Con el gesto de un camarero que ha trabajado toda la noche en un baile real, Mariano esquiva a las parejas que danzan al ritmo de los sonideros. Frente a los puestos de micheladas, azulitos y papas a la francesa, va y viene ofertando sus productos. Aunque sus pasos ya no son tan ágiles como cuando frecuentaba el salón Los Ángeles, se las ingenia para deslizarse entre las parejas con su charola llena de duquesas,
Un-dos-tres
«merengues»
Un-dos-tres
«gaznates»
por un instante, sus movimientos se asemejan a un vals.
Sobre Tepito, uno de los lugares comerciales más conocidos de la Ciudad de México, el cielo comienza a nublarse. Es la una de la tarde.
Mariano Chaltel Vega tiene 76 años y lleva más de la mitad de ellos recorriendo las calles de este lugar; para él, Florida, Jesús Carranza, Matamoros, Rivero y todo el barrio «son seguros».
—Por eso lo elegí como punto de venta después de migrar desde Puebla.
Los diableros pasan por ahí con la mercancía próxima a ofertarse. El grito de Don Mariano se ahoga bajo «lo más reciente, lo último, lo de moda». Algunos voltean para saber qué está vendiendo él porque, después de siete horas y cincuenta años en las calles, su voz ya no es tan clara ni sus dulces «están de moda».
El origen de los merengues data de hace 300 años. Algunos creen que una de las primeras recetas se encuentra en el libro Nouvelle Instruction pour les confitures, les liqueurs et les fruits, publicado en 1962, del cocinero francés François Massialot. Otra teoría señala que el merengue fue obra de un cocinero al servicio del rey polaco Estanislao I Leszczynski; a partir de una receta alemana, aquel cortesano elaboró el postre cuyo nombre, algunos aseguran, viene de la palabra polaca marzynka, de donde también surge el término de «merienda».
Las Cortes cambian; de los bufones, mayordomos, catadores y demás personajes al servicio de los reyes, poco queda. Da la impresión de que el único remanente de aquellas épocas es Don Mariano, que sigue al servicio de esta ciudad, un rey que ya no se divierte con nada.
2
«¡Pruébalos, güey!». Don Mariano da dos pasos hacia el interior de un local de tenis y playeras para mostrarles la charola a un par de vendedores. Uno de ellos confiesa que normalmente le compra a otro merenguero, pero que hace mucho no lo ven, por eso hoy probará esta «medicina» para su cuerpo ya inundado de dulce. «Están ricos, buenos para la diabólica».
La venta no va bien aquí: algunos locales ya no abren, los pasillos lucen vacíos, desolados, a pesar de que, como señala Don Mariano, «antes estaban llenos»; quizá por eso ahora ya no anda por aquellos en donde ve cortinas cerradas. «no se podía ni pasar».
Don Mariano decide quedarse en una esquina en donde vende al menos cuatro dulces, uno de ellos a una niña que jaló del suéter a su abuelita para que le comprara. Mientras se alejaba, con el dulce en las manos, volteó a ver a aquel hombre de ojos rasgados, mirada intensa, tez morena y leve sonrisa, quien asegura que es el único sobreviviente de su propia corte familiar.
—Los demás ya fallecieron, bueno, de los que vendían esta clase de merengue porque merengueros hay más, pero no son de mi raza ni conocidos.
Tiene bien ubicados a sus clientes. Cuando llega a un puesto de bolsas con pedrería, la jovencita que atiende deja su labor y se acerca a tomar un gaznate. «Le pago más al rato»: este acuerdo se repetirá con otros clientes durante el día; con quienes le dicen que «luego o más tarde», decide no regresar.
—A veces me detengo en un punto cuando veo que no hay venta, luego sigo caminando.
Su voz es baja, no así las canciones de salsa, cumbia, reguetón o algún corrido que se escuchan de fondo. También aquí sus gritos mueren ahogados.
Cruza rumbo al célebre mercado de tenis «de marca», en donde antes se vendía ropa usada. Quienes atienden, jóvenes en su mayoría, usan Nike, Jordan, Adidas. «¿Cuál buscas, mami?». Los escasos clientes miran los exhibidores llenos, algunos pares pueden costar hasta 5,000 pesos. Para comprar unos, Don Mariano tendría que vender, durante cuatro días seguidos, los 30 gaznates, 21 duquesas y 10 merengues que caben en su charola.
——Están muy caros —sus ojos van de los tenis exhibidos a los pasillos, en busca de clientes; como si no quisiera ver sus botines desgastados.
En la pantalla plana de uno de los locales, se intercalan videos de Don Omar (con persecuciones policíacas); en la siguiente, un colorido mensaje motivacional atrapa la atención de los clientes: Tú mereces lo que deseas. ¿Quién merece lo que desea? ¿Los que trabajan arduamente? Este argumento de «echarle ganas», en un país donde el 36.3% de la población vive en pobreza, de acuerdo con datos de la Coneval, parece no rendir fruto. Tú mereces lo que deseas.
Pasan las tres de la tarde y Don Mariano aún no termina ni la mitad de la charola: en un buen día, llega a vender entre 700 y 1,000 pesos. Los que le quedan los mete al refrigerador, para ofrecerlos al día siguiente.
—Pero es muy raro, muy raro que me quede mucho.
Cuando comenzó, los vendía a 30 centavos, ahora valen entre 15 y 20 pesos, «porque todo subió: huevo, azúcar, aceite, harina. Todo me perjudicó». Para la producción de un día, invierte 200 pesos.
Antes de dedicarse a la venta de merengues, Don Mariano trabajaba en una fábrica textil que abandonó cuando su cuñado, en Puebla, le enseñó cómo elaborar los gaznates, duquesas y merengues, que ha vendido durante cincuenta años ininterrumpidos; ni siquiera la pandemia lo detuvo. «Aunque con el cubrebocas, yo salí a trabajar y vendía más que ahora».
«¡Merengues, te hablan!». Don Mariano regresa sobre sus pasos para atender a una pareja que carga bolsas. El dulce parece sustituir, por momentos, al hombre: Mariano Chaltel Vega. Algunos comerciantes chocan nudillos con él, pero no con todos conversa. «¿A poco te llamas Mariano?», la sorpresa de un vendedor de ropa clonada es evidente. Don Mariano asienta con la cabeza, no se detiene a platicar, apresura sus dulces pasos: el día está nublado. No carga la charola sobre la cabeza, eso sólo lo hará cuando regrese a casa a bordo del Metro, donde sus parpadeos lentos tratarán de ver si hay algún lugar disponible: la distancia entre Guerrero, donde aborda para iniciar el regreso, y Múzquiz, la estación más cercana a su casa, puede ser extenuante. La charola acentuará las arrugas en la frente, el cansancio lo orilla a aceptar el asiento que le ofrezcan.
El cielo se nubla todavía más; a pesar de que hace frío, no llega la lluvia, que quizá refrescaría la garganta de Don Mariano, quien sigue gritando para ofrecer sus duquesas, gaznates y merengues. Los suspiros de desesperanza estuvieron presentes la mayor parte de este sábado de octubre, en espera de que se compusiera la venta porque «a veces ni las quincenas se ven ya». Entre los chachareros, que comienzan a recoger su mercancía, Don Mariano avanza con pasos cortos:
Un-dos-tres
«merengues»
Un-dos-tres
«gaznates»
«¡Hay duquesas! ¿Cuántas?». Hace énfasis en estas, quizá porque tienen el nombre de uno de los títulos más altos dentro de la nobleza. «¡Hay duquesas! ¿Cuántas?».
Por hoy no queda más que hacer, la venta ha terminado. De camino al metro, Don Mariano se detiene ante las Vírgenes de Guadalupe, que se ubican en los mercados, la Iglesia de San Francisco de Asís y la Iglesia de la Sagrada Concepción. Agacha la cabeza y sostiene la charola de lado, dedica un par de minutos a persignarse, a orar. De la poca venta que ha tenido, deposita limosna en cada uno de los altares: esas vírgenes son sus reinas, a ellas sí les rinde tributo.
Egresada de la carrera de periodismo de la FES Aragón, UNAM. Ha laborado en medios impresos como reportera de cultura, Comunicación Social y periodismo digital en donde se ha especializado en temas políticos, culturales y sociales.
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