Cuando comenzó el año, tuve el presentimiento de que algo importante podía pasar. Primero me llamó la atención que fuera el año 2020. El mismo número repetido dos veces, que se puede leer igual de izquierda a derecha o viceversa. Lo que los expertos llaman palíndromo. De hecho lo mismo sentí cuando presencié la llegada del año 2000. Son sucesos especiales, que no todas las personas pueden atestiguar.
Además, tuvimos un día extra en el mes de febrero, peculiaridad que se repite cada cuatro años, o sea, dos más dos. Conocido como año bisiesto. Algún significado especial habría en ello, pues, el número dos representa la dualidad. La conciencia y la inconsciencia. lo personal y lo social. También simboliza la empatía, la adaptabilidad, la unión y la solidaridad. Al menos eso dicen los que estudian los números, desde un aspecto místico.
En lo personal, yo relaciono esta curiosa secuencia numérica con el espejo. Objeto usado para el arreglo personal, que por su capacidad de reflejar imágenes, ha inspirado leyendas y creencias que le atribuyen poderes sobrenaturales. Existen muchos mitos sobre los espejos; como el de que tiene el poder para mostrar acontecimientos del pasado o del futuro. Sé de una historia donde el mundo de los humanos y los espejos, estuvo en épocas remotas comunicado. Cualquiera podía entrar o salir por un espejo de pared, uno de mano o incluso de un trozo de ellos. Resulta que un hermoso tigre, atravesó desde un espejo hacia el palacio de un emperador. El gobernante lo mandó a enjaular y los habitantes del otro lado se enojaron, porque para ellos era sagrado. Esto desató una mortífera guerra. Al final ganaron los humanos, gracias a un hechizo que encerró por siempre a los seres que vivían del otro lado del espejo.
Esta leyenda es China, país donde se origino el virus Covid-19, enfermedad que tiene en jaque a la humanidad. Y siguiendo con mis especulaciones misteriosas, me parece simbólico que surge justo en el año regido por la Rata (según su calendario). Animal que la cultura occidental relaciona con la peste y otras enfermedades. Coincidencia desafortunada. Casualidades que se enlazan mi mente, con cierta tendencia al pensamiento mágico. Aunque yo apelo más a la ciencia; pero esta en mi ADN cultural ¡Así somos los mexicanos!
Lo cierto es que la pandemia no es culpa de nadie; pudo empezar en cualquier lugar del planeta o punto del tiempo. La historia de la humanidad lo confirma. Es bueno estudiar la historia, para tener memoria y conciencia de nuestro sitio en el Universo. Ya que aún oculta secretos y fuerzas que no podemos controlar. Y si bien la humanidad los va desmadejando con la ciencia. Todavía nos aterra enfrentar lo desconocido. Así es el nuevo coronavirus, algo nuevo, que no sabemos cómo descifrar ni combatir. Porque a pesar de nuestro descubrimientos y avances científicos. No obstante, nuestra tecnología veloz y multifuncional. Seguimos siendo la especie más vulnerable de la tierra.
De ahí que una mañana cualquiera; nos despertamos con la noticia de que la humanidad estaba indefensa ante un enemigo común. Y que su ejército invasor se multiplica exponencialmente, de forma silenciosa e invisible. Pero no lo creímos, seguimos con nuestras vidas, como si no pasara nada. Así inició una nueva guerra qué, como todas las guerras, ha hecho sufrir a los más débiles: los que no tiene hogar; los que no tienen
servicios médicos, trabajo, vivienda, educación. Enfermos crónicos, adultos mayores mujeres en proceso de gestación, y en consecuencia, niños y niñas. ¡Aunque casi todos han sido las víctimas de esta enfermedad, sin distinción de raza, nacionalidad o clase social!
Y mientras nuestro planeta continuó danzando, alrededor de la estrella que lo alimenta con luz. La especie humana, su huésped más invasivo, paralizó casi por completo su actividad depredadora. ¡Quédate en casa! nos dijeron; para protegerte, para salvarte de una enfermedad que envenena tus pulmones. Y que es producto de no cumplir con las más elementales normas de higiene.
Nos llegaron olas furiosas de información y resultó muy difícil distinguir las falsas de las verdaderas. Entre escépticos encomendados a Dios, teorías conspiranoicas, voceros apocalípticos y curanderos fraudulentos. Nos aturden con visiones catastrofistas o minimización de la pandemia, por razones políticas. Se detienen las clases y mandan a casa a los estudiantes. Cierran cines y centros culturales. Se cancelan conciertos masivos y eventos deportivos. No se puede ir al gimnasio o pasear en los parques con las mascotas. Paran las fábricas y oficinas. Ya no hay tráfico ni tumultos en el transporte público. La incertidumbre flota en el aire. El temor corrió las persianas. Cesó el movimiento, el bullicio, la alegría ¡Y la vida como la conocíamos, cambio!
Ha pasado un día, otro y otro más. Y al correr de las semanas, comenzamos a mirarnos al espejo, sin maquillaje, sin prisa, sin vanidad. Confrontados cara a cara con nuestro reflejo, quien nos mira fijamente sin titubear. Mostrando lo que somos, no lo que imaginamos ser. Ese, es otro poder que se le atribuye: exhibir la verdadera naturaleza del ser. Él ve a través de nosotros. Nos escucha en silencio y se guarda nuestros secretos. Y ante su presencia inasible, nos cuestionamos: ¿qué estoy haciendo?¿cuál es el papel que estoy desempeñando durante esta emergencia?¿Cómo voy a sentirme cuando todo pase?
Y entonces debemos decidir, si del otro lado del espejo queremos encontrar un rostro sereno o uno agobiado. Si deseamos vernos reflejados como personas entusiastas o pesimistas. Elegir entre un ser intolerante y controlador, o uno que sabe convivir con diversas formas de ser y de pensar. Estando a solas ¿dejaremos que el aislamiento siembre tristeza y soledad? O de nuestra fortaleza florecerá una sonrisa de confianza.
¿Y qué pasará con quienes no tienen casa? ¿O los que tiene que salir para ganarse el pan de cada día? Como doña Julia, la ancianita que sobrevive con la venta de dulces en el puesto de la esquina. O Don Genaro, quien se gana la vida boleando zapatos, para dar estudio a sus tres hijos. También con Lulu, la chica empleada del minisuper, madre soltera de una nena de 6 años con dislexia.
Será que en vez de duplicar la realidad, podrá el espejo, como dice otra leyenda, ser un portal para mostrarnos otras realidades. Como la del inmigrante centroamericano: de andar incesante por caminos de indiferencia. La del campesino humilde, que se vino a la ciudad porque se quedó sin tierra para sembrar. La de la mujer transgénero, que ficha en un antro para sostener el tratamiento de VIH de su novio. O del joven indigente y adicto, que hoy
limpia parabrisas pero soñaba con ser músico. Ellos son la cara oculta de un espejismo: la política del libre comercio y la competitividad. Donde importa el dinero de las ganancias, no las personas. Una enfermedad más cruel y letal que esta pandemia.
Ante la amenaza del Covid 19, lo peor y lo mejor de las personas se ha manifestado. Mientras doctores, enfermeras y todo el personal médico, se encuentra en los hospitales salvando vidas: otros cometen viles actos de agresión y discriminación en su contra. Muestra de estupidez inaudita. ¿Cuántos de los que estamos en casa, tendríamos la empatía, el valor y la fortaleza espiritual para atender a un enfermo, arriesgando nuestra propia salud? Ellos merecen nuestra gratitud y admiración. Los otros, que no ven más allá de sus narices, nuestro desprecio y el castigo de la ley.
Sin embargo, lo maravilloso de este país tan desigual y contrastante, es que siempre hay alguien con ganas de ayudar a otros. Personas con cualidades del número dos. De los que están dispuestos a “rifarsela” por un amigo, familiar o vecino. No falta el acomedido, que “le echa la mano” a un perfecto desconocido. En ocasiones, cuando sucede una gran tragedia como esta, nos unimos y salimos a las calles. Lo mismo a picar piedra que a repartir despensas. Nos volvemos la madre, el hermano, la amiga del compatriota. Hacemos cocinas comunitarias o transportamos a quien lo necesite, ya sea en automóvil o en bicicleta. Eso se llama SOLIDARIDAD y también es parte de nuestro ADN como mexicanos: aunque a veces se nos olvida.
Ahora mismo, hay gente que lleva comida al personal de salud en los hospitales. O que hacen colectas para comprar equipo de protección sanitaria. Porque en tiempos crisis, hay que dejar el egoísmo. La vida es como un rompecabezas: somos parte de un gran todo: cada pieza fue creada para unirse a otra y en conjunto formar la unidad. Por eso, los que apoyan, los que cooperan, los que defienden. Los que se ocupan, los que consuelan, los que agradecen y por supuesto, los que aman al prójimo: son quienes reflejan el rostro verdadero del mexicano.
Creo que los seres humanos, al igual que el Narciso del mito Griego, nos enajenamos con nuestra propia imagen, o la de aquello que creemos ser. Absorto en la contemplación de sí mismo, Narciso se arrojó a las aguas y murió. A los seres humanos nos esta pasando lo mismo. Estamos ensimismados, atrapados en una idea egoísta de lo que es vivir. Pero el hombre es interacción y relación. Necesitamos empatía. Porque sin los demás no hay auténtica vida. Aunque, la narrativa de la cultura global del neoliberalismo, ha permeado a nuestras mentes en las últimas décadas. Nos fue alineando hacia el individualismo y el egoísmo. En contraposición, sucesos como esta pandemia del Covid-19, sacuden nuestra conciencia y nos recuerdan que unidos somos más fuertes y mejores personas.
Encerrados y asustados lo hemos descubierto. Y también que no sabemos qué hacer con nuestro tiempo libre, porque pocas veces lo tenemos. Al estar en nuestro hogar, talentos y defectos que no teníamos ni idea, salen a flote. Observamos más a nuestros seres queridos: el brillo en sus ojos, la sonoridad de su voz o su luminosa sonrisa, nuevamente nos sorprende. Algunos, volvimos a escucharnos, incluso sin hablar. Percibimos las carencias afectivas o afianzamos lazos amorosos con nuestros seres queridos. Valoramos
más lo que tenemos y no lo que falta. Y así como remendamos alguna prenda de vestir, lo hicimos con la memoria: mirando el viejo álbum de fotografías en papel kodak, nos sentimos agradecidos por los buenos momentos.
Es innegable las trágicas consecuencias de esta pandemia. Se han perdido vidas y se vive mucho sufrimiento. También, daños colaterales como en la economía, que afectarán por un largo tiempo nuestra calidad de vida. Más tengo confianza en que saldremos adelante, pues creo en la moraleja de mi leyenda favorita sobre los espejos. En ella a un ser humano, como usted o como yo, una noche mientras contemplaba el cielo le llegó una revelación. Descubrió que era Luz, al igual que las estrellas. Y supo entonces que toda la materia también lo es. Esta gran verdad cambió su percepción de la vida. Y mirando a su alrededor se vio a sí mismo en todas las cosas: en cada ser humano, animal, vegetal o elemento de la tierra. Entonces comprendió todo y cuido sus acciones, palabras y pensamientos; a fin de que reflejarán cosas buenas para el Universo, y alcanzó la paz…
Ojala cuando termine esta obligada pausa en nuestras vidas, por culpa del coronavirus, encontremos una luz en donde todos y todas estemos reflejados. Así tanto dolor, tantas pérdidas y sacrificios no serán en vano. Hay que honrar la vida, la de los que lamentablemente la perdieron por la pandemia. Así como la nuestra, que tenemos la oportunidad de seguir vivos y convertirnos en mejores personas. Espero que cuando todo pase, del otro lado del espejo encontremos el rostro verdadero del espíritu humano.
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