Desde que el águila devoró a la serpiente en la lejanía de los años, la Ciudad de México ha construido y amasado a sus hijos. Ciudad que transpira historia, sobrepoblación y caos. Tan vieja como sus muros y más aún. En sus calles y avenidas pasa la vida. En sus recintos culturales, parques y espacios públicos,los citadinos se enamoran, deslumbran, aprenden y conviven. Su gente no puede estar del todo cuerda. A todos nos habita un poco de locura para soportar tanta belleza arquitectónica, pero también, la crueldad y miseria humana. La dinámica del día a día, la velocidad a la que vivimos, y los tantos rostros que a diario miramos, nos hacen indiferentes a los sectores más vulnerables. Quizás también, hemos normalizado esos estilos de vida y los tratamos como un habitante más, sin tanta pregunta o reflexión. Comencé a interesarme en los indigentes, con más atención a partir del año 2022, al llegar como vendedora callejera a la glorieta de insurgentes, en la Zona Rosa. Al mismo tiempo, comencé como inquilina en una antigua vecindad del barrio de la Merced. Su presencia inquietante, pero también abundante por las calles de la ciudad, llamaron mi atención. Eran demasiados, viviendo en aparente libertad, haciendo lo que cualquier ser humano realiza a diario, necesidades y satisfacciones, pero a la vista de todos. Población por demás vulnerable en derechos y oportunidades, olvidados por todos, mal mirados y señalados, siendo ellos, una cachetada al capitalismo y su evidente fracaso como forma de vida. ¿Locos o sabios?, ¿Libres o presos de su mente?, ¿Plenos o atormentados?.
Estás crónicas fueron escritas en dos años de observación constante, compartiendo espacios y a veces, hasta ciertos diálogos y reconocimiento.
La blasfemia es el pan nuestro de cada día en la ciudad. La blasfemia como el acto de injuriar al otro, denigrar, agraviar, difamar. Son ellos, los mejores blasfemos contra lo establecido, lo aparentemente normal y el anhelo de la perfección. Asomándose también, lo poético y surrealista del ser humano en sociedad, de esta vieja ciudad de hierro.
-Blasfemia-crónica. 1.
“El príncipe y sus reinas”.
El sol despunta en el alba. Las mujeres lucen hermosas desde temprana hora, esperando al cliente urgido de besos y caricias, esperanzados de iniciar el día lleno de gozo y deleite. Recargadas sobre las cortinas de negocios aún sin abrir, miran de reojo a los autos y transeúntes. Lentamente camina hacia ellas, un hombre con su vida entera dentro de una bolsa de plástico negra. A lo lejos huele su presencia. Arrastra los pies en señal de ninguna prisa, ninguna pena, pero con toda la humanidad sentida en su deseo sexual a las siete de la mañana. Las mujeres aguardan con mucha fe a los hombres que requieren de sus servicios. Una a una hace suyo un pedazo de calle, haciendo una fila singular, nutrida de elegancia y feminidad. Se sigue acercando a ellas con paso lento, el hombre que huele a cloaca con ropas rasgadas. Le susurra al oído a la primera de la fila, pero es rechazado. A la segunda le vuelve a proponer algo, pero apenas es mirado y tomado en cuenta. Va con la tercera, la cuarta…otra más se tapa la nariz en verdadera protesta a su presencia. A ninguna le llega al precio.
Apenas sigue caminando y ellas prefieren sacar su espejo y seguir en la contemplación de la belleza, tersa y juvenil, morena y exótica, rubia y delicada, indígena y citadina. Por fin da con una, la mayor de todas. Lo mira de arriba a abajo, igual que sus compañeras. Pero algo sucede. Sin decir más, la mujer de cabello rojizo, con evidente experiencia y arrojo, ceñida a un micro vestido de encaje negro, que apenas tapaba sus encantos, le hace una seña para que la siga entre las calles antiguas y aún poco transitadas.
La mañana es fresca y prometedora. En la Merced, como en los viejos tiempos, se sigue encontrando la esperanza y deseo en cada esquina.
-Blasfemia-crónica 2.
“Príncipes callejeros”.
En las calles de la ciudad de los palacios, duermen sus príncipes. Hediondos y libres, podridos y amorosos. Las joyas del centro histórico, deambulando de un lado a otro, con su casa a cuestas en costales y una cobija como compañera, la libertad como bastión, bandera y destino. Los desposeídos, los apestados, el mal ejemplo, el espejo que nadie quiere ver, pero existe. La refutación del maldito capitalismo. La verdadera anarquía. El fracaso, pero también el triunfo del espíritu humano.
Se encuentran en todos lados: bajo la sombra de la columna barroca de catedral, sonrientes y desdentados. Recostados en la banca de bronce en forma de ave en el callejón de la condesa, que algunas veces ocupan de cama para hacer el amor, con el sol en el zenit y la vergüenza por ninguna parte.
Defecando en la calle de Gante, justo detrás de la estatua del fraile, a los ojos de la señora con cadenas y anillos de oro, de la madre con dos hijos, imposibilitada de explicar tan épica escena; de las decenas de transeúntes despistados, inmersos en su celular;de los comerciantes que unidos, van ideando como correrlo por tan vil acto.
Tratan de pasar desapercibidos en el mar de gente, sabiendo que nos permiten el libre tránsito en lo que por las noches, será su hogar. El más valiente se aventura a robar unas monedas al altar de la Santa Muerte en Corregidora, sin miedo y a sabiendas que tambien es su protectora. Sin cómplices ni mentiras, sin frío en el invierno, sin humedad en las torrenciales lluvias, sin sed en primavera.
Habitantes distinguidos del centro histórico, sueñan y descansan en el Palacio del Ayuntamiento, cada hombre por cada arco de cantera. En las afueras de la Ex Profesa y de muchos negocios de la calle de Madero, destruyendo hipocresías y evidenciando el abandono de todos.
Esta es la ciudad de los palacios, donde los príncipes duermen en sus calles.
-Blasfemia-crónica. 3.
“Glorieta de insurgentes”.
-”El arcoiris es el pacto que hizo Dios con la tierra para que sepamos que existe”,-decía aquella mujer de aspecto sucio y pestilente, regordeta, con pelo encrespado, gritando a todo aquel que pasaba por la glorieta de insurgentes, su desprecio por la falsa sociedad. En un lugar de resistencia y “libertad”, los más libres son mirados de reojo, con cierto desprecio y altanería.
-¿ya vendiste algo mija?
-si, gracias a Dios ya salió algo, – le dije
-Que bueno, todo sale poco a poco, lo que necesitas te llegará, porque lo demás es ambición!!!!.
Esa tarde había llovido a cántaros. Junto con mis compañeras, tratábamos de resguardarnos en el estacionamiento debajo del metrobús. De pronto, la glorieta de los insurgentes nos regalaba un duelo de indigentes: uno de ellos le arrebató un cigarro al otro que lo acompañaba, haitiano recién llegado, que igual parecía vivir en la calle (rarísima excepción, ya que la mayoría de los haitianos residentes en la ciudad,son muy trabajadores, siendo chalanes del comercio informal, de los mercados, la limpieza, repartidores de agua, etc). Al ser despojado del anhelado cigarro, sólo atinó a mirarlo de arriba a abajo, para después ponerse a bailar, al ritmo de “Reguetón champagne”.
La Zona Rosa es un lugar magnético para ellos. Aquí viven dentro del monumento circular que erige a la escultura del “sereno”. También existe otra mujer, quien ocupa de vez en cuándo algún árbol de la glorieta, corriendo a todo aquél que se atreva a ocupar su espacio con gritos y palazos, para después pedir aplausos al público conocedor. Hay otra de aspecto juvenil, siempre alegre, quién sabrá Dios cómo lo hace, pero a diario cambia su ropa, zapatos y accesorios. Está también la que arremete a todo transeúnte que la mire. El señor de saco avejentado que corre impetuoso asustando a los paseantes. El que entrena box imaginariamente, pasando sus puños muy cerca de los rostros distraídos. El que arrastra su carrito de madera, como niño en paseo dominical. También el hombre que se arrastra por el suelo, pestilente y con capas de mugre, pidiendo para un taco, agua o alcohol. Otro más, abiertamente gay, poseedor de un candor y estilo único al caminar, siempre descalzo, despeinado y divertido.
La glorieta es un espacio de resistencia y contracultura. Ocupada por la comunidad LGTB y su tianguis sexo disidente. Colectivas feministas, quienes luchan y ejercen la autogestión, vendiendo y dando talleres. Grupos de comerciantes de diferente índole y también, los indigentes de diversas personalidades, quienes viven temporal o permanentemente en sus alrededores, siendo incómodos al turista internacional, muy asiduos a visitar la Zona Rosa, llenando de contradicciones al mirar sus zapatos de marca, contra los pies descalzos y ahumados de sus distinguidos habitantes. Espacio que lo mismo huele a Chanel No. 5, que a días y semanas de no bañarse.
La lluvia cesó. La tarde se llenó de crepúsculo lila y violeta. Las nubes formaban paraísos lejanos, de ensueño y añoranza por una mejor vida. El Reguetón seguía sonando por algún rincón, prometiendo con ello, la eternidad de la noche.
-Blasfemia-crónica. 4.
” Merced”.
El mercado de comida corrida San Lucas, del barrio de la Merced, cumplió 70 años. Por los festejos ofrecerían comida a personas en situación de calle. Mi hija y yo hicimos bromas de pintarnos con carbón la cara y llevar nuestra casa en bolsas de plástico para obtener el beneficio. Llegó el día esperado y sin querer, pude observar la larguísima fila que se hizo afuera de la iglesia. Pensé: ¿Qué pasa con esas personas que ni siquiera son indigentes y ya están formados?
Para mí sorpresa, aquella fila era más parecida a una escena dirigida por Luis Buñuel, o sacada de una novela surrealista: el de pijama ennegrecida y agujereada, la de vestido elegante con encajes y olanes, pelo enmarañado, collares de fantasia, maquillaje llamativo y sonrisa desdentada. El de personalidad de filósofo, con sombrero color tabaco, saco y corbata vieja, tenis como contraste a tanta sobriedad de atuendo, quien sonríe a todos los caminantes y curiosos. La pareja de enamorados, felices y cuidando su carrito de supermercado, que también es ropero, sillón y casa rodante. Todos esperanzados de recibir el regalo de Dios transformado en mole y arroz, pacientes para vivir nuevamente el día.
La pequeña iglesia de San Lucas, con su fachada de cantera gris, diminuta y a veces imperceptible, coronaba la gran escena. Los olores sulfurados, eran también el de la esperanza y la alegría.
-Blasfemia crónica. 5.
“Plaza de la Santa Veracruz”.
La ciudad amaneció fría y desgarradora. La gente que vive en la calle, parecían no inquietarse. Sentada y meditativa, mirando la antigüedad de la Plaza de la Santa Veracruz, un indigente se acercó a pedirme la hora:
-Son las 10:30 de la mañana. -le dije
-Ah caray, pensé eran las 8 de la noche, con razón hay luz. Oiga usted…¿Qué día es hoy? Ya quiero que sea 12 de diciembre para ir a la basílica por comida gratis, allá regalan de todo. ¿Tú has ido? ¿Te han regalado chilaquiles y café de olla?. ¿Sabes? Ya nada es como antes,creo que la gente ha cambiado, ya no tienen tanto dinero. ¿Sabes cuántos años llevo en la calle? Más de treinta. Y ya no regalan cosas como antes, había abundancia, a la gente le gustaba presumir y hacer caridad, nos ayudaban… qué feos tiempos ¿no crees?.
La ciudad de México tenía una mañana fría y de celebración a sus músicos. Día de Santa Cecilia. Por doquier se veía a los mariachis, tríos y bandas caminar rumbo a Garibaldi. Frente al museo de la Estampa, acurrucados bajo la sombra de un árbol, los compañeros del señor prendían una fogata para aminorar el frío, juntos, amorosos, libres y esperanzados a la fiesta de la vírgen.
Crónicas y relatos cortos de indigentes de la Ciudad de México. Alcaldía Cuauhtémoc. 2022/2024. A lo largo de dos años, he logrado reunir una serie de descripciones acerca de formas de vida no convencionales en la ciudad. Observación participante y también como vendedora callejera de la ciudad.
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