Crónica

Agnes

Ese güey va a devolver el pulque, piensa Alexis, se ve bien pinche delicado

De noche, los pensamientos de Alexis se vuelven violentos. En eso se parece tanto a Griselda, su abuela paterna. Y de noche, Alexis suele estar un poco borracho. Se ha vuelto experto en ocultarlo. Mantenerte ecuánime a pesar del alcohol es una gran cualidad en un barman, piensa Alexis y sonríe. En su sonrisa hay desafío. La noche lo convierte en un hombre desafiante. 

Las 23:24 horas. Martes 1 de agosto. Llueve tupido en el Centro de Tlalpan. Pinche aguacero brutal, piensa Alexis mientras sirve dos vasos de pulque natural a la pareja que acaba de entrar a la Santa Solita. Medio litro para Ella; para Él, un cuartito. Ella sonríe y bebe. Él acomoda su paraguas y evita la mirada de Alexis. 

Le doy asco y le doy miedo a este pendejo, piensa Alexis, porque atiendo una pulquería en Tlalpan y soy moreno. 

Alexis ha recordado mucho a su abuela Griselda en estos últimos días. La recuerda con los ojos cerrados y un cigarro en la mano, siempre rejega a contarle cómo o por qué murió su abuelo en una calle de Peralvillo el 12 de octubre de 1994, ocho meses antes de que Alexis naciera. Recuerda a su abuela: viuda recia con dos dedos amarillentos a causa de la nicotina: índice y corazón de la mano izquierda, los que conforman la seña de “amor y paz”. 

Alexis manipula el equipo de sonido de la Santa Solita; quita a Blur (Out of Time) y pone (Todas las calles) de Jaime López. La pone para provocar. Seguro a ese imbécil le caga el rock mexicano, piensa Alexis. Y como si leyera su pensamiento, Él levanta la mano y lo llama “¡mesero!” en voz excesivamente alta. Alexis llega a la mesa canturreando el coro (alguna vez beso a beso/hicimos grandes ciudades/a donde al paso del viento/se han ido todas las calles) con su voz gangosa y destemplada. 

“¿No te gusta el pulque, carnal?”, pregunta Alexis.

Y Él, con los ojos fijos en la mesa, dice: 

“Le solicito una copa de vino de la casa”. 

“¿Le solicitas?”, se burla Ella. 

“Nos salió muy propio tu amigo”, Alexis se ríe con Ella. 

“A mí tráeme otro medio litro”, la voz de Ella es alegre y clara. 

Alexis se lleva los dos vasos de pulque (uno lleno y otro vacío) y, en la cocina, por un instante, contempla la idea de mearse un poquito en la copa de vino. Desiste. Ni que fuera un personaje de Xavier Velasco, piensa Alexis, pinche escritor malo

Casi medianoche. La lluvia no cesa. Los únicos clientes: Él y Ella. 

La clásica historia de la hippie y el fresa. Seguro Ella es de Coyoacán y Él de La Herradura, piensa Alexis y va más allá en su apuesta: Sin duda hoy no va a cogérsela; es un estúpido y Ella ya se dio cuenta

¿Y Alexis hoy va a cogerse a Agnes? Ésa es su idea: salir a la una de la Santa Solita y recibir, servicial y dispuesto, a su novia de madrugada. 

“Ya vamos a cerrar, ¿quieren algo más?”, pregunta Alexis mientras sirve el pulque y el vino. 

“No, por favor la cuenta”, responde Ella. 

Su abuela Griselda… 

Sus dedos largos y chuecos, recuerda Alexis, y su perpetuo silencio. 

Era una mujer desconfiada y amarga. Si siempre lo fue es algo que Alexis no sabe. Así la recuerda: desconfiada, con sus continuos y silenciosos gestos amargos, como si todo el tiempo la atormentaran en su intimidad pensamientos violentos. 

¿Qué pensaría mi abuela Griselda de Agnes?, se pregunta Alexis, seguro diría que es machorra porque maneja un taxi.

Que su novia sea taxista es algo que a Alexis le intriga. Le intrigan los pensamientos que atraviesan la cabeza de una mujer cuando maneja. Alexis se lo ha preguntado: 

“Agnes, ¿en qué piensas cuando manejas?”. 

“En nada en especial”, responde Agnes sin muestras de querer seguir hablando. 

Pero Alexis sabe que hay algo más. Muchas cosas más. Cosas secretas. Cosas profundas. Cosas invisibles que sólo de imaginarlas lo inquietan. 

Alexis lleva la cuenta y Él paga con un billete de 500 la factura de 105. Alexis regresa con el cambio y Ella le da 75 pesos de propina. A Él se le crispa la cara y de pronto parece viejo y cansado, feo y rabioso, pero no dice nada. Guarda en su cartera los billetes y se pone de pie. 

Alexis está seguro: oscuros pensamientos privados atraviesan la cabeza de una mujer cuando maneja. Cuando, tardes, madrugadas y noches, una mujer maneja sola sin descanso, la visitan femeninos pensamientos siniestros. Alexis quiere que Agnes lo haga cómplice de esas visitas. Que le abra una entrada hacia sus partes más privadas. O por lo menos que le dé pistas. No. Todavía no. Agnes, cuando se trata de confidencias delicadas, de sensualidad honda y compleja, se cierra hacia Alexis. Es retraída, oscura y hermética. Cuando la ve así, hostil y enroscada, Alexis le dice: 

“Pareces, Agnes, una serpiente”. 

Agnes le sonríe una vaga sonrisa incompleta, y es cuando (lejana, inaccesible y silente) comienza a vestirse. 

Ella y Él salen de la pulquería. 

Ella lo humilló, piensa Alexis, usó su dinero para darle una propina escandalosa a otro hombre. Y Él, para vengarse, la está cubriendo mal con el paraguas para que se moje. 

Alexis cierra la cortina metálica de la entrada y recoge la mesa. Da un trago al mezcal. Otra vez piensa en su abuela Griselda: 

De vieja se volvió una bebedora descarada. Desayunaba con brandy y durante las cenas bebía cerveza y eructaba.

Alexis da otro trago al mezcal y otra vez piensa en Agnes: 

Maneja con el asiento muy cerca del volante y guarda en la guantera una cajita con objetos para colorear sus uñas. No sé por qué esos detalles me hacen sentir mucha ternura. 

Alexis desconecta el equipo de sonido y apaga las luces. Da un trago al mezcal a oscuras y deja sobre la barra la botella a medias. Sale de la pulquería La Santa Solita. 

Ya casi no llueve. Las calles del centro de Tlalpan están inundadas. Las luces de las farolas brillan amarillas y blancas sobre el agua. Parece que se mueven. Que flotan. Que avanzan a lo largo de la banqueta como barcos diminutos que salvan del naufragio a las hormigas. Alexis baja por Madero hacia San Fernando. Pisa los charcos con sus altas botas negras diseñadas para subir montañas. 

Alexis vive en la casa que heredó de su abuela Griselda. La casa en la que creció con ella. Una casa metida en una vecindad al lado de Plaza Cuicuilco Inbursa. Una casa de 108 metros cuadrados a la que Alexis no le ha cambiado nada. Son los mismos muebles y es la misma cama. Y eso, tener sexo en la cama donde murió su abuela Griselda, a Alexis le provoca sensaciones raras. 

Tampoco es que yo sea un pinche promiscuo, piensa Alexis, en realidad últimamente sólo cojo con Agnes

Coger con Agnes es algo que a Alexis le encanta. Ella le ha enseñado cosas a las que nunca se había atrevido, como descubrir el inesperado erotismo que ella le provoca en el ano. Agnes y su áspera lengua de gata, piensa Alexis. Y a Alexis el pene se le para sobre San Fernando; una erección completa que emerge y se pierde libre de observadores bajo la noche solitaria. 

Alexis ha investigado: en 1994 su abuelo trabajaba en el Politécnico como asistente administrativo, y vivía en San Fernando con su esposa Griselda. Así que no tenía por qué estar ese miércoles 12 de octubre en Peralvillo. La explicación, salvó una muy poco probable obligación laboral extraordinaria en tierras ajenas a la universidad, es que faltó a su trabajo para cogerse a su amante (¿o pagar alguna deuda?, ¿o defender el honor de su familia?, ¿o buscar otro trabajo mejor pagado?; a veces, al respecto, Alexis tiene dudas:

necesita tenerlas). Lo único claro es que su abuela Griselda nunca quiso hablar al respecto. Se le amargaba el gesto y se encerraba en su obstinado silencio de pensamientos violentos. Alexis insistía: “¡solo quiero saber cómo murió mi abuelo!” y su abuela Griselda se ponía de pie y se iba. Ocurrió tres o cuatro veces. 

Una noche, Agnes le preguntó: 

“¿Cómo era tu abuelo?”. 

“No sé, nunca lo conocí; murió un año antes de que yo naciera”. 

“¿Por qué, entonces, te interesa tanto su muerte?”. 

“¡Porque no tengo padre!”. 

“¿Y qué hay de tu madre?”, preguntó Agnes. 

Y de pronto Alexis se sintió ridículo: el protagonista de una floja serie de televisión sobre cómo la violenta impredecibilidad de un joven hombre que se ha vuelto peligroso para la sociedad y para sí mismo deriva del traumático hecho de haber crecido sin una figura paterna. En el caso de Alexis, todo es verdad, y ésa es la peor parte. Una verdad parcial, una de tantas pequeñas verdades que entran en juego para descifrar el misterio de quién es Alexis. Pero verdad al fin y al cabo: 

No hay un hombre en sus íntimos recuerdos. Los hombres de su infancia siempre fueron fantasmas. 

Y por eso la historia de su abuelo, ¿del hombre que amó a su abuela?, se volvió para él tan importante. Y estudió psicología para poder entenderlo. Aunque ésa es una verdad que Alexis nunca ha aceptado. Cuando pasó el examen de la UNAM y se inscribió a la licenciatura, su discurso hacia el mundo era: “yo estudio psicología porque ustedes los humanos están pero si bien pendejos, ¡y no quiero que me contagien!”. 

Dejó la carrera trunca. En la academia encontró a gente desapasionada y enferma. A gente casi muerta lamiendo en grupo huesos de cadáveres. Gente pálida y árida obsesionada con la tradición. Con aprender teoría aprisionada en salones. Con educar desde el pasado acatando órdenes. Y eso a Alexis le resultó intolerable.

“Mi madre”, le respondió esa noche Alexis a Agnes, “fue mi abuela”. 

Y entonces, dentro Alexis, sucedió algo inédito: sintió la necesidad de abrirse hacia Agnes. De ser sincero. Y le contó, con su lenta voz gangosa y suave, rodeado de botellas de cerveza, la historia de su vida. 

Dijo que a su papá, José Antonio Hernández, lo atropelló un coche en Insurgentes a la altura del restaurante Arroyo. Que murió siete horas después en el hospital Tlalpan. Que había ido a comer con su esposa Daniela Laza, embarazada de seis meses y medio. Que se dio a la fuga el coche homicida. Que el niño nació a los ocho meses, el 8 de junio de 1995, en el Sanatorio San Juan, en Iztacalco, a través de una cesárea. Que lo bautizaron Alexis. Que Griselda, la mamá de José Antonio, le dijo a Daniela, su nuera: “si tú no puedes con el chamaco, yo me lo quedo encantada”. Que Daniela se negó al principio, pero a los seis meses reconsideró. Que el acuerdo fue temporal. Que Daniela visitó a su hijo cada semana durante un año y luego dejó de ir: dijo que le resultaba demasiado doloroso. Que Alexis creció con Griselda, su abuela paterna. Que no recuerda la voz de su madre. Que nunca ha manejado. Que siempre se ha sentido huérfano. 

Esa noche de confesiones fue tan hermosa. Alexis y Agnes tuvieron sexo y él sintió que la amaba como nunca nadie antes en la historia del mundo ningún amante ha amado. No se lo dijo. Alguna vez leyó en una novela francesa que un hombre nunca, bajo ningún motivo, debe ser el primero en decir te amo. Luego Alexis se retrajo brutalmente. Despreció a Agnes por haberlo conocido vulnerable, por haberlo recibido libre de secretos, en su estado más puro. Y esa pureza aterró a Alexis. Tras haberse mostrado puro, sintió odio y vergüenza. Comenzó a insultarla, a dejarla plantada y una vez (lo jura: una única vez) la empujó contra la pared de la sala. 

Con razón terminó por mandarme a la verga, piensa Alexis mientras baja por San Fernando con su arrítmico paso lento. Con su miedo a los perros. Con su elástica voz gangosa. Con sus dedos cortos y romos. Con su cuerpo rechoncho. Con las manos a los costados. Con sus ojos café claro vacilando a través del paisaje. Con su fobia a motores y volantes. Con el corazón lleno de su abuela paterna y los ásperos recuerdos felices que lo unen a ella.

Estar medio borracho todo el tiempo se ha convertido en una constante. El alcohol le instala en los nervios la necesidad de ser desafiante. 

A ese pinche fresa sí le hubiera dado sus putazos, piensa Alexis, e igual hasta me termino dando a su vieja. 

Y eso, imaginar que se madrea o se coge a alguien, también es en Alexis una constante. Puro jarabe de pico; ni bravucón ni mujeriego: Alexis, bajo una mirada tradicional (como la de su abuela), termina encajonado como un hombre bueno. Su violencia es sólo verbal y en frases como “¿por qué no te vas a un pinche supermarket para comprarte una vida?”, alcanza su máximo esplendor (un esplendor decepcionante: la frase no es suya; la escuchó en una canción ranchera). 

Acerca de su pene: Alexis no puede dejar de sentir pena. Nunca ha sido sincero sobre sus intenciones con las mujeres. Durante el sexo es incapaz de pedir las cosas que desea, como que se metan sus testículos a la boca. Agnes fue la primera mujer que le leyó su erótico pensamiento. Que avasalló su timidez. Que estableció las reglas sin preguntarle. Que se lo cogió a él. Entonces Alexis ya no pudo salirse de Agnes. Quedó enculado. Quería sentirla de noche y de día. Si quería cogerse a alguien más, resultaba inútil. Podía albergar la idea de infidelidad, pero su cuerpo se negaba a ejecutarla. 

Cuando Agnes lo mandó a la verga, Alexis quiso resistir. Ser fuerte. Construir su vida de soltero. Consiguió trabajo en la Santa Solita. El dueño había sido su mejor amigo en prepa y le confió atender la pulquería de las 19:00 a las 2:00 horas. La novedad lo distrajo un par de semanas. Después, sus jornadas laborales se volvieron histéricas: noches de hincharse de pulque y masturbarse tres veces por jornada en el baño de clientes. 

Terminó por llamar a Agnes. Por tomarse un café con ella. Por pedirle perdón, por llorar, por hablarle sobre su desesperación y tristeza. 

“Okey, va, te doy otra oportunidad”, le dijo Agnes, “pero hay cosas que tienen que cambiar”. 

La Santa Solita es lo único que me queda de esa época negra, piensa Alexis mientras cruza la avenida (con la vaga idea de cambiar las sábanas de la cama, con la creciente necesidad

de más mezcal, con su tímido pene en reposo) y entra por el pasillo de la vecindad que lo lleva a su hogar. 

Casi las tres de la madrugada. Agnes le pidió a Alexis una relación que exista más allá de los genitales. Un romance de exteriores (bailes, cafés, teatro, bares), y de poéticas intimidades. 

“Hagamos juntos arte”, dijo Agnes. 

Alexis, otra vez, comenzó a tener dudas: 

¿La amo?, ¿la amo por el sexo?, ¿es la mujer de mi vida?, ¿la amo después del orgasmo? 

Cerró los ojos e intentó enfrentar con toda sinceridad lo que siente tras eyacular dentro de Agnes. 

Siento alegría, me siento bien; a veces hasta con ganas de hacerle café y luego volver a coger. 

La certeza de, tras la penetración, no experimentar vacío, lo llevó a la conclusión de que la ama. 

Alexis ama a Agnes. 

Ahora estamos en eso, piensa Alexis, en buscar los colores correctos del amor verdadero. Alexis bebe mezcal y se ríe de que a veces sean tan cursis sus pensamientos. Vibra su celular. Mensaje de Agnes: “voy a llegar tarde”. 

Alexis se sienta en el escritorio de su cuarto. Saca una hoja de papel. “¿Arte?”, le preguntó Alexis a Agnes. 

“Sí, arte”, dijo ella, “digo: tú siempre tienes ideas raras y yo conduzco un taxi nocturno…”. Entonces a Alexis se le ocurrió un extraño juego entre metafísico y dadaísta: 

Te voy a juntar, Agnes, las palabras claves de mis más oscuros pensamientos; úsalas para armar una frase, un cuento, una idea, un poema y dámelo de vuelta. Hay que leer juntos lo

que hagas en voz alta, al mismo tiempo, a dueto, en nuestros amaneceres juntos, antes de quedarnos dormidos

Un extraño juego que ha tenido inesperado éxito. En madrugadas como ésta, en las que Agnes está por visitar a Alexis, él debe recibirla con un papel lleno de palabras escritas a mano y subrayadas. Ella tiene una hora para hacer algún sentido con eso. 

Pero, ¿en dónde está ella en este juego?, piensa Alexis, ella no está; solo estoy yo. Solo yo roto, en pedazos, para que ella me arme. 

Alexis agarra su celular y le escribe a Agnes un mensaje: “Ok, ¿tipo 5?”. 

Solo una vez su abuela Griselda le habló sobre amor. Fue poco antes de que ella muriera, en junio de 2014, de un ataque al corazón. Era viernes por la tarde. Alexis regresó un poco borracho; había bebido cerveza en las Islas con sus amigos. 

“¿Vienes de ver a la novia?”, le preguntó su abuela. 

“No, a los compas”. 

“¿Y la novia?”. 

“No hay novia, abuela”. 

Su abuela Griselda le dio la espalda, se fue a la cocina y en voz alta, de cara al lavabo (el agua corriendo; un plato en la mano) dijo en voz alta, pero como para sí misma: 

“¿Cuál es el sentido del amor hoy en día?”. 

La pregunta ha regresado a Alexis en estos últimos días. 

¿Cuál es el sentido del amor hoy en día? 

Tener hijos es una posibilidad que Alexis desprecia: 

¿Para qué si no tengo suficiente dinero?, ¿para qué si no veo cómo algún día voy a tener suficiente dinero?, piensa Alexis mientras pone en su computadora (conectada a través de Bt a una bocina portátil instalada en la sala) la canción Apocalypse de Cigarettes After Sex.

10 

Una relación, entonces, se reduce a dos, piensa Alexis, a dos que deciden estar juntos, solos, hasta el infinito. 

Y si así están planteadas las posibilidades de un romance moderno, si no puede ser de otra manera, Alexis quiere llevar el amor hasta sus últimas consecuencias. 

Alexis cierra los ojos y piensa en Agnes manejando su taxi. Trata con toda su alma, pero no puede imaginar sus pensamientos. Y que Agnes aún sea para él un misterio, lo intriga, lo caliente, lo pone de malas y lo desespera. 

A veces Alexis traza en su cabeza con líneas de colores brillantes los trayectos que Agnes realiza por la ciudad en su taxi cada noche. 

De Tepepan a Satélite, de Satélite a Las Lomas, de las Lomas a Polanco, de Polanco a Río San Joaquín, de Río San Joaquín a Mixcoac, de Mixcoac a Coyoacán, de Coyoacán a la Escandón, de la Escandón a la Del Valle, de la Del Valle a Xochimilco, de Xochimilco a Coapa, de Coapa a San Pablo Tepetlapa, de San Pablo Tepetlapa al Centro de Tlalpan, del Centro de Centro de Tlalpan a mi casa. 

Y con esas líneas Alexis construye en su cabeza una figura abstracta a la que debe, como si fuera una nube, encontrarle forma: de dragón, de máquina de escribir, de rosa, de anillo, de galaxia… 

Alexis cada día se promete comprar mapas gigantescos de la Ciudad de México e intervenirlos con crayolas para trasladar a una realidad física el juego de su pensamiento y poder desplegar ante Agnes el mapa intervenido de sus rutas y decirle: 

Dame un pensamiento secreto por cada trayecto que hayas hecho; Agnes, ¿no puedes darte cuenta?: ¡para mí es muy importante saber en qué piensas cuando manejas! 

Pero Alexis no ha comprado los mapas y no le ha dicho nada. Le da miedo que Agnes crea que está obsesionado con ella. 

Eso le daría un poder sobre mí que no quiero que tenga, piensa Alexis. Su celular vibra. Mensaje de Agnes: “Maso. TQM”.

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Alexis se sirve mezcal y comienza a llenar con palabras la hoja en blanco: ecuánime/brutal/miedo/cogérsela/silencio/machorra/serpiente. 

Alexis no asistió al funeral de su abuela Griselda. Cualquier cosa que implique una iglesia y multitudes es pinche mentira, piensa Alexis mientras bebe mezcal y tose con una tos ronca. Se despidió de su abuela a solas con mezcal en la casa en la que vivieron juntos. La casa en la que ahora espera a Agnes para cogérsela. 

Alexis escribe más palabras que subraya con una línea delgada: 

escandalosa/descarada/colorear/últimamente/lengua/contagien/verga. A veces Alexis tiene una duda que lo asusta: 

¿Cuándo sepa lo que Agnes piensa cuando maneja voy a dejar de quererla? 

Palabras que Alexis escribe con su letra de molde un poco infantil y un poco tosca: hasta/época/eso/verdadero/suficiente/infinito/manejas. 

Y cuando termina con las palabras, Alexis escribe abajo a la derecha de la hoja: 

Agnes, mira, aquí tienes el contenido de mi corazón y mi cabeza. Es tuyo: reinvéntalo. Te beso, A. 

Alexis cierra los ojos y va hacia la cama. Lleva una botella de mezcal en la mano. Bebe y la deja en su mesita de noche. Se acuesta. Suena, lejana, Paricutín de Mercedes Nasta. Alexis comienza a quedarse dormido con la vaga idea de un amor verdadero cuyo sentido es el infinito y no tiene nacimientos. 

*Alexis murió en noviembre de 2023. Jugamos fut 7 en el mismo equipo en Villa Olímpica de 2016 a 2018. La reconstrucción de sus pensamientos la realizo a partir de las interminables conversaciones que sostuvimos durante ese lapso. Tras la muerte de Alexis, me entrevisté con Agnes (llevaban tres años separados). Ella me dio información clave para completar este texto.

Hugo Roca Joglar

Cuajimalpa de Morelos

Hugo Roca ganó el Premio Bellas Artes de Novela 2021 con una autoficción atravesada por el guion de un drama y el mapa sonoro para representarlo. En la  crónica con la que ganó el Premio Nacional de Periodismo 2014 hizo sonar la Sinfonía núm. 3 de Gustav Mahler en una cantina de Irapuato. Es un escritor de imaginación musical que defiende una literatura degenerada.