Noche del 2 de noviembre de 2018. Fue una noche en la que esperaba que mi amiga y yo disfrutásemos de un desfile de Catrinas lleno de colores, con aroma a copal, disfraces alegres, que finalizara con fotos y grandes recuerdos. Sin embargo, esa no sería la lección que la vida quería mostrarnos, ya que esa noche fría y lluviosa encontramos una realidad momentánea que después de ser presentada en los noticieros cayó en el olvido.

Ese recorrido de Catrinas era una marcha feminista en la que participaban madres, hermanas, amigas, familiares y contingentes que levantaban la voz para no olvidar a las niñas y adolescentes víctimas de feminicidio que Nunca Más iban a poder hablar, que Nunca Más iban a poder brindar otra sonrisa ni a su familia ni al mundo. Niñas y adolescentes a quienes arrebataron su vida en este planeta, en la vida cotidiana de sus seres amados, en su comunidad, y dado que los reflectores de los medios de comunicación no miraron su caso con gran relevancia, ante los ojos ajenos y cotidianos se convirtieron en una cifra más que incrementa las estadísticas de muerte por feminicidio en nuestro país.

Al frente del contingente que salía del Monumento a la Revolución se encontraban las familiares ataviadas de Catrinas, portando en su cuerpo pintura que emulaba un esqueleto, en la cara un cráneo y entre sus manos la foto de su ser amada; de ese modo, entre lluvia, frío, consignas, cruces rosas, fotos y veladoras, iniciamos el recorrido.

Mi amiga, feminista, conocía todas las consignas. Al ritmo del tambor yo reconocía y me apropiaba de ellas. Además de consignas, la compañera que sostenía el altavoz explicaba situaciones en las que las mujeres podemos encontrarnos de forma cotidiana, situaciones que para muchos “son normales” y “justificables” dado los roles asignados a la mujer a lo largo de la historia, como el de ser objeto que se encuentra al alcance de cualquiera que pague o pueda acceder a ellas, a su cuerpo.

Varias situaciones que se mencionaron son: acoso sexual desde la infancia, violencia en el noviazgo, falta de acceso a la justicia, falta de seguimiento en casos de feminicidio, entorpecimiento de procesos judiciales, victimización y revictimización de las mujeres que han sufrido violencia.

Según un estudio realizado por ONU Mujeres en la Ciudad de México en colaboración con el gobierno local, Estudio Abierto A.C. y EPADEQ para mujeres a partir de 15 años, llamado “Encuesta sobre la violencia sexual en el transporte y otros espacios en la Ciudad de México en el 2018” , una pregunta planteó: “¿Tiene miedo a ser agredida sexualmente?”. Un 77.4% respondió “Sí”, mientras un 22.6 respondió “No”. Para el transitar en las calles y espacios públicos de la ciudad, un 81.3% respondió “Sí”, y un 18.6% respondió “No”.

Por rango de edades, para la pregunta “¿Tiene miedo a ser agredida sexualmente en el transporte público?”, un 83.5% de las mujeres entre 15 y 29 años respondieron que “Sí”; entre 30-44 años un 77.1% respondió “Sí”; entre 45-59 años un 62.1% “Sí”; y de 60 años o más, un 46.6% “Sí”.

Sabemos que los datos que arroja la encuesta no reflejan toda la realidad, ni de la CDMX ni de todas las mujeres que habitamos y transitamos diariamente en ella. Sin embargo, da cuenta de una palabra que se encuentra inmersa en la cotidianeidad violenta interiorizada con la que muchas mujeres vivimos.

El Miedo, más que una palabra, es una sensación que en un instante puede invadir completamente tu mente y cuerpo, congelarte en una situación de peligro o salvarte la vida. Alguna vez, en una charla con una persona extranjera, surgió la duda: ¿Por qué en México cuando sales te dicen: “Cuídate”? Muchas de las respuestas en esa reunión convergieron en: Porque no sabes si vas a regresar. En México decir “cuídate, regresa con bien”, es decirle a esa persona “te quiero, ojalá y no pase nada en tu camino el día de hoy que te impida regresar con vida a casa”.

En el 2018, según datos del Observatorio de Igualdad y Género de la CEPAL , se registraron 898 casos de feminicidio en México.

Dado que esta procesión de Catrinas se realizó la noche antes de la marcha del 3 de noviembre (para declararlo como “El día de las Muertas” ), y al transcurrir sin altercados, pintas o el uso de seguridad pública, sino al contrario: con expresiones artísticas y teatrales que se desarrollaron al frente del contingente, alcancé a divisar sólo una cámara de televisión que seguía la marcha y, entre los reportes, se iban mencionando las calles por las que pasaba el contingente para que tomaran “sus precauciones porque se cerraría la circulación momentáneamente”.

La marcha del 8 de marzo del 2020 en la CDMX atravesó con voces: fronteras, corazones, creencias. Una marcha en la que hubo medios de comunicación presentes, tomando fotos, en vivo desde la marcha para los noticieros nacionales e internacionales. Y más allá de referirse a ella para indicar las desviaciones del tráfico, la refirieron como un “hecho histórico en México” que juntó voluntades, sueños, en donde la unidad significó más que compartir un espacio de expresión libre. También significó la apropiación del espacio público para demostrar que sí, el miedo es una constante en nuestra vida, pero no nos rige, nos hace más fuertes.

El 8 de marzo fue una marcha en la que se unieron las voces en nombre de generaciones, de las que ya no están, por las que vienen, las que estamos y, sobre todo, se recuperaron las voces de todas las marchas silenciadas con el clamor: ¡Ni Una Más, Ni Una Más, Ni Una Asesinada Más!