En el centro de esta fiesta estamos todos. Inmersos, indirectamente invitados y con todos nuestros sentidos latentes. No hay que explicar lo que se vive aquí: es un sinaviso, para nada un sinsentido. Aquí todos los destinos se cruzan. Se ven al unísono en la misma situación en esta polis (Megalo polis). Aquí no dan ganas de rezar: Dios es incapaz de individualizar tantas voces que a coro disiden en ideas. Un vagón es una calle, el metro: la ciudad. Estoy camino a casa. ¿O será que el asiento es ya mi casa?
Mis ojos sobre una mancha: mis manos en mis bolsas buscando mis audífonos para escapar de esta realidad. La sinfonía urbana es más compleja que cualquier obra de Wagner: de pronto se mezclan las pláticas: hay gritos indefinibles, sin forma, largos monólogos de frases incomprensibles: pero llega uno, desde el otro extremo del vagón que atrapa todo el foco de atención: Llévese la bonita oferta de temporada. Un recuerdo para el niño, la niña, la esposa, el esposo, la amante, el peor es nada… El silencio se apodera del momento: la atención busca cuál es la oferta. ¿Cuál es la función del vagonero?, ¿está en o más allá de, la oferta de innecesidades?:
Tuve una vez una pesadilla. Subía al metro y no había nadie.
La función del vagonero radica, principalmente, en el anclaje a la realidad. Permítame explicarle:
Así como las estrellas o los sonidos son una guía: el vagonero establece un puente con la realidad. El momento en que un vagonero aborda el metro el espacio se ve transformado por su forma de actuar, de conducir las palabras. El anclaje a la realidad es multifactorial. Comencemos entendiendo que la genealogía del vagonero tiene más de 500 años de historia y arranca en Tenochtitlán, en los tianguis. He encontrado que la función del vagonero está, siempre al exterior, aun con lo raro que esto suena. El vagonero siempre está cambiando de dirección y de convoy, cosa que le permite el contacto con el exterior del que se privan los que viajan: es función primera el decir qué ocurre afuera:
Pero esta misión, la de decir qué ocurre afuera, va más allá: porque afuera ocurre otra realidad: Hago esto porque no tengo de otra (Dicho por un vagonero a un policía en la Línea 2)
Sé que cuando salga del vagón no me acordaré de ti, de ellos. Cuando sales del vagón tampoco te acuerdas de ellos. De su rostro, de su voz, de sus ademanes. Esa es la realidad a la que vuelvo sin querer volver. Me quedé paralizado la primera vez que vi un niño entre la multitud ofreciendo dulces. De pronto entra tras él un hombre, el que supuse era su padre y al poco, unos policías dispuestos a sacarlo del vagón. A él. Al hombre. Llegaron tras él. Se opuso diciendo que primero iba su hijo y sin que él estuviera bien no se iba a ningún lado con ellos. El segundo grito fue una voz, quejosa, indignadísima: porque el metro no estaba avanzando.
En este país no se consigue trabajo: te piden cartas de recomendación del Papa y el presidente (Continuación de la cita anterior)
Las injusticias sociales se advierten de otra forma en el vagón del metro. El niño está al otro extremo del vagón. No habla. Nadie habla tampoco de él. El silencio se apodera del vagón. Del momento. Hay un silencio que busca escuchar su voz, como si fuéramos a dejar la indiferencia a un lado cuando de él emanara una palabra. Pero no va a ocurrir. Ahí está el valor del vagonero, hacernos saber la otra realidad que existe, la que ni en el subsuelo somos capaces de evadir.
Nunca olviden su pinche condición de explotados, pinches puercos, ustedes y yo somos iguales, a mí su uniforme no me hace nada: ustedes son los culeros, ustedes y la banda que no sabe que lo hacemos por necesidad, exceptuando a los que nos defienden cuando ustedes se pasan de pen… (Continuación y cierre)
El metro vuelve a andar, las voces vuelven a llenar el trayecto. Nadie habla de lo que acaba de pasar, el vagón se torna de nuevo en la sobremesa que es cuando una platica surge entre dos o más personas que, o tenían mucho sin verse o tenían mucho por contarse:
Los mejores poetas están bajo tierra: los muertos y los que viajan en metro. Por alguna razón, que desconozco, el oído acostumbra a encontrar las mejores frases pronunciadas sobre la tierra en la efimeridad del momento: un transbordo, el viaje en sí, el momento en que todo queda en silencio es el mejor ejemplo. Entrenar el oído para escuchar conversaciones ajenas es un arte que se va afiando conforme la práctica. La actividad de enajenar historias durante los viajes en metro no tiene otro fin que no sea el escape de la realidad. Por un momento, encontrar en las historias personalísimas de los otros una realidad ajena, pero con la que empatamos es señal de las realidades que se cruzan en el metro. Qué quiero decir con esto: el vagón del metro convertido en un confesionario en el que la inhibición se queda a un lado, la fe es única porque se pone a juicio de Dios y del otro.
–¿Se van a juntar?
–Eso dice. Yo no le creo. No se ha ni separado.
Podría hacer una antología de minificciones recopiladas en conversaciones ajenas que escuché, primero por error, luego por afición en el metro. El rostro humano pasa a otro plano, porque de lo que uno se entera no siempre viene de la fuente primaria. Muy seguramente quien se iba a juntar no era la persona que contestó.
11 de la mañana, 28 de octubre (Un día distinto)
–Tienes que andar con prudencia.
–Pero es que Prudencia no me gusta.
–Niégame que es un buen partido.
–Yo vengo hoy con San Judas a pedirle que me dé trabajo y me mande un amor que no sea Prudencia.
A continuación,se bajan del vagón en la estación Hidalgo. Como buscando urgentemente la salida. Llevándose con ellos las plegarias, la historia y un San Judas de yeso de algo así como metro y medio.
Los diálogos con los que uno es capaz de tropezarse le dan un sentido único a las conversaciones con las que uno puede encontrarse aquí. La conversación anteriormente referida pensé que se daba hablando de prudencia como una cualidad de cautela, no de Prudencia como nombre propio. Las características de las conversaciones a medias que uno adopta como propias y que va construyendo en su cabeza como si estuviera leyendo un libro: parecen de capacidades aforísticas. Dejo para el futuro la construcción de una antología de aforismos metronianos.
Por otro lado, la función social del chisme, como un escape. Para deleite de quien escuche. Porque si lo permitieran, si te invitaran a la conversación: no interesaría.
–Hay que ser muy cabrón, ¿no, joven? -Me dice un señor cuando me ve llegando al andén con cara de desconocimiento
–¿Cabrón para qué? -Pregunto entendiendo por los rumores que alguien se había lanzado a las vías.
–Para echarle a perder el día a tanta gente. Vea nomás cuantos vamos a llegar tarde al trabajo. ¿Usted también iba para allá?
Los suicidas en el metro son otra forma del escape de la realidad. Yo sé que no se escapa de sí, se escapa de lo que no está en el control de sí. Nadie abandona la promesa del futuro mejor cuando todo está bien. El metro, en las ciudades cosmopolitas/las megalópolis parece el escenario predilecto para escapar del sistema al que el mismo metro parece conducir y sostener. La irrealidad que significa recorrer todos los días estas vías para sostener un sistema que privilegia la producción por sobre la estabilidad, es el escenario que todos los días te recuerda que estás condenado a sostener un sistema que te explota. Esta no es una denuncia, del todo, más bien es mi forma de entender a estos completos desconocidos.
A sus veintiséis años tenía la misma estatura que yo ahora a los veinte. El público ratificó el hecho con voces plegarias. Tres de la tarde. Un policía se dirige a la gente para decir que hay que desalojar la estación.
Parece que antes de tomar una decisión así habría que hacer una lista de virtudes que nos entrega el mundo: la vida. Antes de hacerlo buscar los datos del sistema y saber cuáles son las horas pico. Dónde se afecta más gente. Cuánto tiempo sesionaría el público sobre si la decisión fue correcta o podría haber esperado más tiempo para que todo mejorase. Saber si Dios perdonaría al hijo que no espera su tiempo. O, simplemente, pedir perdón antes de pecar.
Ante la escena, como poste de guardia, mucha gente se queda a la espera, el morbo los detiene. Estuve a punto de continuar la conversación con el hombre, no lo hice. Me fui. Por la noche vi en las noticias la nota. La paralización de la ciudad que provoca un suicida. Cuántos retrasos por la muerte de uno. Pero era ese uno, ¿no? Era un uno. Uno. Uno como una cifra más. Uno más. Pero
ese uno, que alcanzado por el límite de su realidad detiene la ciudad y nadie se pregunta por qué. Todo es un porqué. Suponer eternamente. Continuar con la despersonalización del uno. Jamás atreverse a nombrarle, es una forma de no atender la causa, y más bien prolongarla, continuar con las formas del sistema que orillan a tal decisión.
Salgo del camino a casa. Cada uno continua su trayecto, a su modo. Los vagoneros, los chismosos, yo. Hay otros que ya no lo harán, quisa no por decisión propia, si es que lo es, otros que no irán a casa, porque han convertido sus trayectos en su casa, un momento para dormir, para leer, para escapar de lo que les espera al abandonar el vagón.
Parece imposible escapar del metro. Todos los caminos te llevan a un vagón del metro. Esto que escribo es más bien una pieza de suspenso:
La primera vez que me subí al metro mi mamá me dijo: Mientras no te salgas de la estación jamás vas a estar perdido, siempre sigue los carteles y llegarás al transbordo o a la calle que busques. Sonaba a una forma de conducir la vida en sí. De no perder el rumbo. Me dijo cómo llegar del punto A al B. Y lo que había entre esos puntos.
Cuando comencé a viajar solo recordé esas palabras y empecé a emprender distintas rutas, sabiendo siempre que la última opción era salir de la estación.
El metro es la ciudad. Un trayecto compartido. Nuestras vidas atrapadas que se mueven a varios kilómetros por hora atravesando subterráneamente la vorágine urbe. A mi alrededor hay una cantidad impresionante de personajes distintos. Personas que viajan leyendo. Que viajan escuchando música. Que convirtieron su trayecto en una siesta. Cada quien vuelve a casa o ha hecho de este lugar su casa.
Para los griegos la Polis no era el espacio geográfico, era donde estuviese la gente: El metro es una Polis aparte a la ciudad de México: no todos son invitados. Muchos rechazan la invitación. A otros no les queda de otra. El metro agudiza los sentidos y las percepciones humanas en sus horas pico. Hay juegos de fantasía, virtualidades: como correr para alcanzar a entrar al vagón, no hay competencia. Hay juegos más bien de un entrenamiento previo: alcanzar o ganar un asiento cuando se abren las puertas. El metro es un carnaval de 365 días. Es un fenómeno místico. Capaz que Alejo Carpentier lo metería en lo real maravilloso. Yo decido hacerlo. Es el metro lo real maravilloso por excelencia. La convocatoria de este lugar no tiene competencia ni barrera generacional. Lo mismo pasan por aquí estudiantes que trabajadores. Turistas y alguien que lo use para pensar cosas.
¿Explicarlo? No creo. Este lugar es imposible de explicar, por el simple hecho de que las verdades se van incrustando en nuestros días, sin nunca darnos cuenta del todo de todas. Estoy aquí. Escribiendo esto. Dentro de esta fiesta que no cesa. La realidad a veces parece ser horrible, pero muchas veces me invita a no abandonarla. Hay que correr cuando la alarma suene y parezca que
se cierra la puerta de salida. El metro es más que un medio de transporte. Es un espejo de la vida urbana. De las prisas. De las formas de vida. De las anécdotas que pueden empatar. De las creencias. De las cosas que se viven a la par. Nada aquí es puesto a duda: se sabe que aquí puede pasar esto y más. Salgo del vagón. Salgo a la calle: nada parece igual. Los rostros, las voces, las pláticas, las formas de caminar: las formas de volver a casa.
¿Por qué me sucede todo esto? Porque soy mexicano.
¿Y cómo me entero de que soy mexicano? Porque me sucede todo esto.
(Carlos Monsiváis)
Firma: Luis Eduardo Escobar.
Me llamo Luis. Vivo en la ciudad de México desde que nace aquí en un lejano 2004. Estudio Ciencia Política en la FCPyS. Escribo desde hace mas de cinco años. Me he atrevido a transitar por el cuento, el ensayo, novelas sin terminar, pero siempre vuelvo a la poesía. Me apasiona la filosofía y la literatura latinoamericana. Aspiro a saber preparar un buen mole y saberme el primero sueño de memoria. Y nunca he ganado Ningún premio importante.
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