Cuando comenzó toda esta pandemia, trabajaba en una tienda de deportes. El gobierno lanzo la alerta para que la gente se quedara en sus casas.
Llegaba a mi casa y me dedicaba a escuchar las noticias: En España e Italia, por su población mayoritariamente vieja o como dicen aquí, adultos mayores, es la que más fallecimientos tiene. Y yo tengo 65 años con hipertensión y sobrepeso:
—¡Ya bailo Berta! — La paranoia ceñía su guadaña. Recuerdo que venía en el metro tratando de no tocar el tubo, estar lo más separado de la gente, Susana distancia como decía el comercial.
Sin previo aviso alguien estornudo: Enseguida una ola de miedo se desplazó por todo el vagón, las caras de angustia se reflejaron en los rostros, como si fuera película de terror y todos queríamos escapar de ese monstruo que nadie podía ubicar.
Buscaba angustiadamente al culpable, para determinar su condición y un frio intenso recorría mi cuerpo:
—¡Uta madre! Ya me morí, soy de los más viejos — Pensé, cuando buscaba al culpable
—¡ja, ja, ja! — Se reían un grupito de chavos, de secundaria, que observaban nuestras caras. Los muy canijos se venían divirtiendo a costa de los demás.
—¡Pinches escuincles camiones! ¡A ver si van a espantar a su tiznada madre! — Les grite en medio de mi angustia
—¡Tranquilo! ¡Mi ruco! Nos estamos divirtiendo — en seguida se encaminaron retadoramente hacia mí, en un conato de provocación. De inmediato las personas comenzaron a reclamarles, con gritos e insultos.
Al llegar a la estación, estaban esperándolos los guardias de seguridad, que se los llevaron en medio de aplausos y chiflidos a los pubertos.
Llegue a mi trabajo nervioso, envuelto en una espesa ansiedad. Me recibieron con la noticia de que los mayores de 65 años, pasarían la cuarentena en su casa. Pero en ese momento, la fantasía seducía a la razón, y pensé:
—¡Diablos! Mayores de 65 y yo tengo exactamente 65 — Afortunadamente antes de comenzarme a mortificar, el gerente me indicó que me fuera a mi casa.
Llegando a la esquina de mi casa, observe que se aproximaba: Socorro una señora viuda que, para su edad, para mi deleite y para mis ojos, luce bastante sexi.
Después que enviudé, comenzó a frecuentarme. Me gustaba bastante, inclusive tuvimos nuestro primer “Free” como dicen los chavos. Pero esa actitud hipocondriaca: No me gustaba, la más insignificante tos, estornudo, inmediatamente sentía los efectos de la enfermedad: llego el momento que yo también comenzaba sentirme enfermo.
—¡Hola Gustavo! ¿Cómo estás? —
—¡Hola Socorro! —
—No me digas Socorro, se oye muy seco, tú me puedes decir “Coco” —
—¿Vas para tu casa? —
—¿Te puedo acompañar? —
—¡No! “Coco” tengo prisa solamente regrese por unos documentos y me regreso a la oficina —
—¡bueno, te busco en la noche! —
—¡No! “Coco” voy a trabajar toda la noche con eso de la contingencia, hay mucha chamba —
—Yo te marco, ¡Adiós! — Saliendo presuroso sin darle chance a que se despidiera Ya en mi casa me sentí a salvo, de la pandemia y de Coco.
Al día siguiente, no sé porque, pero siempre que toca descanso te despiertas muy temprano y sin sueño, pero cuando es día laboral, te despiertas tarde y con sueño. Por aquello del no te entumas me puse a limpiar todo el departamento: La puerta la limpié con jabón, agua y cloro, también el timbre que es lo que más toca la gente.
Ya por la tarde, terminando de comer, pelaba una naranja, recordé cuando juntábamos la cascara y con una liga lo lanzábamos, así jugábamos a los ligasos. Era muy común que encañonaras a tu amigo con la liga apuntándole y repetirle:
—¡Parque, liga, ligaso, patada o manazo! — reía en mi pensamiento
Me pare, busque una liga, fui al patio de servicio, puse un vaso de plástico y comencé a tirarle. Estaba bastante entretenido, cuando escuché a mi vecino:
—¡Hola Gustavo! ¿Jugando a los ligasos? —
El patio de servicio daba justo al frente de mi vecino Armando, cuate de la infancia
—¡Simón! Aquí recordando —
—¿tu jugabas? —
—¡Agüita para mi café! — contesto Armando Él puso un vaso en su ventana:
—¡A ver! Que tan trucha eres —
Así comenzamos a jugar, yo también puse un vaso en mi ventana: Las reglas eran sencillas, tiras el vaso un punto, si lo rosas o le pegas y no cae no cuenta.
Pasaba el tiempo y se tornaba aburrido. Yo siempre he dicho que tengo un espíritu aventurero, no obstante, mis cuates dicen que soy un chinga quedito: En lugar de apuntarle al vaso, dispare a mi cuate con certera puntería. Y ahí comenzó la verdadera diversión, desde ese momento estábamos a la caza de que el otro apareciera descuidado para darle su ligaso.
Ya en la recamara me puse acomodar unas cajas, que sin duda eran puros recuerdos almacenados. Al revisarlo me encontré el libro “Veinte mil leguas de viaje submarino” de Julio Verne.
—¡Uta madre! Cuantos recuerdos —
Sin pensarlo comencé a leerlo, me remontaba a mi infancia como al mundo submarino, claramente imaginaba que viajaba en el “Nautilius”. Enajenado por la lectura, sentía como salían los hombres a bucear con escafandras. En ese momento me dieron ganas de una botana, rumbo al refrigerador comencé a caminar como si tuviera puesta la escafandra de buceo, hasta hacia el ruido del respirador:
—¡Ja, ja! ¡no mameyes! Que pendejada estoy haciendo — contento saque unos pepinos y los sazone con limón y sal:
—¡voy a pensar que estoy comiendo algas! ¡ja, ja! — Al salir a tirar las cascaras al patio de servicio, recibí un certero ligaso, de inmediato me agaché y salí rápido:
—¡No me diste! ¡Pinche Armando! — le grite sobándome el cachete
—¡A huevo que te di! — Gritaba y se carcajeaba
Regrese a la sala con mis pepinos enchilados planeando mi desquite. Comencé a imaginar como se vengaría el capitán Nemo. Pensé en fabricar un arpón, pero en lugar de flecha que disparara cascara de naranja. Sumido en la venganza, sonó el timbre, seguido de golpes en la puerta:
—¡Hola Gustavo! ¿Estás en casa? —
—Ring, Ring, toc, toc — tocaba el timbre y la puerta con persistencia.
Era Socorro, no le quería abrir, me molesto que me sacara de mi aventura. Guarde silencio, no me movía para evitar cualquier ruido, después de unos minutos de insistencia, se retiró.
—¡Chale ya me quito toda la inspiración ¡— Molesto me retire a la recamara y me quede dormido.
A la mañana siguiente, rumbo a la cocina para prepararme el desayuno, escucho a Sofía la esposa de Armando, diciéndole que tendiera la ropa. Muy despacio y con mi liga preparada, lo observe que estaba subido en un banco colocando la ropa en el mecate, quedando expuesto su enorme trasero, rápidamente le dispare, al sentir el disparo se tambalea, pero no se puede bajar pues cargaba la ropa mojada. Aproveche para darle dos ligasos más.
—¡No mameyes Gustavo! ¡Aguanta las carnitas! — Me gritaba
—¡Ja, ja! Ni maíz, paloma, el que tiene enemigos no duerme, ja, ja — Al escuchar el escándalo se apareció Sofía. De inmediato me escondí:
—¡Lo salvo la campana! —
Al terminar de desayunar, retome la lectura, volviéndome a sumergir en la aventura, eran las seis de la tarde cuando lo termine. Siempre me originó asombro, este libro lo escribió en 1869. Por ahí escuche que toda la investigación la realizaba en la Biblioteca Nacional elaborando fichas y en las tertulias del Círculo de la Prensa Científica. Cuanta imaginación y perseverancia.
Con hambre me dirigí a la cocina, en el refrigerador tenia costillas de res:
Voy hacer unas ricas costillas asadas en comal, con una salsa de chile cascabel. De inmediato se me hizo agua la boca.
Puse el comal en la lumbre para asar los chiles, cuando escuché, unos leves toquidos en la puerta. Acercándome sigilosamente, me asomé por la mirilla. Era Socorro, que lucía un vestido muy provocador. Yo quería seguir gozando de mi soledad así que, me retire muy despacio, cuando escuche:
—¡Hola Gus! Sé que estás ahí, tu amigo Armando me dijo que te descansaron en el trabajo por lo de la pandemia —
—¡Pinche Armando chismoso! — Se está vengando de los ligasos. En ese instante tuve un momento de lucidez, corrí a la cocina comencé asar los chiles y respiré el humo, me dio una tremenda tos y enseguida abrí la puerta.
Socorro me observaba con sorpresa, que de inmediato se transformó en miedo, al observar el ataque de tos que me invadía, presurosa casi corriendo se retiró, queriendo disimular que no corría:
—¡Después te hablo Gustavo, me acorde que deje el guisado en la lumbre! —
Por la ventana me fije como salía despavorida del edificio, con el rostro cubierto con su mascada. La risa me dominaba, observaba como se alejaba y a la vez me deleitaba con su hermoso trasero.
—¡Un problema menos! —
Ya por la noche, comencé a leer un libro de leyendas mexicanas, la que más me llamo la atención fue la de la llorona, recordando que, en las reuniones familiares, era costumbre de platicar de espantos y sin duda siempre salía a relucir el que un pariente había escuchado el grito de la llorona. Con este relato, poco a poco me fui durmiendo.
Desperté de súbito, al escuchar unos quejidos: Inmediatamente lo relacioné con la leyenda de la Llorona, mi corazón parecía del tamaño de un pajarito y latía a mil por hora, sin poder despertar del todo seguía escuchando los quejidos:
—¡Ayyy! ¡ayyy! — Cubriéndome con las cobijas, pelaba los ojos en busca del espectro, cuando escuche nuevamente los quejidos:
—¡Ay! ¡Ay! ¡así papito! dale, mas, mas—
—¡No manches! Es mi vecino asiéndole el amor a su mujer —
—Ya no voy a leer cuentos de terror en la noche ja, ja —
Ya por la mañana, al terminar de desayunar, lavé los trastes, me dirigí a la zotehuela para tirar la basura tomando mis precauciones para no recibir algún ligaso. Sin detectar peligro, entre y de inmediato recibí el impacto, presuroso me retiré, observé por la ventana tratando de ubicarlo sin percibir ningún movimiento. Espere unos segundos, no escuchaba su burla, pero sabía que me asechaba. Como buen cazador me quede inmóvil unos minutos tratando de divisar al enemigo.
Después de 15 minutos, estaba seguro de que había partido el enemigo, me asome nuevamente para descubrir tan excelente escondite. Recibiendo al momento otro pinche ligaso. Encanijado me refugié en la cocina.
—¡Este cabrón, ni ruido hace! —
Derrotado sin poderlo ubicarlo me fui a la sala.
Encendí el televisor, al cambiar de canal estaba comenzando una película de Viruta y Capulina “El camino de los espantos”
Recuerdo cuando mi papá nos llevó al estreno, emocionado me acordaba de las escenas, cuando en un dialogo capulina le dice a viruta. “Virus, virus, virutita”
—¡ja, ja, ja! — enseguida lo relacione con el coronavirus: Cuando escuchaba la conferencia médica de las siete de la noche y mencionaban el coronavirus comenzaba a pregonar:
—¡Virus, virus, virutita! Ja, ja, ja — Que chido me divierto, pensaba
Al día siguiente antes de tirar la basura en el patio, desde la ventana examiné todas las posibilidades donde se escondiera Armando, una vez seguro, entre para depositarla:
—¡Hayyy! ¡pinche Armando! — sintiendo el ligaso en la cabeza, rápidamente me cubrí. Velozmente busque por la ventana al perpetrador, sin resultado alguno.
—¡Desgraciado! ¡no te escondas! — le gritaba. El muy sinvergüenza no hacia ruido, porque bien sabía que lo descubriría.
En la cocina enojado me puse a cocinar el desayuno y mi venganza, que sería para escarmentar. Sin tener ningún plan, pero bien desayunado me senté en el sillón, retome la caja de los recuerdos: Mi viejo balero, lo tome del palito, tratando de atinarle al agujero del barril, me tarde, pero lo logre: Ahora un capirucho, un doble capirucho
Que más hay, mis libros de secundaria.
—¡No mouse to Mikey! El libro de Astucia de “Inclán”
—¿cuál era la frase que me gustaba? —
—¡Ya me acorde! “Con astucia y reflexión se aprovecha la ocasión” —
—¡Ya se me ocurrió una idea! —
Construí un muñeco, con la escoba y una pelota, le puse mi gorra y una chamarra vieja, lo fui asomando poco a poco a la zotehuela, mientras divisaba por la ventana.
—¡Ahí estas, cabezón! — Armando disparaba desde la azotea
—¡te manchas, pinche Armando! —
—¡De la azotea no se vale! —
—¿estas todo el día, emboscándome? —
—¡Quien tiene enemigos no duerme ja, ja, ja — Gritaba con euforia Armando
¡Hijo de su repepin chamaco”, como lo bajo de ahí, me venadea fácilmente!
—¡Ya sé! —
Marque el teléfono de su casa, enseguida me contestó su esposa:
—¡Hola Sofía, habla tu vecino Gustavo, no te quiero alarmar, pero tu esposo está en la azotea espiando como se baña la vecina del 504, no lo vayan a demandar! —
Sin responderme, colgando al instante, tomo la escoba y casi de inmediato comencé a escuchar los escobazos, reclamos y los quejidos de mi querido cuate, que bajaba corriendo las escaleras al grito de:
—¡No es cierto mi amor, subí a destapar el desagüe pluvial! — Me revolcaba de risa en la sala:
—¡Gracias “Astucia”! —
Ya por la tarde me asome a la zotehuela, percatándome que Sofía había colocado una sábana en el vano de su patio.
—¡Chale, ni aguanta nada! — Con tristeza, finalizo la diversión
La mañana siguiente lo divisé lavando los trastos, le comencé hacer señas, para saludarlo: De inmediato hizo la seña de caracolitos con su mano derecha y con la boca deletreaba mariquita.
—¡Ja, ja, ja! — Me ganaba la risa, al observarme más se encabronaba, terminó por mentarme la madre: Yo simplemente hice la mímica de un latigazo
—¡Ande cabròn, para que se eduque! ¡zzuuuaaasss! — Ya sin diversión, me entro la preocupación por la comida:
—¡Diablos, no me va alcanzar! — En la alacena tenia, bastantes granos. Recordando cuando, mi hija Meztli tenía que hacer un cultivo de germinados como experimento semestral en la secundaria y que invariablemente termine finalizando el experimento, lo bueno es que mi hija le asignaron un 10. Así que me puse a germinar, lave los frascos los esterilicé, arme un estante para ubicarlos y los cubrí con una cortina de bolsa negra, finalizando por la tarde noche muy satisfecho.
En la cocina preparando un café, me asomaba para buscar a mi cuate, pensando que ya me había perdonado y nos podríamos reír al unísono de nuestra aventura.
Así pasaron varios días, ya por el quinto día coincidimos, cuando ambos nos preparábamos un café, nos miramos y nos comenzamos a carcajear. Por pura mímica me expresaba que yo me había manchado y yo le manifestaba que en la azotea no se valía, terminamos contento y con nuestra amistad renovada.
En la mañana y en la noche remojaba las semillas de germinación, para el quinto día, las cuatro cucharadas de lentejas estaban listas, me parecía increíble que quintuplicaran su tamaño. Comencé a cosechar:
—¡Diantre son demasiados! Tengo que repartir — Me asome por la ventana de la cocina y estaba mi cuate le hice señas indicándole que le lanzaría una pequeña pelota de goma. Al recibirla descubrió que la pelota estaba amarrada con una cuerda que llegaba de patio al suyo, con una nota que decía: “Asegura la cuerda y jala”
Previamente yo le había atado una canastita de plástico con germinados, al observarlo, lo jalo gustoso. Este lazo sirvió como puente de provisiones: Su mujer tenía un deshidratador solar, que construyo con una caja de cartón asesorada por las promotoras de la PROFECO, así que me mandaba fruta deshidratada.
Una tarde calurosa escuche que aventaban piedritas a la ventana, al asomarme era mi cuate que me indicaba que jalara la cuerda: Que grata sorpresa, en la canastita estaba una cerveza bien helada con su limoncito y sal. Comenzamos a libar, tranquilamente la plática era a pura mímica y nos reíamos por las caras y los gestos que hacíamos. La canastita pasaba de un lado a otro, mandaba las cervezas y yo la botana, cuando se acumularon los puntos etílicos, se me ocurrió la idea de hacer un teléfono con vasos de cartón ensartados por un hilo. En este trance etílico, los utilizábamos como si funcionaran, pero realmente estábamos gritando de un extremo al otro.
No recuerdo cuando termino, pero me desperté dormido cobijado por las jergas de trapear.
Después de un buen baño con agua fría, el cuerpo recibe una descarga de energía, bueno así me quito yo lo apendejado de la cruda.
En la caja encontré mi yoyo de madera sin cuerda, pensando que no había perdido la pericia de hacer cuerdas, tome un hilo, corte un tramo de cinco metros y lo doble en cinco partes: La técnica consistía en sentarse en la silla con la pierna descubierta, tomar la punta con la mano izquierda, las hebras sobre la pierna, con la mano derecha ensalivada girar los hilos en un solo sentido. Como yo tengo las piernas peludas a cada instante me arrancaba un pelo. Al terminar la cuerda lucia con pelos.
Sin importarme la coloque, jugando y recordando, empezaron los malabares, el columpio, la estrella, el pozo. La diversión termino cuando haciendo la vuelta al mundo, la cuerda se rompió saliendo el yoyo despedido como proyectil directo al florero de la mesa.
Ya por la tarde noche sentado en el sofá tristeando con mis pensamientos, escuche el timbre, “ring, ring” me asome por la mirilla: Era Socorro cubierta con una capa con capucha, el rostro con una mascarilla y guantes de las manos.
Abrí la puerta desconcertado
—¡Hola Socorro! —
—¡Hola Gus! ¿Cómo sigues? Como el otro día que vine, estabas tosiendo bastante, pensé… —
—¡Ja, ja! ¡Estoy bien! —
—Lo que pasa es que ese día estaba preparando una salsa y aspire el humo de los chiles —
—¡ja, ja! — Reímos al unísono
Como ya llevaba varias semanas sin convivencia, le pedí que pasara:
—Pero pásale Coco. Aquí en esta caja deja tu capa tu cubreboca, los guantes y los zapatos —
Cuando se quita la capucha dejando ver, su preciosa cabellera, como corona plateada. Al retirar el cubreboca, sus carnosos labios teñidos en un tono rojo manzana, provocadores, como dice la canción “la dulce sensación de un beso mordelón”. Al retirar la capa, su esbelta figura resplandecía:
—¡Virus, virus, virutita! ¡La corona de virus! — pensaba, sin dejar d quitarle la vista. El vendito chango de la concupiscencia se columpiaba sobre las ramas del deseo.
La invite al comedor para que tomáramos un café, la plática se tornaba bastante agradable, comenzamos a jugar domino. El tiempo implacable, a vivaba las llamas del cansancio, la carita angelical de Coco comenzaba a dibujar las líneas del agotamiento.
Pero el pinche chango, no dejaba de columpiarse, cuanto más pasaba el tiempo, más fuerte se mecía. Sin estrategia y desesperación para provocar otros ánimos, apreciaba como se desvanecían mis oportunidades.
—¡Ya me siento cansada, este es el último juego! — Comento Coco
—¡No manches! ¡Ilumíname satanás! — Pensaba desesperadamente
—¿Qué hacías para no aburrirte, Gustavo? —
—Hice varias cosas, jugué con mi yoyo, cocine, pero lo que más me gusto, fue cuando personificaba los personajes de los libros —
—¡Ja, ja, se ve bastante divertido! — expreso Coco Por fin, un rayo de luz, “gracias diosito”
—¿te gustaría jugar? —
—¿Pero cual cuento se te ocurre, que personifiquemos? —
—¡Caperucita y el lobo! —
—¡No esa no, porque el lobo se comió a caperucita! —
Con una mirada incitadora, esperando que comprendiera el doble sentido:
—¡No eso fue un error de imprenta! — exclame nerviosamente, con la esperanza en
un hilo
“Coquito” me miro, pensativa, enseguida sus ojos se tornaron sorpresivos. Se levantó serenamente, se puso frente a mí. Cerré los ojos esperando el madrazo. Pero tomo mi mano suavemente y me encaminó hacia la recámara.
—¡Solo espero que esta pandemia no acabe mañana! —
FIN
jorge pergon
PD.
En la siguiente página, está la cura para el coronavirus, solo espero que los conservadores no la borren
51172818 ext. 49787
Av. Ricardo Flores Magón #1 Piso 13, Colonia Nonoalco Tlatelolco, Alcaldía Cuauhtémoc, C.P. 06900, Ciudad de México, CDMX
Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad, todos los derechos reservados 2023. Esta página puede ser reproducida con fines no lucrativos, siempre y cuando no se mutile, se cite la fuente completa y su dirección electrónica. De otra forma, requiere permiso previo por escrito de la institución.