ISSN : 2992-7099

Migranta con M de Mamá

Rubén Montes de Oca

Rubén Montes de Oca

Rubén Montes de Oca. Lic. en sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. *Con la tesis “Sobrevivir a la indiferencia. Qué significa «semaforear» en una intersección vial de la Ciudad de México. Maestrante en el programa de antropología social en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de la Ciudad de México. En la línea de investigación de Violencias, Géneros, Sexualidades y Migraciones. *Con la investigación en curso “Sino y yugo de los trabajadores mexicanos en Canadá: masculinidad, salud y COVID-19”. Estancia de trabajo en la Columbia Británica de Canadá junto a jornaleros del Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT) en 2016. Observación de campo a trabajadores precarizados en Toronto en 2019.

13 mayo, 2021

Migranta con M de mamá, es un documental dirigido y producido por el Director y, Doctor en Antropología Social de la UNAM, Aaraón Díaz Mendiburo. Cuenta con una formación como trabajador social, comunicólogo y antropólogo. Tales enfoques le han brindado la posibilidad de observar, con gran sensibilidad, los diferentes matices que las y los migrantes mexicanos experimentan en la cotidianidad de su vida laboral como jornaleros agrícolas. Otros trabajos suyos como documentalista independiente son Matices: migración “temporal” en Canadá (2011) y Migrantes: los que venimos de adentro (2007).

En Migranta, retrata con emotividad, diferentes matices sobre lo que significa migrar a Canadá —en términos laborales— para mujeres mexicanas. Dichas experiencias se presentan bajo un contrato logrado por medio del Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT) convenido por los gobiernos de ambos países. Esta forma de migración con fines de empleo ha sido documentada en las últimas décadas ampliamente, pues es un convenio que opera desde 1974 y, desde la década de los noventa, crece con rapidez. No obstante, el papel de las mujeres apenas se ha ido visibilizando pues, en promedio, la magnitud de trabajadoras es de 4% frente al 96% de hombres contratados. Es decir, una mujer por cada 25 hombres.

Este preámbulo de desigualdad no solo es estadístico, sino que sugiere distintos elementos relativos a la construcción social de las ocupaciones en la agroindustria canadiense. Es decir, el trabajo agrícola se desarrolla bajo un sustento que pondera las cualidades físicas para el trabajo humano que realizan los hombres por sobre las de las mujeres. Y no solo eso, sino una capacidad de raciocinio distinta en cuanto a toma de decisiones prácticas en el trabajo. Una dicotomía que coloca la idea de la racionalidad frente a lo sentimental y lo reproductivo. Oposición simbólica sobre la representación de los códigos de género. Sin embargo, el tema que más se destaca, tal como lo sugiere el documental de Díaz Mendiburo, así como la literatura especializada, es que las mujeres no son requeridas para trabajar pues podrían suscitar cierto tipo de problemas para los empleadores en los territorios agrícolas canadienses.

La división sexual del trabajo es un problema que hoy día se presenta como innegable categoría de análisis con relación al género. En este sentido se piensa que las mujeres han estado ausentes de la producción laboral o bien, tienen un papel menor. Así lo muestra el PTAT, del cual han sido relegadas, empero en la comunidad de origen representan un motor económico que subsana ciertas brechas de desigualdad estructural. Siguiendo esta línea, la muestra documental hace hincapié en un ascenso material de la vida, pues nuevos bienes son posibles, así como una mejor alimentación en tanto que dejar de asistir al programa podría ser motivo extremo de volver a comer frijoles a costa de evitar la separación.

Por ello, la apuesta de Díaz Mendiburo estriba en exponer la situación de coacción que las mujeres mexicanas viven en este contexto de migración laboral transnacional pues limita su derecho a ejercer la sexualidad y la maternidad. Por un lado, el dispositivo de poder patriarcal históricamente ha constreñido la libertad de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos. Se trata de una estructura de dominación que apela al control físico y subjetivo, una cosificación de la mujer que opera con base en una ideología de mandato heteropatriarcal y cuyas bases son la institución familiar y la heterosexualidad.

Por otro lado, el formato de trabajo que se desarrolla en la agroindustria canadiense bajo el PTAT ha sido catalogado como un modelo laboral que regula, disciplina y discrimina a las y los jornaleras agrícolas. Dicho sustento tiene por principales características la etnia, el género y el nivel escolar. Además, se entiende como un tipo de migración controlada y temporal, lo que supone aspectos que restringen la gama de derechos de las ocupaciones, tales como la imposibilidad de afiliación sindical, la generación de derechos colectivos, la carencia de prestaciones y un miedo generalizado a la deportación y a la pérdida del empleo para futuras temporadas.

Así pues, las vidas que discurren en el documental se encuadran en este ámbito. Es una muestra sobre lo que representa emprender una ruta de vida por el bienestar de la familia. Díaz Mendiburo retrata no sólo la experiencia de tres mujeres ante las que podemos identificar los sacrificios que una madre realiza por sus hijos, sino también la nostalgia que estos sienten durante las temporadas de trabajo. Se trata de una separación vital, un lazo que aguarda ser revivido y es puesto en predicamento en la lejanía.

Espera y ausencia, esa profunda introspección vivida como un letargo en el tiempo. Los juegos esperan, las pláticas se viven virtualmente, la comunicación se acorta en un mundo que ensancha sus fronteras hasta parajes recónditos. Como hijos impera volverse más grandes pronto: madurar es entender que la lejanía no sería así si la situación no lo ameritara. Entonces hay que apoyar, no solo en casa, sino los planes de trabajo en el extranjero. Y los abrazos se reprochan, así como los momentos de júbilo y los días importantes, pues como mexicanos hace falta un pequeño pretexto para la fiesta. Cumpleaños que se postergan hasta el regalo que llega para subsanar una tristeza irremediable.

El peregrinaje migratorio se vive dialécticamente: como un asombro y fortaleza. Todo es nuevo en una tierra verde y frondosa de vegetación, pero gris y estéril en el trato humano. Hay que aguantar. Se debe acatar la norma y esconderse del mundo exterior para vivir dentro de la nostalgia. La vivencia emocional se vive en confinamiento. Pero es la memoria la que impulsa, ese tiempo subjetivo que provoca vivir los días uno tras otro sin una menor diferencia entre ellos, solo sabiendo que falta menos para volver a casa. Frente a un mundo inédito se abre un panorama revulsivo, los prejuicios se cuestionan y nuevas alianzas se forjan: lejos de casa la familia se compone de las pares en el trabajo.

Salir de las comunidades de origen es un choque abrupto con la realidad. Dicha ruptura conlleva una reinterpretación de la vida cotidiana a fin de lograr una adaptación en el entorno de destino. El idioma suele ser uno de los mayores obstáculos para sortear, empero tras varios años no obsta que algunas de estas mujeres incluso se vuelvan trilingües entre idioma de origen, español e inglés.

Los rituales aguardan momentáneamente hasta encontrar la identidad entre pares. Por ejemplo; la comida guarda una intrínseca relación con la cultura y se tiene por un rasgo susceptible a ser reapropiado o comparado. La sazón casera mantiene ese vínculo con lo propio, pero también la posibilidad de conocer otras variantes del platillo y, sin duda, guarda creatividad sobre cómo cocinar con los productos a mano en el país extranjero.

Dolor y tristeza se llevan por dentro y se buscan espacios para el desahogo, pero la coacción a la convivencia se vive como un eje laboral a acatar. La agroindustria canadiense tiene como propósito la alta productividad a costa del deterioro físico y emocional de los jornaleros y jornaleras. Las necesidades sexuales y de afecto son reprimidas por temor a perder el empleo. La deportación y los castigos para próximas estancias rigen el pensamiento ante cualquier acto que se considere fuera de la moral conservadora en estos espacios. Se alude a una desubjetivación de las y los individuos al serles vetados espacios de ocio y recreación. Es decir, se trata de una hipervigilancia sobre la decencia que opera a modo de disciplinamiento del comportamiento.

No obstante, existe resistencia para escaparse del encierro. Pese a la vigilancia productiva en constante funcionamiento que se ejerce en territorios agroindustriales de Canadá, las mujeres migrantes buscan la posibilidad para socializar dentro y fuera de lo laboral. Ya sea salir a caminar al pueblo local, convivir tomando un café o visitando un bar el sábado por la noche, se asume que no todo es trabajo, no se hacen las cosas en automático. Hay que salir a respirar para soportar. Hay que transgredir los muros de la ignominia. Y diversas estrategias se desarrollan ante la activa coacción.

A su vez, los embarazos devienen secretos. Desde los planes del embarazo hasta la convalecencia post parto son encubiertos no solo a fin de no levantar sospechas, sino hacer patente la indisposición para el trabajo. A pesar del aval médico, no se da pie al retorno laboral. O sea que persiste una idea que desacredita la fuerza de trabajo de las mujeres, pues si existiera un accidente o algún problema médico, los empleadores estarían obligados a pagar incapacidad, servicios médicos y asumir responsabilidades legales. Situación que no podrían permitirse.

El ritmo de trabajo pendular clama un descanso, a fin de que el retiro se vea próximo. Estar con la familia a tiempo completo se añora; mientras, la maternidad se ejerce desde diversas caras del cuidado. Tías, abuelas y hermanas ejercen este papel mientras las madres trabajadoras se ausentan. Y, al volver, viene una extrañeza a modo de reproche.

Pero estas mujeres no están dependiendo económicamente de parejas masculinas. Por diversas situaciones de la vida, se colocan como proveedoras y protectoras del hogar. Asumen el cargo para sacar adelante a la familia la cual se vuelve extensa ante la inclusión de las abuelas y hermanas en el cuidado, es decir, la remesa se distribuye a fin de que ellas también puedan tener acceso a los bienes de la casa. Pero dicha oportunidad es escasa, pocas son las que pueden optar por esta movilidad. Así pues, se trata de ocupaciones que no solo han sido calificadas como racializadas —o mejor dicho etnitizadas— sino que implican una sujeción a la escala laboral que alude al género femenino: mujeres indígenas aptas para realizar tareas asignadas naturalmente para ellas.

Por último, quiero enfatizar que este tipo de migración controlada bajo parámetros que obligan el retorno de los y las trabajadoras se sostiene en los hijos que se quedan en los lugares de origen. Este requisito para lograr un contrato podría parecer un tipo de programa de ayuda para padres y madres que requieran mejores ingresos, pero no es así. Pues no opera de forma integral dotando de prestaciones económicas por maternidad o paternidad, tampoco vacaciones y, el seguro de desempleo es un trámite oneroso. En esta línea me apego a la petición de ciudadanía que expertos y activistas claman en la actualidad para mitigar estas brechas que consagran la disparidad entre trabajadores locales y migrantes. Situación idónea para agravar las condiciones de vida y trabajo a instancias que, como muestra la evidencia actual, sugieren un proceso de esclavización. Aspecto que durante la pandemia de COVID-19 se ha agudizado. No obstante, este es otro tema.

Más que abierta está la invitación a conocer esta película que abre nuestra conciencia social mediante la sensibilidad del arte.

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