Temática

Remedios para la soledad

La cura

Participante

Luis Edgar Cueto Arce

Primer Lugar

Esa mañana de viernes había iniciado como cualquier otra para Mandy, excepto que al despertar, no escuchaba a Luis cantar en la regadera, como todas las mañanas, lo cual la preocupó un poco, y más cuando, al terminar de vestirse con prisa, se dirigió rápidamente a la cocina, y tomó del refrigerador una bebida energética que solía beber cada que no alcanzaba a comer nada por las mañanas. Ese día todo era diferente después de todo.

Mandy se percató de la maleta que había acercado Luis a la puerta del departamento, pensó que tal vez solo se iría de viaje por trabajo, aunque cuando lo hacía, siempre le avisaba a alguien más, así ella no se quedaba sola. Pero ese día fue como si Luis no tuviera cabeza para otra cosa.
Antes de cerrar la puerta y salir del departamento, sonó su celular, y Mandy escuchó de cerca la conversación de Luis. -Ya voy para allá, estaba terminando de arreglar unas cosas. No tardo en llegar, solo dame un minuto para marcarle a alguien que se venga a cuidar a Mandy.- Y así fue como Mandy elevó su grado de preocupación de “igual no es nada” a “ya valió”.

Cualquier otro día, Luis se hubiera dado cuenta de su presencia en un santiamén, pero ese día era diferente, ese día Luis iba tan a prisa como podía, por lo que Mandy pudo escabullirse en el auto sin que él se diera cuenta.

Rápidamente llegaron a Cabo Cañaveral, el lugar donde trabajaba Luis, quien salió lo más a prisa que pudo de su auto.
Afortunadamente, Mandy alcanzó a salir del auto antes de que Luis lo cerrara, pero igual sabía que si bien pudo escabullirsele a Luis, no podría pasar los filtros de seguirdad tan facilmente. Pero después de hacer un recorrido sutil y escanear el área, logró atravezar la plataforma de lanzamiento, hasta donde se encontraba un enorme cohete espacial.

Ya había escuchado a Luis hablar sobre grandes cohetes, y viajes al espacio, pero siempre decía que “viajar al espacio no es cosa de cualquier día”.
Mandy tenía que estar segura, así que se escabullió nuevamente, pero esta vez, dentro de una nave espacial. Pasó de la emoción al miedo en 0.5 segundos. No había manera de que ella fuera al espacio, así que intentó salir de ahí más rápido de lo que había entrado, pero era demasiado tarde, las compuertas se habían cerrado, y podía escuchar, por una voz que parecía provenir de un radio, un conteo en reversa de diez segundos, que Mandy sintió como diez horas, después de todo, ¿qué rayos podría hacer un conejo dentro de una nave espacial rumbo a marte?

No es ningún secreto que los animales pueden hablar, que los humanos no puedan entenderlos, es otra cosa, aunque de haber podido comunicarse con Luis, Mandy le hubiera implorado que la bajara de ahí, o que le dijera como evitar estar flotando por toda la nave, como loca. Hasta que por fin, después de varias horas, Mandy logró dominar el arte de la gravedad en esa nave. Aunque lo más difícil no fue eso, lo más difícil fue pasar desapercibida por toda la tripulación.

Ya pasadas las veinte horas de viaje, Mandy comenzaba a pensar que el camino iba a ser un poco más largo de lo que se había imaginado, y un par de horas después fue que sucedió, escuchó una voz en el aparato interlocutor de la nave espacial, que era como un radio, pero mucho más avanzado. El resto de la tripulación solo escuchó estática, pero Mandy claramente escuchó una voz preguntar -¿hay alguien ahí?-.
Por irónico que parezca, aunque los humanos no puedan entender a los animales, los animales si pueden entenderlos a ellos, pero esa voz que se escuchaba por la radio, no era de ningún humano.

-¿Hola?- Preguntó Mandy, quien había logrado llegar hasta el sofisticado aparato.

-Mi nombre es Rex, ¿quién eres tú?- continúo diciendo la voz misteriosa. Mandy le contó la trágica historia de su incursión a Cabo Cañaveral, y cuando estaba a punto de decirle lo preocupada que estaba por no saber si podría encontrar lechuga en la nave, Rex la interrumpió y comenzó a contarle la aún más trágica historia de lo que estaba ocurriéndole a los humanos en la tierra.

Le contó que un virus había infectado a todo el mundo, que los humanos habían desaparecido. -Eso es imposible- le contestó Mandy, pues ella claramente había visto seres humanos en la estación espacial, antes de abordar la nave, sin contar que su dueño y otras 5 personas estaban a bordo de la nave donde viajaba.

No era que hubieran muerto todos, simplemente desparecieron, dejaron de salir a las calles, vaciaron las playas y descuidaron la seguridad de sus bosques y parques, pero a raíz de esto, una nueva comunidad había emergido.

Rex hacía 4 meses era solo un perro chihuahua, una mascota, no más. Mandy al ser una de esas mascotas que no requieren paseos por la calle, no se había percatado de la desolación que poco a poco fue consumiendo las calles de su natal Florida. Rex vivía con una familia adinerada, en Tijuana. La ventaja de todo esto, es que los animales no se expresan en idiomas diferentes, aunque unos gruñan y otros ladren, la realidad era que todos nacían con la capacidad universal de poderse comunicar entre sí, y sus diferentes sonidos, eran más para alertar a otros de su misma especie, o para aparearse.

El chihuahua, continuó contándole a Mandy todo lo sucedido, la historia de como los animales volvieron a salir a las calles, a los parques y selvas, sin tener miedo, por primera vez en miles de años.

Fue como si los humanos le hubieran quitado los barrotes al zoológico, y se los hubieran puesto a si mismos.

Los dos pasaron un par de horas platicando, Rex le contó que ahora el vivía en una pequeña comunidad con otros perros y un zorro que se creía perro, cerca del gran río que dividía sus dos países. Le contó que el verde ahora era más verde, que se escuchaban rumores en la calle de grandes animales llegando a visitar por la costa, ballenas, les decían.

Fue entonces que el capitán de la tripulación se acercó a donde estaba Mandy, y lo que vio fue un conejo de color café con manchas blancas, flotando en la cabina, cerca del radio de onda larga, que utilizaban para comunicarse de vuelta con el planeta tierra, en caso de que algo saliera mal con su principal sistema de comunicación.

Cuando Luis vio a Mandy, no podía creerlo. -¿Cómo fue que un conejo dio a parar a un transbordador espacial de la NASA?-
El resto del viaje duró poco más de dos días, y en todo ese tiempo, Mandy tuvo que donde Luis dormía, amarrado a unos arneses, para evitar que su cuerpo estuviera flotando todo el rato, y a ella tuvieron que asegurarla como pudieron, improvisando algo muy parecido a un chaleco con unos trozos de velcro y tela que había en un botiquín.

El resto del viaje, Mandy no pudo volver a comunicarse con Rex, y cuando alguien de la tripulación entró a hablar con su dueño, alcanzó a escuchar, como le decía que estaban a punto de aterrizar, y fue cuando Mandy escuchó también que no viajaban a marte, estaban llegando a la luna.

Después de un aterrizaje afortunado, y de varias horas en las que la tripulación entraba y salía de la nave, Mandy logró zafarse de su improvisado sostén, y se lanzó al aparato que había utilizado para hablar con Rex, aprovechando que todos tenían su atención en otro lado.

Estuvo intentando recibir respuesta de alguien alrededor de una hora, pero no obtuvo nada; y cuando iba de regreso a su confinamiento envuelta en velcro y tela, se topó con Luis en el camino. Él la tomo y acercó a la coneja a una pequeña y gruesa ventana de la nave, por la que se podía alcanzar a apreciar el planeta tierra, tan pequeño como nosotros logramos percibir a la luna cuando es de noche. Le contó que la NASA los había llamado en una misión de emergencia, porque eran la última línea de defensa contra el anarquismo a nivel global. Una enfermedad muy contagiosa había azotado al planeta tierra, y en menos de seis meses, más de la mitad del planeta se había contagiado, y mientras científicos de todo el mundo creaban alianzas para trabajar lo más pronto posible en una cura y vacuna, los gobiernos de diferentes naciones comenzaban a culparse entre si.

Los mandatarios de todo América del Norte habían tomado la decisión de realizar esa expedición emergente, como resultado de avances importantes, que se habían logrado al examinar un nuevo elemento que habían encontrado en restos de roca lunar de la expedición que realizó Armstrong a finales de los 60’s. Su misión era simple, ir a la luna y regresar con suficientes muestras para analizar y crear lo más pronto posible una cura con este nuevo elemento; lo que también comprobaría una teoría que tuvo un científico chileno; que el virus no había sido creado por ningún gobierno, si no que venía de otro planeta, posiblemente debido a algún fragmento de asteroide que hubiese caído a la tierra en algún punto. Solo llevando pedacitos de luna a la tierra podrían salvar a todos de la enfermedad y la tensión internacional que generaba el mal pensar de otros países. Mandy ahora era parte de una misión para salvar al mundo.

Mientras Luis hablaba, Mandy contemplaba al planeta tierra, como si este fuera solo un astro más en el gran abismo al que llamamos espacio. Y es que voltear a ver su planeta

natal desde la luna, hacía que para Mandy todo fueran pequeñeces, figurativa y literalmente; Mandy se daba cuenta de lo pequeños que éramos dentro de un universo tan basto, pero a su vez, cada uno de los millones de habitantes de la tierra son una historia distinta.

Pasaron una semana en la luna, recolectando muestras, y en esos días Mandy platicaba de vez en cuando con Rex por la radio, él le contaba cómo era de hermosa la vida sin vivir en cautiverio, ni con humanos en las calles. Ella se encontraba en un dilema, pues si regresaba a casa con esos pedacitos de roca lunar, encontrarían una cura, y los humanos retomarían su vida cotidiana. Ahora era Mandy, la coneja café con manchas blancas, la que tenía en sus patas el poder de morder algunos cables en la nave, y atrofiar un regreso seguro a casa, salvando así a todos los animales en el mundo, o simplemente no hacer nada y dejar que los humanos se salvaran, condenando nuevamente a los animales a vivir en cautiverio y a ser convertidos en hamburguesas para parrilladas post-apocalípticas. Mandy no era parte de la tripulación que salvaría el mundo, Mandy era quien decidiría que parte de ese mundo se salvaría; los humanos, o los animales.

Tuvo el tiempo suficiente para pensar en diferentes posibles escenarios, pero siempre terminaba insatisfecha, pues así como quería preservar la paz y calma que vivían los animales en todo el mundo, no quería ser responsable de que los humanos se extinguieran, y menos porque su mejor y único amigo en el mundo, era humano.

Llegó la hora cero, y Mandy tenía que decidir. No fue fácil, pero al final, comenzó a morder poco a poco la consola, hasta que por fin pudo hacer un pequeño agujero y comenzar a morder un fragmento del complejo encablado que recorría la misma consola, y aún que no sabía que pasaría exactamente si mordía alguno de esos cables, sabía que la más mínima falla los obligaría a retrasar su despegue, probablemente de forma indefinida. No estaba segura de si lo que había hecho frustraría el regreso a casa, hasta que el capitán de la tripulación le dijo a los demás que tenían graves problemas. Todo pasó muy rápido, bastó con que intentaran poner en marcha el sistema de la nave, para saber que había algo que estaba fallando. Fue entonces que era un hecho. No regresarían a la tierra.

Lo primero que hizo el capitán, después de tranquilizar a su gente, fue contactarse con la NASA, y después de casi dos horas de comunicación, habían llegado a la conclusión de que el problema que tenían era serio, y no contaban con el equipo para arreglarlo allá arriba; mandar una segunda nave más pequeña a repararla, tomaría más tiempo del que podían permanecer vivos en la luna.

El primer día fue el peor, todos estaban al borde de colapsar, todos menos Luis. Él siempre fue quien mantuvo vivo el optimismo en la tripulación.
Para el tercer día, la labor optimista de Luis había rendido frutos, la tripulación sabía que iban a pasar el resto de sus días en esa nave espacial, pero de alguna manera ya habían encontrado paz en ello. Por el contrario, ahora era él quien estaba a punto de romperse, como si hubiese drenado toda su energía en los demás, y se hubiera quedado seco. Nadie más se dio cuenta, solo Mandy.

Pensó que se había equivocado y ahora quería enmendarlo todo; no solo por haber visto a su humano llorar en la luna, pero porque vio a través de esa tristeza, algo parecido a la esperanza. Pudo ver a través de Luis, que el ser humano no es siempre malo, y que quizá un simple acto de amor podía salvar al planeta tierra, tanto humanos como animales. Así que salió corriendo, tan rápido como la falta de gravedad se lo permitía, mientras Luis, sorprendido de la habilidad que había adquirido su coneja para moverse en la nave, iba a toda prisa por ella.

Cuando Mandy llegó a la cabina, se apresuró a introducirse por el pequeño agujero que había hecho, y se quedó pasmada frente el montón de cables que tenía frente a ella, pero aún así, logró dar rápidamente con el cable que había mordisqueado días antes. Sabía lo que tenía que hacer, y sabía lo que iba a pasar.

Sus enormes dientes eran resistentes a la corriente que pasaba por los cables, por lo cual pensó en usar el arma para arreglar la herida, y sostener ambos extremos del cable para poner en funcionamiento la nave. Sabía que al hacer esto, sus dientes resistirían sin problema el regreso a casa, pero muy seguramente no sería así con el resto de su peludo cuerpo.

Luis trató de sacarla de ahí, cuando escuchó un sonido que creyó que no iba a volver a escuchar, era un pitido glorioso que avisaba a la tripulación que el sistema estaba de vuelta en línea y listo para el despegue. Luis quiso sacar a Mandy de la consola, pero se detuvo al darse cuenta de lo que había pasado. Lo que sea que hubiera hecho ahí dentro, había funcionado, y los estaba llevando de vuelta a casa. Su mascota, su amiga, se había convertido en la heroína de aquel viaje que regresaría a la tierra con nueva vida para todos.

Tomó algunas semanas concretar una vacuna, pero las personas aguantaron, los países se contuvieron, y la sociedad recobró la fuerza para esperar un poco más, sabiendo que al final del túnel si había luz.

Claro que el sacrificio de Mandy no pasó desapercibido, y fue Luis, con el apoyo de su tripulación, quienes dieron a conocer al mundo la historia de quien había dado la vida por salvar el futuro de la humanidad. Fue así como el legado de esa conejita color café, fue el de crear consciencia y empatía hacía los animales que ahora deambulaban por las calles y parques.

Se trabajó en un complejo, pero eficiente plan de reubicación, en el que los animales fueron llevados, de manera pacífica, a sus nuevas hábitats, muchas de ellas protegidas para restringir el acceso a personas que no pertenecieran al personal de mantenimiento, y otras de ellas, de libre acceso, para fomentar la convivencia de humanos y animales.

Mandy no creyó que fuera a ser posible tomar una decisión que salvara a todos en la tierra, pero al final, fue la muerte la que volvió a dar significado a la vida, no solo la suya, pero la de miles de personas que fallecieron en el camino.

Muchos dicen que la epidemia fue un castigo divino, y otros lo ven como una corrección que el planeta hizo, para volver a encontrar equilibrio. Lo importante era que ya no buscaban culpables, ya no había sed de venganza, si no hambre de esperanza.

Una nueva era había comenzado en la tierra, y ahora dependía de todos el mantener la calma que reinaba después de la tormenta, pues podrán venir nuevas epidemias, desastres, o cualquier otra catástrofe, pero al final, el verdadero enemigo seríamos nosotros mismos, así como también nuestro mejor aliado. Y aunque hoy, cientos de años más tarde, los libros de historia siguen hablando de como un conejo salvo al mundo.

Recordamos aquel día, como el día en que la humanidad descubrió la vacuna contra todo mal en el mundo: el amor.