamericano, en 1517, hasta la invasión, conquista, destrucción y sometimiento de la capital del señorío mexica, el 21 de agosto de 1521, el altépetl de Mexico-Tenochtitlan, el interés de las huestes eurocristianas, que formaban parte de una amplia alianza antimexica, estuvo siempre puesto “en el oro, los esclavos y demás delicias de los botines de una guerra fácil o del alegre trueque de metales preciosos por cuentas de vidrio” (García, 2001), prácticas en las que se habían especializado durante el saqueo y exterminio que llevaron a cabo en las islas antillanas.

Efectivamente, desde el inicio sus acciones bélicas en Mesoamérica, con serios fracasos y también importantes éxitos, estuvieron invariablemente caracterizadas por la destrucción total, el saqueo y la búsqueda de oro. Por eso cuando se percatan, por los informes que les proporcionan los pequeños señoríos indígenas que van sumando, cuando es posible, a su paso por el litoral mesomericano oriental, de la existencia en el poniente de un altépetl muy poderoso que denominaban Mexico-Tenochtitlan y que poseía una riqueza extraordinaria, el capitán invasor y sus huestes centran en él su interés y enfocan toda su empresa en un sólo objetivo: apropiarse de los tesoros de esa importante ciudad capital.

Mediante alianzas estratégicas con señoríos indígenas enemigos de los mexicas fundadas en falsas promesas de autonomía y libertad (García, 2007) y el exterminio de aquellos señoríos que eran aliados de los mexicas, las huestes europeas y sus miles de aliados indígenas van minando poco a poco y estratégicamente las bases del altépetl mexica. Actuando con doblez entran en la ciudad capital donde son recibidos y acogidos como huéspedes distinguidos del hueitlatoani Moctezuma Xocoyotzin. Aprovechando el desconcierto de la población, toman como rehén al monarca mexica con el fin de garantizar su seguridad y obtener lo que era su preocupación fundamental y el motor que había impulsado todo su actuar: el robo del oro (Lopetegui-Zubillaga, 1965).

Un error táctico hace que se venga abajo la estrategia bélica aliancista hasta entonces empleada. Efectivamente, la masacre que comenten en el Templo Mayor durante la fiesta de Toxcatl provoca que se les descubra como lo que realmente eran: una avanzada de invasores y saqueadores. La furia de los guerreros mexicas no se hizo esperar y logran expulsar de su ciudad capital a la alianza invasora, diezmar gravemente a sus huestes y despojarlos del botín en oro que habían robado de los palacios y templos tenochcas: esa fue la noche del triunfo mexica. La humillación militar y sobre todo la pérdida del oro que ya habían usurpado los invasores aliancistas hará llorar amargamente a Cortés: esa fue la noche triste de los invasores.

Otro enemigo mortal acechaba a los habitantes de la capital mexica y sus partidarios: la epidemia de viruela (García, 2001), enfermedad importada por los eurocristianos recién llegados y frente a la cual los indígenas mesoamericanos estaban completamente indefensos, razón por la cual causó estragos entre la población autóctona. No había desaparecido aún esa peste y los ejércitos invasores, entre ellos el eurocristiano, ya estaban de nuevo en las inmediaciones del lago. Una vez que sometieron a los señoríos de las riberas con el fin de aislar aún más a los mexicas, comenzaron el sitio del altépetl de Mexico-Tenochtitlan. De julio de 1520 a agosto de 1521 tuvo lugar el sitio de la capital mexica. La resistencia mexicana fue una de las más heroicas de todo el continente (Dussel, 1992). Conforme avanzan los ejércitos invasores aliancistas por la parte sur y poniente de la ciudad, los mexicas se repliegan y concentran la resistencia en Tlatelolco. La oposición a que los aliancistas tomasen la ciudad fue decidida y valiente, suicida a menudo, de aquellos hombres y mujeres que lucharon contra huestes invasoras que les superaban notablemente en número y algunas de ellas, las menos, equipadas con armas de fuego, caballos y perros amaestrados cebados en indígenas (Oliva de Coll, 1991).

Sitio y resistencia de la capital mexica (Código Tlatelolco, s.f.)

Después del largo, desgastante y doloroso asedio se produce lo inevitable: la derrota mexica al caer su último bastión de resistencia situado en lo que una vez fue el altépetl de Mexico-Xaltilolco. El hueitlatoani Cuauhtémoc convoca a los señores mexicas que, junto con él, encabezaban la resistencia para acordar los términos de la rendición. Los mexicas bajaron los escudos en el signo del año 3-Casa con el día 1-Serpiente del calendario mágico, es decir, el 13 de agosto de 1521 cuando fue hecho prisionero su hueitlatoani Cuauhtémoc (Códice Florentino, lib. XII, cap. XXXIX, en León-Portilla 2004, p. 124). Con ese hecho Mexico, tanto Tenochtitlan como Xaltilolco, caía definitivamente en poder de la alianza invasora, quienes a sangre y fuego la habían destruido (Garavaglia-Marchena, 2005).

Inmediatamente los soldados eurocristianos monopolizan el triunfo, neutralizan a sus aliados indígenas y despliegan lo ensayado y aprendido en las Antillas, a saber: repartirse como botín de guerra todos los poblados aledaños a las riberas del Lago de México, tomar a sus habitantes como esclavos y usurparles sus pertenencias. A partir de ese momento, el futuro de los indígenas mesoamericanos sometidos fue el maltrato, la explotación y la muerte:

En cuanto a los españoles, cuando han llegado a Coyoacán, de allí se repartieron por los diversos pueblos, por dondequiera. Luego se les dieron indios vasallos en todos estos pueblos. Fue entonces cuando se dieron personas en don, fue cuando se dieron como esclavos. (Ms. Anónimo de Tlatelolco, 1528, en León-Portilla, 2004, p. 158).

12. El proceso de dominación colonial

Al poco tiempo de “concluída” la invasión y conquista militar del altépetl mexica, comenzó la implementación de la dominación colonial. Para lograr estructurarla lo más consistentemente posible como sistema, se requería impulsar también una conquista ideológica. Los responsables de llevar a cabo dicha tarea, llamada por ellos “evangelizadora”, serían los miembros de las órdenes mendicantes, particularmente los franciscanos durante este primer período de posguerra.

Del mismo modo que hizo con los prisioneros indígenas que formaban parte de la élite gobernante y administrativa del recién tomado altépetl mexica, para que le explicasen su funcionamiento administrativo y de gobierno, el capitán general y gobernador Hernán Cortés ordenó reunir, en primer lugar, a los señores principales y poco después a los tlamatinimeh sobrevivientes para que escucharan la doctrina christiana que les predicarían los recién llegados misioneros franciscanos.

12.1 La confrontación ideológica del 1524

Tlatelolco fue la sede de un acontecimiento histórico fundamental que marcará, con el devenir del tiempo y sus efectos, el ethos cultural y la historia del pueblo mexicano. Dicho acontecimiento quedó registrado en el texto denominado Colloquios y doctrina christiana, en el cual se narra la primera disputa ideológica sobre temas filosófico-teológicos entre un grupo de tlamatinimeh sobrevivientes y los doce primeros frailes franciscanos. Dicho encuentro tuvo lugar, según fray Bernardino de Sahagún, tres años después de haber sido invadido el altépetl mexica, es decir, en 1524. Esta fue quizá una de las últimas apariciones públicas de los tlamatinimeh para defender argumentativamente sus creencias, su mundo de la vida y rechazar las ideas y prácticas cristianas que se les estaban imponiendo (León-Portilla, 1997).

En absoluto fue un diálogo. No había condiciones dialógicas materiales ni formales. Los franciscanos, apoyados por las armas vencedoras de sus “hermanos de fe”, las huestes invasoras, se creían depositarios de la verdad religiosa y en lugar de dialogar lo que hacen es adoctrinar. Su fundamentalismo religioso les hace calificar de demoniaca la cosmovisión religiosa autóctona y tacharla de ser producto de la ignorancia. En este escrito todas sus intervenciones en relación con las creencias indígenas son sólo para atacarlas y descalificarlas: “hace falta que aborrezcáis, despreciéis, no queráis bien, escupáis a aquellos a los que habéis andado teniendo por dioses” (León-Portilla, 1986).

El adoctrinamiento franciscano es respondido por los tlamatinimeh, que fueron obligados a asistir por mandato del “Illustríssimo Gouernador Don Hernando Cortés” (Sahagún, 1986), mediante una actitud dialógica que se expresa mediante el respeto y reconocimiento que hacen a sus interlocutores. Jamás atacan las creencias o personas de los frailes. Les abren confiadamente “sus secretos” y no actúan con doblez, a pesar de saber que no están en un plano de igualdad argumentativa (León-Portilla, 1997). Eso sí, defienden vigorosamente, a pesar de las circunstancias, sus creencias y se oponen decididamente a los ataques que consideran injustificados contra su forma de pensar. Dicen, honesta y respetuosamente, lo que sienten y piensan en relación con las nuevas creencias cristianas.

La respuesta de los tlamatinimeh, la cual conserva el alto grado de sofisticación alcanzado en el Calmécac, tiene una lógica argumentativa muy elaborada que si la analizamos detenidamente sorprende su nivel de abstracción racional. Su estructura es la siguiente: I. Exordio (872-912); II. Preámbulo de la contra argumentación al adoctrinamiento y descalificaciones de los frailes (913-932); III. Exposición del argumento central a ser debatido (933-938); IV. Secuencia argumentativa a favor de la propia postura (939-1004): a. Argumentos de autoridad (943-961), b. Argumentos de coherencia existencial (962-988), c. Argumentos de antigüedad (989-1004); V. Exhortación: respeten el modo náhuatl de creer y pensar “no hagáis algo a vuestro pueblo que le acarree la desgracia…” (119-122); VI. Conclusión: no podemos abandonar nuestras normas de vida y no tomamos por verdad lo que ustedes nos dicen (1005-1043); VII. Corolario: “haced con nosotros lo que queráis” (1044-1060), (León-Portilla, 1997, pp. 133-134).

La argumentación de los tlamatinimeh fue, en esta ocasión, oída pero jamás escuchada ni tomada honestamente en serio. Su disposición dialógica, su apelo a la razón y la interpelación ética que hicieron a sus interlocutores no consiguió modificar la actitud de los misioneros quienes continuaron el adoctrinamiento religioso y cultural.

Ese “diálogo intercultural” (adoctrinamiento cultural) que les imponía la élite europea más culta presente en Mesoamérica (los religiosos) no lo aceptaron los tlamatinimeh porque significaba la muerte cultural del pueblo indígena, el fin de “la flor, el canto”. Ellos sabían que sus Dioses, la fuente de su vida, habían sido destruidos, que su sociedad había sido desmembrada, que las instituciones que les garantizaban cohesión social yacían en el suelo y que a los sobrevivientes les esperaba la esclavitud (“déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros Dioses han muerto”; “haced con nosotros lo que queráis”). A pesar de todo eso y de que la desesperanza los invade por todas partes, los tlamatinimeh permanecen fieles a in huehue tlamanitiliztli, “la antigua regla de vida”, de sus antepasados y no admiten como verdadera la nueva creencia que se les impone porque eso implica la muerte espiritual de su pueblo.

Tendrán que esperar un poco ellos y sus descendientes para asimilar críticamente la actual situación y elaborar, a partir su pensamiento metafórico-conceptual (in xochitl in cuicatl), una propuesta crítica de auténtico diálogo intercultural que implique necesariamente el respeto y el reconocimiento del otro como otro, de su dignidad. La propuesta será llamada por la historia: el Nican mopohua su protagonista, Tonantzin-Guadalupe, será muchísimo más que “la respuesta de la imaginación a la situación de orfandad en que dejó a los indios la conquista”, como sostiene Octavio Paz (Paz, 2006).

12.2 La organización eclesial

El desarrollo del sistema colonial de organización sociopolítico, dependiente totalmente de la metrópoli europea, estuvo en general caracterizado, hasta la instrumentación del virreinato, por luchas intestinas por el poder entre los distintos personajes y grupos que conformaban la nueva élite hegemónica “gobernante”. A pesar de todo eso, muy pronto se logró estructurar un sistema político-administrativo que tenía como fuerzas motoras a la Corona, a los legionarios invasores-conquistadores, a los colonizadores y, por supuesto, a la Iglesia (Nebel, 1992).

Una vez consumada la invasión y conquista del altépetl mexica y con el arribo de los 12 franciscanos en 1524, dio comienzo formal la evangelización en la recién fundada Nueva España. Para organizar el trabajo misionero, el custodio de la comunidad religiosa, fray Martín de Valencia, convocó a los eclesiásticos, religiosos y letrados que allí se encontraban a celebrar la primera Junta apostólica, también asistió el gobernador Hernando Cortés. El resultado fue un modesto programa evangelizador, que serviría de base a la futura organización eclesiástica doctrinal y parroquial, cuyo propósito fundamental era desarraigar la idolatría y propagar la fe cristiana (Lopetegui-Zubillaga, 1965).

Parte de los acuerdos de esta primera Junta fue fundar, en los señoríos indígenas más importantes (Mexico, Tetzcoco, Tlaxcala y Huexotzingo), cuatro conventos que les servirían como centro de operaciones para sus labores misioneras (Morales-Mazín, 2001). En la sede principal, la de la Ciudad de México, nos dice Motolinía establecieron dos grandes centros de propagación de la fe cristiana: uno ubicado en lo que había sido el centro del poder político de Mexico-Tenochtitlan (lo que sería después el convento de San Francisco de México) y otro en la sede del movimiento económico de los mexicas ubicado en Mexico-Xaltilolco (donde se ubicará el convento de Santiago de Tlatelolco) (Motolinía, 1971).

Con el fin de cumplir con el primer acuerdo de la Junta apostólica, desterrar los cultos idolátricos, los religiosos se dedicaron, entre otras cosas, a partir de 1525 y con el apoyo de las huestes castellanas, a destruir las imágenes de los Dioses indígenas, a perseguir a sus ministros y sacerdotes y a imponer el culto cristiano (la Virgen, los santos, la cruz) en los recintos de los Dioses indígenas (Lopetegui-Zubillaga, 1965).

El cerro del Tepeyacac no fue la excepción. Allí, lugar que los españoles llamaron Tepeaquilla (Miranda, 2001), se construyó una ermita, posiblemente en la década de 1530 (O’Gorman, 1986), porque, según nos dice Torquemada (1975: 354-357), prevalecía, “cuando nuestros frailes vinieron a esta tierra”, un culto a una Diosa, “a cuyas festividades concurrían grandísimos gentíos de muchas leguas a la redonda … a ofrecer dones y presentes” (Torquemada, 1975, pp. 354-357). La ermita fue consagrada a la “Virgen Madre” con el fin de suplantar la muy concurrida adoración “idolátrica” que los indígenas tributaban allí a su Diosa Tonantzin (Noguez, 1995, p. 153).

Se ignora el tipo de imagen mariana que los religiosos colocaron dentro de la ermita solo se sabe que su advocación, la Madre de Dios, era celebrada el 8 de septiembre durante la festividad de la Natividad de la Virgen (García 1945: 105). Como se trataba de una visita, dependía para su atención “espiritual” directamente de la doctrina más cercana, a saber: el convento de Tlatelolco.

El modelo de Iglesia que habían impulsado los religiosos mendicantes, amparados bajo los privilegios que les otorgaba el breve de Adriano VI, Exponi nobis, mejor conocido como “Bula omnímoda”, reproducía, en cuanto les había sido posible, las estructuras y dinámicas de sus conventos: la recitación del oficio divino en las escuelas de los niños, la organización y formación de cantores y “menestriles” para el culto y la disciplinada organización de las actividades religiosas de los pueblos eran un claro ejemplo de ello. Los religiosos defendían, además, que la Nueva España tuviera un gobierno civil que gozara de cierta autonomía y que prescindiera lo más posible de la legislación europea; promovían, lo más que se pudiera, el retraso de su sometimiento al ordinario eclesiástico; se oponían al paso de castellanos sin oficio a la Nueva España; apoyaban que los indígenas no pagasen tributo al monarca; buscaban extirpar el trabajo forzoso de los naturales y abogaban que se prohibiera a los españoles poblar entre los indígenas, con el fin de evitar que les dieran malos ejemplos (Morales-Mazín, 2001).

12.3 El Colegio de la Santa Veracruz de Tlatelolco

La antigua iglesia de Tlatelolco, que los indígenas habían construido por mandato de los franciscanos en 1527, era una construcción cuadrada muy sencilla de una sola pieza y con techo de vigas. Fray Juan de Zumárraga, quien arribó a la Nueva España en diciembre de 1528 como primer obispo electo de México, asumió el proyecto evangelizador educativo de sus hermanos de hábito y mandó construir junto a la iglesia tlatelolca, -con el fin establecer un colegio que tuviera como propósito formar un clero autóctono-, una sala larga que funcionaría como dormitorio, un cuarto grande que haría las veces de comedor, dos salones de clases y dos cuartos sobre la iglesia como celdas para los maestros franciscanos. Todo fue hecho de adobe. Para el 6 de enero de 1536 inauguraría, junto con el primer virrey de la Nueva España, el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco (Lopetegui-Zubillaga, 1965). El monumental convento fue construido hasta 1543, año a partir del cual el templo pasó a depender del ordinario (Miranda, 2001).

El Colegio inició sus actividades educativas con un grupo aproximado de 100 jóvenes provenientes, en su mayoría, de las escuelas conventuales que tenían los frailes franciscanos en los diferentes pueblos que atendían. La edad de los seleccionados oscilaba entre los 10 y 12 años. Allí tuvieron como maestros a fray Andrés de Olmos, a fray Bernardino de Sahagún, a fray Francisco de Bustamante, a fray Alonso de Molina, a fray Juan Bautista, entre otros muchos frailes cultos. De manera muy estricta se formaba a los jóvenes a través del estudio del Trivium o las tres vías (gramática, lógica y retórica) y del Cuadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía), tal y como se hacía en la Universidad de Salamanca de donde habían egresado sus maestros. Entre los autores que se estudiaban en Tlatelolco se pueden mencionar a filósofos, teólogos y humanistas como Platón, Aristóteles, Plotino, Plutarco, Cicerón, Juvenal, Marcial, Plinio, Quintiliano, Salustio, Tito Livio, Virgilio, Prudencio, Boecio, San Jerónimo, San Agustín, Santo Tomás, San Buenaventura, Duns Scoto, Erasmo de Rotterdam, Luis Vives, etcétera.

La historia, tanto indígena como europea, la preceptiva literaria y la filosofía también formaban parte fundamental de sus estudios. Conforme se despliegan sus procesos educativos, los colegiales indígenas se ejercitan en el análisis, comprensión y traducción de textos y se apropian de la metodología de la investigación científica. Todos los estudiantes que egresaban eran trilingües (manejaban sin problema el latín, el náhuatl y el castellano) y debido a su alto nivel académico algunos fueron jueces, gobernantes y otros más formaron parte del cuerpo docente y directivo del Colegio de Tlatelolco donde ellos mismos se habían educado.

Fue en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, nos dice Pablo Escalante, donde se desplegó “de manera sistemática y prolongada, con un programa y una biblioteca, con maestros formales y textos de estudio” el ambicioso proyecto franciscano de traducir la religión cristiana en términos de la cultura indígena y viceversa (Escalante, 2008).

El Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco (Arqueología Mexicana, s.f.)

En Tlatelolco se desplegará, como en ningún otro lugar del continente, un caudal de producciones literarias bilíngües que buscaban, por un lado, recuperar la tradición de pensamiento indígena expresada en cantos, discursos, narraciones, textos, anales, adagios, oraciones y conjuros y, por otro lado, la producción de textos en náhuatl relacionados con la práctica evangelizadora de los franciscanos como son sermonarios, catecismos, confesionarios, obras de teatro popular, libros parroquiales, gramáticas y vocabularios para el aprendizaje de esa lengua. Sin embargo, quizá lo más relevante sea la producción original de obras monumentales científicas, históricas, antropológicas y filosófico-teológicas tanto de los frailes europeos (Sahagún, Andrés de Olmos, Torquemada, Juan Badiano) como de los intelectuales indígenas (Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Alonso Vejerano y Pedro de San Buenaventura, ambos de Cuauhtitlán, Martín Jacobita y Andrés Leonardo, los dos de Tlatelolco y Agustín de la Fuente).

Entre las obras de investigación más sobresalientes que se produjeron ahí podemos mencionar el Libellus de medicinalibus indorum herbis, conocido como Códice de la Cruz-Badiano; el Mapa de Upsala; la Historia general de las cosas de la Nueva España o Códice Florentino, tanto en su versión nahua como en su versión castellana; Coloquios y doctrina christiana o Diálogos de 1524 y el Nican mopohua, entre otras. Algunos de los textos literarios, filosóficos y teológicos que tradujeron los colegiales del latín o el castellano al náhuatl se encuentran De imitatione Christi de Thomas A. Kempis, De consolatione Philosophie de Boecio, el Flos Sanctorum y las Fábulas de Esopo y, sobre todo, pasajes bíblicos entre los que sobresale una Psalmodia christiana (Escalante, 2008).

La producción teórica que tiene lugar en Tlatelolco durante este periodo colonial es tan abundante, relevante y original que lo convertirá en el centro educativo y cultural más importante a nivel continental. No existe en ninguna otra parte de Hispanoamérica, ni en la región de Angloamérica un proyecto educativo, formativo y de investigación similar o que se le aproxime. La crisis del Colegio vino de diferentes lugares y por diferentes razones. Unas obedecieron a factores internos y otras a presiones externas. La interna más importante tenía que ver con el aspecto sexual de los colegiales (preferían el matrimonio al celibato) y las externas se concentraban en dos fundamentales: una de carácter religioso (la reincidencia idolátrica de los indígenas) y la otra económica (el financiamiento de la institución educativa fue, conforme pasaba el tiempo, menguando cada vez más hasta hacer el proyecto inviable). Sin olvidar nunca que muchas personas, arzobispos, religiosos, encomenderos y colonos resentidos, tenían miedo, por su racismo y clasismo, que los indígenas se formaran tan bien y con ese nivel de estudios.

Los enemigos del Colegio no desaprovecharon la oportunidad para oponerse a su continuidad trayendo a colación, una y otra vez, el caso de Carlos Ometotzin, un joven indígena estudiante de los franciscanos y posterior señor de Tezcoco que criticó duramente la incoherencia y los privilegios de la Iglesia, llamó a no acatar los mandatos del gobierno novohispano y reivindicó la autonomía de los pueblos indígenas en términos de gobierno y religión. Eso le costó ser quemado vivo después de un amañado proceso jurídico inquisitorial.

12.4 La Comunidad Indígena de Tlatelolco

Dos son los componentes fundamentales que constituyen eso que los especialistas llaman el Acontecimiento del Tepeyacac, a saber: el amoxtli-lienzo de Tonantzin-Guadalupe y el texto nahua que lo fundamenta y justifica filosófica y teológicamente, el cual ha sido denominado por la tradición popular como el Nican mopohua.

Tonantzin-Guadalupe (Arquidiócesis de Bogotá, s.f.)

Nican mopohua Observando el paraíso. (s.f.).

En medio de una disputa intraeclesial, que tuvo lugar en 1556, entre el arzobispo Montúfar y los franciscanos por el control de una imagen de manufactura indígena que apareció colgada en una ermita ubicada en el cerro del Tepeyacac, la cual estaba adscrita al convento de Tlatelolco y por lo tanto bajo la jurisdicción de los frailes mendicantes, un grupo de intelectuales indígenas egresados del Colegio de Tlatelolco, viendo que la imagen podría ser destruida en medio de esa disputa, elaboran una profunda reflexión filosófico-teológica que buscaba sacralizarla con el propósito de salvarla pues veían en ella, y la fe del pueblo indígena se los confirmaba, una simétrica recreación religioso-cultural entre la creencia sagrada indígena y el eurocristianismo.

Ese grupo de intelectuales indígenas, que hemos denominado la Comunidad Indígena de Tlatelolco, elaboró a través del Nican mopohua una de las críticas más profundas e integrales a la praxis colonizadora eurocristiana y propuso una alternativa ético-política de relación en y entre las culturas, con justicia y dignidad, desde su propia historia y marco categorial metafórico-conceptual. En dicho texto indígena del siglo XVI se entabla intencionalmente, desde una perspectiva crítica y con pretensión de justicia, un diálogo intercultural simétrico entre dos comprensiones del mundo completamente distintas (la indígena mesoamericana y la eurocristiana). A partir del encuentro, la complementariedad y el enriquecimiento mutuo de los contenidos críticos de esas dos tradiciones se genera, como dirían las y los tlamatinime: paca, iocuxca, “sin violencia, sin muerte; en paz, en tranquilidad”, una nueva comprensión cultural que es indígena-americana y cristiano-europea al mismo tiempo.

El Nican mopohua, que fue redactado en el marco de la producción teórica más profunda y radical de Tlatelolco es, sin lugar a dudas, una de las obras crítico-liberadoras más importantes del pensamiento indígena pues busca intencionalmente, en medio de un contexto generalizado de muerte y destrucción del mundo indígena, por la guerra de invasión, conquista y dominación colonial que operan los eurocristianos, preservar la vida amenazada de las víctimas, devolver la esperanza a estas y crear las condiciones ideológicas (concientización) favorables para una transformación integral del ser humano y del mundo. En ese sentido el Nican mopohua es in tolli, in nemaquixtiloni, “la palabra que libera, que hace libre a la gente”.

13. Conclusiones

Buscando dar respuesta a las interrogantes planteadas al inicio de este texto en relación con la identidad y relevancia de Tlatelolco, hicimos un breve recorrido histórico que nos permitió identificar sus antecedentes y precedentes culturales y el despliegue de estos desde su origen hasta el periodo histórico denominado colonial. En ese proceso de revisión cronológica, pudimos observar la pluralidad de versiones que existen sobre su ser y quehacer e informarnos sobre la lucha que emprendió para que su identidad y autonomía como altépetl libre no quedara encubierta o subsumida por la versión histórica que se tonó hegemónica: la mexica tenochca.

Llama la atención ver cómo desplegó un complejo y rico desarrollo cultural, político, educativo, militar y, sobre todo, comercial que le permitió ser protagonista de la historia interregional más allá de la cuenca volcánico-lacustre en la cual se ubicaba. También pudimos constatar que, a pesar de las dificultades, desencuentros y rivalidades que tuvo con su hermano y vecino, el altépetl tenochca, se la jugó con él y fue el último bastión de resistencia al proceso de guerra de invasión y conquista que operaron los ejércitos enemigos, entre ellos el eurocristiano.

Fue también muy interesante conocer que en Tlatelolco tuvo lugar la primera confrontación ideológica, filosófico-teológica, entre los tlamatinime sobrevivientes a la guerra de invasión y conquista, y los doce primeros franciscanos. Y que aun sabiendo que habían sido vencidos y que su vida corría un riesgo de muerte, defendieron su cultura y su creencia sagrada con profundo amor y valor. No menos relevante que todo lo anterior fue la proyección de Tlatelolco como el centro cultural, educativo y de investigación más importante a nivel continental a través del Colegio de la Santa Veracruz de Tlatelolco donde la enseñanza y producción teórica intercultural y bilingüe fue de primer orden.

Por último es importante recordar, a modo de cierre, que el grupo de intelectuales indígenas, egresado de ese colegio y que hemos denominado la Comunidad Indígena de Tlatelolco elabora, a través de la redacción de su texto filosófico-teológico llamado el Nican mopohua, una de las críticas más radicales al proceso de guerra de invasión y conquista eurocristiana y propone, al mismo tiempo, un modelo ético-político crítico de relación dialógica entre las culturas en el marco del respeto y el reconocimiento mutuo.

14. Referencias Bibliográficas

Bueno, I., (2005). Tlatelolco: la gemela en la sombra. Revista Española de Antropología Americana.

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