Un pinche balazo es el punto de fuga por el que se despliega este relato. Entonces ella alcanzó a despegar sus partidos labios,
y con la omnipresente lucidez que da la mejicana muerte dijo:
Perros duermen sobre cunas de miseria allá, hasta allá arriba,
cerca de ese cielo de smog que da eco a sus aullidos de plegaria allá,
perros sin techo
entre las malparidas alturas de las azoteas chilangas allá,
donde casi no aturden los ruidos de los pasos impuntuales y el tráfico de las avenidas abarrotadas.
Entonces ella supo que moriría con los ojos incrustados en el elevado paisaje de nubes
y supo cuántas otras miles de personas, al perecer,
habían tenido la fortuna de ver ese hermoso y cableado firmamento y se percató de que, mientras repasaba lo cortísimo de su joven vida, no se le despegaba ese teatro de fondo que era la Ciudad,
de que no conocía nada fuera de la Ciudad, de que no dejaba de pensar en la Ciudad
y se preguntó
¿Cómo podríamos pensar en otra cosa los chilangos, si no conocemos ni el mar,
si desde siempre nuestras fiesteras vidas se fueron desarrollando entre estas envejecidas
modernizadas gentrificadas
calles de gris concreto?
digo, si lo que conocemos lo podríamos apenas enumerar con los diez dedos de las manos… Y entonces comenzó a vislumbrar
que de esas nubes emergían millones de hermosos dedos gigantes que querían tocarla,
llevarla a conocer el sol,
hacerla vagar por los cielos,
y sintió cómo su cuerpo se elevaba hasta alcanzar una chistosa posición cenital y experimentó cómo le palpaban la cara
los variados secretos, choteadas obviedades
y certezas
de ésta urbe
como que las avenidas se extienden
hasta que la contaminación nubla la vista,
que aquí la única nieve que cae se llama caspa, y es la que cubre los godínez hombros,
que las estatuas de esos desconocidísimos hombres ilustres
tiñen su cabello con caca de paloma, y hablando de hombres ilustres,
Octavio Paz nunca lo supo pero el mejor análisis de nuestra sociedad no fue El laberinto de la Soledad
sino la Familia P. Luche, que el himno nacional
debería ser una canción de Juan Gabriel,
que cualquiera de nosotros pudo haber sido concebido en uno de esos Hoteles Garage,
al módico precio de la más vehemente cachondez, que a las nubes las pellizcan y magullan
las colosales alturas de esos aberrantes edificios,
que todos los migrantes que llegan están nomás de paso porque, como los mexicanos,
sueñan con irse al gabacho,
que no importa el reporte del clima,
aquí a diario llueve pulque curado y miseria, que la folclórica Muerte,
tras su fin de semana de fiestas, como cualquier persona, también madruga
y entonces ella supo que a su fiestera verduga, la Muerte,
su atole le sabe a las 5am en Indios Verdes lleno llenísimo hasta la madre
y vio que los chilangos parecen observar todos ese compartido abismo que son las vías del metro,
pudo ver la caótica vida de esa mujer que grita
¡Diez pesitos le vale, diez pesitos le cuesta!,
se enterneció por los bebés que poco a poco van dejando de llorar mecidos por el tren,
vio a esas señoras que aprovechan para pintarse las cejas mientras se abanican con sus pestañones postizos,
porque hace calor, pues cómo no
si es hora pico,
y vio cómo se iban alumbrando de a poco, como sol de madrugada,
los rostros de quienes juegan candy crush en sus iluminados teléfonos, y vio a ese chiquillo arropado con su chamarra del América
y supo que sueña con un gol,
y escuchó que en ese momento de auténtica-precisa coincidencia alguien tararea:
¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?
desde lo más profundo del miércoles ombligo de la semana, en el que ella muere
y en el que los chilangos
nos sentimos masa anónima nos sabemos masa anónima
pero no hay que estar tristes porque empezó el espectáculo de hoy: la primera pelea en metro Hidalgo,
y ella tiene omnipresente lugar de preferencia para verlo
es-cán-da-lo es un escándalo
Y oyó que alguien con voz de penosa justicia preguntó:
–¿Perdón, alguien le puede ceder el asiento a la señora? Ya es de la tercera edad y va cargando en esas bolsas las broncas de sus cuatrocientos hijos
Y alguien respondió:
-¿Señora, se quiere sentar?
Y la señora se sienta pues
y comienza a contarle a la persona de al lado que estas generaciones ya no lo notan,
pero que las palomas erigen sus castillos en las estaciones del metro
y explicó, con el minucioso lujo de detalle que sólo tendría un erudito historiador, todo sobre el Reino de Ciudad Azteca,
el Reino de Pantitlán, el Reino de Atlalilco, el Reino de Portales, el Reino de Potrero, el Reino de…
Y entonces ella, escuchando a la señora, supo que tenía razón.
Porque es verdad que en el metro
los días, meses, años, décadas y siglos se combinan
se cogen
y se mezclan:
se terminan pariendo eternamente, tanto que,
como bien dilucida la señora,
hasta las palomas tienen sistemas monárquicos del siglo XIII. Y de pronto escuchó que alguien interrumpió:
-Señora, es muy interesante, pero ya casi me bajo
-Ah caray, yo también.
Y entonces ella fue testiga de las entrañas del tiempo tururú
próxima estación-virreinal
La Muy Noble, Insigne y Leal Ciudad de México
tururú
próxima estación sábado Distrito Federal tururú
próxima estación
domingo Ciudad Innovadora y de Derechos
“Ajá, sí”
escuchó cómo pensaron al unísono todos
-Con permiso, perdón ¿Disculpen, bajan en esta?
-No, pase.
Y supo que esa pareja trasbordaría justo donde queda el último charco de laguna mexica,
para chacotear en secreto.
Entonces ella decidió terminar ahí su subterránea-peripecia, cruzó el oscuro umbral que es la salida del metro
y vio todo con ojos de recién nacida:
a las iglesias que se sonrojan porque todavía van algunos catoliquísimos fans, a las gentes con sonrisas más anchas que la calle de Madero
y cuyas risas producen unos diminutos organilleros, desafinadamente escondidos entre los dientes,
a las ratas con ojos de obsidiana-diamantina que se bañan en las coladeras,
a los chilangos felices que se refrescan
en las fuentes de agua dulce de la alameda,
y ahí que es donde también presumen sus trajes los pachucos,
donde lucen sus pasos
las mejores bailarinas del país y supo que lo único que sienten además de la música,
es el sudor goteando
al ritmo de las horas que pasan, y supo que lo único que se sabe
es que bailando cumbia se amanece.
Así
Anduvo vagando y vagando
entre zonas cada vez más periféricas y notó,
un poco lo de siempre:
la obscenidad que son esos gigantescos anuncios de comida,
justo al lado de personas que extienden su mano pidiendo un alimento, una moneda
y a la gente que pasa con alimentos
y monedas, fingiendo no ver no escuchar
no sentir.
Pero siempre supo que en esta ciudad se prefiere ignorar, que en esta Ciudad
hoy no fían, mañana tampoco que sus tribunales de justicia son el epítome de la inutilidad, y del descaro.
Que en esta ciudad
no importa la efeméride,
las calles están siempre ornamentadas:
Los cables de luz,
decorados con chingos de pares de tenis colgados indicando el punto
en el que las aves también juegan a ser equilibristas en esas cuerdas flojas. Los muros,
tapizados con propaganda de partidos políticos a los que estaban direccionadas todas las oraciones de la gente.
Y sonorizan, dos que tres vendedores con sus gritos:
¡Extra, extra, no cesa la violencia!
y en las portadas de sus periódicos, las mujeres en bikini fingen que no están devastadas por la persona ensangrentada que yace sobre esa banqueta
y con la cual comparten la portada semanal. Cruzando la avenida,
otro muro tapizado de propaganda y justo al ladito, decenas de carteles de “Se busca”, “¿La has visto?”
Y entonces ella sabe lo que todos saben:
que fueron pegados por madres de huesos cansados y que de recompensa ofrecen la fastuosa cantidad
de lo poco que tienen.
Se leen los nombres: Guadalupe, Pamela, Rebeca y se ven los rostros,
entonces ella recuerda a sus compañeras de la escuela, las que también tenían brackets,
las que se reían hasta que les dolía la panza.
Así que decidió ir vagando por las calles del tiempo a su época no lejana de estudiante
(porque ella era una estudiante) y en su caminata vagabunda,
choca con aquella chica distraída que se imagina dándose un chapuzón en el antiguo lago que eran estas tierras
mientras corre por la banqueta rumbo a su clase culera, y se percata de que se está acabando la hora del recreo,
de que esos amiguitos de infancia que juegan a ser mamá y papá en la primaria, tendrán al chamaco en secundaria,
repara en el inmenso parecido que tienen el cuadro de honor y el cuadro del empleado del mes,
y nota que cuando un pequeño descubre que el país se llama
Estados Unidos Mexicanos
en lo primero que piensa es en el gabacho, en su papá que está en el gabacho.
Y le da gusto ver cuando las maestras les enseñan cosas más sensibles, fundamentales: porque ahí sí que ponen atención
escuchan atentos sobre el 68 el Halconazo,
los 43
y sólo ella sabe que todos quieren llorar, quieren llorar
pero se aguantan,
porque no son putos, porque no van a ceder ni siquiera un poquito
a esas insinuaciones del pupitre:
puto el que lo lea
y ellos ya lo leyeron y ya se enteraron
porque asimilaron que quienes chillan, son putos
y ser puto
es el más merecido motivo de burla.
Pero ella sabe
que en la escuela se aprenden esa y otras mexicanísimas cuestiones y percibe que los niños mascan esos chicles con sabor a cliché
de la historia nacional, de la bandera nacional
y sólo ella sabe que ninguno se traga esas mamadas
y sólo ella sonríe por lo que está pensando la pequeña Daniela en la intimidad de su mente de niña:
que el Verde parece ser de los arbustos meados por borrachos
que el Blanco es del unicel donde les sirven su atole bien temprano a los godínez y que el Rojo
bueno
que el Rojo sí,
pues sí es la sangre de nuestros grandes héroes patrios: esos anónimos que mueren día a día
y sobre los que ella y su familia se enteran a la hora de comer
y al salir a las calles
entonces ella sabe, con omnisciente certeza
Cuántas primarias Miguel Hidalgo y Costilla hay Cuantas taquerías El Paisa
Cuántas torterías El Güero
Cuántas tienditas De la esquina
¡Ahhh, no, que ya son Oxxos!
¡Una capilla capitalista siempre cerca de ti!
-Me da una Coca-Cola y un supuesto progreso, ¿por favor?
que ya es la hora de la comida,
que aquí las penas se comen con cubiertos, acompañadas de tortillas,
que aquí cada pinche bocado se traga súbitamente, como quienes están con la boca entumecida de hartazgo
como quienes no saben si van a regresar con bien a su casa, como ella
y entonces supo,
supo por milésima vez en ese día
en ese tiempo desdoblado en segundos-años-lustros
supo entre las calles de paredes de pintura vieja y descarapelada como la memoria histórica que no tenemos
que a esa zona de urbana miseria aún no llegaría el Hijo de Dios:
supo que se le hizo tarde porque el metro no pasaba, supo que fue porque alguien se lanzó a las vías
otra vez
una y otra vez
como tragedia interminable crudo casajo
sórdido escombro temblor en septiembre
y supo, con la infinita certeza que da la Muerte, que así como nunca llegaría el Hijo de Dios,
tampoco llegaría la ambulancia que tal vez podría salvarla lo supo mientras yacía boca arriba,
con esa herida de bala cuya trayectoria
fue la de la cotidiana violencia en su colonia lo supo tumbada sobre el pavimento,
mientras miraba ese absoluto atardecer desvanecerse, lo supo mientras sentía que esos millones de dedos
provenientes de ese alto cielo tricolor la acariciaban y mientras experimentaba
el tibio roce de sus divinas huellas dactilares cerrándole los párpados por última vez
y supo en ese momento de quieta contemplación, que las niñas y los niños de Méjico también sabían
al mirar las malparidas alturas de las azoteas chilangas que no hay soledad más inminente,
que la de esos perros desnutridos y abandonados en ellas sí, esos ¿no los ves arriba?
los que duermen sobre cunas de miseria.
Verónica Mejía (2000, Distrito Federal)
Artista visual y escritora. Actualmente cursa la licenciatura en la ENPEG La Esmeralda, así como Estudios Latinoamericanos en la FFyL, UNAM.
Este año ganó el Primer Lugar en la categoría de Dibujo de la revista Punto de Partida (UNAM).
Ha presentado poemas de su autoría en diversos eventos de carácter autogestivo en la CDMX.
Actualmente asiste al curso Como se forma un verso, en el FCE Octavio Paz.
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