(Conversaciones indistintas que murmuran en la calle)
-¡Ya llegó, ya llegó!
-¿Quién?
-¡Pues Ramón! El DJ de La Changa, ¡Cámara, güey!
-¡Ah simòn (chiflido mamón y de afirmación) ¡Pues cómo crees no me voy a acordar! ¡Si es el de Tepito, el de las cumbias!
A las afueras del salón “El Caribe”, el público detiene sus pasos para presenciar la entrada triunfal del anfitrión que cerrará el baile. ¡Chiiiaaaleee! Ya se amontonó la pandilla y con ello comienza la entrega de amor:
Le saludan.
Le besan.
Le piden autógrafos.
Le abrazan.
Le regalan cosas.
Le felicitan.
Le toman fotos.
Ramón Rojo busca responder todas las muestras de afecto. Firma autógrafos y palpa todas las manos que se le cruzan en su camino. Él sonríe para todas las cámaras de los celulares, pero son muchas y el tiempo no le alcanza porque él se encargará de cerrar el baile.
– ¡Órale, Órale, no apachurren, dejen pasar!
Entrar al baile no fue fácil. La tormenta que azotó aquel jueves me hizo correr por la avenida Tacuba y tuve que esperar bajo la lluvia dos horas, o tal vez mil horas, hasta que logre llegar a las puertas del salón tropical “El Caribe”, en donde decenas de chilangos chidos (y otros no tan chilangos y no tan chidos) entraban y salían del lugar para fumar sus cigarrillos, echar el cotorreo o revisar sus teléfonos. Entre tabaco y ron, empujones y a puro pasito tún-tún, entré solita al lugar. Sin chela ni bacha, con puro juguito de piña, decidí chutarme el espectáculo a capella, como niña grande y a puro corazón solitario.
¨***
Dice la antropología1 y la historia que los sonideros se consolidaron a partir de 1950, cuando el entonces y siempre recordado Distrito Federal (DF) comenzaba a tomarse en serio eso de ser una ciudad. La migración permitió la estabilización de las primeras colonias: la Roma, la Condesa o la Juárez, aunque también se dio el asentamiento de las colonias populares, espacios donde entre fachas, garnachas y guarachas sobrevivirá el vulgo. Pero se sabe que, el papá de todos los barrios, el papá de los pollitos es y será Tepito. Y no es que romantice la pobreza, pero cuando vienes de abajo, reconoces que con fuerza y con ritmo, la pachanga suaviza las circunstancias adversas.
Ante las dinámicas que trajo consigo la modernización del DF y la crisis económica de los setentas y ochentas, la música fue uno de los principales elementos que buscó satisfacer las necesidades de entretenimiento del jodido: mientras las clases acomodadas tenían sus fiestas “bien acá”, de tacuche, canapé, orquesta o conjunto musical, el chilango periférico, odiado pero jamás igualado, tuvo que improvisar con lo que tuviera en sus manos y bolsillos. Fue así como comienza el apogeo del sonidero y su Bidi Bidi Bom Bom banquetero.
Estos equipos musicales se convirtieron en un tipo de prestadores de servicio populares que, al igual que las orquestas o conjuntos, buscaban amenizar fiestas y eventos sociales,haciendo uso de una consola, un par de bocinas de las chonchas y discos de vinilo con música tropical. En un principio los sonideros tocaban los éxitos del momento que se escuchaban en la radio, sin embargo agregaron un valioso elemento que los sigue caracterizando: el uso del micrófono y esa maña tan propia de interrumpir la música para enviar saludos. El sonidero se convirtió en un tipo locutor de radio en vivo que amenizaba colonias, bodas, quince años o bautizos; comentando las cumbias y reproduciendo complacencias ¡al chilango lo que pida!
***
Como si la cumbia me hablara al oído, entre chingos de luces y el retumbar de las bocinas se dejó escuchar semejante pieza musical:
♫♫ (…) ¡oiga caballero, cuidado con la zorraaaa (…) ♫♫
– ¡Ora! ¿Me veo o me parezco? me auto-dije mientras mi mente se inundaba de puras fotos y recuerdos de mi infancia.
Es que la primera vez que escuché el nombre de La Changa fue cuando yo era una niña de cinco años. En viva voz del señor Ramírez (mi jefecito), quien bajo los efectos del alcohol disfrutaba de la música de su viejo casete color blanco y con fervor alimentaba sus cumbias berreando:
1 Retomado de: Rivera Barrón, E. (2009). Los sonideros en México. Antropología. Revista Interdisciplinaria Del INAH, (86), 58–62. Recuperado a partir de
https://www.revistas.inah.gob.mx/index.php/antropologia/article/view/2834
“Chs-chs-ch-ch-cha-cha-changaaa”
Escuchar a mi papá imitando el sello de Ramón Rojo nos provocaba a mi hermana y a mí inagotables carcajadas. Con el paso del tiempo comprendí que “Ch-ch-changa” no era un invento de las borracheras de mi papá, sino una insignia propia del chilango de barrio. Ese chilango no blanqueado que asistía a los bailes populares no por moda, sino por sentido de pertenencia. El que atravesaba el viejo Distrito Federal en la Ruta-100 nomás para tirar los pasos prohibidos, hacerla de pedo, agandallar a la chota y huir en busca de más cotorreo .Un chilango que probablemente, ya no existe… ¡Ya verán que van a sufrir, van a llorar por todos los chilangos natos con los que no pudieron cotorrear!
***
Mientras tanto en el salón “El Caribe”:
El señor Ramón Rojo selecciona la música, hace movimientos en la consola: botones arriba, botones abajo, prende y apaga el micrófono, lee y envía saludos al mismo tiempo que bromea con el público.
–Tres changazos para la familia Sánchez y otro changazo para la panadería “Heidi” y para mi ahijado Adán… ¡Vámonos con esto que dice: el perfume de Pariiiiisssss…amonos a bailar..”
Su servidora se emociona y ya no razona. Es que esa es mi rola. ¿Cómo sabía el Ramón que a esa salsita yo la quiero a morir? La mayor parte del tiempo Ramón interrumpe esa pieza musical para mezclarla con otra salsa y ¿por qué no? con una cumbia, como si aquello fuera un taco campechano. Pero esto no parece molestarle a los presentes, porque ellos bailan… y bailan mucho. Se dejan sonar las cumbias, otras salsas y las guarachas. Ramón Rojo deja en claro que sus mezclas son para todes: música para las chiquititas y las grandotas, para las flaquitas y para las gordotas.
El espectaculo se acompaña de los changazos, o sea lo que viene siendo la voz repetida de Ramón Rojo. En el mundo del sonidero se les conoce como adornos o saludos y son estos efectos los que llaman la atención de los asistentes, quienes pueden dejar pasar dos o tres canciones y permanecer frente a la consola con recados en mano, hasta que el nombre de sus familiares se escuche en la voz de La Changa. Todo es un es-cán-da-lo, un desmadre, una orgía musical.
Por lo general, el espectáculo del sonidero se divide en tres planos. El primero lo conforma Ramón desde la consola, el segundo decenas de manos con trozos de papeles y el tercer plano el público bailador que se pierde en el prender y apagar de las luces de la pista y puro pum pum pum pum hacen los corazoncitos de guapachoza felicidad.
Un sonidero que se llama La Changa…a eso llamo pura creatividad chilanga ¡verdad de Dios que sí! Ramón Rojo dice que él adoptó el sobrenombre por la radionovela “Chucho el roto”. Un personaje que robaba a los ricos para darles a los pobres y ese Chucho tenía dos ayudantes: el rorro y la changa.
En el baile desfilan plataformas, tenis, sandalias, botines con lentejuelas, botas de obrero, plataformas y los clásicos zapatos de tacón porque dicen que las nenas se ven mejor. También hay sombreros, gorras, boinas, paliacates, cabezas calvas, trenzas, pelucas y algunos senos postizos. Todos bailan bien contentos y bien felices, igual y lo que pasa es que la banda está borracha pero es bailarina.
Mientras camino por el salón mi cuerpo siente la necesidad de bailar. Noto que mi pie izquierdo comienza a realizar un par de movimientos involuntarios que van acorde con el ritmo del acordeón, es el embrujo de cumbia que ya hizo de las suyas.
–Oye mujer ¿Y tú no bailas? me pregunta un señor con su peculiar acento chilango adornado con bigotes gruesos, gabardina, zapatos de charol y un sombrero. Es un pachuco perdido en el siglo XXI.
-¡Claro que sí!
¡Ni que decir, que me suelto a bailar! Mis mejores pasos. Bien creída me daba mis vueltas, estaba insoportable, y eso que no llevaba puesto mi vestido rojo. Yo lo daba todo, puro paso del gigante.
Otro sujeto intenta sacarme a bailar, pero la verdad me sentìa muy agusto bailando con mi señor así que con un gesto de cortesía me rehuso.
-¿No? Responde sorprendido.
– Ahorita no joven, a la siguiente.
-Cámara, pues quédate con él. Aquella despedida sonó más a una mentada de madre que a un exclamó de resignación.
***
Voz de Ramón Rojo:
-¿Qué dice el chamaco? ¿Qué dice el niño?
Efecto de voz de infante con tono ñero: “Oye Ramón, ponme una canción chingona de La Matancera, para que vean que los de Tepito sí sabemos bailar”
-¡Claro que sí, vamos a bailar!
La pista de baile se ilumina con luces de colores, las bocinas cantan al sonido de unas trompetas, del eco del sonidero, de la rumba frenesí. De mientras, en el centro de la pista gira una bola disco, el símbolo de la vida
nocturna, detalles que me hacen sentir como una John Travolta cumbiambera en una emisión de fiebre de sábado por la noche pero en Tacuba. Aquel día hasta el cielo lloró de tanta cumbia que se bailó.
¿Con que vives en la ciudad de México, eh? Muy de la Condesa, muy de Polanco, muy de Santa Fe, muy acá…pero ¿has visto bailar a un chilango? ¿No? Entonces lamento decirte que te falta barrio.El paso del cumbia centralizado no es normal, porque son exclusivos de la pandilla periférica, del barrio pesado, es el patrimonio cultural del chilango.
La cosa no es fácil. Haces como que brincas, haces como que bailas, haces como que vuelas, como si fueras la más pava congona. Algo así como el básico de cumbia, como me enseñó mamá: pasito a la izquierda, pasito a la derecha y si tienes tiempo lanzas unas pataditas pa´ atrás y pa´ delante. ¡Y que no se te olviden las pinches vueltas, manito! El hombre es el que lleva a la mujer; los pasos se improvisan con el corazón, las vueltas se arrebatan como si fueran besos. Todo en la pista es un verdadero espectáculo, un ritual.
¡Bailen, bailen cocacolos! Tepito, San Juan de Aragón, Iztapalapa, la Doctores, Chalma o Cuautepec barrio bajo… chilangas, chilangos ¡nos ganamos el cielo! Por favor…¡jamás nieguen la cruz de su parroquia porque…chilango chido, baila chingón!
***
Ramón Rojo intervino una hora en el baile, tiempo suficiente para que los presentes expusieran sus mejores pasos. El espectáculo no terminó en ese momento, porque llegó la hora de las fotos, los autógrafos y todas esas cosas propias de la farándula del barrio.
Así como el hombre derrocha cumbias, también derrocha humildad. Sonríe para todas y todos. Es amable y carismático. ¡Chale que pinche mala suerte me cargo! Sé que estás allí y mi caprichito es casarme contigo hombre alegre que baila cumbias sonideras y te voy a encontrar. Con tanta gente, con tanto tumulto, con tanto ajetreo fue imposible soltar el listón de mi pelo para pedirle a Ramón Rojo que me concediera bailar una pieza cumbiambera.
¡Ay Ramón! si tu supieras que por sonideros como tú,como la Dinastía Pedraza, como Grupo Kual llevo en mi frente una cinta que dice, que viva la cumbia por siempre, por siempre. Pero ya será para la otra que vuelva a bailar esa mezcla campechana, en otro lugar, en un salón, una calle o debajo de un puente.
Cámara chilango chido, te deseo que la gentrificación y su apropiación no te quite tu camarería y tu sentido del humor. A ti que te dicen que no sabes trabajar, que solo sabes vacilar, perpetua tu identidad, llena tu alma de cumbia
y lucha bailando. ¡Cotorreeeeeaaaa! Y si la pasas mal, solo baila y baila sin que nadie sepa tu sufrir.
Licenciada en comunicación. Estudié la maestría en comunicación, después cambié de disciplina para estudiar el doctorado en antropología social, en la IBERO CDMX.
Investigadora freelance de lo subalterno porque ese mundo me tocó, lo abrazo y lo comprendo. Publicaciones por todos lados. Si escribes mi nombre tres veces en la web, seguro apareceré. Bicky Ramírez, Bicky Ramírez, Bicky Ramírez.
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