Poesía

Diurno dominical

Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta.

Apocalipsis 1:10

 

En tanto que permanezca el mundo, no acabará la fama y la gloria de Mexico-Tenochtitlan

Memoriales de Culhuacán

 

Los dos éramos niños, la ciudad y yo…

Eduardo Lizalde, Tercera Tenochtitlan

 

Huele a jabón la escalera al metro,

desde un anafre comienza un humo matutino.

Domingo:

a esta hora ya hay personas bañadas.

La salsa verde escurre por las comisuras

de un bolillo,

masa de maíz contra masa de trigo.

El aroma lácteo del atole de fresa

arquea la náusea de un hombre

vestido para la fiesta,

una corbata fosforescente de hule

disimula las manchas de cocacola

en su camisa,

“está bien crudo, el cabrón”

“nel, sigue bien Pedro, Pablo”.

 

Zaragoza es una neblina de rótulos,

talleres mecánicos, vidrieras de funerarias,

mueblerías y sex shops, grises a toda hora

apenas luminosos cuando el sol aparece

entre cláxones y sirenas de ambulancia.

No existe el silencio,

no en la calzada.

Como un escalofrío

pasan los Reclusorio, el Los Reyes,

los Puebla CAPU,

una canasta de churros se desvanece

a pie de los peseros,

la mañana debería sonar

como el más triste de los blues

como el más hastiante reggae

Te va a doler,

como me está doliendo ahora que me dejas,

pero este amor no va a durarte para siempre,

y te lo advierto de una vez:

 mejor no vuelvas.

Ningún camión se llena.

 

Una rata vuelve a la alcantarilla

con un pedazo de concha en el hocico,

deja un rastro de migas

que traza su camino desde la panadería

un niño bien peinado, vestido para misa, ríe

la escena de caricatura

es sólo para él,

su madre lo jala con urgencia,

las campanadas de San Gabriel

anuncian la hora,

“ya en alguna otra ocasión te había visto”

“vente pa’ca, te hago al hermanito”

Tacuba es una red de oscuros túneles

bajo lonas azules,

bosque de herrería,

orinal público,

dormitorio

y santuario del Santo Niño de los Milagros.

 

Un aire frío camina por los pasillos

del mercado de Jamaica,

el enlodado suelo recibe

los vaivenes de diablitos

repletos de rosas y crisantemos,

sobre un comal se cuece el azul

de los tlacoyos llenos de nopales y salsa verde,

no hay horario para quienes trabajan todo el día:

rociar las flores, formar ramos, esculpir arreglos,

la vanidad de la ciudad aquí está a salvo,

desmañanados amantes que buscan el indulto,

ojerosos dolientes que regatean coronas blancas,

la humedad pudre los tallos con lentitud,

una nube de mosquitos pasea

por la penumbra permanente de las naves,

su zumbido se apaga por el crujir

del chicharrón en un cazo.

 

Poco a poco, encienden los motores

combis, camionetas y autobuses

en el laberinto de Cuatro Caminos,

los que llegan sumergidos en la modorra

apenas escupen a algunos pasajeros

que esperan que comience el servicio del metro,

 antes pasan por el centro comercial,

transferencia modal que es una trampa para los trabajadores,

lujo de pisos pulidos y aparadores de relumbrón

donde dejar la quincena,

a esta hora, ni el Sanborns está abierto,

“quien quiera mear, que pague sus seis varitos”,

sin hablarse entre sí, varios hombres

se enfilan hacía el campo militar,

su corte de cabello

y las mochilas con el número del regimiento los delatan,

junto al panteón frena un microbús,

las notas de “La Cucaracha” inundan el silencio de la mañana.

 

Son moscas ávidas,

los comensales que se agolpan

sobre los blancos de plástico en los puestos

de los mercados:

la barbacoa en el Martínez de la Torre,

un vuelve a la vida en San Pedro de los Pinos,

un tazón de pancita en el de la Argentina,

los chilaquiles con huevo en San Juan Arcos de Belén,

los de moronga en el Hidalgo,

el caldo de halón de gallina en el Juárez

los tacos de chicharrón en salsa del de Azcapotzalco,

constelación matutina de antojos

para nivelar el potencial de hidrógeno,

bajar el índice etílico de la sangre

y comenzar el domingo terminando el sábado,

pasar el bocado con un Sidral,

evitar la loción del tendero,

para quien no hay descanso, ni flojera.

 

Amanece desde todos los rumbos,

las calzadas prehispánicas

otrora rodeadas de agua,

son ya un trajín de ida y vuelta

van quienes preparan el paseo

vienen los que en la noche se perdieron,

las lonas de los tianguis

se extienden rosas como el agua de la lluvia

en La Raza y en Aztecas,

en Camarones y en la Pensil,

en la San Felipe y en la Lagunilla,

“una michelada antes de las doce y se te reinicia todo”.

 

El Paseo de la Reforma,

Frente al monolito de Coatlinchán

huele ya al sudor de la muchedumbre fitness,

 el deporte en esta ciudad se presume los domingos,

apenas disimulado por las lycras,

el sexo de los ciclistas aleja las miradas

de güeros tempraneros

que no se quieren perder a los Voladores de Papantla,

“¡a quince la jicaleta!”

“¡llévese el changuito meón!”

el comercio ambulante siempre es puntual

no madruga porque no duerme.

Chapultepec a esta hora funde lo que la patria ha separado.

 

De Bacardí o de curado de jitomate,

de algodón de azúcar o chicharrón preparado,

de azulito con gomitas o Martini seco,

de mixiote de pollo o taco con estrella Michelín,

de corrido tumbado o la Sonora Santanera,

despierta a su domingo la ciudad de todos los pueblos,

de Mixihuca y Atzacoalco,

de Nextipac y Tacubaya,

de Milpa Alta y los Culhuacanes,

de Santa Catarina y Tezontitla

la ciudad de las calles

con nombres de cuento:

La otra banda,

El callejón de la amargura,

El callejón del sapo,

El lago de la muerte,

Gascasónica,

El camino a la puerta del comal.

La ciudad de los barrios de almanaque:

La Preciosa Sangre,

La Purísima Concepción,

La Candelaria -la de los Patos y la de Coyoacán-,

Del Niño Jesús,

La Asunción,

El Bramadero.

La ciudad de los chilangos,

Los chintololos,

Los chicuarotes,

Los tlatelolcas,

Los tepanecas,

Los tepiteños,

Los tlalpeños

ñeros, todas y todos.

Despierta a su domingo, que es todos los domingos,

desde los Cien Metros hasta Topilejo,

desde que el águila posó sus garras sobre un nopal

 en un islote a medio lago,

hasta el Apocalipsis de los tiempos.

Luis Téllez Tejeda

Miguel Hidalgo

Es guionista de televisión infantil. Es investigador y crítico de literatura infantil y juvenil. Estudió la licenciatura en Lenguas y Literaturas Hispánicas ·en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es organizador de la Semana Chilanga del Álbum Ilustrado.