Temática

Remedios para la soledad

… y por encima de todo somos hermanos

Participante

Jorge Isaac Atala Delgado

Obra seleccionada

Diez de la mañana, abro los ojos, tengo una clase en línea a esta precisa hora, el problema es que hace semanas no puedo despertar antes, tampoco dormir más temprano, siempre las tres, las cuatro, las cinco; a veces es un libro, a veces Picos gemelos, serie que dejé pendiente en los noventa porque estaba más entretenido en los videojuegos y el basquetbol, a veces sólo paso el tiempo informándome de lo que puedo en redes sociales. Logro despertar y veinte minutos después me conecto a la plataforma en la que acordé con mis alumnos la clase. No me han pagado, hace meses la escuela en que trabajo ha faltado a la puntualidad de los pagos sin una promesa o respuesta claras, pero soy docente, me gusta ser docente y si no enseño me siento poco pensante, así que he optado, aun sabiendo que en agosto no tendré más trabajo, por dar clase, un poco más libre quizá, más al estilo seminario, no me acostumbro a dejar tareas y revisarlas virtualmente, lo mío es hablar, pensar y discutir, así que me pongo ante la máquina pasada la hora del acuerdo y paulatinamente voy viendo aparecer pantallas pequeñas de personas que, igual que yo, aún no se bañan, no se cambian e incluso toman la clase acostados en sus camas, una posibilidad que seguramente nadie sospechaba, la productividad en línea, el porvenir de una clase social, un sueño.
Transcurre cerca de hora y media y el proyecto de lectura de Platón se hace interesante para todos, es fascinante encontrar en un clásico elementos para aproximarse a probar una tesis que llevo años trabajando: La gubernamentalidad y su relación con la esclavitud del alma. Sería una locura describir el trabajo de cerca de diez años aquí, sin embargo, es necesario decir algo dado que la pandemia se ha vuelto un verdadero maestro en esta parte de mi investigación. La gubernamentalidad nace de la pérdida o extravío del alma, es producto de una necesidad de regular a hombres que no tienen más un sentido existencial concreto, que no pertenecen y a los que hay que forzar a pertenecer, por eso junto con ella nace el imperialismo y, aunque estemos orgullosos de nuestros “avances” en materia social y política, perpetuamos el sistema imperial y con él el sistema esclavista. Finalmente lo sabemos, va a ser muy largo el curso que he emprendido con mis estudiantes universitarios, más porque nosotros seremos esos de quienes voy a hablar durante algunos meses.
Pasadas las doce de la mañana, quizá más cercanos a la una de la tarde y cuando nos despedimos y me disponía a bañarme para preparar algo de comer, comenzó a sonar cada vez más fuerte el sonido callejero de una banda tocando, uno de estos grupos de personas que con uno o dos tambores y una trompeta recorren las calles tocando monótonamente una o dos canciones –siempre he apostado por el hecho de que no se saben más y que aprendieron esas como un útil más que por el gusto de generar música. El hecho de escucharlos cada vez más fuerte no significaba otra cosa que su proximidad a casa, debo ser honesto, jamás he disfrutado esos sonidos, incluso de niño, cuando me sorprendía la música en vivo, me resultaba molesta la constancia de los sonidos, eso que ahora podría llamar la falta de sentimiento en la ejecución de una pieza musical cualquiera, por ello es muy difícil que disfrute la cantidad tan impresionante de gente que hace música callejera con el fin de obtener algunos pesos, evidentemente porque hacen de la música una herramienta y no la explotación de un talento como medio para obtener dinero, salvo en escazas excepciones.

Con esto no quiero decir que juzgue a esas personas, en México nos es necesario a casi todos encontrar medios para hacer dinero, los méritos y los talentos encuentran muy poco apoyo en el país y la pobreza y el hambre exigen astucia porque, lamentablemente y desde hace algunas décadas, hemos hecho de la comida algo de difícil acceso, en un país donde las frutas y verduras se dan hasta en las banquetas, hemos conseguido hacer de la comida algo que se paga cada vez más caro y que se consume cada vez menos, productividad neoliberal le dicen algunos sabedores, hambre le decimos otros, los menos estudiados diría yo o los más afectados, quizá.
Pues cerca de la una de la tarde, a más de treinta días del inicio de las medidas de distanciamiento social voluntario, aquella banda que reproducía sonidos aprehendidos quién sabe cuándo y quién sabe de quién, se detenía por algunos compases en el exterior de alguna casa esperando que alguien saliera a darles algunas monedas o algo de comida –los he visto recibir de todo, a veces fruta, a veces arroz, a veces ropa, en casa solemos compartir casi siempre la fruta, aunque cada vez es más cara y no podemos tener tanta como antes, pero también algunas monedas, de hecho hay un hombre con un par de hijos que pasa una o dos veces por semana tocando una trompeta, honestamente sigo sin saber cuál es la canción que ejecuta pero, siendo siempre la misma, es suficiente para saber que es él y sus pequeños, suficiente para salir y darle algunas monedas, esas que ya lo esperan cada semana sobre el refrigerador de casa.
Ciertamente y no puedo evitar decirlo, sabemos que hay muchísimos niños explotados de esa manera en México, niños que son robados, secuestrados, hasta rentados y usados para trabajar provocando lástima, utilizados como medios de producción y, en el mejor de los casos, convertidos en máquinas de pedir limosna (sabemos bien lo que pasa con muchos otros y es más irreal y más aterrador que lo que aquí expongo con ligereza). Sin embargo, el hombre que pasa por aquí con sus hijos cada semana parece quererlos y ellos también a él, parecen orgullosos de salir a trabajar juntos, de pasar ejecutando la pieza que saben y obtener algunos pesos por ello; conocen su rutina, nos conocen a nosotros y a otros vecinos y saludan con alegría cuando reciben sus tres monedas, una para cada uno. Antes me sentía mal por la escena, pero en realidad parecen contentos, sonríen al vernos y agradecen con alegría, he llegado a pensar que en verdad es una forma de ser familia y es su manera de producir dinero y la verdad ya no me atrevo a sentir pena por esta forma de vida porque me resulta complejo pensar que quizá esto es más bien una forma de ser en familia, una forma de amarse en familia y de caminar amorosos por el mundo. Y es que ese grupo de personas me ha hecho pensar muy diferentemente la pobreza y el sentido de comunidad, pero principalmente me han hecho pensar el egoísmo con el que buscamos imponer nuestra forma cómoda- explotadora de vida sobre la ideología y los estilos de otros seres humanos.
Pues bueno, este día, cerca de la una de la tarde, después de haber dado una clase virtual sobre gubernamentalidad y esclavitud, esa banda con más integrantes y más instrumentos que aquel padre con sus hijos, que igual reproduce con monotonía una sola pieza aprendida en algún viejo momento, apareció sonoramente afuera de mi casa. Yo estaba con un pie en el baño y no había nadie más que pudiera salir a hacerles frente con una moneda, no sé si lo habríamos hecho, así que sólo escuché por algunos minutos los escasos compases que

ejecutaban sobre la calle en que vivimos, suficientes, claro para pensar un rato en una particular situación.
En los últimos días, todos ellos de cuarentena, han aparecido músicos nuevos en la colonia, las recientes tres semanas han llegado dos hombres con una marimba a ejecutar algunas piezas más jocosas y de origen veracruzano, si no me equivoco, durante algunos minutos a la mitad de cada calle en la que se detienen, también esta nueva banda de tambores y trompetas que no es la primera vez que hace lo suyo frente a las ventanas del vecindario, algunos otros nuevos trompetistas y son los que recuerdo, pero también he notado este fenómeno en otros sitios. En la colonia Roma mi familia aún conserva una casa en la que mi padre tiene una oficina y yo un pequeño consultorio, estudié psicología y me dedico a la clínica ya hace una veintena de años, pero también tengo un estudio en el que hago música porque es un gusto enamorado que tengo desde muy niño; en este tiempo de pandemia me he tomado algún tiempo para pasar un rato en esta casa, ahí tenemos unas zarzamoras y unos chayotes que prosperan varios meses al año, también hay un pequeño estanque con un par de tortugas que claramente nos odian y se ocultan de nosotros cada vez que nos acercamos. En este sitio he pasado, junto con mi pareja, hijas y perros, varias horas de la cuarentena, haciendo música y distrayéndolas porque desde la segunda semana se han querido matar por el hartazgo; también es un sitio que he frecuentado para visitar a mi padre que es un hombre mayor y fumador al que trato de contener porque es de esos viejos que se piensan inmortales y ha decidido no quedarse en casa aunque es población de riesgo, así que visitarlo es la mejor manera que he encontrado para que no busque recibir en su casa a vecinos con el único fin de tener algo qué hacer, vecinos a los que yo mismo escuché decir que el coronavirus no existe, así que no hay de otra, lo visito con cierta frecuencia y trato de cerciorarme que pase el mayor tiempo posible solo.
Pues estos ratos en la colonia Roma, en la cual crecí, me han permitido notar el mismo fenómeno que en mi colonia sureña, cada vez más grupos de personas marchan por las calles y avenidas haciendo esta música que suelo llamar recurso o herramienta, música que se hace no por sí misma sino con la única finalidad de conseguir dinero, música que hace el organillero fuera de las iglesias o en los semáforos, la música que hacen muchísimos guitarristas en los camiones o el metro, la que hacen otros sólo con su voz mientras caminan entre personas buscando unas monedad, esta música que, como ya expliqué anteriormente, está hecha para conseguir esas monedas que compran un kilo de frijoles y medio de tortillas, que permiten el acceso a un chile verde y en buenos días a un poco de huevo y a veces hasta leche. En plena pandemia he observado, desde mi cómodo lugar clasemediero, la proliferación de personas que buscan dinero ejecutando algunas piezas con poca pericia pero con la suficiente constancia como para hacer de esta búsqueda un medio de subsistencia; en plena cuarentena, cuando se ha sugerido que nos quedemos en casa, estos grupos de personas, adultos, jóvenes y niños, han salido a las calles y cada vez más lejos o a más barrios, a buscar algo, en todo caso sustento económico.
A pesar de lo que relato y supongo, yo no puedo pronunciarme del lado de la lástima o la pesadez social porque tampoco me atrevería a decir estas persona no han más bien encontrado una nueva forma de hacer dinero teniendo a otras personas cautivas en casa; si lo vemos desde otra perspectiva hay más gente detrás de esas puertas que la que habría en un

día laboral normal, a esa hora los niños están en casa y las familias cocinan y los homeofficers se disponen a su nueva y cómoda hora de comida. Habría que ser ciego para no ver que también esto amplía la cantidad de clientes cautivos para la obtención de algunos recursos.
Así nuevamente llegamos a pensar a México, complicado, misterioso, tan dividido en clases que unos a otros nos resultamos invisibles y, por lo tanto, hipotéticos unos para los otros, nos suponemos porque no nos conocemos, creemos en nuestras existencias mutuas pero no conocemos el fondo de las mismas, quizá por eso nos podemos tener lástima o recelo o envidia o rencor o hasta terror como se ha visto desde el ascenso de la antigua oposición al poder político del país. Somos desconocidos y sin embargo nos cruzamos una y otra vez en el sistema productivo que nos ha caído encima desde hace algunas décadas, un sistema que está falto de rostros y sobrado de especulaciones e intercambios invisibles, donde las montañas de jitomates no tienen historias ni empatía alguna, donde la etiqueta pegada en un plátano sólo nos dice su país de procedencia pero no nos habla de una sola persona, de un campesino y su familia, donde la moneda que se le da al mendigo no representa decenas de horas semanales que una persona pasa frente a una computadora, perdiéndose la crianza y el amor de sus hijos, sus historias y aventuras infantiles, donde la cartera que ha tomado el asaltante no le habla de la distancia que tiene un hombre consigo mismo, con su salud, con su familia porque requiere muchísimo tiempo y olvido obtener algunos pesos quincenales.
Un México y quizá una américa latina o quizá un mundo entero en el que las diferencias son una barrera para el conocimiento mutuo, para la empatía y para la comunidad, una planeta en el que los muros ideológicos han conseguido un aislamiento de clase que parece perpetuar una guerra ideológica entre personas que, en la mayoría de los casos sólo buscan el alimento de cada día, un mundo en el que la pobreza es invisible porque la hemos confundido con el dinero y la hemos ignorado en la crianza, en el espíritu y en la identidad, la propia, la de la comunidad y la de todos. Un mundo donde ni siquiera podemos pensar al músico callejero que pide dinero ni al obrero que desde su ventana le arroja unas monedas mientras resguarda su rostro con un cubrebocas y sus manos con unos mal utilizados guantes de látex.
Sin embargo, el gobierno de este país nos está dando una gran lección, científica y de consciencia social. En una entrevista reciente hecha por el canal de internet de un periódico bastante conocido, el ya muy famoso y reconocido subsecretario de salud hacía mención del proyecto de distanciamiento social y sus alcances: mucha, muchísima gente sigue en las calles, toman el metro, peseros, metrobús y cuanto transporte existe en la ciudad, por lo menos, también sacan sus puestos de quesadillas, tacos, tamales o lo que ofrezcan, otros muchos aún reparten comida o mensajería, algunos aún acuden a parques, conducen sus taxis o juegan futbol en colectivo y sin embargo, todo esto estaba previsto.
El gobierno de México tenía el conocimiento de un gran detalle para el momento de llegada de la pandemia al país: las diferencias sociales que describí hace un momento, sólo que ellos conocen esto a nivel nacional, cosa a la que yo no aspiro por el momento, ellos sabían que existía más de media población que no iba a poder quedarse en casa salvo en momentos muy específicos, quizá reducir la movilidad pero en raros casos podrían mantener dos meses de cuarentena, era sabido y las previsiones estaban tomadas para ello. El proyecto de sana distancia no pretendió, desde el inicio, retener a cada persona en sus hogares, más bien se

enfocó en la reducción de la movilidad en el país entero, colocó a los niños en casa, a la gente de oficinas en un estado productivo a distancia, a muchos asalariados en una especie de vacación pagada, a los ancianos en resguardo domiciliario fuerte y muy conveniente y a la mayoría de las personas que podían desaparecer de las calles las ha retenido en sus domicilios; las medidas de sana distancia consiguieron frenar la movilidad de un país que corre cada día en un amplísimo margen porcentual y entonces el espacio para los que no pueden parar se vio ampliado y forzado a la distancia.
Por otro lado el gobierno federal y algunos gobiernos locales, han apostado por créditos, préstamos y soportes a las personas que han dejado de producir para sí mismas y sus familias, en algunos casos diez mil pesos, en otros quinientos, cantidades que, según veo, a muchas personas les resultan suficientes para encarar el inicio de esta crisis de salud y quizá su periodo de ocurrencia; pero también se han hecho proyectos para poyar a otros, a los que tienen empresas más grandes, también a ellos se les han generado programas de crédito y apoyo que les permitirán ir haciendo frente a la crisis. En México hemos encontrado una apuesta social de mucha responsabilidad y con una consciencia amplia sobre nuestra situación nacional que parece abrir dos puertas, la primera con respecto al tiempo y los efectos de la pandemia, la segunda, la más difícil, me parece, enfocada a sacar a la luz la diferencia social que tan lastimado tiene al país. Si esta última ha tenido éxito o no, no me atrevería a decirlo ahora, pero como apuesta creo que es una lección fundamental de la que podríamos aprender todos y de ello quiero hablar a continuación.
Como ya se habrá notado, soy de los pocos mexicanos que ha tenido la fortuna de vivir en un mundo caracterizado por ciertas comodidades, tengo un lugar en el cuál vivir, con un baño y agua caliente todos los días, compro comida regularmente en el supermercado, pude ir a la escuela y tener educación universitaria y continuar estudios profesionales especializados en otro país entre otras muchas facilidades. Esto último me ha llevado a conocer muchas personas de diferentes lugares del planeta y a hacer amistades muy sólidas y duraderas con gente de muchos lugares, de tal manera que eso ha facilitado cierta continuidad en mi andar por el mundo y ampliar así mi trabajo teórico social y mis experiencias personales; soy afortunado y creo que, de alguna manera, aprovechado en el sentido de haber conocido y pensado las formas y las distancias de vida que existen en muchos lugares y muchos sistemas sociales; lo maravilloso es que después de un tiempo dos cosas siempre se revelan: primeramente, las diferencias sociales en el globo son marcadísimas y la invisibilidad entre unos y otros es una constante en cada lugar en el que me he parado, pero no sólo entre ricos, pobres y clase media sino entre países incluso dentro del mismo continente, vecinos muchas veces, la invisibilidad, el desconocimiento de unos por los otros es algo presente en cada momento y región, de manera que he llegado a pensar que es parte esencial del ser humano, localizable incluso como huellas históricas por todo el desarrollo de la humanidad. La segunda revelación es el hecho de que, a pesar de las diferencias, todos somos humanos y en lo privado de la convivencia, en lo íntimo del reconocimiento, ahí donde la amistad y los lazos fraternos ocurren más allá de las diferencias, las fronteras o las posiciones económicas, el estar en el mundo y las inquietudes que esto suscita, son iguales para todos; los miedos, las dudas, los apetitos profundos, la necesidad gregaria, el reconocimiento y esos sentimientos que sólo se notan cuando se mira con atención, están siempre y en casi cada persona del planeta y donde no, es porque un daño muy fuerte se ha hecho al alma de quien parece incapaz de humanidad.

Pero si lo colectivo es invisible y lo particular es muy similar debe ser por algo, no es lógicamente posible que países enteros se aplasten entre sí y sin embargo sus ciudadanos se abracen y se liguen tan profundamente a pesar de la hostilidad de las naciones; resulta muy extraño que un país bombardee a otro o saquee a varios más y que sus ciudadanos, en cambio, se apoyen con comida, medicamentos, manifestaciones u oposiciones a la destrucción de unos en manos de los otros, es fascinante porque entonces pareciera que las naciones se contraponen a los hombres y que estos últimos no son quienes dirigen a los grupos sino los prisioneros de los mismos, lo que me lleva al par de historias que quisiera relatar.
Quizá mi mejor amiga en el mundo es una chica francesa que conocí en una corta estancia de investigación que hice en París, en aquel tiempo nos acercamos para hacer un intercambio de idioma y de ahí comenzamos una amistad que se solidificó con los años y las visitas que ambos nos hicimos posteriormente a nuestros respectivos países. Ella, que también es una de las personas más inteligentes que conozco, habló conmigo al mes de la cuarentena y me relató sus sentimientos con respecto a todo esto.
Antes de contar lo que ella me dijo, creo que es importante ubicar lo que aconteció en Europa en general, básicamente los sistemas de salud colapsaron de una manera terrible, llegado el momento, mis amigos en varios países europeos me contaron más o menos lo mismo, los hospitales están teniendo que elegir entre dos pacientes contagiados porque no se puede atender a ambos, se elige a aquellos que tienen más posibilidades de vivir por sobre los que parecen menos capaces de hacerlo. El anuncio es terrible, amenaza espantosamente a un país como el nuestro en el que los sistemas de salud tienen algo peor que mala fama y de los que casi siempre estamos seguros que son incapaces de responder ante enfermedades individuales y mucho menos ante una crisis sanitaria como la que se presenta ahora en el planeta. Los sistemas europeos han colapsado y los ciudadanos de esa región se han topado con esta monstruosidad para la que no estaban preparados.
Mi amiga me señalaba algo, ellos siempre estuvieron orgullosos o por lo menos confiados en sus sistemas de salud, los gobiernos, más allá de su inclinación teórica política, siempre habían mantenido la inversión en hospitales e investigación médica, la idea de una comunidad europea y el libre tránsito de los ciudadanos del continente, les permitía vincularse con hospitales especializados en casi cualquier país de la comunidad, esto parecía ser el beneficio más grande de la unión continental, sin embargo, llegada la pandemia los hospitales fueron incapaces de responder a los ciudadanos, la gente que pagó sus impuestos y confió en el estado para protegerse en una situación de este tipo, fue rechazada por falta de espacio, por incapacidad hospitalaria, los hospitales no se prepararon para una pandemia, no crecieron al tamaño de la demanda poblacional y colapsaron en un par de semanas. “El gobierno –lamenta mi amiga- nunca se preparó para nosotros, estaban más preparados para crisis económicas que para resguardar la vida de los ciudadanos”, “me siento como un hijo que tiene que hacer duelo por sus padres que han mostrado incapacidad para protegerlo y cuidar de él” –concluye con una tristeza que me entristece también.
Una amiga española que vivió varios años en Chiapas y que incluso tiene una pequeñita nacida aquí en México me dice con coraje algo similar –“si nosotros que tenemos un sistema de salud preparado y con altas capacidades estamos colapsados, no quiero pensar en lo que va a pasar

con ustedes que no están preparados para nada y que no tienen un gobierno responsable”. Para ella la decepción de su sistema de hospitalario parece más difícil, puede notar la situación pero le cuesta trabajo reconocer que no son la cumbre médica del mundo y mucho menos gubernamental. Aún recuerdo cuando la crisis de Grecia y de la comunidad como consecuencia, ella misma decía que si teníamos pensamientos positivos las cosas se arreglarían sin problema mayor, mientras una chica rumana auguraba dificultades mayores para ella como inmigrante en París. En fin, lo mismo podría decir de mis amigos italianos que de inicio pensaban que sería una cosa que sólo afectaría a viejos y que después vieron a su sistema colapsar a pesar de que sólo los adultos mayores se verían complicados por el virus. El fenómeno los tomó por sorpresa pero, aunque verdaderamente sólo atacó a una población, por cierto muy grande en Europa, lo más sorprendente fue la revelación gubernamental, eso es para lo que el viejo continente no estaba listo y ocurrió.
De este lado las cosas de pronto parecen diferentes, existen casos como el de Ecuador del que tristemente nos llegan noticias terribles con imágenes devastadoras, pero también está Argentina que recientemente confió en un cambio político y que pareciera estar dispuesta, como país, a frenar la pandemia con prevención, planificación y confianza en sus ciudadanos. Mi gran amigo filósofo político en aquel país, me ha hablado con orgullo de los proyectos de reconversión hospitalaria que están ejecutando y la pretensión de aplanar la curva de contagios lo más posible y responder hospitalariamente a todos los que lo necesiten.
En México pasa exactamente lo mismo, el gobierno dejó las acciones en manos de la secretaría de salud, en manos de la institución correspondiente y ellos decidieron hacer un plan que contemplaba nada más que la voluntad y el compromiso solidario de los mexicanos, nuestro sistema gubernamental, así como el argentino, decidió apelar al compromiso de los mexicanos y responder con prevención y con un fuerte sistema hospitalario solidario, Marina, Ejército, hospitales privados, IMSS, ISSSTE e Insabi, así como las secretarías estatales de salud, han colaborado bajo una coordinación federal para responder a la pandemia y han decidido confiar en que el resto de la población, los mexicanos, podremos a responder con confianza y responsabilidad a la gran solicitud a la que debemos hacer frente y aparentemente está funcionando.
Si relato esto es porque he notado una diferencia entre lo acontecido en un lado del mundo y otro, mi amiga francesa me decía estar decepcionada del trato que el gobierno había tenido para ellos durante muchos años, finalmente resultaron lo menos importante, lo menos prioritario para el resguardo gubernamental; el sentimiento que les ha ocupado cuando se enfrentan a un atentado terrorista y el gobierno es incapaz de prevenirlo o evitarlo, es ahora más fuerte porque el terror no surgió de grupos clandestinos radicales y no se resolverá con un bombardeo, fue la naturaleza aunada a un sistema político que se ha preparado para resistir crisis económicas fuertes mucho más que para responder a una pandemia que ni siquiera es tan mortífera como podría llegar a serlo alguna otra. El abandono gubernamental y la domesticación de los ciudadanos, tratados estos con ignorancia conveniente, han salido a la luz de la manera más triste y dolorosa para aquellos orgullosos de sus sistemas políticos, aquí la pena viene de más allá de la muerte, proviene de esa realidad que pasaba invisible cada día, cada periodo electoral y cada decisión política que aparentemente se tomaba en provecho de todos. Del otro lado, nosotros, los acostumbrados a desconfiar del sistema gubernamental, los

que nunca creeremos en los sistemas hospitalarios nacionales, los que añoramos los seguros de gastos médicos mayores, nosotros, los que no tenemos esperanza ante algo así, recibimos dos noticias críticas, la pandemia estará entre nosotros y será grave, muy grave por nuestras condiciones generales de salud y dependerá de todos, de absolutamente todos nosotros, mitigar sus efectos poblacionales. A nosotros los abandonados, los incrédulos, se nos ha pedido pensar como adultos, ser responsables y comprometernos con un sistema de salud colapsado de décadas, apoyar a que éste pueda hacer frente a las necesidades comunitarias y jalar parejo con el gobierno que también ha prometido responder económicamente a los efectos de la pandemia y nos han hecho promesa simple, enfrentaremos esto juntos, con compromiso y sin corrupción, si todos hacemos lo propio, saldremos adelante.
Y a los días siguientes la gente dejó de estar en las calles, no toda, pero más de la mitad, lo que estaba previsto, los apoyos llegaron pronto del gobierno federal, los ancianos recibieron un adelanto de su pensión universal y se implementaron créditos y apoyos a diversas poblaciones, mismos que ahora se extienden a medianas empresas. También se resistió la crisis petrolera, aunque al peso le vinieron duras semanas, entonces los mexicanos comenzamos a apoyarnos unos a otros, algunos dando dinero a las personas que pasan tocando sus instrumentos por las calles de cualquier colonia, otros comprando y obsequiando despensas, lo hemos hecho en sismos, en huracanes, compartimos la comida, pero ahora también el internet y las computadoras, muchos de los que tienen estos recursos los están prestando a los niños que deben seguir aprendiendo y donde no hay recursos la Secretaria de Educación intenta hacer llegar los materiales, no perderemos el año ni la economía, pero también es cosa de todos y fascinantemente todos o casi todos estamos colaborando.
La tristeza y desazón de los amigos europeos contrasta con la entrega solidaria que yo veo en gran parte de mi pueblo, hace poco más de un año salimos con alegría a llenar las urnas en una elección en que queríamos confiar y de la que deseábamos obtener resultados. Lo bombardeos mediáticos no han faltado, la descalificación, el afán por hacernos arrepentir de una decisión política pensada y responsable ha sido el empeño más constante de un sector resentido con el pueblo y amante de las diferencias, los ataques a cada decisión de gobierno ocurren como tormenta otoñal y sin embargo la gente escucha las conferencias y acepta, se aprieta el cinturón porque confía en que lo hacemos todos, cree que saldremos de ésta porque mira cada noche el resultado de los esfuerzos, porque se nos ha pedido colaborar y muchísimos lo estamos haciendo, aguantamos el hambre sin tristeza y más que nada, con confianza. La diferencia que tenemos con los amigos europeos es que nosotros somos activos y voluntarios en esta pandemia y eso nos hace responsables y nos hace precisamente autogobernados, representados por un estado al que estamos confiando nuestra salud y vida y ahora sí podemos ver la diferencia.
Lo que la pandemia ha resultado para los mexicanos es la revelación de una gran cuestión, nosotros nunca habíamos perdido la solidaridad, estaba ahí junto con nuestra responsabilidad y compromiso, estaba ahí a pesar del abandono y la explotación abusiva de décadas sobre casi todos nosotros, estaba ahí a pesar de las injusticias y los crímenes cometidos contra todos como pueblo, estaba ahí a pesar de nuestros niños y mujeres desaparecidos y abusados, a pesar de nuestros hombres asesinados o convertidos a esquemas de vida criminales, estaba ahí a pesar de los medios de comunicación que nos vendían la necesidad de vivir pobres, en la

pobreza y con mentalidad de pobres, estaba ahí a pesar de todos los fraudes políticos cometidos cada periodo electoral, estaba ahí a pesar del odio y las diferencias sociales, estaba ahí a pesar del hambre y la pérdida del poder adquisitivo, la solidaridad de los mexicanos estaba ahí al mismo tiempo que nuestra capacidad para vivir comunitariamente, ahí donde seguíamos enseñando a nuestros hijos que donde come uno comen dos o tres o cuatro y hasta el perro que se arrime, ahí donde nos saludábamos de abrazo y lamentamos tener que dejar de hacerlo, la solidaridad de nuestro pueblo estaba ahí donde estamos los mexicanos, más allá de nuestros estados, colores, equipos o religiones, estaba ahí donde levantamos un país derrumbado por un sismo, a pesar de los desvíos económicos de gobiernos espurios e irresponsables, estaba ahí donde nos esmeramos en aprender a dejar de ser machos y respetar a nuestras mujeres –nuestras no como posesión sino como identidad, esa solidaridad ha estado ahí donde levantamos un movimiento presidencial que añoraba su oportunidad desde finales de los años ochenta cuando México decidía que se podía gobernar a sí mismo y prosperar por sus propios medios, esa solidaridad que hoy me enorgullece estuvo ahí cuando nos hemos colocado como un muro no para defender al presidente sino para sostener una decisión política, sí, porque los mexicanos somos solidarios pero también somos políticos y lo asumimos y lo aceptamos, desde la elección popular en la que nos responsabilizamos, hasta los reclamos estudiantiles que siempre hacemos contra una directiva o un docente, por eso la representación de los opositores no políticos sino ideológicos es tan pequeña y tan impotente en las cámaras, porque la mayoría de los mexicanos somos solidarios y fraternos y esa es nuestra cara política, nosotros vamos por todos y no por unos, por más que nos lo hayan querido hacer creer, la pandemia nos recordó que somos TODOS y no sólo algunos, no sólo esos que son privilegiados económicamente y que han usurpado la identidad de un pueblo que ni los quiere ni los necesita ni se identifica con ellos y que mucho menos los añora como quisieron hacernos sentir desde sus telenovelas e historias dominantes. México no es un pueblo de pobres y ricos, es un pueblo de hermanos y por eso nosotros no salimos a aplaudir cada noche o no lo hacíamos hasta hace unos días que alguien se le ocurrió proponerlo en una conferencia nocturna, nosotros no aplaudimos porque estamos atentos a no descuidar a nuestros ancianos, a nuestros padres, hijos, vecinos y amigos, porque no somos pasivos en este combate a la pandemia, en esta acción de respeto y supervivencia; es cierto, hay algunas personas que atentan contra nuestros médicos y enfermeros, evidentemente gente ignorante e incapaz de comprender lo que hacemos en colectivo, personas que viven la inmediatez de los acontecimientos, de las ideas y de los temores, claro que los hay, desde aquel vecino transgresivo que todos conocemos, hasta el conductor de un programa de noticias, los hay y debemos asumirlos, pero también debemos observar con orgullo que se notan por escandalosos, no por ser representativos de nada ni de nadie, los vemos porque irrumpen y porque no caben, porque no son pertenecientes a esta realidad fraterna en la que nos movemos los mexicanos de siempre, se notan porque son ruidosos su egoísmo y su ignorancia, pero no son mayoría, ni muchos, mucho menos todos; nosotros tenemos el otro costado, la enfermera conocida que nos ha regalado cubrebocas, el médico amigo al que le podemos hacer consultas telefónicas y que nos disminuye el miedo con unas palabras que nos suenan a autoridad, a experiencia, el ciudadano profesional de la salud que a pesar de su edad se lanza a apoyar en el trabajo hospitalario y al que le toca un lugar atendiendo a otros mexicanos, nosotros tenemos a los dueños de hospitales que han dejado espacios para atender la pandemia a nivel general y no sólo privado y tenemos a los empresarios que decidieron apoyar

a cada uno de sus empleados con todos los recursos posibles y a los pequeños negociantes que han tratado de sostener a todos los que viven de su pequeño negocio. Sí, hay algunos ruidosos que hacen ruido porque no pertenecen, porque no son de aquí, pero hacer ruido no es hacer mella y el movimiento solidario sigue.
Nosotros, los mexicanos no estamos en los balcones aplaudiendo, estamos en las casas apoyando un proyecto y confiando en todos, algunos enojados por los que no atienden a las recomendaciones a los propósitos comunitarios, pero aun así en casa y con cuidado, algunos más con miedo que con responsabilidad pero sintiendo cada vez más confianza porque cada día nos informamos, sí, nos informamos porque ya no nos informan y seguimos adelante, un día a la vez, en un abrazo universal que será ejemplar para el mundo. México más que una nación es un pueblo y un pueblo se caracteriza por la fraternidad más que por la gubernamentalidad, acá jalamos juntos y parejos, acá no nos rajamos cuando le entramos y acá nos abrazamos todos, desde el “mandatario supremo”, hasta los músicos que esta tarde aparecieron para sonar en mi mente la música de la reflexión.