ISSN : 2992-7099

Estado y conflictos epistémicos en la Pandemia

Gerardo de la Fuente Lora

Gerardo de la Fuente Lora

Doctor en Filosofía. Profesor de Carrera de Tiempo Completo, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

13 mayo, 2021

I

La pandemia de Covid-19 puso en el centro de la vida social a los Estados nacionales, en el momento en que muchos, politólogos, economistas y filósofos por igual, dudaban de su eficacia, futuro, e incluso existencia. La globalización, con sus flujos de capitales, drogas, migraciones, con la hibridación general de culturas que trajo consigo, entre otros fenómenos, parecía arrojar lo estatal al cuarto de trebejos. Pero, de pronto, la única instancia capaz de enfrentar eficazmente la amenaza del coronavirus, pareció ser el Estado, con sus aparatos, fronteras, hombres armados y estadísticas; estaba de regreso y pudo constatarse porque volvió con su insignia principal: El Estado de emergencia. Ya lo dijo en su momento Carl Schmidt: “Sólo gobierna realmente el que es capaz de decretar el Estado de Excepción”.

En los últimos meses se ha extendido el convencimiento de que es la institución estatal la que tiene la obligación de garantizarnos servicios de salud de calidad, eficientes y para todos los ciudadanos. Al grado de que se atisba aquí un cambio fundamental en la comprensión del pacto político que rige las sociedades contemporáneas. El contrato social actual, a diferencia de lo teorizado por Thomas Hobbes y los iusnaturalistas, no otorga el poder a los gobernantes a cambio de la oferta de seguridad física para los individuos, sino que el New Deal, el nuevo convenio que rige nuestra convivencia después del giro biopolítico estudiado por Michel Foucault, asienta el poder del Estado en la provisión de un bien que no es la seguridad, sino la salud: el mantener el cuerpo en condiciones de preservar la vida, sin más, la nuda vida, hubiera dicho Giorgio Agamben. Hace tiempo que sabemos que el Estado no nos va a salvar frente a la violencia del crimen; es más, quizá ya ni siquiera contamos con que lo haga, pero si cedimos en esa demanda, fue porque asumimos, en cambio, que el aparato estatal cumpliría con su función de preservar nuestra salud, entendida como perseverancia de la vida al menos, aún cuando careciéramos de todo lo demás, nuestra supervivencia. Es lo mínimo que podríamos esperar.

Este New Deal que otorga la obligación al Estado de mantenernos vivos, está asociado directamente a uno de los aspectos del anterior contrato social moderno, el que fue pensado de manera paradigmática en el Leviatan. Estudiando esa obra, Friedrich Hayek, hizo notar que en la concepción clásica del pacto que da lugar a la formación del Estado, no sólo se transfieren a uno solo el poder y los derechos de todos los demás, sino que también se le trasladan saberes. El Estado moderno concentra y crea un conocimiento superior al de cualquier individuo. Hay que obedecer al gobernante no sólo porque tiene poder, sino, sobre todo, porque sabe más que cualquier ciudadano, porque posee una cualidad epistémica superior a la de cada uno de los participantes en la sociedad.

En el siglo XX esa superioridad epistémica se realizó concretamente a través de la construcción de la estadística como el saber definitorio, propio y exclusivo del Estado. La máquina burocrático-estatal contemporánea, nació y se desarrolló a partir de los sistemas de cuentas nacionales; no podría haber Estado, hoy, si no se hubiera inventado el concepto y las operaciones del Producto Interno Bruto (PIB), ni todos los dispositivos a través de los cuales la administración pública nos cuenta. El poder del Estado es estadístico, el aparato estatal moderno es una máquina matemática y buena parte de su actividad consiste en producir ecuaciones. De hecho, la crisis del coronavirus se difundió a través del mundo a partir de modelos y previsiones matemáticas que, en noviembre de 2019, sólo eran conocidas por los Estados. Fueron los pronósticos de crecimiento exponencial de los contagios, los que llevaron a los gobiernos a prever que sus sistemas de salud se colapsarían y a implementar, en muchos países, medidas de confinamiento social, incluso antes de que la enfermedad siquiera hubiera llegado a sus territorios (como fue el caso del gobierno de El Salvador, que impuso el toque de queda antes de que hubiera ningún contagiado).

“ El Estado moderno concentra y crea un conocimiento superior al de cualquier individuo. Hay que obedecer al gobernante no sólo porque tiene poder, sino, sobre todo, porque sabe más que cualquier ciudadano…”

II

En los primeros meses de la pandemia la inesperada centralidad de lo estatal se impuso, pero la cuestión de las vacunas contra el Covid 19, vino a mostrar que el lugar que, en adelante, habrá de ocupar el Estado en el orden social estará determinado por el desenlace de una serie de luchas epistémicas.

A contrario de la imagen que podría formarse de un contrato social formado por individuos que transfieren por igual, cada uno, sus conocimientos a un centro, el desenvolvimiento de la sociedad capitalista se fincó en procesos de concentración y monopolización no referidos sólo al capital físico y accionario y a las finanzas, sino en primer lugar, sobre todo, a los conocimientos. Los cercamientos de tierras que despojaron a los campesinos y arrojaron mano de obra “libre” a las ciudades, también transfirieron su conocimiento del trabajo de la tierra a la maquinaria de la nueva producción agrícola, y los nuevos proletarios urbanos se vieron compelidos a vender su fuerza de trabajo, pero también el saber sobre sus cuerpos que cristalizó en las acciones mecanizadas de las máquinas industriales. El actual sistema internacional de patentes sintetiza siglos de conflicto epistémico, privatiza y mercantiliza saberes y es piedra angular para la consolidación del conocimiento como la fuente del valor en la economía contemporánea.

En el capitalismo cognitivo de hoy, lo mismo que antes en su etapa industrial, la producción de valor y plusvalor es el efecto de fuertes enfrentamientos y conflictos, de particiones en clases, de exacciones, despojos, resistencias y recuperaciones. El valor-conocimiento no es simplemente la elaboración de cadenas abstractas de significantes en laboratorios y cubículos, sino que es también, además, la resultante de luchas en las que algunos se apropian de secuencias de signos (fórmulas, algoritmos, ecuaciones, instrucciones, modelos), y adquieren títulos que los acreditan para recibir una renta por ellos.

En la configuración y consolidación del sistema de despojo y privatización de conocimientos, los aparatos de Estado-nación jugaron un papel central al avalar y respaldar con sus entramados jurídicos y hombres armados, las reglas de transferencias epistémicas y monetarias. Las estructuras de dependencia internacionales se tejieron por la aceptación y respaldo por parte de los gobiernos del Sur, de las normas que les asignaron un papel subordinado en la distribución global de los conocimientos mercantilizados (sólo algunos Estados, como los de Japón, China y el sudeste asiático, se embarcaron en luchas de resistencia promoviendo la copia, simplificación y simulación de los saberes patentados).

El escándalo del acaparamiento de la exigua producción de vacunas por parte de los países centrales, y el hecho de que los conocimientos para realizarlas se mantuvieran cerrados al conjunto de la humanidad a través del mecanismo de las patentes, llevaron a un enfrentamiento inesperado entre los monopolios del capitalismo cognitivo y la mayoría de los Estados-nación que, fortalecidos por el amplio consenso social hacia el pacto biopolítico que los obliga a garantizar la salud de sus poblaciones, demandaron abiertamente la ruptura de los dispositivos de privatización del saber por parte de las empresas farmacéuticas transnacionales, a fin de que las vacunas anti-Covid puedan producirse en cualquier lugar del mundo.

La alianza entre el conocimiento estadístico privilegiado estatal, y el saber privatizado de las empresas, alianza que dio lugar a las sociedades capitalistas tales como las conocemos ahora, se vio de pronto cuestionada y sacudida. Y no resultará extraño si en los próximos meses el desencuentro se extiende hacia otras áreas, por ejemplo, hacia el dominio de las plataformas de internet que permiten la comunicación a distancia entre los ciudadanos en confinamiento. ¿De verdad es necesario continuar enriqueciendo a Zoom, Meet, y las otras empresas de las que hasta ahora dependemos para mantener no sólo la comunicación, sino la distribución de bienes y la educación entre nosotros? Podrían romperse las patentes no sólo de las vacunas, sino también de las tecnologías de las redes sociales, de tal manera que florecieran cientos de miles de maneras de relacionarse a través de los lenguajes binarios y las máquinas lógicas.

“ ¿De verdad es necesario continuar enriqueciendo a Zoom, Meet, y las otras empresas de las que hasta ahora dependemos para mantener no sólo la comunicación, sino la distribución de bienes y la educación entre nosotros? ”

III

La aporía en que se encuentran atrapados los Estados, es que su centralidad y relevancia recientemente recobradas dependen de su eficacia para preservar la vida de sus poblaciones. Las medidas de restricción de movilidad y paro económico, muestran de manera evidente sus limitaciones, pues los gobiernos no pueden evitar los contagios ni disminuir la mortalidad de la enfermedad, sino simplemente administrar sus flujos. Y la promoción del miedo como herramienta de control se agota ante las paradojas intrínsecas a una patología que es altamente contagiosa pero cuya letalidad, dentro de todo, es pequeña. Las movilizaciones ciudadanas en el mundo que aún hoy, a más de un año de que se decretaron los primeros confinamientos, vocean que el asunto del coronavirus es un engaño, exponen la fragilidad del control estatal e indican que la superioridad de su supuesto saber estadístico, comienza a ser puesta en cuestión. Si el Estado no puede garantizar nuestra seguridad física, como se supone que se había comprometido antaño, y ya ni siquiera puede asegurar nuestra salud, ¿para qué está ahí esa institución?

En los próximos meses el futuro del ámbito estatal se jugará en la eficacia del proceso de vacunación. Paradójicamente, para preservar el favor de las poblaciones hacia su dominio, los gobiernos se ven compelidos, por el momento, a ceder y aliarse con las empresas capitalistas que precisamente habían llevado a la estatalidad a marchitarse, someterse al poder del capital y diluirse en el marco de la globalización. Pero las protestas sociales por el incumplimiento del pacto biopolítico de la preservación de la vida, podrían forzar un conflicto epistémico mayor que llevase a la ruptura del sistema de patentes, y a la formación de nuevas instituciones de creación de conocimientos públicos, no privatizados.

Y dado que esta es apenas la primera de una serie de pandemias que la humanidad habrá de enfrentar pronto, los conflictos epistémicos, las luchas por determinar el lugar y el papel que habrá de ocupar lo estatal en la sociedad, seguirán en ascenso. En última instancia, lo que estará por dirimirse, será si el saber de la humanidad pertenecerá por fin a todos los humanos, o si habrá de continuar habiendo conocimientos privilegiados acaparados por los Estados y las empresas.